Reflejos de la memoria. Homenaje a Jorge Luis Borges
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Reflejos de la memoria. Homenaje a Jorge Luis Borges

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Reflejos de la memoria. Homenaje a Jorge Luis Borges

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"Las revelaciones/destellos que el lector encontrará en este espejo son los recuerdos de un selecto grupo de jóvenes estudiantes rebeldes quienes, allá por el 78, un 29 de noviembre, organizaron en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador un coloquio que les marcaría de por vida, hasta el punto de cambiar su visión de la existencia y autodefinirse como «borgeanos».Sus nombres resaltan en el horizonte intelectual y profesional del Ecuador, y hoy se juntan para dar identidad a esta compilación de testimonios sobre uno de los acontecimientos culturales más importantes que tuvo el país en la segunda mitad del siglo XX, el I Encuentro Iberoamericano de Escritores.A este conjunto de anécdotas se añade material invaluable: varios extractos inéditos del diálogo entre el escritor argentino y su auditorio, transcritos del único audio grabado aquel día.A los cuarenta y un años de la presencia de Jorge Luis Borges en Quito —que como exlibirs, se conserva perenne, fresca e intacta—, la Universidad de Las Américas se enorgullece en homenajear a quien, a todas luces, es la figura latinoamericana más relevante de la Literatura Universal."

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BORGES EN MÍ
Jorge Aravena Llanca
Mi recuerdo personal sobre Jorge Luis Borges y la imagen del hombre en su tiempo y alrededor de las calles de Buenos Aires permanecen vívidos, edificados como el saber más apreciado que me ha dado la vida, desde que lo vi, por primera vez, por esa calle Florida, camino a la librería del Ateneo, siempre con su madre y los infaltables admiradores que lo acompañaban o —es lo mismo—, simplemente, lo seguían como sombras imitativas para captar por ósmosis algo de su sabiduría. Ese recuerdo es como un retrato literario que de él he tomado y que a él le pertenece; es la constante desde que lo conocí y, en el copioso estilo de su realidad y la mía, ya es única en mí, como él mismo lo dijo: «Hay el del recuerdo también, cuya esencia no es la ramificación de los hechos, sino la perduración de rasgos aislados».1 Él insistía, pese a todo, en que somos visualmente nuestra memoria, ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos, tanto los de él como los nuestros. Estrellada, o no, es la memoria que como fotógrafo tengo de él, e intento escribir cómo logré captar sus retratos durante su visita a Quito, Ecuador, en 1978.
¿CUANDO CONOCÍ A JORGE LUIS BORGES?
Viví de muy niño en Buenos Aires, Argentina, en la Embajada de Chile —donde trabajaba una tía—, en ese edificio precioso de la calle Esmeralda, casi en la esquina de la avenida Córdova, circunstancia que avala que soy un argentino nacido en Chile, como todos me catalogan.
Siendo un pibe, correteando por los amplios pasillos de esa embajada —que era un suntuoso palacio— junto con otros niños hijos de diplomáticos reunidos por las fiestas patrias de Chile, tropecé con un colgador de abrigos que cayeron al piso. Me encargué de recogerlos y volverlos a su sitio. Advertí que un libro quedó en el suelo, quizá de alguno de los invitados. Lo tomé y me lo metí debajo del pantalón, afirmándolo a mi panza con el cinturón, y seguí, como si nada, jugando con los demás pibes internacionales.
Ni por curiosidad sabía de la importancia de ese libro, ni lo leí nunca, nada más hojeé sus primeras páginas, donde había una dedicatoria del autor a Ulises Petit de Murat. Lo mantenía siempre como un misterioso tesoro en mi bolso escolar. Un día, después de como seis años de guardarlo, en mi primer año de la secundaria del colegio, mientras ordenaba mis cuadernos, pasó por mi lado el profesor de Castellano. Miró mi pupitre, vio entre otros el libro, me observó y dijo casi a gritos: —¡¿De dónde sacaste este libro?! —¡Es mío!, grité. Pese a ello, el profesor lo tomó y lo llevó a la dirección. A la media hora lo trajo de vuelta y lo dejó en mi pupitre mirándome con extrañeza.
Desde ese día fui famoso. Todos me preguntaban por el ejemplar que resultó ser una primera edición de Fervor de Buenos Aires, que Borges publicó allá por 1923, recién llegado de Europa; libro que, por su timidez —que la tuvo hasta siendo adulto—, ponía en los bolsillos de los abrigos a los escritores amigos sin decir nada.
Me llamaron, desde entonces: el pibe del libro. Así le di importancia a ese ejemplar y, engrandecido de orgullo, lo leía y atesoraba, ocultán dolo con mucho cuidado. Le llevaba en mi bolso escolar ese día que no olvido, paseando feliz una rabona2 por la calle Florida con otros escolares. ¿Qué edad tendría en ese entonces? Creo que unos doce años. Vimos con mis compañeros que, delante de nosotros caminaba por esa calle peatonal, una hilera de personas ocupando todo el ancho de vereda a vereda. Una viejita del brazo de otro viejito, ambos con abrigos hasta los tobillos. Inconfundible. Era Borges, su madre y amigos camino a la librería del Ateneo.
Yo me adelanté, me puse frente a Borges, a toda la comitiva, saqué mi libro y lo balanceé ante los ojos ya casi sin vista del poeta. Uno del grupo que estaba al final de la fila, gritó: «¡Traé para acá eso, pendejo!». Y me lo arrebató de las manos. Justo en ese momento estábamos a la entrada del Ateneo y toda la fila, con Borges y su madre en el medio, hicieron una media vuelta, una media vuelta tipo militar: ¡A la de…! ¡Media vuel…! ¡March…! Yo, detrás, quise ir tras ellos pero el portero, un panzón grasiento y agresivo, me lo impidió agarrándome a la fuerza mientras yo gritaba: ¡mi libro! ¡mi libro! ¡mi libro! ¿Qué libro era? Nada menos, ahora lo sé, que Fervor de Buenos Aires, primera edición 1923, que en la actualidad se cotiza en Christian`s, la casa de remate de Londres, en medio millón de dólares.
¿Eres lector de Borges? —me preguntan todavía los amigos. —Por supuesto, respondo. ¿Cómo no? En Buenos Aires todos somos Borges.
Años antes de volver a encontrar en 1978 a Jorge Luis Borges en Quito, capital del Ecuador, era inquietante mi afán de seguir indagando su vida, sus viajes y, en cada edición de alguno de sus libros, el progreso incesante de su creatividad. Cuando vivía en Europa y viajaba a Buenos Aires, me entretenía visitando la entrada de su casa en la calle Maipú y frecuentaba, con otros amigos entusiastas por él, los bares de su preferencia y otros sitios que inspiraban sus cuentos. Después de mi alejamiento del Ecuador, recorrí cuantos lugares vivió Borges en la ciudad de Ginebra, donde murió.
Comencé mi peregrinaje por su querida ciudad desde la Rue Malagnon 17, mirando el primer piso donde se alojaba con toda su familia y vivió desde el 24 de abril de 1914 hasta el 6 de junio de 1918. Siguiendo sus pasos, busqué en el interior del Collège Calvin, donde realizó sus estudios secundarios, cursos que no alcanzó a terminar por los continuos viajes de su padre y familiares. Me senté en uno de los pupitres, caminé por el patio y me afirmé a los árboles más robustos. Con intensa emoción, con el director del colegio Calvino, Jaques Fleury, intercambiamos fotos. Recibí de sus manos dos reliquias del grupo escolar al que perteneció Borges: varios certificados de asistencia, notas y datos personales, y dos fotografías de los años escolares de 1915 y 1916, en las que se destaca entre sus compañeros por su recia apostura de absoluta seriedad. Yo le regalé al director, en cambio, dos de las mías: una tomada junto a María Kodama, bajando del avión que los condujo a Quito y otra de su rostro en primer plano.
Busqué los cafés donde, supuestamente, con sus compañeros hacían un alto al salir del colegio Calvino; caminé las calles de Ginebra por donde guiaba a María, en aquel entonces, durante sus paseos juveniles por la ciudad, hasta la Plaza de los Fundadores, lugar predilecto de sus andanzas. Finalmente, llegué con fatiga y tristeza cerca de la Iglesia de San Germán, desde cuya entrada se ve el edificio y las ventanas del segundo piso donde habitó Borges con María Kodama hasta el día de su muerte.
BORGES VIAJERO
A mediados de 1970, Borges había iniciado un sinnúmero de viajes por el mundo acompañado, desde hacía un tiempo, exclusivamente, por María Kodama. En 1976 visitó México, invitado por la Universidad Autónoma para pronunciar dos conferencias. Un tiempo más tarde, ya sin ver nada a su alrededor, ciego como era, lo enfrentan al polémico viaje a Chile, el cual ha sido clasificado de diversas maneras. Fue invitado por la Universidad de Chile, pero el Gobierno Militar del dictador Augusto Pinochet interfirió en la programación, sin decir a nadie de su insidiosa iniciativa, condecorándolo con la Orden al mérito Bernardo O´Higgins. Por entonces, Jorge Luis Borges ya había ganado los más importantes premios de literatura del mundo, exceptuando, hasta ese l976, el Premio Nobel, al cual era candidato perpetuo. Nunca se lo otorgaron, por sus declaraciones en Chile, a propósito de la recepción del doctorado Honoris Causa, otorgado por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Chile, ideas que mantuvo toda su vida:
Hay un hecho que debe conformarnos a todos, a todo el continente, y acaso a todo el mundo. En esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita. Y lo digo sabiendo muy claramente, muy precisamente, lo que digo. Pues bien, mi país está emergiendo de la ciénaga, creo, con felicidad. [...] Y aquí tenemos a Chile, esa región, esa patria, que es a la vez una larga patria y una honrosa espada.
En otro pasaje, Borges menciona «un premio con olor a pólvora», frase donde se resume claramente su conducta y decisión final de no recibir ese premio progenitor de guerras y exterminios.
EL PREMIO NOBEL, LA DINAMITA Y LAS GUERRAS MUNDIALES
Borges era consciente de que los premios Nobel se otorgan con la producción y venta de la pólvora, la dinamita, las armas personales y de utilización masiva en todas las guerras que ha emprendido el imperialismo mundial. Ha quedado en la oscuridad quiénes son los progenitores de la fabricación del nefasto material con que se perturba la paz en el mundo. De hecho, no se ha logrado nunca una paz duradera, pues los gestores permanecen en las sombras, como los poseedores del dinero que «engendran» los fabricantes con cuyas ganancias otorgan, no solo el Premio Nobel de Literatura, sino, insólitamente, también el de la Paz.
Borges era muy conocedor de esta tremenda contradicción. Tan solo él y el francés Jean Paul Sartre se negaron a recibir ese premio, que hasta connotados poetas y novelistas de nuestra América, como Pablo Neruda, García Márquez, Mario Vargas Llosa, entre otros, lo han recibido, sintiéndose honrados —lo mismo sus connacionales—, a pesar de que conlleva consigo la muerte y la depravación, sin interrupción de las guerras a nivel mundial.
Bajo este pri sma, puede comprenderse la acción de Borges — no solo esa desafortunada, mal elegida visita al dictador—, sino su noble rechazo a recibir ese premio ignominioso que es otorgado con la comercialización de la pólvora y la dinamita. En efecto, esta última es invento de Alfredo Nobel, creador de la fundación que otorga el premio y que sobrevive —y es custodiada por la monarquía sueca—, con grandes inversiones en las armas que manejan las guerras, también, por la Cámara de Comercio de ese país y en las bolsas mundiales que se encargan de acrecentar el caudal que custodian en nombre del Premio de Literatura y principalmente de la Paz.
Dos años más tarde del terremoto por su visita a Chile, en una entrevista que se le hizo para el diario Clarín, Borges admitía su error y la astucia de Pinochet: «Fui a Santiago por una invitación de la Universidad de Chile para recibir un doctorado honoris causa —explicaba—. Luego me otorgaron esa orden que no pude rechazar. No soy para nada fascista; tampoco comunista, soy solo antiperonista. Dije cosas que quizá no debí decir y de las cuales ahora me arrepiento, pero eso se debe a que no sé nada de política»3.
LA FORMA ÉTICA DE UN «NO PREMIO NOBEL»
A mi entender, sus palabras y su decisión fueron un acto premeditado, una confesión que María Kodama la recibió de sus propios labios cuando, desde Suecia mismo, se le trató de sobornar, instándolo a que no fuera a Chile, a cambio de recibir el Premio Nobel. Con el ánimo claro y consecuente con su vida y su obra, Borges muchas veces se refxirió al «No Premio Nobel» con hidalguía, risueño, tranquilo e irónico como era su costumbre ante cualquier ataque, muy frecuentes a su literatura y a su persona.
Repetidas veces hizo referencia a este supuesto fracaso. En alguna de esas oportunidades dijo: «No se preocupen, se trata de una situación que lejos de molestarme, me divierte. Me apena sí por los argentinos, que la sienten como si fuera que han perdido un importante partido de fútbol»4.
En definitiva, no le molestaba que no le hubieran otorgado ese Premio, pues fue su oculto propósito que no se lo dieran y ganarse de esta manera, todos los restantes del mundo literario. Tal vez una maniobra no muy afortunada, por cierto, al elegir a Pinochet como excusa, como una estrategia y una trampa al Comité Sueco para no ser honrado con un «Premio con olor a pólvora», como dijo en más de una ocasión.
En otras referencias al Nobel, añadió: «No me dan el Premio Nobel porque en Suecia sigue habiendo gente sensata. Seguiré siendo el futuro Premio Nobel, aunque desde el momento en que nací he dejado de ganarlo», e insistía diciendo: «es posible que me quiten el Premio Nobel, pero no podrán hacerlo con mi candidatura permanente al Premio Nobel».
1978. BORGES EN QUITO
Jorge Luis Borges estuvo presente en Ecuador a finales de noviembre de 1978, oficialmente invitado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana y el Círculo de Lectores. En esos años, el gobierno ecuatoriano estaba en manos de un Consejo Supremo de Gobierno, conformado por tres miembros, representantes de cada rama de las Fuerzas Armadas: el almirante Alfredo Poveda, de la Fuerza Naval y Presidente del Consejo; el general de división Guillermo Durán Arcentales, de la Fuerza Terrrestre; y el general del aire Luis Leoro Franco, de la Fuerza Aérea.
Fue bajo el gobierno de estos militares que, con un gesto paradojal, Borges y María Kodama, entonces su secretaria privada, fueron invitados junto con un sinnúmero de otros intelectuales, poetas, escritores, ensayistas e historiadores de toda Latinoamérica, a asistir a los eve...

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