El pensionado de Santa Casilda
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El pensionado de Santa Casilda

Elena Fortún, Matilde Ras

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  1. 480 pages
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El pensionado de Santa Casilda

Elena Fortún, Matilde Ras

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Este misterioso volumen ha permanecido inédito desde los años de exilio de Elena Fortún, época en la que debió rematarlo, hasta nuestros días. Su prosa está claramente influida por la misma conciencia sáfica que se aprecia en la novela autobiográfica Oculto sendero y por el mundo femenino del que formó parte tanto en Madrid como en Buenos Aires, reflejado en la galería de mujeres que pueblan estas páginas. Son un grupo de jovencitas vestidas con bonaerenses uniformes de piqué blanco, empeñadas en escribir colectivamente un libro, pensionistas en un colegio de peculiares monjas francesas. Transitan de la adolescencia a la vida adulta en un Madrid belle époque en el que surgen y con frecuencia se castigan nuevas formas de entender género, sexo y sexualidad. Esta novela de internado se convierte en novela madrileña que también traslada su argumento a Francia para mostrarnos un curioso baile de máscaras. Y es que este manuscrito inacabado es una fascinante máscara en la que se adivinan tanto los rasgos y las influencias de amigas como Victorina Durán como los trazos de la pluma de Matilde Ras.Autoría, sexualidad, un pensionado, Madrid, París y unos personajes que nos remiten a las redes y espacios femeninos de nuestra Edad de Plata.

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Information

Publisher
Renacimiento
Year
2022
ISBN
9788419231444
INTRODUCCIÓN
«Yo pereciendo años y años por encontrar una chica del pensionado y nada… ni por casualidad. Y hoy, aquí todas… Esto es algo que no sabemos y que las ha reunido aquí… casual no puede ser. […] ¡Si a todas partes donde vuelvo los ojos veo una conocida! ¡Qué cosa más extraña…!».
El pensionado de Santa Casilda
Una escritura armarizada
Quien así habla es la joven Ofelia, una de las protagonistas de El pensionado de Santa Casilda, novela firmada por Rosa María Castaños, el mismo pseudónimo usado en Oculto sendero, la autobiografía novelada de Encarnación Aragoneses Urquijo alias Elena Fortún (1886-1952)1, texto clave sobre memoria femenina, homosexualidad y autoría, publicado en esta colección Biblioteca Elena Fortún. El safismo y la emancipación femenina representada en la creatividad son hilos conductores en las dos novelas, ambas escondidas durante años en el armario de la autoría de Fortún.
En el curso de la investigación previa a la redacción de esta introducción crítica, investigación que ha durado varios años, he compartido la extrañeza de Ofelia. En mi caso, es debida a la ­fascinante perspectiva coral femenina de esta novela, vinculada al colectivo femenino que ella inexplicablemente encuentra «hoy», en la década de 1930 con la Segunda República ya proclamada, y «aquí», en un teatro madrileño. Constatada en esta colección la importancia de la perspectiva de género en la autoría de Elena Fortún, El pensionado de Santa Casilda impone la comprensión de una escritura armarizada, con una génesis muy particular de la que solamente hay pistas a este lado del armario, en diálogo con un siglo, el xx; unas voces, como las de las mujeres que Ofelia ve; y un término, el safismo, que ha de entenderse como un abanico de identidades tanto lésbicas como lesbófilas.
Aunque la estructura sea muy diferente a la de Bildungsroman que tiene Oculto sendero, con una narradora que trata de entender como tal lo que no pudo entender como personaje mientras retrata una sociedad y un momento histórico, El pensionado de Santa Casilda está estrechamente vinculada a Oculto sendero. Comparten no solamente el espacio epistemológico del armario, sino también el potencial significador de redes de mujeres como las que Ofelia encuentra esa noche. Reconoce el grupo como propio por ser clave en sus afectos y en su identidad. Su avance hacia la emancipación personal, que estaba ralentizado, se acelera esa noche, en tirante relación con sus facultades de amar y crear, es decir, de ser sáfica y ser autora. Es una noche importante para ella y para el personaje de Trudi Esteban, en quien se adivinan rasgos de la dramaturga y figurinista Victorina Durán (1899-1993) y quizás también de la liceómana y traductora Trudy Graa (-1942), esposa de Luis de Araquistáin, de fisonomía muy parecida a la Trudi del libro a juzgar por fotografías y testimonios como el de Martínez Nadal y el de Ansó, que coinciden al afirmar la fortaleza y asertividad de aquella mujer de fisonomía nórdica. Como Ofelia, la Trudi del libro también­ avanza a la independencia económica y sexual y a la autoría a partir de esa noche. Esa velada es también para ella una salida que cambiará su destino para emanciparla. Simbólicamente, no perecerá ninguna de las dos, aunque lleven años «muriendo». Esto es así gracias al refuerzo identitario que esa noche les regala. La novela gira en torno a ellas dos y esta introducción hará lo propio, sin dejar de lado sus amores
–Manón y Totó para Ofelia y Adela para Trudi– y al resto de amigas.
En la caracterización de Ofelia hay rasgos que recuerdan a Elena Fortún, pero no son un reflejo analógico la una de la otra. La correlación entre ellas no es tan especular como la existente entre Fortún y María Luisa Arroyo, narradora en primera persona de Oculto sendero. El manuscrito autobiográfico Nací de pie, que Fortún escribió en un cuaderno, amén de otros datos que aparecen en la abundante correspondencia de la autora, vinculan decididamente la novela a la experiencia vital de la propia Fortún. Como ella, Ofelia, futura escritora de cuentos, tiene un «almacén de fantasías» guardado en la cabeza. De Ofelia se dirá también que es un ser que vive «fuera de la realidad», en paralelo con Elena Fortún que así se veía. En 1945, dos años antes de regresar a España, en una carta a Matilde Ras (1881-1969), Fortún se describe en esos términos y dice de sí misma que «a fuerza de leer, de imaginar y de escribir, he vivido fuera de la vida desde la infancia […]. Mi mundo está en el plano imaginativo, sin mezcla ninguna. ¡Y cada día más!»2. Fortún llamaba Tilde a la grafóloga y Ras siempre usaba Elena y no Encarna para referirse a la amiga lejana.
En esa misma carta, Fortún se refiere a otra misiva y a un paquete que Tilde le envía por valija diplomática. Entre los diversos obsequios que ilusionan a Encarna en su exilio bonaerense se incluye Casa de Claudina, una de las novelas del personaje Claudine, serie creada por la famosa escritora francesa Colette (1873-1954). Tilde era muy francófila y fue becada por la J. A. E. para estudiar grafología en París. En este caso, probablemente lo que le envía es la traducción de María Luz Morales, publicada en Ediciones Mediterráneas en 1943, una edición limitada con exquisitas ilustraciones de Olga Sacharoff (1889-1967) que sería muy del gusto de Encarna. Si fue esa la versión compartida, leyeron la primera edición publicada en español sin el nombre «Colette Willy» –su apellido y el de su marido– en la portada como nom de plume. Solo se lee Colette, el nombre por el que Sidonie-Gabrielle Colette fue conocida. El mundo de las modernas ya ha empezado a ser relegado al olvido en el conservadurismo de entreguerras, pero continúa existiendo en esa comunicación y esas redes entre distintos exilios. Esas redes traspasan fronteras y hacen honor al cosmopolitismo de la moderna en ese envío entre amigas en el que también va un saquito de tomillo, cantueso y hierbas de la sierra que casi hace llorar a Encarna por recordarle con su intenso perfume el vínculo sensorial que tiene con la tierra de España y los alrededores de Madrid, con Segovia y su añorado Ortigosa del Monte.
La primera parte de El pensionado de Santa Casilda puede definirse como una breve novela de internado. Dado el número de personajes femeninos y las interesantes dinámicas entre ellas, podría haber dado lugar a una serie a la manera de las Claudine o de las colecciones de literatura juvenil de la inglesa Enid Blyton, con los famosos escenarios de los colegios Torres de Malory o Santa ­Clara. Sin embargo, el mundo del colegio solamente ocupa dieciocho capítulos, todos breves, al estilo de Fortún. Si Ras y Fortún leyeron Casa de Claudina, probablemente conocían las versiones españolas de Colette à lécole (1900) y quizás del poético cuento «Nuite Blanche» (1908), texto que despliega una ternura y un erotismo similar al que Fortún muestra en una carta a Matilde Ras escrita el 27 de abril de 1937. En ella recuerda el placer de verla dormida y las interesantes horas pasadas juntas en la mesa camilla entre libros y charlas. Acaban de despedirse. La guerra les hizo compartir vivienda en España y también brevemente en el primer regreso de Fortún, como confirma Carolina Regidor en conversación con Marisol Dorao3. Vivieron bellos días juntas en la casa que Fortún tenía en Chamartín de la Rosa, vivienda que aparece en Celia en la revolución.
Ofelia, la cuentista en ciernes, es una gran aficionada a Shakespeare, como lo fue su padre. Está sentada en el patio de butacas al lado de Natividad Guerrero, mujer divorciada «nacida para dar guerra», como se autodefine al conocer a la joven con la que comparte techo y cama y a quien mantiene. Los nombres tienen su significación: son talismáticos. Natividad Guerrero da guerra, controla y posee a Ofelia como un hombre burgués a su amada. La mantiene bonita y femenina. No quiere que su Ofelia vista de levita. Quiere una ninfa con costurero sentada a su lado en el salón, con bombones en su lado de la cama frente a los puros habanos de Natividad. Sin embargo, de igual manera que la joven –por su profundo conocimiento del bardo inglés– sería consciente de que la primera Ofelia de Shakespeare representada en la era isabelina tuvo que ser un muchacho en un traje de mujer porque los papeles femeninos los realizaban muchachos jóvenes, la Ofelia de Madrid tampoco ignoraría que míticas divas del teatro como Sarah Bernhardt (1844-1923) y Charlotte Cushman (1816-1876) fueron respectivamente Hamlet y Romeo. Llevaron traje de hombre, hicieron el papel del héroe trágico, pero siendo Sarah y Charlotte su cuerpo era un cuerpo de mujer. Por el contrario, la primera Ofelia tuvo cuerpo de hombre y máscara y traje de mujer. Desde esta perspectiva de cuerpos, géneros y máscaras, el texto construye la dinámica entre la asertiva y masculina Natividad y la femenina y seductora Ofelia. Su forma de conducirse reproduce una lógica de género inequívocamente binaria aunque, como si fuese un traje para salir a escena, la masculinidad y feminidad de cada una cubre otra realidad que rompe los binarismos: cuerpos con el mismo sexo y con una sexualidad disidente conceptualizada por la medicina de la época como inversión. Y no cambian la realidad de que la femenina Ofelia, objeto de deseo masculino, vende su cuerpo y vive una situación de prostitución que la sociedad hipócritamente perpetúa al ofrecer a la mujer solamente el matrimonio y la cesión de sí misma al hombre como medio de acceso al poder económico. Victorina Durán expresa ideas similares en el prólogo a sus memorias:
Pero hay una mayoría inadmisible […] con sus vicios, pequeños o grandes, que beben, juegan, hacen negocios sucios, mienten o calumnian y desahogan sus apetitos sexuales sin escrúpulos cuando les viene en gana, cuando cientos de mujeres se entregan al hombre única y exclusivamente por compensación monetaria, y no excluyo en estas a las que hacen su prostitución ante el registro civil y ante el altar, con aprobación de sus familiares, amigos y todo el mun...

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