Mujeres en tránsito
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Mujeres en tránsito

Viaje, identidad y escritura en Sudamérica (1830-1910)

Vanesa Miseres

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Viaje, identidad y escritura en Sudamérica (1830-1910)

Vanesa Miseres

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Mujeres en transito: viaje, identidad y escritura en Sudamerica (1810-1930) parte de la incidencia que los relatos de viaje (extranjeros y locales) tuvieron en la formacion discursiva de las sociedades sudamericanas. El texto revisa la limitada consideracion que ha recibido la escritura femenina dentro de los estudios sobre literatura de viaje y analiza en detalle los relatos de cuatro mujeres que viajaron hacia y desde Sudamerica en el siglo XIX: la socialista y activista franco-peruana Flora Tristan (1803-1844), las argentinas Juana Manuela Gorriti (1816-1892) y Eduarda Mansilla (1834-1892) y la peruana Clorinda Matto de Turner (1852-1909). Cada una de estas mujeres viajo y escribio en diferentes y significativos momentos de la historia de las naciones sudamericanas y sus textos explicitan las relaciones transculturales existentes entre las regiones del hemisferio y entre Sudamerica y Europa. Su posicion privilegiada pero todavia marginal en sociedades que limitan el accionar femenino, los motivos particulares para viajar y las conexiones personales y simbolicas que mantienen con mas de una cultura hacen que estas cuatro viajeras articulen un imaginario transnacional a traves del cual revisan categorias como las de genero, clase, modernidad y homogeneidad cultural que sentaron las bases de la sociedad decimononica. Cada viajera nos habla de los modos en los que se conecta con su sociedad, con la de otros y como se construye a si misma y a esos territorios en medio de un espacio cultural en transito, ofreciendo una forma mas compleja / completa de pensar las relaciones culturales e identitarias en el siglo XIX.

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CAPÍTULO 1

PARIA Y PATRIA ITINERANTES: FLORA TRISTÁN EN EL PERÚ

Peregrinaciones de una paria narra el viaje y la estadía de Flora Tristán (París, 1803- Burdeos, 1844) en Perú entre 1833 y 1834. Escrito originalmente en francés y publicado por primera vez en Francia en 1838, este relato llama la atención sobre una forma de escritura que revela la heterogeneidad y versatilidad del relato de viaje. Su narración incorpora elementos del diario íntimo, del cuadro de costumbres y el tono de la novela de aventuras y del panfleto socialista que la misma autora ensayará años más tarde (Basadre, Prólogo XVIII). Esta complejidad formal de Peregrinaciones guarda una estrecha relación con la diversidad temática del texto, que excede el mero recuento de las experiencias personales de Tristán antes y durante su viaje y aborda cuestiones filosóficas sobre la naturaleza humana, la división (injusta y desigual) de los roles de género, las diferencias entre sociedades y razas y el estado de la cultura y la política peruanas post independencia. En cada caso, lo que se destaca en la escritura de Tristán es su desafío constante a cualquier forma monolítica de pensar su propia identidad y la de su nación anfitriona. Su capacidad para explorar y explotar positivamente los intersticios de categorías identitarias como la nacionalidad y el género para referirse a sí misma como paria, por fuera de las fronteras nacionales, y para analizar el estado de la república peruana desde el negado aunque relevante papel de la mujer dentro de ésta, es lo que constituye el foco de mi análisis en este capítulo.
La obra de Flora Tristán, si bien no puede ser reducida a un simple efecto de su biografía, está vinculada a circunstancias que resultan determinantes para la escritura de muchos de sus textos. Las dificultades personales y legales que atravesó a lo largo de su vida, le proveerán mucho del material que motivará su activismo social por la legalidad del divorcio, los derechos de la mujer y la situación marginal de los obreros en las industrias europeas. Este interés por sectores o actores ignorados en la sociedad que se sugiere en Peregrinaciones, será formulado con mayor profundidad en textos como L’Union ouvrière (1843) y Le tour de France (publicado póstumamente en 1973), en los que nuevos viajes y recorridos por Inglaterra y el interior de Francia la ponen en contacto con mujeres y trabajadores en situaciones de explotación que despiertan su activismo y escritura de denuncia.1
Nacida en Vaugirard, cerca de París, el 7 de abril de 1803, Flora era la hija de una mujer francesa, Thérèse Laisnay, y el coronel peruano de la armada española, Mariano Tristán y Moscoso. Tal como se relata en el prefacio de Peregrinaciones, la relación entre Thérèse y Mariano nunca fue oficializada porque este último no había pedido la autorización al rey para casarse, como correspondía en el caso de los integrantes del ejército español. Por esta razón, al morir su padre, cuando Flora tenía cuatro años, tanto ella como su madre quedaron en la completa indigencia. Sólo heredaron del coronel una casa que, con la guerra del estado francés contra España, les fue confiscada, y el monto de su alquiler pasó a formar parte de los pagos a los cofres municipales. En 1820 y en medio de una pobreza absoluta, Tristán se casa, a los 17 años, con su empleador, el pintor y litógrafo André Chazal. En el transcurso de este matrimonio, que resultará en maltratos y persecuciones por parte de Chazal, Flora dio a luz a tres hijos, de los que sobrevivieron dos, Ernest-Camille y Aline-Marie, futura madre del pintor Paul Gauguin.2 La pareja se separó en 1825 pero Tristán no pudo obtener el divorcio legal bajo el Código Civil Napoleónico.
Con la intención de reclamar su herencia paterna y de escapar del asedio de su ex esposo, Flora Tristán viaja a Perú el 7 de abril de 1833. Allí recurre a su tío don Pío Tristán, con quien ya se había contactado previamente a través de cartas. Don Pío la recibe en su casa en Arequipa pero le niega los derechos sobre los bienes de su hermano (el padre de Flora), rigiéndose por la ley española aún vigente en el Perú sobre los hijos naturales. Más tarde, y después de un ir y venir de argumentos que Tristán también registra detalladamente en el relato de su viaje a Perú, su tío accede a entregarle la quinta parte de lo correspondiente a las propiedades de su padre. Tras permanecer varios meses en Arequipa y vivir con su familia peruana–una de las más tradicionales de la ciudad–pero sin dejar de recibir negativas y rechazo ante su reclamo, el 25 de abril de 1834 Flora Tristán se marcha a Lima y parte nuevamente desde la capital peruana hacia Europa el 16 de julio del mismo año. Durante su paso por el país andino, la viajera lleva un cuaderno de anotaciones que cuatro años más tarde se transformará en Peregrinaciones de una paria.
Luego de la publicación de Peregrinaciones, muchos críticos e historiadores han aseverado que su tío don Pío Tristán, indignado por la dura crítica que se hace en el texto sobre su círculo social y familiar, le niega el dinero de la pensión que había aceptado enviarle, al tiempo que los ejemplares de la edición son quemados públicamente en la Plaza Central de Arequipa (Pérez Mejía 103, 139; Salazar Jiménez sin paginación). Este gesto de alguna manera anticipa el juicio y el “pacto de silencio”–como lo llama Estuardo Núñez (Viajes y viajeros extranjeros por el Perú 39)–que durante casi un siglo recayó sobre el texto de Tristán. En el siglo XIX, sólo una mujer rompe este “pacto de silencio”: Carolina Freyre de Jaimes, escritora y periodista tacneña, ofrece un discurso en el Club Literario de Lima en 1875, en el cual analiza (después de hacer su propia traducción, ya que no existía ninguna disponible en ese momento) el relato de Flora Tristán en relación con el contexto histórico y literario peruano. Otras mujeres la secundan en el siglo XX: Magda Portal, en 1933, la incluye en su libro Hacia la Mujer Nueva, junto a otras figuras como Zoila Aurora Cáceres, Clorinda Matto y Francisca Zubiaga; y Catalina Recavarren, poeta y escritora, publica en 1946 La Mujer Mesiánica y traduce cartas de Tristán, entre ellas las dirigidas a Charles Fourier y Victor Considerant (Miloslavich Tupac 31).3 No obstante, el círculo literario y crítico peruano tendió a menospreciar o ignorar por décadas el valor de Peregrinaciones de una paria alegando que su relato carecía de estilo y falta de veracidad o que sus juicios eran el resultado del exabrupto de una mujer despechada por el rechazo de su familia. Es recién durante la primera mitad del siglo, momento en el que se publica la primera versión completa de Peregrinaciones en español,4 cuando este gesto paulatinamente se revierte y la obra de Flora Tristán comienza a ser estudiada desde otras perspectivas críticas en el campo latinoamericano, entre las que se destacan la autobiográfica (Peluffo; Guiñazú; Ramos; Santos), la etnográfica (Pérez Mejía; Denegri, “Desde la ventana”; Velázquez Castro; Pratt) y la feminista, que ha situado en la escritura de Tristán los orígenes del movimiento en Perú (Portal; Bullrich; Miloslavich; Bloch-Dano).
UNA MUJER, DOS PATRIAS
Esposa separada, viajera independiente que oculta detalles de su vida según el contexto que transita,5 hija ilegítima nacida en Francia pero integrante de una familia política y económicamente relevante del Perú, Tristán construye una voz propia en Peregrinaciones que da cuenta de esta complejidad constitutiva de su persona, la que se hará evidente tanto en el uso alternado de sus identidades francesa y peruana como en la articulación del término paria para definirse a sí misma. Esta inestabilidad enunciativa que haría tambalear la autoridad textual de cualquier escritor y viajero de su período es, sin embargo, un aspecto positivo en el texto de Tristán, una estrategia retórica que le permitirá presentarse como defensora de todos aquellos que, como ella, se encontraban desplazados por el marco de la ley y las constricciones sociales.
Images
Figura 1. Retrato de Flora Tristán. Bibliothèque Nationale de France, Cabinet des Estampes. Imagen de la Bibliothèque Nationale de France.
En Peregrinaciones de una paria, el viaje opera como elemento transformador del modo de pensar de la autora. El contacto con sujetos provenientes de diversos contextos y culturas y su paso por puntos transitorios en su recorrido de Francia a Perú, le ayudan a replantearse aspectos tan centrales en su obra como la identidad y la pertenencia. La mujer deja ver claramente que el viaje, como acto que da movilidad a los preconceptos sociales (culturales, raciales, económicos) (Peluffo, “El ennui” 371; Molloy 119), le permite desarrollar una mayor flexibilidad en sus conclusiones:
En aquella época era muy exclusivista. Mi país ocupaba en mi pensamiento más sitio que todo el resto del mundo. Era con las opiniones y los usos de mi patria con lo que juzgaba las opiniones y usos de los demás . . . Estaba todavía muy lejos de reconocer la solidaridad de las naciones entre sí, de donde resulta que la humanidad íntegra experimenta el bien y el mal de cada una de ellas. (109)
Al arrojar una mirada retrospectiva sobre su experiencia de viaje Tristán asume que, antes de partir a Perú, sus nociones en torno al origen y nacionalidad de un sujeto eran muy estrechas. Es el viaje y su posterior reflexión sobre esta experiencia lo que expande su capacidad de entendimiento acerca de la diversidad (de clase, racial, cultural) de los individuos y da inicio a lo que Denegri llama una “nueva conciencia” en Flora Tristán (“Estudio introductorio” 54). Este modo de entender la identidad por fuera de las fronteras nacionales, aspecto que será constitutivo de sus ideales socialistas (Vargas Llosa 21), puede percibirse en algunos momentos claves del relato de su travesía al Perú.
Luego de narrar su experiencia a bordo de El Mexicano como única mujer entre un pequeño grupo de cinco pasajeros y la tripulación, Tristán se detiene en una serie de episodios de su primera parada en Cabo Verde que le harán reconsiderar su filiación francesa como aspecto sobresaliente de su identidad. Cuando desembarca en Praia, uno de sus compañeros de viaje le presenta a M. Tappe, un francés que había abandonado su misión religiosa en la isla para dedicarse al comercio de esclavos. Sin importar lo que pudieran tener en común por compartir la misma nacionalidad, Tristán condena el “oficio” de su compatriota y lo describe implacablemente como un “antropófago bajo la forma de un carnero” (125) y “una bestia feroz” (126). Mientras que, en un principio, hubiera deseado encontrarse con un francés en el destierro, con quien seguramente compartiría intereses, hábitos, o al menos la nostalgia por la patria lejana, este francés que vive de explotar a otros humanos hace que la viajera tome conciencia de la esclavitud como práctica destructora, el origen de un mal social sin distinciones geográfico-territoriales. En otras palabras, Tristán no puede ver a este francés como un coterráneo y éste le resulta un agente extraño, casi monstruoso, con quien no tiene nada en común.
En este episodio del viaje de Tristán, resuena el modo en que la autora utiliza la nacionalidad en su relato como categoría móvil, que se refuerza o atenúa según las circunstancias. La viajera se desentiende de su ser francés frente a individuos como Tappe, agentes de una estructura social (la esclavitud) que impide el establecimiento de un sistema equitativo de trabajo, un punto clave del pensamiento socialista de su obra posterior.6 Sin embargo, en el primer prólogo de su relato titulado “A los peruanos,”7 la mujer utiliza su origen europeo como signo de autoridad para criticar el carácter corrupto y embrutecido del pueblo peruano (17). Más adelante, reafirma esta posición sosteniendo que sus impresiones son relatadas “tal como las sentí a la vista de nuestra superioridad sobre los individuos de las otras naciones” (109), marcando una clara distancia entre su yo europeo y el otro americano. Simultáneamente, la autora saluda en este mismo prólogo como “compatriota y amiga” (19), un gesto que la acerca a la sociedad peruana. En el segundo prólogo, la intención de acercamiento por parte de la autora hacia los peruanos puede notarse cuando ésta afirma que todo aquello que puede leer-se como un duro juicio a Perú en su relato es, en realidad, el consejo de alguien que ama a este país y que, por sentirse parte de él, necesita advertir sobre el presente errado de la nación: “nadie hay quien desee más sinceramente que yo vuestra prosperidad actual . . . [A]l ver que andáis errados y que no pensáis . . . he tenido el valor de decirlo, con riesgo de ofender vuestro orgullo nacional” (71). Para Salazar Jiménez, este “nosotros” inclusivo que sugiere el pró-logo, responde a “una estrategia discursiva para predisponer favorablemente el ánimo de los lectores peruanos, preparándolos para recibir las duras críticas que Tristán hará en su texto” (sin paginación). Es decir, su empatía con los peruanos, justo antes de condenar algunos de los aspectos más sensibles de la nación como las diferencias sociales y la ineficacia de los líderes políticos-militares, reafirma el carácter retórico y móvil con el que la autora comenzará a pensar la identidad (propia y ajena) después del viaje.
La segunda parada en el viaje de Tristán hacia Perú es en Valparaíso. La narración de su llegada a este puerto funciona como otra confirmación de la versatilidad que pueden adquirir las identidades y nacionalidades. Al igual que Cabo Verde, este espacio está signado por su carácter liminar. La ciudad portuaria es una zona de paso e intercambio sin una identidad propia, donde los sujetos están en constante desplazamiento, llevando y trayendo hábitos y costumbres de diverso origen, lo cual le otorga al puerto un carácter de indiscutible cosmopolitismo. Retomando el concepto de Mary Louise Pratt, el puerto es una “zona de contacto” (26) en donde las culturas o nacionalidades se condensan y confunden.
Efectivamente, la atención de Flora Tristán es captada por una serie de hábitos europeos que han sido “importados” a esta ciudad portuaria y que ahora forman parte de la vida cotidiana de todos los sujetos con los que la viajera se cruza. En la descripción de la viajera, el cuarto que alquila condensa el gusto inglés con el francés, los ricos juegan y montan a caballo, todos fuman cigarrillos y los hombres cortejan a las mujeres durante los paseos obligados por el muelle (180). La incapacidad de distinguir con certeza el origen de un sujeto por el análisis de sus hábitos en este ambiente portuario amplía el entendimiento de Tristán sobre la identidad de un sujeto. La autora comprende ahora que el vínculo entre un individuo y un espacio particular (el origen) no está determinado por ningún elemento de carácter ontológico. Éste depende de la capacidad de adquirir un conjunto de objetos suntuarios, gestos diferenciales y hábitos que, lejos de ser inherentes a un grupo, son objetos que pueden adquirirse, gestos que pueden imitarse, y actividades que serán replicadas por los individuos que habitan esta nueva zona de Amé-rica. Aquello que antes de partir entendía como su esencia nacional (francesa) se le aparece ahora, en medio de un viaje, como una postura transitoria, adquirida e intercambiable, que puede ser encarnada por sujetos franceses o por cualquier otro que adopte los hábitos del mundo europeo moderno, sin necesariamente pertenecer a él o estar en suelo europeo.
Otro momento en el que Tristán manifiesta su interés por esta suerte de identidades ambiguas es cuando narra su encuentro con el vizconde Étienne de Sartiges, viajero y diplomático francés en Brasil, autor de Viaje a las repúblicas de América del Sur (1851). Tristán conoce a de Sartiges en Lima mientras éste se encontraba visitando la ciudad; el encuentro se produce en casa de otro francés en donde ella se alojaba. Flora detecta en de Sartiges un ser cautivante y excéntrico para el contexto peruano, y lo caracteriza como prefigurando al dandy, como un “aristócrata del espíritu”–utilizando el concepto de Baudelaire–que en medio de los constantes cambios sociales, busca la trascendencia de su subjetividad en el cultivo de la elegancia y las buenas maneras (Bernabé 25):
El aspecto del vizconde se parecía al de aquellas jóvenes inglesas que encontramos a veces en nuestros paseos, a aquellas encantadoras criaturas cuyos hermosos ojos azules, celestes miradas, menudas facciones de virgen, tez blanca y sonrosada y cabellos con reflejos de oro, parecen que los han disputado a los ángeles . . . La indumentaria de ese pequeño silfo estaba en armonía con su gentil persona . . . Si al verlo costaba trabajo distinguir a qué sexo pertenecía, al escucharlo se quedaba uno aún más perplejo. (293)
A pesar de que este joven le provoca antipatía, Tristán reconoce y admira la valentía del francés que, como buen viaje...

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