ESCENA PRIMERA
(OTERO PEDREGOSO, encrespadura del valle. Sentado en una peña, al borde del camino que cruza el otero, don Frontán, solitario y adusto.
Llega el Peregrino, vacila un instante viéndole tan ensimismado; por fin habla.)
EL PEREGRINO
Nuestro Señor y la Virgen lo acompañen… ¿No hará merced de una caridad a este pobre peregrino que viene de muy lejos?
(Don Frontán parece encastillado en su silencio. El Peregrino, temeroso, hace amago de irse. Se detiene, con leve sobresalto, al oír la voz repentina, grave y sonora de don Frontán, que dice.)
DON FRONTÁN
¿De dónde vienes, Peregrino?
EL PEREGRINO
De Tierra Santa, señor, de lejísimos, a donde fui llevado por mis remordimientos, que de día y de noche, y más de noche, se me entoñaban crudamente como astillas de pedernal.
DON FRONTÁN
Si puede alguna vez el diablo hacer de confesor, ¿quieres decirme cuál fue tu delito?
EL PEREGRINO
No es, a fe, la de usted la faz del diablo, que bien sabida la tengo de aquellas noches de mi condenación. Duro es mi delito de contar, y cada vez que lo repaso me parece que a Nuestro Señor nuevamente lastimo.
DON FRONTÁN
Habla sin titubeos de vergüenza, que estás ante un desvergonzado, sima negra y criadero de cuervos.
EL PEREGRINO
Bien sé que habla de burlas. Mas, vergonzoso o desvergonzado quien me oiga, no es del todo la vergüenza lo que me cohíbe. Ni el recelo del castigo, que por él clamo si no expié bastante; sino cosa de más dolor y sotileza. Y es que no es reverente recordar tan gran delito si no es para llorarlo, y no se llora por mandado y ante chanzas.
DON FRONTÁN
Perdone el Peregrino, que mis chanzas no son sino muecas del frío de mis huesos. No es broma lo que dije, quisquilloso compadre, de que soy sima negra y criadero de cuervos. Por querer ser padrino de los tuyos te llamo compadre: ¿también esta broma escuece?
EL PEREGRINO
(Mirándole.) No me escuece ya, señor, ninguna de sus bromas, y sea usted quien disculpe la escasez de mi conocimiento.
DON FRONTÁN
Confesión, alivio de confesores… Haz ya, Peregrino, la caridad de confesarte al diablo.
EL PEREGRINO
No lo miente, señor, que es mal principio.
DON FRONTÁN
Delante lo tienes.
EL PEREGRINO
Trolas… y disculpe. No es así como lo pintan.
DON FRONTÁN
Empieza.
(El Peregrino guarda silencio unos instantes. Después dice con reverentes pausas y encendidas cumbres de salmodia litúrgica.)
EL PEREGRINO
Se ignoran los hombres los unos a los otros y a sí mismos y al mundo que luce y al que duerme, y no sabe uno de qué claridades del cielo y de qué tormentas malignas está hecho todo, y uno mismo también. Y sin catarse de que el milagro puede muy bien llevar manto de rey o capa remendada, y aun ampararse en lo que nos parece muy sabido por ser de trato diario, se ahueca uno y se atiesa, y desprecia uno al semejante.
DON FRONTÁN
Y al fin puede pasar que se desprecie uno a sí mismo.
EL PEREGRINO
En eso no veo mal, sino conducta humilde.
DON FRONTÁN
No hablo de humildad.
EL PEREGRINO
Entonces no entiendo.
DON FRONTÁN
Mejor así.
EL PEREGRINO
Me ha dejado suspenso. Quisiera entender.
DON FRONTÁN
Saldrías del Paraíso. Y ni querrías volver, sino morir, morir para siempre y desde siempre, hacerte niebla, olvido, nada, ser borrado, no haber nacido, morir para la luz y el testimonio de todos los tiempos. Quédate, pues, mejor sin entenderme.
EL PEREGRINO
Dios me dé años, y cuando se acaben pueda yo devolvérselos cernidos. ¿Qué entendimiento puede haber contrario a esto?
DON FRONTÁN
Hay cosas que se entienden con los dientes.
EL PEREGRINO
La carne de los frutos.
DON FRONTÁN
Y frutos que entendidos o probados matan la voluntad de ser eterno.
EL PEREGRINO
Es la peor muerte.
DON FRONTÁN
¿Crees en la resurrección?
EL PEREGRINO
Sin ella no creería estar vivo.
DON FRONTÁN
¿Y crees estarlo de verdad?
EL PEREGRINO
Usted quiere asustarme… Si no estoy vivo estoy resucitado, y eso es mucho pensar.
DON FRONTÁN
Podrías no ser sino una sombra.
EL PEREGRINO
Para otros ojos no lo niego…
DON FRONTÁN
(Después de un silencio y queriendo dar naturalidad a su pregunta, pero con cierto misterio sombrío, a pesar suyo.) ¿Recuerdas a tu padre sin dificultad?
EL PEREGRINO
Tengo buena memoria.
DON FRONTÁN
¡Buena memoria!…
EL PEREGRINO
Buen hombre fue, y yo no tan derecho como él quisiera. Aún lo estoy viendo, y todo se vuelve sagrado con esta lembranza, hasta el molino, que ya molía el fruto de las escasas fincas familiares cuando él las labraba. Él guiaba el arado, y no me olvido de la primera vez que, siendo rapaz, fui delante de los bueyes. Los cuernos iban por las nubes y la voz de él me echaba al mundo de las obligaciones con mucho orgullo para mí. Estoy por decir que me paría. Después me dio un racimo de uvas, y yo las comí una a una, levantando de vez en vez los ojos para ver si veía mi calma de labrador, y que sabía estimar lo que da la tierra junto con los cuidados. ¿Por qué le cuento estas historias?
DON FRONTÁN
A ti te quiere la eternidad como el monte a sus flores.
EL PEREGRINO
No me lo diga, que si no está probado es peligroso, y si lo está y me lo descubren, ahora mismo me muero, y tengo que llegar vivo para que mi mujer, la pobre, no me haya esperado en balde. Pero viniendo a lo del morir, que usted dijo… Me pareció que hablaba de alguna persona. Y que la tal persona quiere una cosa así como cerrar los ojos y que Dios le olvide.
DON FRONTÁN
Cerrar los ojos… No se sabe. ¡Antes hay que abrirlos!
EL PEREGRINO
Por mucho que se abran siempre quedan enigmas para estos ojos.
DON FRONTÁN
Los enigmas viajan con las estrellas. Yo hablo de laberintos y de puertas cerradas, y de lo mal testigo que es el hombre de sí mismo.
EL PEREGRINO
En eso del testimonio de sí, creo que estoy al cabo y le doy la razón. Algo sé de eso. Y lo que peor ve un hombre de sí mismo muchas veces tengo pensado que es lo bueno. Y por un lado puede ser bueno que así sea, porque no viendo su bondad tiene que esforzarse en conseguirla o verla por el camino de las buenas obras, y no se queda como un rico en la holganza de su casa, diciendo qué bueno soy y sin dar fruto. Así es que en eso de las puertas cerradas que usted dice, deben tener también su parte las estrellas. ¡Alabada sea la malicia del Señor, y Él me perdone por emplear palabra tan profana!
DON FRONTÁN
¡Ah, si pudiese abrazarte, hombre!
EL PEREGRINO
(Cándidamente.) Yo lo deseo.
DON FRONTÁN
Hace muchos años que no abrazo a nadie…
EL PEREGRINO
Señor, por caridad, abráceme, que yo no me atrevo.
(Don Frontán lo abraza. Después vuelve a su inquietante y altiva reserva; y parece ya otro cuando dice:)
DON FRONTÁN
¿No sentiste una sierpe bullir dentro de mi pecho?
EL PEREGRINO
Por más que porfíe no he de creer más a sus chanzas que a su rostro.
DON FRONTÁN
Dime ahora el cuento de tu culpa.
EL PEREGRINO
¡Cuento, dice!
DON FRONTÁN
Es un cumplido…
EL PEREGRINO
Pues digo, ya sin preámbulos ni textos de doctores, que fue culpa de cobardía y de ahogar en flor un ímpetu de caridad.
(Se recoge en el recuerdo.)
Fue en noche de silencio altísimo y de gran soledad después de la nevada, allá en mis montes, hace muchos años. Demorábamos al calor de la lumbre mi mujer y yo; el hijo andaba ya por lejos, cuando, en aquella profundísima quietud, sonaron en la puerta de mi casa, en que todo es uno, cocina y zaguán, tres golpes mainos, muy políticos, como si fueran de la muerte. Se volvió mi mujer con la faz del miedo y yo, por apaciguarla, hurgué con mi vara en las brasas, tan tranquilo. En esto que llaman de nuevo, ...