Mero Cristianismo
eBook - ePub

Mero Cristianismo

C. S. Lewis

Share book
  1. 240 pages
  2. Spanish
  3. ePUB (mobile friendly)
  4. Available on iOS & Android
eBook - ePub

Mero Cristianismo

C. S. Lewis

Book details
Book preview
Table of contents
Citations

Frequently asked questions

How do I cancel my subscription?
Simply head over to the account section in settings and click on “Cancel Subscription” - it’s as simple as that. After you cancel, your membership will stay active for the remainder of the time you’ve paid for. Learn more here.
Can/how do I download books?
At the moment all of our mobile-responsive ePub books are available to download via the app. Most of our PDFs are also available to download and we're working on making the final remaining ones downloadable now. Learn more here.
What is the difference between the pricing plans?
Both plans give you full access to the library and all of Perlego’s features. The only differences are the price and subscription period: With the annual plan you’ll save around 30% compared to 12 months on the monthly plan.
What is Perlego?
We are an online textbook subscription service, where you can get access to an entire online library for less than the price of a single book per month. With over 1 million books across 1000+ topics, we’ve got you covered! Learn more here.
Do you support text-to-speech?
Look out for the read-aloud symbol on your next book to see if you can listen to it. The read-aloud tool reads text aloud for you, highlighting the text as it is being read. You can pause it, speed it up and slow it down. Learn more here.
Is Mero Cristianismo an online PDF/ePUB?
Yes, you can access Mero Cristianismo by C. S. Lewis in PDF and/or ePUB format, as well as other popular books in Teologia e religione & Letteratura e arti nel cristianesimo. We have over one million books available in our catalogue for you to explore.

LIBRO III

EL COMPORTAMIENTO CRISTIANO

1. Las tres partes de la moral

Hay una historia acerca de un escolar a quien se le preguntó cómo pensaba que era Dios. El contestó que, a su parecer, Dios era «la clase de persona que siempre está espiando a ver si la gente se divierte y entonces intenta impedírselo». Y me temo que esa es la idea que la palabra «moralidad» inspira a gran número de personas: algo que interfiere, algo que nos impide pasarlo bien. En realidad, las reglas morales son instrucciones para el funcionamiento de la máquina humana. Toda regla moral está ahí para impedir un desperfecto, un esfuerzo desmedido o una fricción en el funcionamiento de esa máquina. Por eso al principio estas reglas parecen estar interfiriendo instantemente con nuestras inclinaciones naturales. Cuando se nos enseña a utilizar una máquina, el instructor no deja de decir: «No, no lo hagáis así», porque, naturalmente, hay toda clase de cosas que creemos que están bien y que nos parecen la manera más natural de tratar una máquina, pero que en realidad no funcionan.
Algunos prefieren hablar de «ideales» morales antes que de reglas morales, y de «idealismo» moral antes que de obediencia moral. Ahora bien, es verdad, por supuesto, que la perfección mural es un «ideal», en el sentido de que no podemos alcanzar la. En ese sentido, cualquier clase de perfección es, para nosotros los humanos, un ideal: no podemos conseguir ser perfectos conductores de automóviles, ni perfectos jugadores de tenis, o dibujar perfectas líneas rectas. Pero hay otro sentido en el que resulta muy equívoco llamar ideal a la perfección moral. Cuando un hombre dice que una cierta mujer, o casa, o barco o jardín es «su ideal», no quiere decir (a menos que sea un idiota) que todos los demás deberían tener el mismo ideal. En esos temas tenemos derecho a tener gustos diferentes y, por lo tanto, ideales diferentes. Pero es peligroso describir a un hombre que intenta con todas sus fuerzas guardar la ley moral como a alguien que tiene «altos ideales», porque podría llevarnos a pensar que la perfección moral es un gusto privado de ese hombre y que el resto de nosotros no estamos llamados a compartirla. Esto sería un error desastroso. Puede que el comportamiento perfecto sea tan difícil de alcanzar como el perfecto cambio de marchas cuando conducimos un automóvil, pero es un ideal necesario que se le recomienda a todos los hombres por la naturaleza misma de la máquina humana, del mismo modo que el cambio de marchas perfecto es un ideal recomendado a todos los conductores por la naturaleza misma de los coches. Y sería aún más peligroso pensar en uno mismo como en una persona de «altos ideales» porque uno intenta no mentir en absoluto (en vez de decir sólo unas pocas mentiras), o nunca cometer adulterio (en vez de cometerlo muy de vez en cuando), o no ser un fanfarrón (en vez de serlo moderadamente). Esto podría llevarnos a convertirnos en unos vanidosos y a pensar que somos personas bastante especiales que merecen ser felicitadas por su «idealismo». En realidad, sería lo mismo que esperásemos ser felicitados porque, cada vez que hacemos una cuenta, intentamos que nos salga bien. Sin duda la perfección aritmética es un «ideal»; es verdad que cometeremos algún error en ciertos cálculos. Pero no hay nada de extraordinario en intentar ser exactos en todos los pasos de todas las cuentas. Sería una estupidez no intentarlo, ya que cualquier error nos causará problemas más adelante. Del mismo modo, todo fracaso moral nos causará problemas, seguramente a los demás y ciertamente a nosotros mismos. Al hablar de reglas y obediencia en vez de «ideales» e «idealismo» nos ayudamos a nosotros mismos a recordar estos hechos.
Y ahora vayamos un paso más adelante. Hay dos maneras en las que la máquina humana se estropea. Una de ellas ocurre cuando los individuos se apartan unos de otros, o chocan entre sí causándose daño, engañándose o agrediéndose. La otra tiene lugar cuando las cosas se estropean dentro del individuo… cuando las diferentes partes que lo componen (sus diferentes facultades, deseos, etc.), se separan entre sí o interfieren unas con otras. Podéis haceros una idea bastante clara si pensáis en nosotros como una flota de barcos navegando en perfecta formación. El viaje será un éxito sólo si, en primer lugar, los barcos no chocan unos con otros o se cruzan en sus trayectorias y si, en segundo lugar, cada barco está en buen estado y sus máquinas funcionan como deben. De hecho, no es posible tener una de estas dos cosas sin la otra. Si los barcos no hacen más que colisionar no podrán seguir navegando por mucho tiempo. Por otro lado, si sus timones están estropeados no podrán evitar la colisión. O, si preferís, pensad en la humanidad como en una orquesta que toca una melodía. Para obtener un buen resultado son necesarias dos cosas. El instrumento individual de cada miembro de la orquesta debe estar afinado, y cada uno de ellos debe entrar en el momento indicado para combinar con los demás.
Pero hay una cosa que aún no hemos considerado. No hemos preguntado adonde se dirige la flota, o qué pieza de música está intentando tocar la orquesta. Puede que todos los instrumentos estén afinados y que todos entren a tocar en el momento indicado, pero así y todo la actuación podría no ser un éxito si la orquesta hubiera sido contratada para tocar música bailable y en realidad no tocara otra cosa que marchas fúnebres. Y por bien que navegase la flota, su viaje podría resultar un fracaso si su destino final fuese Nueva York y llegase en cambio a Calcuta.
La moral, pues, parece ocuparse de tres cosas. La primera, de la justicia y la armonía entre los individuos. La segunda, de lo que podríamos llamar ordenar o armonizar lo que acontece en el interior de cada individuo. Y la tercera, del fin general de la vida humana como un todo: aquello para lo que el hombre ha sido creado; el rumbo que debería seguir toda la flota; la canción que el director de la orquesta quiere que ésta toque. Tal vez os hayáis dado cuenta de que las personas modernas están casi siempre pensando en la primera cosa y olvidándose de las otras dos. Cuando se dice en los periódicos que intentamos alcanzar pautas morales cristianas, generalmente quieren decir que nos esforzamos por alcanzar la solidaridad y la justicia entre las naciones, las clases y los individuos; esto es, están pensando sólo en la primera cosa. Cuando un hombre dice acerca de algo que quiere hacer: «No puede ser malo, porque esto no le hace daño a nadie», sólo está pensando en la primera cosa. Piensa que no importa cómo esté su barco por dentro siempre que no choque con el barco de al lado. Y es, bastante natural, cuando empezamos a pensar en la moralidad, que empecemos por lo primero, por las relaciones sociales. Por un lado, los resultados de una mala moral en esa esfera son muy evidentes y nos influyen todos los días: la guerra, la pobreza, los sobornos, las mentiras, el trabajo mal hecho. Y además, mientras se quede uno en la primera cosa, hay muy poco desacuerdo en lo que respecta a la moralidad. Casi todas las gentes de todos los tiempos han acordado (en teoría) que los seres humanos deben ser honestos, amables y serviciales los unos con los otros. Pero aunque es natural empezar con eso, si nuestras ideas acerca de la moral se detienen ahí daría lo mismo que no las hubiéramos tenido. A menos que progresemos a la segunda cosa —el orden dentro de cada ser humano— sólo nos estaremos engañando a nosotros mismos.
¿De qué sirve enseñarle a los barcos a maniobrar para evitar colisiones si en realidad son unos trastos en tan mal estado que no pueden ser maniobrados en absoluto? ¿De qué sirve esbozar sobre el papel reglas de comportamiento social si sabemos que, de hecho, nuestra codicia, nuestra cobardía, nuestro mal carácter y nuestra vanidad van a impedirnos que las cumplamos? No quiero decir ni por un momento que no deberíamos pensar, y pensar mucho, en mejorar nuestro sistema social y económico. Lo que quiero decir es que todos esos pensamientos se quedarán en agua de borrajas a menos que nos demos cuenta de que nada, salvo el valor y la generosidad de los individuos, conseguirá que ningún sistema funcione correctamente. Es relativamente fácil eliminar la clase de sobornos o avasallamientos que tienen lugar bajo el presente sistema, pero mientras los hombres sean tramposos o avasalladores encontrarán una nueva manera de llevar a cabo el antiguo juego bajo el nuevo sistema. No se puede hacer buenos a los hombres por ley, y sin hombres buenos no es posible una sociedad buena. Por eso debemos pasar a la segunda cosa: la moralidad dentro del individuo. Pero creo que tampoco podemos detenernos ahí. Estamos llegando a un punto en el que diferentes creencias acerca del universo conducen a tipos de comportamiento diferentes. Y a primera vista parecería muy sensato detenernos antes de llegar a ese punto, y seguir hablando de las clases de moralidad en las que todos los hombres prácticos están de acuerdo. ¿Pero podemos hacerlo? Recordemos que la religión implica una serie de afirmaciones acerca de ciertos hechos que deben ser falsos o verdaderos. Si son verdaderos, ciertas conclusiones se seguirán acerca de la correcta navegación de la flota humana; si son falsos, las conclusiones serán enteramente diferentes. Por ejemplo, volvamos al hombre que dice que una cosa no puede estar mal a menos que perjudique a otro ser humano. Este hombre comprende que no debe dañar a los demás barcos de la flota, pero cree sinceramente que lo que él haga con su propio barco es asunto suyo. Pero, ¿no supone una gran diferencia el hecho de que ese barco sea o no de su propiedad? ¿No supone una gran diferencia el hecho de que yo sea, por así decirlo, el propietario de mi mente y mi cuerpo, o sólo un inquilino, responsable sólo ante su verdadero propietario. Si alguien me ha creado para sus propios fines yo tendré muchos deberes que cumplir, deberes que no tendría si sencillamente me perteneciera a mí mismo.
Además, el cristianismo afirma que todo ser humano individual vivirá para siempre, y esto debe ser o falso o verdadero. Hay muchas cosas sobre las que no me haría falta molestarme si fuera a vivir sólo setenta años, pero por las que más valdrá que me moleste, y mucho, si voy a vivir eternamente. Tal vez mi mal carácter o mis celos están empeorando gradualmente… tan gradualmente que su aumento a lo largo de setenta años no será demasiado evidente. Pero podrían llegar a ser un infierno dentro de un millón de años: de hecho, si el cristianismo es verdad, infierno es el término técnicamente correcto para describir lo que podrían llegar a ser. Y la inmortalidad marca esta otra diferencia, que, por cierto, tiene una relación con la diferencia entre el totalitarismo y la democracia. Si los individuos sólo viven setenta años, un estado, una nación o una civilización, que pueden durar más de mil años, son más importantes que un individuo. Pero si el cristianismo es verdad, el individuo no es sólo más importante sino incomparablemente más importante, puesto que él es eterno, y la vida de un estado o una civilización, comparada con la suya, es sólo un momento.
Parece, entonces, que si vamos a pensar en la moral, debemos pensar en los tres departamentos: las relaciones entre un hombre y otro, lo que hay en el interior de cada hombre y las relaciones entre el hombre y el poder que lo creó. Todos podemos cooperar en lo primero. Con lo segundo empiezan los desacuerdos, y estos se hacen realmente serios en lo tercero. Es tratando del tercer departamento donde aparecen las principales diferencias entre la moral cristiana y la no-cristiana. En lo que queda de este libro voy a asumir el punto de vista cristiano, y examinar todo el panorama tal como sería si el cristianismo fuera verdad.

2. Las «virtudes cardinales»

La sección anterior fue compuesta originalmente para ser emitida por la radio como una breve conferencia.
Si a uno se le permite hablar durante sólo diez minutos, casi todo deberá ser sacrificado en aras de la brevedad. Una de las principales razones por las que he dividido la moralidad en tres partes (con la imagen de los barcos navegando en formación) fue que esta parecía la manera más corta de cubrir el terreno. Aquí quiero proporcionar una idea de otro modo en el que el tema ha sido dividido por antiguos autores, demasiado largo para utilizar en mi charla, pero indudablemente muy bueno.
Según este esquema más largo, hay siete virtudes. Cuatro de ellas se llaman cardinales, y las tres restantes se llaman teologales. Las virtudes cardinales son aquellas que reconoce toda la gente civilizada; las teologales son aquellas que, principalmente, sólo conocen los cristianos. Me ocuparé las virtudes teologales más tarde: por el momento voy a referirme a las cuatro virtudes cardinales. (La palabra «cardinales» no tiene nada que ver con los «Cardenales» de la Iglesia Católica. Proviene de una palabra griega que significa «el gozne de una puerta». Se llamaron virtudes cardinales porque cumplen, por así decirlo, la función de un eje o pivote). Estas son: prudencia, templanza, justicia y fortaleza.
La prudencia se refiere al práctico sentido común, a tomarse el trabajo de pensar en lo que uno está haciendo y en lo que podría resultar de ello. Hoy en día muy pocas personas piensan en la prudencia como una virtud. De hecho, porque Cristo dijo que sólo podríamos entrar en Su reino haciéndonos como niños, muchos cristianos tienen la idea de que, siempre que uno sea «bueno» no importa que sea un imbécil. Pero eso es un malentendido. En primer lugar, la mayoría de los niños dan grandes muestras de prudencia acerca de las cosas que realmente les interesan, y las meditan con mucha sensatez. En segundo lugar, como señala San Pablo, Cristo no quiso decir que debíamos permanecer como niños en cuanto a inteligencia: por el contrario, nos dijo que fuéramos no sólo «inocentes como palomas» sino también «cautos como serpientes». Cristo quiere un corazón de niño, pero una cabeza de adulto. Quiere que seamos sencillos, coherentes, afectuosos y sujetos a ser enseñados, como son los niños buenos, pero también quiere toda la inteligencia de la que podamos disponer para estar alerta en el trabajo y en óptimo estado físico. El hecho de que estéis donando dinero a una obra de caridad no significa que no necesitéis averiguar si esa obra de caridad es un fraude o no. El hecho de que estéis pensando en Dios mismo (cuando oráis} por ejemplo) no significa que os deis por satisfechos con las mismas ideas infantiles que teníais a los cinco o seis años. Es cierto, naturalmente, que Dios no os amará menos ni podrá valerse menos de vosotros si habéis nacido con una inteligencia limitada. Dios tiene sitio para personas con muy poco sentido común, pero quiere que todos hagan uso del sentido común que poseen. El lema apropiado no es «Sé buena, tierna doncella, y deja a la que pueda que sea lista», sino «Sé buena, tierna doncella, y no olvides que esto implica ser tan lista como puedas». A Dios no le disgustan menos los perezosos intelectuales que cualquier otra clase de perezosos. Si estáis pensando en haceros cristianos, os advierto que os embarcáis en algo que exigirá todo de vosotros, el cerebro incluido. Pero afortunadamente esto funciona también al revés. Cualquiera que está sinceramente intentando convertirse al cristianismo pronto descubrirá que su inteligencia se agudiza: una de las razones por las que no se necesita una educación especial para ser cristiano es que el cristianismo es una educación en sí mismo. Esa es la razón por la que un creyente no educado, como Bunyan*, fue capaz de escribir un libro que asombró al mundo entero.
La templanza es, desgraciadamente, una de esas palabras cuyo significado ha cambiado. Ahora suele significar abstinencia del alcohol. Pero en los días en los que la segunda virtud cardinal fue llamada «templanza» no significaba eso en absoluto. La templanza no se refería en especial a la bebida, sino a todos los placeres, y no significaba abstenerse de ellos sino disfrutarlos hasta un límite adecuado y no más allá. Es un error pensar que todos los cristianos deberían ser abstemios: el islamismo, y no el cristianismo, es la religión de la abstinencia. Naturalmente que el deber de un cristiano en particular, o de cualquier cristiano en un momento en particular, podría ser el de abstenerse de cualquier bebida alcohólica, ya sea porque es un hombre que no puede beber sin hacerlo en exceso, o porque quiere darle a los pobres el dinero que gastaría en beber, o porque está con personas inclinadas a beber demasiado y no debe alentarlas bebiendo él. Pero el caso es que se está absteniendo, por una buena razón, de algo que él no condena y de lo que le gusta ver disfrutar a otros. Una de las particularidades de un cierto tipo de mala persona es que no puede renunciar a una cosa por sí solo sin querer que todos los demás renuncien también a ella. Ese no es el comportamiento cristiano. Un cristiano puede creer conveniente renunciar a toda clase de cosas por razones especiales: el matrimonio, la carne, la cerveza o el cine, pero en el momento en que empieza a decir que esas cosas son malas en sí, o a mirar con desprecio a otras personas que las practican, ha escogido el camino equivocado.
Se ha creado una confusión importante debido a la moderna restricción de la palabra templanza al tema de la bebida. Esto contribuye a que la gente olvide que se puede ser igualmente abusivo de muchas otras cosas. Un hombre que convierte el golf o su motocicleta en el centro de su vida, o una mujer que dedica todos sus pensamientos a la ropa o a las briscas o a su perro están siendo tan «destemplados» como alguien que se emborracha todas las noches. Claro que esto no se ve en apariencia tan fácilmente: la manía por las briscas o por el golf no os hacen caer al suelo en mitad del camino. Pero a Dios no le engañan las apariencias.
La justicia significa mucho más que lo que ocurre en los juzgados. Es el antiguo nombre para todo aquello que ahora llamaríamos «imparcialidad». Esto incluye la honestidad, la flexibilidad, la sinceridad, el cumplir con las promesas, y todos esos aspectos de la vida. Y la fortaleza incluye dos tipos de valor: el que se enfrenta al peligro así como el que «aguanta» ante el dolor. Tener «riñones» es lo que más se aproximaría a esto en el lenguaje moderno. Os daréis cuenta, por supuesto, de que no podéis practicar ninguna de las demás virtudes por mucho tiempo sin que ésta haga su aparición.
Hay un punto más acerca de las virtudes que deberíamos hacer notar. Existe una diferencia entre llevar a cabo una acción justa o templada y ser un hombre justo y templado. Alguien que no es un buen jugador de tenis podría de vez en cuando dar un buen golpe. Lo que queremos decir por un buen jugador es un hombre cuyos ojos, músculos y nervios han sido tan entrenados por innumerables buenos golpes que ahora se puede confiar en ellos. Tienen un cierto tono o cualidad que están ahí incluso cuando no está jugando, del mismo modo que la mente de un matemático posee un cierto hábito y punto de vista que permanecen incluso cuando no se dedica a las matemáticas. Del mismo modo, un hombre que persevera en hacer buenas acciones adquiere al final una cierta cualidad de carácter. Y entonces es a esa cualidad, antes que a sus acciones en particular, a lo que nos referimos cuando hablamos de «virtud».
Esta distinción es importante por la siguiente razón. Si pensáramos solamente en las acciones en particular podríamos fomentar tres ideas equivocadas:
(1) Podríamos pensar que, siempre que hiciéramos lo correcto, no importaba cómo o por qué lo hiciéramos: si lo hiciéramos voluntaria o involuntariamente, alegres o disgustados, por miedo a la opinión pública o por el hecho en sí mismo. Pero la verdades que las buenas acciones llevadas a cabo por motivos equivocados no ayudan a construir la cualidad interna o característica llamada «virtud», y es esta cualidad o característica la que importa realmente. (Si un mal jugador de tenis tiene un saque muy fuerte, no porque crea que se necesite un saque fuerte, sino porque ha perdido los estribos, es posible que ese saque, con suerte, le ayude a ganar ese juego en particular, pero no lo ayudará a convertirse en un jugador consistente.)
(2) Podríamos pensar que Dios sólo quiere la simple obediencia a un conjunto de reglas, mientras que lo que quiere es personas de una determinada manera de ser.
(3) Podríamos pensar que las «virtudes» son sólo necesarias en la vida presente… que en el otro mundo podremos dejar de ser justos porque no hay nada por qué disputar, o dejar de ser valientes porque allí no hay ningún peligro. Bien, es verdad que probablemente no habrá ocasiones para acciones justas o valientes en el otro mundo, pero habrá todo tipo de ocasiones para ser la clase de personas en las que podríamos convertirnos sólo como resultado de haber llevado a cabo tales acciones en la tierra. No se trata de que Dios, os niegue la admisión en Su paraíso si no poseéis ciertas cualidades de carácter: se trata de que si las personas no tienen al menos un indicio de tales cualidades en su interior, ninguna condición externa posible podría crear un «cielo» para ellas… es decir, hacerlas felices con la profunda, intensa, inamovible felicidad que Dios nos tiene reservada.

3. Moral social

Lo primero que tenemos que aclarar sobre la moral cristiana entre un individuo y otro es que, en este apartado, Cristo no vino a predicar ninguna moral nueva. La regla de oro del Nuevo Testamento (haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti) es un resumen de lo que todos, en el fondo, sabíamos que era lo correcto. Los grandes maestros morales nunca introducen moralidades nuevas; sólo los embaucadores y los charlatanes lo hacen. Como dijo el Dr. Johnson*: «La gente necesita que se le recuerden cosas más a menudo que se le enseñen.» El verdadero trabajo de todo maestro moral es seguir llevándonos, una y otra vez, a los antiguos y sencillos principios que estamos tan intranquilos por ignorar, del mismo modo que una y otra vez se lleva a un caballo a la valla que se ha negado a saltar, o a un niño a la parte de la lección que quiere pasarse por alto.
El segundo punto que debemos aclarar es que el cristianismo no tiene, ni pretende tener, un detallado programa político para aplicar el «haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti» a una sociedad en particular en un momento en particular. No podría tenerlo. Va dirigido a los hombres de todos los tiempos, y el programa en particular que se adecuase a un lugar o un momento no se adecuaría a otros. Cuando os dice que deis de comer al hambriento no os da clases de cocina. Cuando os dice que leáis las Escrituras no os da lecciones de griego o hebreo, y ni siquiera de gramática inglesa. Jamás fue destinado a reemplazar o a imponerse sobre las artes o las ciencias humanas en general: se parece más a un director que las pondrá a todas a trabajar en sus funciones adecuadas, y a una fuente de energía que les dará a todas nueva vida sólo con que se pongan a su disposición.
La gente dice: «La Iglesia debería darnos una pauta.» Eso es verdad si lo dicen de la manera acertada, y falso si lo dicen de la manera equivocada. Por iglesia deberían querer decir el cuerpo entero de los cristianos practicantes. Y cuando dicen que la Iglesia debería darnos una pauta, deberían querer decir que algunos cristianos — aquellos que posean...

Table of contents