Vine Comentario temático: Profecía
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Vine Comentario temático: Profecía

W. E. Vine

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Vine Comentario temático: Profecía

W. E. Vine

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Disfrute los comentarios completos de W. E. Vine sobre profecía en un volumen.
William Edwy Vine, autor del celebrado Diccionarioexpositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento exhaustivo, fue unode los grandes eruditos bíblicos evangélicos del siglo XX. Trajo a todas susobras un nivel de cuidado y precisión exegética raro en cualquier siglo, asegurándose que sus escritos aún hablen a esta generación y las futuras.

Este volumen de Vine comentario temático: Profecía presenta las obras de Vine sobre profecía bíblica, la Segunda Venida y losúltimos días. La introducción general del libro y las instrucciones específicasantes de cada artículo explican el contexto original de las obras.

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Information

Publisher
Grupo Nelson
Year
2010
ISBN
9781602554931
SECCIÓN
1
PROFECÍA
PROCLAMACIONES PROFÉTICAS
Este primer artículo introduce apropiadamente muchos temas clave en cuanto a la profecía que serán útiles para que el lector pueda entender mejor la naturaleza y función de la misma. Los profetas no obtuvieron una percepción general de lo que debían decir, dominando su tema y expresándolo a voluntad, como el predicador de los días modernos; la influencia divina en sus declaraciones fue tal que las formas de expresión que sus comunicaciones tomaron fueron resultado de la acción del Espíritu Santo. Estos mensajes caen en dos categorías básicas: predicciones («las cosas que sucederán») y proclamaciones («las cosas que hay que cambiar ahora mismo»).
La misión del profeta era hablar en el nombre del Señor. El mensaje consistía en expresar la mente de Dios. «El concepto de profeta iba necesariamente acompañado de que él decía, no sus propias palabras, sino las que había recibido directamente» (Léxico Hebreo, de Gesenius). Así, cuando Moisés adujo su incapacidad para razonar con el faraón, Dios le dijo: «Tu hermano Aarón será tu profeta» (Éx 7.1), lo que quiere decir que Aarón pronunciaría la palabra de Dios en nombre de Moisés. La naturaleza de la profecía en este respecto se aplica a todos los profetas de las Escrituras, sea en el período cubierto por el Antiguo Testamento como en los tiempos apostólicos.
«Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada». Esto se explica, primero, por la declaración de que «nunca la profecía fue traída por voluntad humana». El que la profecía no sea de interpretación privada quiere decir que no se originó en la voluntad del profeta. Por el contrario, en segundo lugar, fue dada por Dios: «los santos hombres de Dios hablaron». Entonces, conforme a la acción divina en y por medio de los profetas, «fueron inspirados (literalmente, llevados) por el Espíritu Santo». En consecuencia, no es solo que la profecía no se originó en la voluntad del profeta, sino que él tampoco aportó su propia construcción en el mensaje que debía comunicar. Tanto el origen como el control eran de Dios. Los profetas no obtuvieron una percepción general de lo que debían decir, dominando su tema y expresándolo a voluntad; la influencia divina en sus declaraciones fue tal que las formas de expresión que sus comunicaciones tomaron fueron resultado de la acción del Espíritu Santo.
EJEMPLIFICADO EN EL CASO DE BALAAM
En este sentido, el caso de Balaam es instructivo. A pesar de sus deseos opuestos, el Señor le obligó a declarar los mensajes exactamente como se los dio. Balaam mismo dijo: «No puedo traspasar la palabra de Jehová mi Dios para hacer cosa chica ni grande» (Nm 22.18), y después, más tarde, «¿podré ahora hablar alguna cosa? La palabra que Dios pusiere en mi boca, esa hablaré» (22.38). En la siguiente ocasión dice: «Y Jehová puso palabra en la boca de Balaam, y le dijo…» (23.5). De nuevo, respondiendo al reproche de Balac, dice: «¿No cuidaré de decir lo que Jehová ponga en mi boca?» (23.12). La siguiente nota es que «Y Jehová salió al encuentro de Balaam, y puso palabra en su boca, y le dijo…» (v. 16). Finalmente, cuando Balac estalla en cólera debido a sus pronunciamientos, Balaam dice: «¿… Si Balac me diese su casa llena de plata y oro, yo no podré traspasar el dicho de Jehová para hacer cosa buena ni mala de mi arbitrio, mas lo que hable Jehová, eso diré yo?» (24.13).
Todo esto muestra claramente que el Espíritu de Dios determinó, en el caso de un profeta, no solo la forma de su profecía, sino las mismas palabras. Incluso aunque las Escrituras guardaran silencio sobre el punto, sería una conclusión perfectamente razonable que lo que era verdad en la profecía hablada lo era también en las escritas. La afirmación del apóstol Pedro citada arriba es autoritativa sobre el tema.
El vocabulario de estos mensajes fue, por tanto, inspirado; y si eso fue así en el caso de las palabras habladas, es por lo menos igual de posible en el caso de las escritas. En varios pasajes de las Escrituras se indica que fue así con las palabras habladas. Por ejemplo, respecto a las profecías de los setenta ancianos de la época de Moisés, la narración dice que «cuando posó sobre ellos el espíritu, profetizaron, y no cesaron» (Nm 11.25). Es decir, el Espíritu habló por ellos. No estaban simplemente interpretando un mensaje divino que les fue impartido. Mientras estaban bajo el poder del Espíritu, sus palabras no eran las propias como habitualmente; eran las palabras de Dios. Sus proclamaciones no fueron resultado de su propia voluntad. No es que los profetas fueran llevados a una condición mental de éxtasis, dejándolos incapaces de entrar inteligentemente en el significado de sus palabras; no hablaron desde fuera de su comprensión, aunque no captaron por completo el propósito o la aplicación completa de su mensaje.
PROFECÍA PREDICTIVA
En cuanto a la profecía predictiva, la precisión de las predicciones bíblicas provee una evidencia contundente de su inspiración divina. Se han hecho muchos esfuerzos para eliminar todo lo posible este elemento predictivo.1 Sin embargo, el carácter de estas predicciones en su totalidad, y en especial respecto a la profecía mesiánica, presenta tal «unidad, coherencia y cabalidad maravillosas» como para dar testimonio en contra de tales esfuerzos. Vale la pena citar las palabras del profesor Flint a este respecto: «Este hecho amplio, general —esta vasta y extraña correlación de correspondencia— no puede ser en lo más mínimo afectado por preguntas de la “alta crítica” en cuanto a la autoría, tiempo, origen y modo de composición de los varios libros del Antiguo Testamento.... Respóndase a todas las preguntas en la manera en que la crítica más alta y más racionalista de Alemania u Holanda se aventuran a sugerir; acéptese en toda pregunta crítica propiamente las conclusiones de las más avanzadas escuelas críticas y, ¿qué se sigue? Meramente esto, que aquellos que lo hacen así tendrán, en varios aspectos, que alterar sus nociones en cuanto a la manera y método en los cuales el ideal de la persona, obra y reino del Mesías, punto por punto, línea por línea, evolucionó y se desarrolló. No habrá, sin embargo, ni una sola palabra o frase, ni un solo renglón o rasgo mesiánico menos en el Antiguo Testamento».
DEUTERONOMIO 18.18-20
En las instrucciones divinas a Israel respecto a los profetas que se levantarían de ellos, Dios dijo: «Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta. El profeta que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá» (Dt 18.18-20). Se observará que el Señor habla de «las palabras» no tanto como enunciados, sino como vocablos separados que constituyen los enunciados. Las proclamaciones se darían palabra por palabra. Obviamente, un profeta tenía el poder de pronunciar comunicaciones frescas que llevarían consigo la autoridad de la ley divina y que, si se ponían por escrito, llegarían a ser parte de las Sagradas Escrituras. La autoridad de la palabra escrita es incuestionable en Israel. Siempre se aceptó entre los judíos que la apelación a ella era definitiva.
JEREMÍAS 36
Un pasaje contundente en Jeremías que ilustra la inspiración divina de las palabras de las Escrituras es la narración que habla del rollo que al profeta se le comisionó escribir. «Toma un rollo de libro, y escribe en él todas las palabras que te he hablado contra Israel y contra Judá, y contra todas las naciones, desde el día que comencé a hablarte, desde los días de Josías hasta hoy». El profeta se vale de Baruc como su amanuense: «Y escribió Baruc de boca de Jeremías, en un rollo de libro, todas las palabras que Jehová le había hablado. Después mandó Jeremías a Baruc, diciendo: A mí se me ha prohibido entrar en la casa de Jehová. Entra tú, pues, y lee de este rollo que escribiste de mi boca, las palabras de Jehová a los oídos del pueblo … Y Baruc hijo de Nerías hizo conforme a todas las cosas que le mandó Jeremías profeta, leyendo en el libro las palabras de Jehová en la casa de Jehová» (Jer 36.2-8).
Como confirmación de lo que se ha dicho arriba, nada podría ser más claro que esto: Aunque no se descartaban las facultades y cooperación inteligente del profeta, fue Dios quien arregló las palabras que debía anotar. En confirmación de esto, en el versículo 10, lo que se había dicho que eran «las palabras de Jehová» se dice que son «las palabras de Jeremías». Y, todavía más, se sigue en el mismo capítulo la declaración de parte de Baruc en cuanto a cómo se produjo el escrito. En respuesta a la pregunta que le hicieron los príncipes: «Cuéntanos ahora cómo escribiste de boca de Jeremías todas estas palabras», responde: «Él me dictaba de su boca todas estas palabras, y yo escribía con tinta en el libro» (vv. 17, 18). Así, en todo el pasaje se pone el énfasis en las palabras. Más aun, esto no se refiere a lo que el profeta acababa de escribir, sino que consiste en todas las profecías pronunciadas por él hasta ese momento respecto a Israel y otras naciones (ver v. 3).
Esto viene respaldado por lo que Jeremías dice al mismo inicio de sus profecías. Al indicar cómo la palabra del Señor vino a él al principio, dándole a conocer que debía ser su mensajero, indica que el Señor le dijo: «He aquí he puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar» (cap. 1.9, 10).
Después de que el rey hubo quemado el rollo, «vino palabra de Jehová a Jeremías … diciendo: Vuelve a tomar otro rollo, y escribe en él todas las palabras primeras que estaban en el primer rollo que quemó Joacim rey de Judá … Y tomó Jeremías otro rollo y lo dio a Baruc hijo de Nerías escriba; y escribió en él de boca de Jeremías todas las palabras del libro que quemó en el fuego Joacim rey de Judá; y aun fueron añadidas sobre ellas muchas otras palabras semejantes» (vv. 27-32). Claramente, no debía haber desviación en la fraseología del registro previo; los registros del rollo quemado se debían repetir al pie de la letra, aunque se añadieron otras palabras. El Espíritu de Dios que había sido el autor en el primer caso vino a ayudar al profeta al volver a escribir. En vista del testimonio de Pedro de que «los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo», estamos seguros al tomar este ejemplo del caso de Jeremías como ilustrativo de otros textos de las Escrituras.
ZACARÍAS 7.12
De nuevo, cuando Dios le habla al profeta Zacarías respecto a sus mensajes previos a las naciones, habla de la ley y «las palabras que Jehová de los ejércitos enviaba por su Espíritu, por medio de los profetas primeros» (Zac 7.12). Así, los mensajes de los profetas fueron inspirados verbalmente. Compárese esto con la exhortación del apóstol Pedro a sus lectores: «para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles» (2 P 3.2). Judas recalca de manera similar las palabras dichas por los apóstoles (Jud 17).
1. Ver “Bible Predictions and the Critics”, por el escritor. También del profesor Orr: “The Problem of the Old Testament”.
SECCIÓN
2
PROFECÍAS DEL MESÍAS
ISAÍAS 49—57: PROFECÍAS, PROMESAS, ADVERTENCIAS
En esta extensa sección de Isaías vemos que se nos delinean nueve profecías en total. En el capítulo 49 vemos el primer tema: Jehová como siervo. Desde este capítulo, hasta el final del capítulo 57, hay nueve profecías.
Hay una asociación renovada de Israel como siervo de Jehová con Cristo en la misma relación. En tanto que a Israel se lo menciona directamente de esta manera en el versículo 3, en su condición restaurada, en los versículos 5 y 6 se caracteriza al Siervo del Señor como distinto a la nación, y la declaración «que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel» muestra que es a Cristo mismo a quien se tiene en mente aquí, no al remanente de la nación. Todavía más, el versículo 6 se cita en Hechos 13.47 como aplicado directamente a Cristo, aunque aquí en conexión con el evangelio. Todo esto es enteramente apropiado, en tanto y en cuanto Israel no podía en su estado restaurado actuar como siervo del Señor en la tierra aparte de la identificación con Cristo mismo como su Mesías, sobre la base de su sacrificio y obra redentora en el Calvario.
Puesto que se tiene en mente la evangelización de los gentiles, se proclama el mensaje: «Oídme, costas, y escuchad, pueblos lejanos» (v. 1), es decir, las naciones más distantes (cp. 42.4; 10.12, y ver 5.26). La declaración doble, «Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria», es cierta específicamente en cuanto al Señor Jesús (ver Mt 1.21). Es más, es digno de notarse que en todas las demás partes donde se habla de Israel de este modo, la frase «desde el vientre» se usa sin la añadidura de la expresión «de tu madre» (51.2 no es una excepción).
El que habla, como Siervo de Jehová, ahora se aplica a sí mismo un símil y una metáfora como su Agente en esta relación. El Señor ha hecho su boca «como espada aguda», oculta en la sombra de su mano, tal como se guarda una espada en su funda, lista para usarla en el momento señalado con el propósito de vencer al enemigo. Él lo ha hecho «saeta bruñida», manteniéndolo cerca en su aljaba, para poder a su debido tiempo perforar el corazón. Que se tiene en mente a Cristo mismo y que el tiempo es todavía futuro se indica en el capítulo 11.4 y 30.30-33 (cp. Os 6.5 y Heb 4.12). Este último pasaje, junto con los otros y Apocalipsis 1.16, muestra cuán íntimamente identificadas están la palabra personal y la palabra hablada (ver también Jl 2.10, 11; 3.16; 2 Ts 2.8; Sal 2.5).
En el versículo 3 Cristo se identifica con el pueblo de Israel, porque es en estrecha asociación con él como la nación restaurada debe llegar a ser su siervo, y es en Israel donde el Señor será glorificado en la tierra.
En esta relación personal, y en vista de las amargas experiencias que habrán precedido a ese tiempo de gloria, el versículo 4 tiene un tono casi de abatimiento, aunque es solo de carácter momentáneo, y de cierta manera puede referirse a Cristo en el tiempo de su sufrimiento y rechazo por Israel: «Pero yo dije: Por demás he trabajado, en vano y sin provecho [es decir, inútilmente] he consumido mis fuerzas»; pero esto no es una expresión de incredulidad o desesperanza, porque inmediatamente el corazón expresa la seguridad de la verdad: «pero mi causa está delante de Jehová, y mi recompensa con mi Dios».
El servicio que procuramos rendir parece a menudo producir escaso o ningún resultado. Además del escaso efecto, sobrevienen circunstancias de enormes dificultades y prueba, que tienden a agobiar el corazón. Y si Satanás pudiera lograr su propósito, usaría todo esto para arrojarnos a la desesperanza y, si es posible, hacernos cesar del trabajo y volvernos a hacer atravesar la perplejidad y la angustia. Aquí, entonces, hay un pasaje diseñado por el Espíritu de Dios para darnos a considerar todas esas circunstancias a la luz de los consejos absolutamente sabios de Dios, de modo que aunque estemos en medio del conflicto podamos recibir aliento para proclamar su visión y saber que él nos juzgará, y que con él está la recompensa por nuestro trabajo que parece infructuoso.
El lenguaje del versículo 5 y lo que sigue es claramente el del Mesías, que aquí da testimonio del objeto para el cual es Siervo de Jehová, es decir: «para hacer volver a él a Jacob y para congregarle a Israel». Es solo Cristo quien hará esto, y en el versículo 6 se considera un propósito incluso más amplio.
El paréntesis del versículo 5 expresa el deleite del Señor Jesús en la aprobación del Padre. Su afirmación: «estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fuerza», lo introduce mediante la palabra «porque», que expresa el hecho de que su obra en la restauración de Israel es especialmente agradable al Padre. Es claro, también, que se considera su resurrección. En la oscuridad del Calvario dijo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» Fue «crucificado en debilidad». Ahora declara que su Dios ha llegado a ser su fortaleza. Esto se debe tomar con el capítulo 52.13, que predice que el Siervo del Señor «será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto».
El «dice» con que empieza el versículo 6 introduce una ext...

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