Francisco
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Francisco

Mario Escobar

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Francisco

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El Primer Papa Latinoamericano. Un hombre que eligió como su primer acto una simple petición: por favor oren por mí.

Francisco es la biografía completa de un hombre humilde que de la noche a la mañana se ha convertido en uno de los hombres más influyentes del planeta.

La reciente dimisión del Papa Benedicto XVI tomó al mundo por sorpresa y por buenas razones. Más de 600 años han pasado desde que un Papa renunció a su cargo.

Jorge Mario Bergoglio, ahora Papa Francisco, es un hombre de oración, un hombre de acción y un hombre humilde que siempre ha promovido a otros sobre sí mismo. El fue quien en 2005 renunció al papado, para facilitar el ascenso de Benedicto XVI.

Sin embargo, el nuevo Papa enfrenta a una iglesia católica en crisis—una iglesia que ha perdido la atracción de los medios de comunicación de Juan Pablo II y es acosada por los escándalos de pedofilia. Su primer año puede no ser fácil, pero ni este hombre ni la Iglesia han eludido los retos que se les han impuesto.

El Papa Francisco es un hombre sencillo pero con una amplia formación teológica. Es un hombre de su tiempo, pero uno que también viaja en metro y autobús al igual que cualquier otro ciudadano. ¿Ha llegado por fin la primavera después de este invierno tan largo?

El primer papa latinoamericano es una completa biografía de un hombre humilde que repentinamente se ha convertido en uno de los hombres más poderosos e influyentes del planeta.

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Information

Publisher
Grupo Nelson
Year
2013
ISBN
9781602553422
PARTE III
Los cinco retos del nuevo papa Francisco
Capítulo 9
Capítulo 1
El primer papa de las Américas
Salió un día Francisco al campo a meditar, y al pasear junto a la iglesia de San Damián, cuya vetusta fábrica amenazaba ruina, entró en ella, movido por el Espíritu, a hacer oración; y mientras oraba postrado ante la imagen del Crucificado, de pronto se sintió inundado de una gran consolación espiritual. Fijó sus ojos, arrasados en lágrimas, en la cruz del Señor, y he aquí que oyó con sus oídos corporales una voz procedente de la misma cruz que le dijo tres veces: «¡Francisco, vete y repara mi casa, que, como ves, está a punto de arruinarse toda ella!». Quedó estremecido Francisco, pues estaba solo en la iglesia, al percibir voz tan maravillosa, y, sintiendo en su corazón el poder de la palabra divina, fue arrebatado en éxta-sis. Vuelto en sí, se dispone a obedecer, y concentra todo su esfuerzo en la decisión de reparar materialmente la iglesia, aunque la voz divina se refería principalmente a la repara-ción de la Iglesia que Cristo adquirió con su sangre.1

Cuando Bergoglio, a los pocos minutos de ser proclamado papa, el miércoles 13 de marzo de 2013, anunció su nombre, muchos debieron de quedar sorprendidos. Lo más normal es que los papas se pongan el nombre de un pontífice que les haya prece-dido, identificándose con su carisma y misión. El caso de Juan Pablo II es uno de los más significativos, que tomó su nombre tras la prematura muerte de Juan Pablo I, como señal de la con-tinuación de su trabajo apostólico. El propio Benedicto XVI se inspiró en Benedicto XV, el sumo pontífice de entreguerras, como ya hemos contado, pero ¿por qué un papa de origen jesuítico se pone el nombre del fundador de la orden franciscana?
El papa Francisco aludió a la elección del nombre en honor al fundador de los franciscanos y su defensa de los pobres. Algunos pensaron que sería Francisco I, pero el nuevo papa negó esa posibilidad. ¿Tenía Francisco la idea de que su nombre sonara más campechano?
Francisco es el primer papa que no usa un número para identificarse de posibles sucesores con su nombre. Aunque Lombardi ya ha advertido que el nombre pasará a ser Francisco I, cuando haya otro papa con el mismo nombre.
Pero la primera pregunta sigue presente: ¿por qué un jesuita toma el nombre de un franciscano? San Ignacio de Loyola también fue un hombre entregado a los pobres, que daba mucha importancia al voto de pobreza.
El papa Francisco lo explicó en una de sus entrevistas. Al parecer, el cardenal brasileño, Claudio Hummes, se sentó junto a él y le advirtió cuando estaba a punto de ser nombrado papa:

Cuando la cosa se estaba poniendo un poco peligrosa, él me reconfortaba, y cuando los votos alcanzaron los dos tercios y llegó el aplauso me abrazó, me besó y me dijo: «No te olvides de los pobres». Y esa palabra entró en mi cabeza, los pobres, los pobres. En relación a los pobres pensé en San Francisco de Asís, luego pensé en las guerras mientras el escrutinio continuaba. Francisco es el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia a la Creación. Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres.2

Está claro que las razones del papa Francisco son contundentes, pero al leer el libro de San Buenaventura y el llamamiento que Francisco de Asís recibe ante el crucifijo de San Damián, se intuye que la misión del papa Francisco será mucho más profunda y difícil que hacer una Iglesia más cercana a los pobres:

Fijó sus ojos, arrasados en lágrimas, en la cruz del Señor, y he aquí que oyó con sus oídos corporales una voz procedente de la misma cruz que le dijo tres veces: «¡Francisco, vete y repara mi casa, que, como ves, está a punto de arruinarse toda ella!».3

La orden y el imperativo hacia San Francisco son claros. Es una señal de alarma, pero suena también como súplica: «vete y repara mi casa».
¿Será Francisco un papa reformista?
Francisco, el papa de las reformas
Los antecesores del actual papa fueron hombres de continui-dad. Es cierto que Juan Pablo II tuvo un carisma especial, pero no produjo ningún cambio ni reforma significativa en las formas ni en el fondo de la Iglesia Católica.
La estructura de la Iglesia Católica sigue inamovible desde hace siglos y los intentos de transformación del Concilio Vaticano II se quedaron a medias. Es cierto que se hicieron cambios en la liturgia, que se dio algo más de protagonismo a los laicos y se modernizó en algunas cosas el propio sistema político y económico de la Iglesia, pero la mayoría de las reformas cayeron en saco roto.
El programa de reforma que planteaba Juan Pablo I fue mucho más ambicioso en los pocos meses que duró su pontificado que el largo papado de Juan Pablo II y el pontificado de Benedicto XVI.
Juan Pablo I dejó el estilo indirecto en los discursos y el plural mayestático, para hablar con un lenguaje más cercano. Abandonó la práctica de recibir desde la silla gestatoria, el trono de los papas, a sus visitas oficiales. De esta manera renunciaba a la figura de monarca de la Iglesia que se venía practicando desde la Edad Media.
Juan Pablo I tomó como lema de su pontificado Humilitas («humildad»), lo que se reflejó en el rechazo a ponerse la tiara papal4 en la ceremonia de entronización, cambiándola por una simple investidura. Aunque es cierto que sus sucesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, también desecharon esta práctica.
Una de las declaraciones más polémicas de Juan Pablo I fue «Dios es padre, y más aún es madre»,5 basándose en el texto de Isaías 49.14 y 15.6 Aunque su principal aportación era una encíclica que pretendía dar un impulso sin precedentes al Concilio Vaticano II, con la intención de que ese relanzamiento se convirtiera en un hecho de alcance histórico.
También quería reformar la curia, el sacerdocio y la redis-tribución de la riqueza material de la Iglesia Católica, haciendo que las parroquias más ricas dieran el 1% a las iglesias del Tercer Mundo.
En el terreno político, Juan Pablo I fue también muy beligerante. En la visita al Vaticano de Jorge Rafael Videla, dictador de Argentina, el pontífice le recordó las violaciones de los derechos humanos en su país.
Francisco parece más cerca de este estilo desenfadado de papa que del estilo de Benedicto XVI, mucho más sobrio.
Algunas de sus acciones ya están mostrando la nueva línea de Francisco. En su primera homilía ante los cardenales y fieles se centró en San José, el esposo de la Virgen María y custodio o guardián de Jesús y María cuando estuvieron en peligro. De esta custodia de San José, el papa Francisco hace una extra-polación para nuestros días:

Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos.7

El papa Francisco habla del cuidado de la naturaleza y del ser humano como misión de los cristianos, pero también de todo hombre creado por Dios.
Esta vocación de custodiar la desgrana en cuatro puntos: preocuparse por todos y por cada uno con amor, preocuparse por la familia, vivir con sinceridad la amistad y preocuparse también por la creación de Dios.
En la homilía pone un especial énfasis en la responsabilidad de los gobernantes en esta labor de custodios. No olvidemos que allí ya había muchos representantes políticos de todo el mundo:

Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompa-ñen el camino de este mundo nuestro.8

El papa Francisco comenta además la importancia de culti-var el hombre interior; si no nos cuidamos a nosotros mismos, difícilmente podemos cuidar a los que nos rodean:

Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que cons-truyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.9

Por último llama el papa Francisco a la valentía de amar y ser tiernos con los que nos rodean, para que no pensemos que el amor es más débil que el odio o el rencor:

Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.10

Para concluir quiso llevar un mensaje de esperanza, utilizando el texto de Romanos 4.18, en el que se cuenta cómo creyó el patriarca Abraham: «El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia».
La homilía refleja ese espíritu de custodios o mayordomos de lo que Dios nos ha dado, frente a una sociedad basada en la posesión material.
Otro de los primeros gestos del papa Francisco ha sido rechazar el Anillo del Pescador, de oro, con el que se sella los documentos del Vaticano, por otro más modesto de plata. También se comentaba que haría algo parecido con la cruz que suele portar de oro, sustituyéndola por una de hierro.
Otro de sus gestos inmediatos fue su negativa a utilizar el papamóvil y que el primer día se desplazara en uno de los coches de la policía.
En su primer desfile por la Plaza de San Pedro se bajó en varias ocasiones para saludar a la gente, menos preocupado por su seguridad que por la cercanía con los fieles.
Estos gestos demuestran su talante, pero ¿se quedarán en simples gestos? Esa es la gran pregunta, que únicamente será respondida cuando...

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