La fe de Barack Obama
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Stephen Mansfield

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1
Caminar entre dos mundos
BOBBY RUSH ES UN HOMBRE QUE IMPACTA. NACIDO EN LA CIUDAD SUREÑA de Albany, Georgia, en 1946, posteriormente se mudó con su familia a Chicago, Illinois. Llegó a ser luego miembro del Congreso de Estados Unidos. A lo largo de su trayectoria, había servido en el ejército estadounidense, obtenido una licenciatura y dos maestrías, se ordenó como ministro bautista y se ganó tal respeto en su distrito del sur de Chicago que hoy ocupa por décima vez su banca.
También es un hombre que detenta el coraje de sus convicciones. Fue cofundador del partido de las Panteras Negras en Illinois y pasó años operando una clínica médica y un programa de desayunos para niños. Fue pionero en cuanto a despertar en el público el interés por el problema de la anemia falciforme entre los habitantes de color. Y no es de extrañar, debido a su trayectoria, que el 15 de julio de 2004 el congresista Rush fuera el segundo representante del pueblo estadounidense en ser arrestado, no por corrupción o soborno, sino por protestar contra las violaciones de los derechos humanos frente a la Embajada de Sudán en Washington, D. C.
De veras que Bobby Rush es un hombre que impacta. Así que, ¿por qué decidió Barack Obama, de treinta y ocho años en 1999, confrontarlo por la banca en el congreso, después de haber servido en el senado de Illinois durante solo tres años? No puede haber sido por las cifras. Porque el nombre de Rush gozaba de un reconocimiento superior al 90% en tanto solo el 11 declaraba saber quién era Obama. Tampoco podría haber sido a causa de diferencias políticas. Porque todos sabían que los dos tenían casi las mismas ideas. Y fue esa una de las razones por las que Rush con frecuencia expresaba sentirse herido por la actitud de Obama.
Cualquiera haya sido la razón por la que Obama decidió competir contra Rush, sí sabemos que la experiencia no fue agradable para el joven. Desde el principio mismo Rush contaba con más del 70% de aprobación. Luego, no mucho tiempo después de empezar la campaña, el hijo de Rush, Huey Rich, fue trágicamente abaleado cuando el joven volvía de hacer las compras en el supermercado. Huey se debatió entre la vida y la muerte durante cuatro días. Aunque en ese momento era de mal gusto que se mencionara la tragedia con fines políticos, la cantidad de expresiones de condolencia sí pareció dar solidez al apoyo por Rush, en particular entre los votantes indecisos. Al poco tiempo comenzaron a aparecer carteles en el distrito, que proclamaban: «Apoyo a Bobby».
Las cosas nunca mejoraron para Obama. Hasta el presidente Clinton entró en la refriega y apoyó a Rush, rompiendo con su política de no inclinarse por ningún candidato en las primarias. Rush ganó por casi el doble de los votos, obteniendo aproximadamente el 60% contra el 30%. Y entonces Obama se vio obligado a admitir: «Me dieron una gran patada en el trasero».
Había habido amargura, hostilidad, esa mala sangre que las feroces batallas políticas pueden causar entre los hombres. Pasaron los años, sin embargo, y el tiempo y la distancia parecieron ablandar la hostilidad. El mismo Rush que describiera a Obama como un hombre «cegado por la ambición», con el tiempo cambió de idea. Después de que Obama entrara en el Senado de Estados Unidos, Rush dijo: «Creo que Obama y su victoria como candidato al senado siguen el orden divino. Soy predicador y pastor. Sé que ese era el plan de Dios. Obama tiene determinadas cualidades. Creo que Dios lo está usando para algún propósito».1
Bobby Rush no era el único que estaba seguro de esto. Porque tanto durante sus años como senador de Estados Unidos como luego, durante su campaña presidencial de 2008, muchos se habían referido con frecuencia a Barack Obama como llamado, escogido o ungido. Eran términos que durante mucho tiempo habían formado parte del vocabulario de la Derecha Religiosa. Pero luego, se convirtieron en expresión natural de una Izquierda Religiosa que acababa de despertar, de un movimiento progresista basado en la fe. Y además, contribuían como marco a la imagen de Barack Obama en las mentes de millones de estadounidenses.
Tal vez era de esperar. Y quizá no sea más que un derivado de esa típica necesidad estadounidense de pintar a la política y a los políticos con trazos mesiánicos. Tal vez sea esto lo que viene, en parte, de un pueblo que cree ser una nación escogida.
Pero lo que sí es único en lo que atañe al uso de estas palabras con referencia a Barack Obama es lo extrañas y ajenas que son a la visión religiosa de su vida como niño y adolescente. Tenemos que recordar que Obama es el primer presidente estadounidense que ha sido criado en un hogar no cristiano. Es que en realidad, pasó su juventud oscilando entre las influencias del ateísmo, el islamismo folklórico y un entendimiento humanista del mundo que vio la religión como invento humano, como producto de la psicología humana. Es este alejamiento de la tradición en los años de formación de Obama lo que convierte a su camino político y religioso en una fascinación tan general y de significado tan simbólico en la vida pública de Estados Unidos.
«Creo que Obama, y su victoria como candidato al senado, siguen el orden divino. Soy predicador y pastor. Sé que ese era el plan de Dios. Obama tiene determinadas cualidades. Creo que Dios lo está usando para algún propósito».
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LA HISTORIA DE LAS INFLUENCIAS RELIGIOSAS QUE HAN DADO FORMA A Barack Obama puede relatarse a partir de la fe novedosa de su abuela, Madelyn Payne. Nació en 1922, hija de estrictos metodistas en la rica ciudad petrolera de Augusta, Kansas. Aunque a los metodistas modernos se les conoce hoy por su deseo de ajustarse a la sensibilidad de la sociedad secular, como cuando eliminan el «sesgo sexista» de sus himnos, por ejemplo, los metodistas del centro de Estados Unidos en las décadas de 1920 y 1930 realmente exigían un precio más alto a cambio de ser considerados justos. En el hogar de los Payne no entraba el alcohol, los naipes ni el baile. Los domingos en la iglesia la familia solía escuchar que el ejército de los verdaderamente salvos es muy pequeño comparado con la vasta cantidad de los que irán al infierno. También había mezquinas tiranías de las que suelen atender la religión en un mundo con defectos: la gente se rechazaba mutuamente, vivían de manera contraria al evangelio que proclamaban respaldar, y no lograban distinguirse de manera alguna del mundo que les rodeaba.
Madelyn Payne observó todas estas hipocresías. Le hablaría a su nieto del «santurrón predicador» que había conocido y de las respetables damas con absurdos sombreros, que murmuraban secretos hirientes y trataban con crueldad a los que consideraban por debajo de ellas. Qué tontería, recordaba con asco, que se le enseñara a la gente a ignorar toda la evidencia geológica para que creyera que los cielos y la tierra habían sido creados en siete días. Qué injusticia, insistía, que los que forman las juntas en las iglesias pronunciaran «epítetos raciales» pero engañaran a los hombres que trabajaban para ellos. Barack oía con regularidad todos estos sentimientos cargados de amargura en casa de sus abuelos, y todo eso formó en profundidad su primera visión de la religión.
Madelyn a menudo era catalogada como «diferente» por sus vecinos. Era este en realidad un eufemismo para hablar de su excentricidad, y pocos se sorprendieron cuando conoció y luego se casó en secreto con Stanley Dunham, un vendedor de muebles de la cercana ciudad de El Dorado. Si el matrimonio no se formó exactamente por ser polos opuestos, era al menos una mezcla de incongruencias. El hombre era sociable, ruidoso, estrepitoso y sus amigos decían que podía «hacer que las patas de un sofá rieran con gusto». Y ella era sensible, amante de los libros. Él venía del mundo obrero y bautista. Ella era metodista, hija de padres afianzados en la clase media. Aunque en su generación estas diferencias aparentemente leves bastaban para separar a parejas con menor determinación, Stanley y Madelyn se enamoraron y luego se casaron la noche de una fiesta de graduación, a semanas de que ella terminara la escuela secundaria en 1940. Por razones que no se conocen con claridad, los padres de ella no se enteraron de esta unión hasta que la joven tenía su diploma ya en la mano. No recibieron la noticia con agrado aunque para la obstinada y cada vez más rebelde Madelyn, su opinión no importaba demasiado.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial Stanley se enroló en el ejército y terminó luchando en Europa con el pelotón de tanques del general George Patton, donde nunca llegó a ver un combate de cerca. Madelyn entre tanto se dedicaba a trabajar como remachadora en la planta B-29 de la Compañía Boeing, en Wichita. A fines de noviembre de 1942 nació su hija, Ann Dunham.
Stanley Dunham era algo así como un Willy Loman, según los que le conocían. Ese trágico y quebrantado personaje de La muerte de un viajante, novela de Arthur Miller. Hay semejanzas, porque al volver de la guerra, y con la promesa de la ley de programas educativos para los veteranos, Stanley mudó a su joven familia a California, donde se inscribió en la Universidad de California, Berkeley. Obama luego contaría con afecto de su abuelo, que «el aula no lograba contener sus ambiciones, su inquietud, por eso la familia siguió su camino».2 Ese sería el patrón de un estilo de vida. Primero regresaron a Kansas, y más tarde, vivieron en diversos pueblos de Texas, siempre instalando tiendas de venta de muebles con la promesa de encontrar mayores recompensas en alguno de sus futuros destinos.
Finalmente en 1955, cuando Ann terminaba el séptimo grado, la familia se mudó a Seattle donde Stanley consiguió empleo como vendedor para Standard-Grunbaum Furniture, una tienda reconocida en el área céntrica, en la esquina de las calles Second y Pine. Durante la mayor parte de los cinco años pasados en Seattle la familia vivió en Mercer Island, «un área amoldada por Sudamérica, poblada de pinos y cedros», del otro lado de la ciudad sobre el Lago Washington.3 Mientras Stanley vendía muebles de sala y Madelyn trabajaba para un banco, la joven Ann comenzó a beber de las turbulentas corrientes de la contracultura que entonces comenzaba a extenderse por la sociedad estadounidense.
La escuela secundaria a la que había asistido Ann distaba mucho de ser la estereotípica imagen de la década de 1950. Justamente el año en que comenzó a asistir a la Escuela Secundaria Mercer, John Stenhouse, presidente de la junta escolar, admitió ante el subcomité de Actividades Antinorteamericanas que pertenecía al Partido Comunista. En Mercer ya había habido protestas de parte de los padres con respecto al contenido del programa de estudios, mucho antes de que fuera algo corriente a lo largo y a lo ancho de la nación. La mayoría de las quejas se centraban en las ideas de Val Foubert y Jim Wichterman, dos instructores percibidos en ese momento como tan radicales que los estudiantes le habían dado al pasillo que separaba sus aulas el nombre del «Pasaje de la anarquía». Estos dos hombres habían decidido, sin concesiones, incitar a los estudiantes a cuestionar y desafiar toda autoridad.
Foubert, que enseñaba inglés, les hacía leer libros como La rebelión de Atlas, El hombre organización, Los persuasivos ocultos, 1984 y los comentarios culturales más estridentes de H. L. Mencken. Ninguna de estas obras se considera hoy extrema, pero en la nación de la década de 1950 estaban por cierto fuera de la corriente predominante. Wichterman, que enseñaba filosofía, les hacía leer a Sartre, Kierkegaard y El manifiesto comunista de Karl Marx y no dudaba en cuestionar la existencia de Dios. Las protestas de los padres fueron cada vez más fuertes, y Foubert y Wichterman les dieron el mote de «Marchas de las madres». «Los chicos empezaron a cuestionar cosas que para sus familias, no debían ser cuestionadas, como la religión, la política, la autoridad de los padres», recordaba John Hunt, quien asistía a la escuela en ese momento. «Y a muchos padres esto no les agradaba, por lo que intentaron que la escuela los despidiera [a Wichterman y Foubert]».4
Nada de esto parecía preocupar demasiado a Stanley y Madelyn Dunham, sin embargo. Como mucho antes habían descartado ya los sofocantes valores y la fe de la Kansas rural, los padres de Ann se sentían cómodos con el innovador programa de contenidos de la Escuela Secundaria Mercer. Hasta habían empezado a asistir a la Iglesia Unitaria de East Shore en la cercana Bellevue, conocida en Seattle como «la pequeña iglesia comunista de la colina», por su teología liberal y su política. Barack describiría luego todo esto como «la única incursión en la religión organizada» en la historia de la familia, y explicaría que a Stanley «le agradaba la idea de que los unitarios tomaban las Escrituras de todas las principales religiones», proclamando con entusiasmo: «¡Es como si tuvieras cinco religiones en una!» «Por amor de Cristo», respondería Madelyn según cuenta Barack. «¡No se supone que sea como comprar cereal para el desayuno!»5
Aunque lo que luego se conocía como Afirmación Unitaria de la Fe es de hecho una revisión exageradamente simplista de las ideas de James Freeman Clarke, sirve para tener una idea de lo que los Dunham consideraban cierto: «la paternidad de Dios, la hermandad del hombre, el liderazgo de Jesús, la salvación por el carácter y el progreso de la humanidad hacia arriba y adelante, por siempre».
Aunque lo que luego se conocía como Afirmación Unitaria de la Fe es de hecho una revisión exageradamente simplista de las ideas de James Freeman Clarke, sirve para tener una idea de lo que los Dunham consideraban cierto: «la paternidad de Dios, la hermandad del hombre, el liderazgo de Jesús, la salvación por el carácter y el progreso de la humanidad hacia arriba y adelante, por siempre». Barack confirma que Stanley y Madelyn creían en algún tipo de Dios. Pero aun así eran bastante escépticos. Barack cuenta que Madelyn sostenía un «racionalismo afilado» en cuanto a la divinidad de Jesús, a quien ellos aceptaban como buen maestro moral entre muchos otros, pero por cierto no como Dios. Que el hombre es perfectible, que la humanidad debiera convivir como hermandad y que la sociedad apuntaría siempre a mejorar, eran verdades en el hogar de los Dunham y Ann seguramente aceptaría con el tiempo estas posibilidades solo en los aspectos más seculares.
En verdad, Ann Dunham ya había iniciado un camino que superaba el libre pensamiento de sus padres y el de sus amigos de la Escuela Secundaria Mercer, pero que se condecía con las tendencias filosóficas de su tiempo. Había absorbido la amplia espiritualidad y visión social de la Iglesia Unitaria de East Shore. También había prestado atención durante las clases de Foubert y Wichterman. Con el escepticismo religioso de sus padres como punto de partida, Ann decidió ir aun más allá y se declaró atea.
Durante las reuniones entre amigos en las cafeterías de Seattle después de clases, sus amigos comenzaron a ver la minuciosidad con la que Ann había pensado en sus creencias. «Se declaró atea y había leído mucho sobre el tema, por lo que era capaz de defender sus argumentos», recuerda Maxine Box, la mejor amiga de Dunham en la escuela secundaria. «Siempre estaba desafiando, debatiendo, comparando. Y ya pensaba en cosas que a los demás ni siquiera se nos cruzaban por la mente». Otra compañera de escuela, Jill Burton-Dascher, recuerda que Ann, «era intelectualmente mucho más madura que nosotras, y un poco avanzada para su época, en términ...

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