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eBook - ePub
About this book
Finalistas del VII concurso de relatos de ciencia ficción Homocrisis 2021. Para el ser humano, conquistar lo desconocido forma parte de su naturaleza. Éstos diez relatos nos llevan a profundizar en cómo seríamos si estuviésemos atrapados en Marte, si poseyéramos una tecnología avanzada para guardar nuestros recuerdos o viajar por el espacio, si no quedase más humanidad que una colonia en una nave o si todo lo que conocieras estuviera dentro de cuatro paredes. Premisas que, con sus matices, harán que te cuestiones como sería todo en ese futuro.
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Information
De la luna y el mar
Leyre Irene Avilés Canalejo
Esta es la historia de un pueblo. Uno de esos pequeños pueblos costeros perdidos de la mano de Dios, consagrados a la pesca. Pueblos tan orgánicos como funcionales, de casas aglomeradas y caminos escarpados desdibujados por la niebla. Pueblos de habitantes afanosos y hoscos, anclados a sus costumbres y tradiciones. Pueblos monótonos donde la rutina es la señora del lugar y son las aguas las que dictan el curso de los acontecimientos. Pueblos donde nunca pasa nada.
Hasta que pasa.
Y cuando pasa, nadie está preparado para nada salvo para especular.
En uno de esos pueblos había una taberna. Era el típico establecimiento compuesto por cuatro tablones capaces de soportar todo tipo de adversidades climatológicas y el único lugar decente para socializar. En su interior las luces parpadeaban indicando que estaba abierto. Fuera hacía un tiempo de perros.
No era tan tarde como para que hubiera borrachos deambulando por la calle ni tan pronto como para que los muelles empezaran a funcionar, pero la taberna estaba abarrotada. No por el mal tiempo. No por coincidencia. Se respiraba un ambiente rígido, a la espera de algo, nadie sabía muy bien el qué. Lo que sí sabían sin necesidad de preguntar era quién llevaba la voz cantante: un hombre de mediana edad y barba tupida que iba embutido en un llamativo impermeable amarillo. Era el mariscador, el único de los presentes que parecía saber lo que ocurría, aunque su explicación se basaba fundamentalmente en rumores. Aun así eso bastaba para mantener a todos en tensión.
Quien también sostenía los pilares de la conversación era otro hombre moldeado por la experiencia, un viejo lobo de mar. Más tarde, cuando tenga ocasión de hablar, comprobaremos que su postura frente a lo ocurrido es más bien escéptica, y que no dudará en perjurar con tal de llevar la razón. Hasta el momento el mariscador se había mostrado indiferente ante esta conducta, primero porque ya estaba acostumbrado, segundo porque se había generado un amago de disputa y él tenía todas las de ganar. Era el aprendiz de pescadero quien saltaba de uno a otro, ávido de información. Se trataba de un joven desgarbado y complexión desproporcionada que tenía la mentalidad de un niño. Solo él era tan imprudente como para interponerse entre los dos y lanzar las preguntas que rondaban desde hacía rato por las mentes de todos.
—Que sí —estaba diciendo el mariscador—, que yo lo vi. Que lo escupió la luna al mar. —Dio un profundo sorbo a su jarra y tragó con fuerza. Los demás aguardaron, expectantes. Se secó la barba, contento de ser el centro de atención pero todavía impactado por lo ocurrido—. Tal vez escapara de la estación espacial.
—¿Por qué? —preguntó el aprendiz con los ojos desorbitados por el asombro y una expresión de auténtico interés—. ¿Espionaje? ¿Robo a mano armada? ¡¿Asesinato?!
—No seas idi*ta, allí las cosas no funcionan así. —El viejo lobo de mar palmeó la espalda del muchacho antes de pasar un brazo nervudo sobre sus hombros—. Si hubiera cometido un delito estaría flotando, pero no en el agua. —Y señaló hacia el techo antes de deslizar su índice por la garganta del aprendiz, presagiando un final funesto. La sugerencia fue acogida con un estremecimiento general.
—¿Y si es un turista extraviado? —sugirió el aprendiz desembarazándose de él.
—Claro, y ha venido a ver el mercado de percebes y a traficar con redes de poliéster, no te fastidia —farfulló el mariscador con ironía—. Anda, espabila y termínate la copa antes de que lo haga yo por ti.
El aprendiz refunfuñó un poco. Luego apuró su bebida.
—¿Entonces por qué está aquí?
Era una pregunta de doble rasero. Al deseo colectivo por conocer la historia del misterioso individuo que había aparecido en el mar había que sumarle el hecho de que aquel pueblucho se situaba, como tendían a expresar con total libertad sus lugareños, escupiendo a la derecha. En el mapa más antiguo de todos (en los nuevos ya no aparecía porque el resto del mundo había olvidado su existencia) la isla que ocupaba el pueblo estaba en el extremo más alejado de la civilización conocida y casi siempre había que rascar el papel para localizarla, porque se confundía con motas de polvo, manchas de tinta reseca o migas de galleta de pescado fosilizadas. Las probabilidades de que lo ocurrido aquella noche hubiera sido cosa del azar eran tan altas como que nombraran a aquel pedazo de cascotes patrimonio de la humanidad.
—Ese chalado no viene del espacio —zanjó entonces el viejo con rotundidad—. Solo es un pobre diablo que no sabe manejar un barco, te lo digo yo. La tormenta lo habrá arrastrado hasta aquí.
—¿Entonces se perdió? —exclamó el aprendiz, que se moría por llevarse algo de crédito—. ¿Lo veis? ¡Tenía raz…!
—Lo que es, es raro como pez abisal —lo ignoró el mariscador—. Dicen que cuando emergió del agua lo hizo como Dios lo trajo al mundo.
El lobo de mar lanzó un esputo al suelo.
—Un exhibicionista, menuda novedad. —Se giró hacia el impermeable amarillo—. Si tu primo cuando va de pesca va solo con el arpón.
—Pero mi primo no tiene una anatomía «ligeramente distinta».
—¿No es patizambo? —dijo el aprendiz.
El mariscador abrió la boca para replicar. La volvió a cerrar. El lobo de mar soltó una sonora carcajada.
—Lo que quiero decir —se repuso— es que todo esto es de lo más extraño: aparece de noche como si lo hubieran lanzado del cielo, completamente desnudo con la que está cayendo y con una fisionomía que parece… extraterrestre.
—¿Extraterrestre como en Alien vs Predator o tipo Star Trek?
El mariscador miró al aprendiz de hito en hito.
—¿Qué? No tienen nada que ver y todos son del espacio exterior.
—Yo sigo diciendo que viene de la luna. —Pidió que le rellenaran la jarra—. Allí hay un puesto intergaláctico de esos.
—Será puerto —lo corrigió el aprendiz—. Puerrrto intergaláctico.
—¿Cómo va a ser puerto si no tienen mar? —rebatió el mariscador.
En ese momento se abrió la puerta. Afuera caían chuzos de punta, y el viento, transformado en vendaval, sacudió la taberna hasta los cimientos. Las botellas tintinearon en sus estantes. Desde la oscuridad que perforaba la noche una silueta encapuchada avanzó contracorriente hasta situarse en el rectángulo de luz. Alguien se apresuró a cerrar la puerta.
—Si viene de la luna tiene sentido que...
Table of contents
- Prólogo: El último vals
- De la luna y el mar
- Aquella parte de la luna
- La eficacia de las plegarias
- Una rebelión natural
- Nueve meses circadianos
- El tránsito hacia la siguiente etapa
- El cazatalentos
- Sin conexión
- El edificio
- El protocolo del punto y final