Tecnologías de esperanza
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Tecnologías de esperanza

Apropiaciones tecnológicas para la búsqueda de personas desaparecidas en México

Darwin Franco Migues

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Tecnologías de esperanza

Apropiaciones tecnológicas para la búsqueda de personas desaparecidas en México

Darwin Franco Migues

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En un país con más de 98 000 personas desaparecidas, las pedagogías de búsqueda se han manifestado y trasladado de familia a familia y de colectivo a colectivo. Se busca en todo sitio y lugar. Se busca en vida y en muerte. Y, en cada proceso, las familias con un ser querido desaparecido han tenido que aprender a utilizar diversos tipos de tecnologías, desde las más rudimentales (pala, pico y varilla en "t") hasta las más sofisticadas (drones aéreos y terrestres o mapas satelitales), pues en su uso y apropiación reside la esperanza de verlos aparecer. Este libro hace un recuento de "las tecnologías de esperanza" que emplean desde hace varios años los colectivos de búsqueda: Las Rastreadoras de El Fuerte (Los Mochis, Sinaloa), Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos Nuevo León (Monterrey, Nuevo León), Grupo V.I.D.A. (Torreón, Coahuila), Los Otros Desaparecidos (Iguala, Guerrero) y Por Amor A Ellxs (Guadalajara, Jalisco) para buscar a sus seres queridos desaparecidos, pero también para crear contranarrativas frente al discurso del Estado que niega sistemáticamente la gravedad de este crimen de lesa humanidad.

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Information

Publisher
Tintable
Year
2022
ISBN
9786078346714

Tecnologías de esperanza y acciones tecno-políticas para buscar a las y los desaparecidos en México

En el marco del Modelo de la Cuádruple Desaparición, este apartado ofrece información empírica para comprender cómo es que quienes integran diversos colectivos de búsqueda afrontan estas cuatro fases de la desaparición, centrando de manera específica la mirada en el desarrollo de estrategias comunicacionales y en la implementación de las tecnologías de esperanza, simbiosis que implica la comprensión tanto de las apropiaciones personales/colectivas de las tecnologías empleadas para la búsqueda de las y los desaparecidos como la función simbólica de los cuerpos (de quienes buscan y de quienes serán encontrados). Ambos procesos constituyen una apuesta político-comunicacional para hacer aparecer al desaparecido no desde una noción de muerte/ausencia, sino mediante la vida/presencia que implica su búsqueda.
Al respecto, Irazusta sostiene que el trabajo de “hacer aparecer al desaparecido” radica, principalmente, en la capacidad de agencia de quienes lo buscan, pues “el desaparecido” es una figura potente porque “a pesar del vacío que evoca” (2017: 141), este no está aislado de su historia ni está imposibilitado de identidad porque su ausencia se vuelve “una presencia espectral, socialmente densa, excepcional en el curso de cualquier sociedad activa” (2017: 142). Por ello es que producen agencia en quienes buscan, porque dota de un nuevo sentido a la catástrofe que padecen, ya que activan nuevas formas asociativas que los hace emerger en el espacio público a través de las acciones de quienes emprenden su búsqueda.
Pero antes de reconocer esta agencia, quienes buscan experimentan una pérdida de potencia que los hace transitar a través de diversos paisajes que, sin saberlo, los conducen a su insurrección. Reguillo, inspirada en la potencia de Spinoza (1977), precisa que los paisajes insurrectos —expresiones colectivas de rechazo al orden sistémico— emergen “ahí donde las personas experimentan una pérdida de potencia y son capaces de nombrar —si bien difusamente— de dónde proviene este afecto triste y coincidir con otras y con otros en esta experiencia” (2017: 53). El panorama desolador alrededor de las desapariciones en México no solo precisa las múltiples razones por las cuales los familiares de las y los desaparecidos, principalmente las madres, se articulan en la búsqueda, sino también evidencia que la pérdida de su potencia (pulso vital de vida) reside en el afecto triste que causa una desaparición y en la siempre reiteración de la ausencia que provoca un duelo inacabable por la no localización del ser amado (Diéguez, 2016).
Mirna Nereyda, líder de Las Rastreadoras de El Fuerte, narra que la creación del grupo fue el resultado de la suma de las tragedias individuales que cada familia sufrió; por ejemplo, ella se convirtió en una rastreadora el 14 de julio de 2014, día en que su hijo, Roberto Corrales Medina, fue desaparecido por hombres armados que se lo llevaron de su negocio ubicado en el municipio de El Fuerte, Sinaloa. Ese día, la palabra desaparecido emergió con fuerza en su vida generando una pérdida de potencia, en el sentido spinoziano, que paralizó su cuerpo y vida hasta que aprendió, como también lo hicieron el resto de Las Rastreadoras, a nombrar a aquello que le hacía daño. A lo largo de su experiencia entendió que la búsqueda de su hijo, al cual encontró con sus propias manos tres años después,19 solo podría generarse si recuperaba la potencia de su cuerpo.
Lo mismo pasó con Silvia Ortiz y Óscar Sánchez-Viesca tras la desaparición de su hija, Silvia Stephanie Sánchez-Viesca Ortiz, ocurrida el 5 de noviembre de 2004. También ocurrió con Leticia Hidalgo de Fundenl, que sintió esto cuando su hijo Roy fue desaparecido por policías de Escobedo, Nuevo León, el 11 de enero de 2011. Mismo caso es el de Mario Vergara, a quien le secuestraron a su hermano, Tomás Vergara Hernández, el 5 de julio de 2012 en Huitzuco, Guerrero, y el de cada una de las madres que integran el colectivo Por Amor a Ellxs, quienes también encarnaron el peso de una desaparición hasta que encontraron la potencia para buscar a sus familiares.
Dicha potencia, siguiendo ahora a Irazusta (2017), tiene una doble articulación porque se manifiesta en el cuerpo-presente (de la madre buscadora) a través de la significación del cuerpo-ausente (el ser querido desaparecido), lo cual crea entre ambos un sistema comunicativo mediante el cual sus potencias intercambian los significados que impulsan la agencia que detona: búsqueda y esperanza (Franco, 2019a). Larrosa, quien ha investigado el uso del cuerpo como una pantalla simbólica dentro de contextos políticos, precisa que todo cuerpo, por sí mismo:
comunica opiniones políticas a través de su adherencia pública a tal o cual proyecto político, pero también a través de su comunicación corporal, su vestimenta, sus posturas y más. Por ello, los cuerpos se convierten en pantallas simbólicas que proyectan ideas y opiniones políticas (2018: 164).
Aunque en esencia las familias buscadoras no persigan un proyecto político, sí utilizan sus cuerpos y la materialización espectral de sus desaparecidos —cuando estos aparecen en fotos, mantas o imágenes impresas sobre sus ropas— como instrumentos políticos, pero también como formas de insurrección porque, al decidir salir a buscar a sus hijos, lo que edifican en el espacio público-mediático es un potente dispositivo comunicacional que ayuda a que otras madres puedan:
1. Nombrar su dolor.
2. Identificar la potencia de sus cuerpos.
3. Activar su capacidad de agencia.
Este dispositivo comunicacional se activa cada vez que atribuyen un significado a sus acciones de búsqueda20 y cada vez que comparten esto con otras personas durante una protesta, marcha o acción memorial. La noción del cuerpo como pantalla simbólica y el reconocimiento de la potencia política hacen del desaparecido:
una figura socialmente eficaz para establecer conexiones significativas entre el pasado y el presente, entre aquellos y estos desaparecidos, para movilizar moral y políticamente a la sociedad y hacer de quienes buscan, un sujeto político que plantea una crítica social fundamental (Irazusta, 2017: 148).
Por ello, nombrarse como “buscadoras” o “rastreadoras de tesoros” implica una visión política de su acción porque las personas, al buscar en fosas clandestinas o en morgues, proyectan no solo lo cruento de la violencia, sino también el proceso mediante el cual la acción política (buscarlos) sustrae a las y los desaparecidos de la estadística de muerte para colocarles ante un escenario de identificación donde lo que emerge es un paisaje de esperanza e insurrección. Esto último surge como una reacción directa frente a un Estado que ha sido inoperante en la búsqueda de quienes son desaparecidos y en la investigación de todos aquellos que se dedican a desaparecerlos. Al respecto, Reguillo (2017) precisa que todo paisaje insurrecto pasa por tres fases:
1. La identificación del afecto triste que nos impide actuar.
2. La acumulación y condensación de ese afecto que nace del reconocimiento de lo intolerable y, a la vez, articula la capacidad de nominación colectiva y el encuentro con los otros, con los cuales es posible “pasar de un estado de tristeza a uno de alegría, de potencia de actuar”.
3. La acción colectiva donde es posible nombrar a “las fuerzas que minan los afectos que nos hacen personas” (2017: 56).
Para Reguillo, “la multitud conectada se hace presente” en esta última fase, pero esto, aclara, no es suficiente si no existe un deseo que articule la recuperación de la potencia y la capacidad de renombrar la tragedia, como podemos observar con los siguientes testimonios:
Nosotras decidimos conjuntarnos como rastreadoras cuando nos reconocimos en el mismo dolor, pero también en la misma inacción de las autoridades… porque tener un desaparecido en Sinaloa (en México) implica aceptar que se está sola porque ninguna autoridad o, incluso, la sociedad va a hacer algo por tu desaparecido o por ti. Así que lo que nos unió, y nos sigue uniendo, es el deseo de encontrar a nuestros tesoros… encontrarlos no importa como sea que lo hagamos (Mirna Nereyda, líder de Las Rastreadoras de El Fuerte).
Yo salí a buscar a mi hermano Tomy porque comprendí que nadie lo buscaría, y así fue como aprendí a recorrer los cerros y leer la tierra buscando cualquier indicio que me pudiera llevar a él o a los muchos más que en mi pueblo están desaparecidos. Ahí fue cuando nos juntamos para decirle al Estado que acá también había más desaparecidos y que debían buscarse igual que a los 43 (Mario Vergara, integrante de La Brigada Nacional de Búsqueda).
A nuestra Fanny la hemos buscado nosotros, pues desde que se la llevaron, las autoridades no hicieron nada… ahí, en ese buscar, encontramos a más personas con la misma tristeza, pero también con el mismo deseo de salir a buscar para encontrar a nuestros desaparecidos (Silvia Ortiz, integrante de Grupo V.I.D.A.).
Estos testimonios hacen visible el deseo que une a las familias buscadoras: la localización de sus seres queridos desaparecidos, y es en esta acción y deseo donde se articulan y acuerpan cada una de sus acciones, lo cual, comunicacionalmente hablando, les permite aprender de forma paulatina que su tragedia no es un caso aislado, sino un problema social, es decir, pasaron de pensarse como familias solas a reconocerse como colectivos de familias definidas por un mismo dolor, pero unidas con una misma esperanza. Es en ese reconocerse en la búsqueda que produjeron un cambio de sentido y un reconocimiento colectivo de aquello que les causaba dolor, por un lado, la ausencia de su familiar, pero, por otro, la indolente innacción del Estado para buscarle.
En los cinco colectivos que se entrevistaron para este libro, así como en las decenas más que existen en el país, su integración se dio a partir del reconocerse acompañados en la tragedia y tras identificar que solo de manera colectiva podrían incidir en la obligatoriedad que tiene el Estado para hacer valer sus derechos, demandas y peticiones. Este reconocerse como parte de una communitas de dolor implicó romper con la inercia de la incomunicación o al aislamiento social que el efecto de tristeza o dolor conlleva para dar paso a un espacio donde las personas reconocieron que su dolor puede ser comunicable. Como sugiere Veena Das, “la afirmación ‘me duele’ no es un enunciado declarativo que pretende describir un estado mental, sino que es una queja” (2008: 432), y esa queja, precisa Diéguez, “lejos de hacer el dolor incomunicable, propicia un encuentro a partir de reconocerse en experiencias de dolor” (2016: 50), pero también a través de experiencias de búsqueda, esperanza y reencuentro. Este “buscar en vida o en muerte” para hacer aparecer a los desaparecidos ha sido, sin duda, uno de los elementos comunicacionales más importantes para los colectivos de búsqueda en México, pero también lo es el saberse parte de una estructura de sentimiento como llama Larrosa (2018) —inspirado en Raymond Williams— al proceso mediante el cual los cuerpos comunicacionalmente se identifican con otros porque comparten procesos y significados de vida.
Estar en un colectivo de búsqueda, como afirmaron sus integrantes en las entrevistas, las y les hizo aceptar su dolor y, a la vez, despertó en ellas y ellos la potencia del hacer, ya que ver a otros buscar en campo hace surgir la necesidad de articulación y pertenencia a un espacio donde se identifica que habrá comprensión, aprendizaje y esperanza. Esto implica el reconocimiento de la búsqueda como una acción colectiva que activa la agencia de las y los buscadores para minar el dolor no solo porque se acepta que esto pudiese acercarles a conocer la verdad en torno a la desaparición de su ser querido, sino también porque cada reencuentro implica un bálsamo que renueva la esperanza en quienes buscan. Por ello es que en los grupos de búsqueda muchas veces se continúa, aunque ya se haya localizado al familiar: “a mí me siguen faltando todos los tesoros de mis hermanas”, expresó Rosario, quien integra Las Rastreadoras de El Fuerte y quien localizó a su ser querido luego de un año de estar en el colectivo; actualmente, ya tiene cuatro años en él.
Ese sentido de pertenencia a una communitas de dolor y esperanza les permite a las familias aprender a nombrar de manera colectiva aquello que les duele (la desaparición) y a señalar a quienes causaron dicho dolor (el grupo criminal o los agentes del Estado que perpetraron la desaparición) e, igualmente, a todos aquellos que lo perpetúan al no cumplir con sus obligaciones de búsqueda, investigación e identificación (agentes del Estado). Al poder nombrar esto, ellas y ellos también han sido capaces de recuperar de manera paulatina la potencia pérdida tras la desaparición de su ser querido, lo cual ha generado que su capacidad de agencia se manifieste en sus roles como buscadoras y buscadores, pues es en su búsqueda en el espacio público donde se activa la función simbólica de los cuerpos (presentes y ausentes) y donde su paisaje de insurrección se manifiesta en el hacer aparecer a la o el desaparecido. También es ahí, en ese acuerpamiento individual y colectivo, donde se construyen estrategias comunicacionales y tecnologías de esperanza, las cuales se emplean tanto para instituir un nuevo sentido/significado en torno a las desapariciones y las personas que han sido desaparecidas como para generar acciones tecno-políticas que, mediante el uso de todo tipo de tecnología, los lleve a encontrar a todas y todos sus seres queridos.

Tecnologías de esperanza y acciones tecno-políticas de búsqueda

Toret definió a la tecno-política como “la capacidad colectiva de apropiación de herramientas digitales para la acción colectiva” (2015: 21) y, quizá, cuando pensamos en estos términos nos imaginamos las diversas implementaciones y apropiaciones tecnológicas de movimientos e insurrecciones sociales como Occupy Wall Street, el 15-M, la Primavera Árabe, el #YoSoy132 o acciones feministas como el #MeToo. Sin embargo, esta capacidad colectiva de apropiación también tiene manifestaciones microsociales que inciden en la acción colectiva y que, en muchas ocasiones, no son ejercidas por jóvenes, sino por adu...

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