Nadie es ilegal
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Nadie es ilegal

Combatiendo el Racismo y la Violencia de Estado en la Frontera

Mike Davis, Justin Akers Chacón

  1. 330 pages
  2. Spanish
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Combatiendo el Racismo y la Violencia de Estado en la Frontera

Mike Davis, Justin Akers Chacón

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"An urgent, important must-read."—Jeff Chang, author Can't Stop Won't Stop: A History of the Hip-Hop Generation

In Nadie es ilegal, Mike Davis and Justin Akers Chacon expose the racism of anti-immigration vigilantes and put a human face on the immigrants who daily risk their lives to cross the border to work in the United States. Countering the mounting chorus of anti-immigrant voices, Nadie es ilegal debunks the leading ideas behind the often-violent right wing backlash against immigrants, revealing their deep roots in US history, and documents the new civil rights movement that has mounted protests around the country to demand justice and dignity for immigrants.

Nadie es ilegal features moving, evocative photos from award-winning photographer Julian Cardona.

Justin Akers Chacon is a professor of US history and Chicano studies in San Diego, California. He has contributed to the International Socialist Review and the book Immigration: Opposing Viewpoints.

Mike Davis is a historian, activist, and author of many acclaimed books, including City of Quartz, The Monster at Our Door, and Planet of Slums. Davis teaches in the Department of History at the University of California at Irvine. He received a 2007 Lannan Literary Award for Nonfiction.

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Parte IV
La guerra contra los inmigrantes
Capítulo 20
Las políticas de inmigración como medio de controlar a los obreros
El sistema educacional norteamericano aún enseña a los niños que Estados Unidos es una tierra de inmigrantes, a pesar de que la filosofía que respalda esa afirmación actualmente está anegada por una avalancha de restricciones. De hecho, la respuesta oficial hacia la inmigración ha sido siempre esquizofrénica, defendiéndola en algunos momentos y denunciándola en otros. Ha incluido a profetas, convencidos de que la inmigración destruirá a la nación; sin embargo, tanto la nación como la inmigración permanecen. En cierto momento, la mayoría de los “inmigrantes” se convirtieron en “norteamericanos” mientras otros fueron excluidos de ese derecho. En cada etapa de la inmigración, el camino hacia la ciudadanía ha sido disputado. ¿Por qué este tema está tan cargado de conflictos? Porque los propios fundamentos del capitalismo norteamericano descansan sobre la manipulación que se ha hecho de este fenómeno.
Desde los comienzos de la formación de Estados Unidos, la población de Norteamérica fue considerada una precondición para el éxito del capitalismo norteamericano. La primera “política de inmigración”, la Ley de Naturalización de 1790 (que estaría en los libros casi cien años), “abrió las fronteras” a la mayoría de los trabajadores del mundo, permitiendo un camino inmediato hacia la ciudadanía, declarando que “cualquier extranjero, que fuera una persona libre y blanca y permaneciera durante dos años dentro de los límites jurisdiccionales de Estados Unidos, sería admitido como ciudadano… y los hijos de tales personas… también serían considerados ciudadanos de Estados Unidos”1.
Dada la necesidad de fuerza de trabajo, no hubo barreras para los trabajadores del mundo –mientras no fueran africanos o indios, los dos grupos excluidos de la libertad y la ciudadanía desde el comienzo–. Para justificar la expulsión y el genocidio, a los indios se les negó la afiliación –ideológicamente hablando– dentro de la especie humana. La esclavitud fue el primer sistema de control masivo de la fuerza de trabajo en Estados Unidos. Cuando se abolió la esclavitud, la clase dominante continuó usando el racismo para dividir y controlar a la clase trabajadora. Y a través de una combinación de racismo y exclusión de los derechos ciudadanos el capital norteamericano mantiene degradados y segregados a los trabajadores mexicanos.
El desarrollo del capitalismo norteamericano se ha valido de instituciones de control sobre la clase trabajadora, privando a determinados sectores de la ciudadanía de la libertad de movimiento y de su participación política en sucesivas etapas de la historia (llegando hasta el presente). El medio de control más efectivo, aparte de la subyugación física, ha sido la institucionalización del racismo. Las leyes de inmigración, históricamente, han afilado los bordes más punzantes del prejuicio racial como forma de dividir a los trabajadores.
En una economía capitalista, los intereses más poderosos y ricos ejercen su influencia y su control sobre las instituciones oficiales del Estado y pueden así usar al Estado como proveedor y regulador de la fuerza de trabajo. Dado que el principal deseo de los capitalistas es obtener el máximo de ganancias, buscan el material humano más barato y controlable para que realice el trabajo. Las leyes de inmigración son, por lo tanto, necesariamente contradictorias. Inicialmente, las propuestas de inmigración derivan del imperativo económico: es decir, la razón entre los trabajadores existentes y el crecimiento esperado de los empleos determina si habrá políticas de apertura o de cierre. Adoptan ulteriores formas políticas según cuán separada y controlada pueda estar la mano de obra importada, y según sea usada, además, como cuña contra las organizaciones laborales existentes.
Una vez que se establecen y codifican los elementos centrales, los temas secundarios se negocian con los representantes de la sociedad civil, creando la ilusión de un esquema pluralista, cuando el hecho es que el capitalismo trabaja con los grupos de intereses y los representantes políticos para cubrir sus necesidades laborales y garantizar la pasividad de los trabajadores.
La clase trabajadora multirracial, multinacional y unida es la mayor amenaza para la hegemonía del capital, puesto que los trabajadores constituyen el mayor poder para combatir la explotación por medio de la organización colectiva en los centros de trabajo y en la comunidad. Las políticas de inmigración han servido para difuminar a la clase trabajadora a través de criterios raciales y nacionalistas y han ayudado a formar planos de conciencia separados y contrapuestos como los de ser “norteamericano”, “blanco” o “ciudadano” contra los de ser “mexicano”, “inmigrante” o “ilegal”. Estas designaciones reacomodan artificialmente las divisiones sociales dentro de la clase trabajadora, en lugar de colocarlas en la imperfecta línea que divide el trabajo del capital. En el corazón de las restricciones a la inmigración está la competencia, dado que, bajo el capitalismo, los trabajadores compiten por los escasos recursos asignados por un supuesto Estado neutral. Como explicaba Karl Marx,
la competencia separa a los individuos unos de otros, no sólo a los burgueses sino más bien a los trabajadores. Por lo tanto, pasa un largo tiempo antes de que esos individuos se vuelvan a reunir… Cualquier poder organizado que supervisa y está en contra de esos individuos aislados… sólo puede ser vencido después de prolongadas luchas2.
Las políticas de inmigración también han servido para filtrar y excluir inmigrantes que simpaticen con sindicatos o políticos con conciencia de clase, proveyendo un medio para aislar, castigar y deportar a aquellos que participan en actividades de protesta aunque trabajen dentro de Estados Unidos.
A veces, los diferentes sectores del capital pueden entrar en contradicción sobre propuestas legislativas más inclusivas o más excluyentes, pero manteniéndose la universalmente beneficiosa cláusula de “controlar al trabajador”. Finalmente, las leyes de inmigración vienen a reflejar los medios por los cuales la clase capitalista mantiene fragmentada a la clase trabajadora y sostiene su hegemonía ideológica.
En la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos no tuvo parangón en la producción industrial, alcanzando valores de producción de 1.885.862.000 de doláres en 1860 llegando hasta 11.406.927.000 de doláres en 1990.3 La transición hacia una economía industrial, la incorporación de vastos territorios ricos en recursos por medio de la conquista y el mantenimiento creciente de la participación en el mercado mundial, se vieron ante el dilema de la insuficiencia de la fuerza de trabajo. Para facilitar la formación de un proletariado industrial, las sucesivas administraciones adoptaron la política consciente de abrir las fronteras. Como señala la historiadora del movimiento obrero Kitty Calavita:
En 1880, más del 70% de la población en las mayores ciudades de Norteamérica eran inmigrantes o hijos de inmigrantes… De forma creciente, los extranjeros fueron constituyendo el grueso de la fuerza de trabajo industrial… (Tanto es así que) Samuel Lane expresó que “no todo extranjero es un trabajador, pero en las ciudades, al menos, se puede decir que todo trabajador es un extranjero”4.
En los primeros años de la expansión industrial, los trabajadores inmigrantes eran reclutados en masa, naturalizados una vez ingresados e introducidos en los campos o en las fábricas. Durante los picos de inversión capitalista y las altas tasas de ingresos, la inmigración y el acceso sin trabas al “flujo” lucrativo de mano de obra extranjera fueron alabados por los principales negocios.
Durante las épocas de escasez de mano de obra y expansión económica, el arquetipo del robusto, fervoroso y maleable inmigrante –en busca de oportunidades– servía para abrir más las fronteras. En tiempos de contracción del capital, como las recesiones y depresiones, u otras amenazas a la estabilidad de las ganancias, la admiración por los inmigrantes se deshacía hasta llegar al desdén. En esos períodos volátiles, el inmigrante era caracterizado como una fuerza maliciosa para la sociedad, responsable de todos los padecimientos que amenazaban a la nación.
Los sindicatos y las organizaciones de izquierda que buscaban fortalecer el poder colectivo de los trabajadores, definen a la extrema izquierda de la conciencia pública, mientras el nativismo, una corriente política populista que busca dividir a los nativos de los nacidos en el extranjero, representa la extrema derecha. Aunque ambas corrientes existen dentro de la clase trabajadora, son ideologías contrapuestas: el nativismo defiende los intereses del capital y el internacionalismo sirve a la clase trabajadora. A veces, los sindicatos han estado en el lado equivocado. Por ejemplo, la Federación Americana del Trabajo y su sucesor, AFL-CIO, han apoyado las restricciones a los derechos de los inmigrantes en tiempos de crisis.
Aunque las oscilaciones de la economía no determinan automáticamente las políticas de inmigración, contribuyen a crear las condiciones en las que las fuerzas políticas manipulan el sentimiento de inseguridad y aislamiento. En el giro incierto del ciclo en los negocios las organizaciones autóctonas crecen, se contraen o resurgen. Más comúnmente, los grupos capitalistas dominantes determinan el discurso migratorio a través de propuestas legislativas o partidos políticos, o en otra coyuntura, con una voz unificada.
En los años posteriores a la guerra civil, la trayectoria del crecimiento industrial se abrió a la importación masiva de trabajadores inmigrantes. El jubiloso optimismo provocado por el crecimiento económico se reflejó en una caracterización sobre la inmigración que hizo el Chicago Tribune: “Europa abrirá sus puertas como una ciudad conquistada. Su gente vendrá hacia nosotros subyugada por nuestra gloria y envidiando nuestra paz perfecta. Hacia las Montañas Rocosas e incluso hacia el Pacífico nuestra poderosa población se diseminará… hasta que nuestros treinta millones se tripliquen en treinta años”5.
Un destacado periódico de negocios también promovía la “inmigración esencial” en 1882, expresando que “cada inmigrante que llegue a nuestras costas se suma a la capacidad de producir riquezas para la nación. Más aún, insufla nueva vida y energía en cualquier rama de los negocios, el comercio y la industria. Tanto el consumo como la producción se incrementan con su presencia”6.
La historia particular de Estados Unidos como nación deliberadamente poblada por extranjeros, significó que, en un momento dado, los trabajadores extranjeros podían constituir entre el 8% y el 20% de la población, aunque otra cantidad significativa es aportada por los hijos de los inmigrantes.
En los primeros años de formación de la economía norteamericana moderna, los trabajadores nacidos en el extranjero no sólo fueron necesarios para el desarrollo sino también para controlar la conciencia de clase entre los trabajadores integrados a la sociedad. Los inmigrantes fueron importados deliberadamente para reemplazar a los huelguistas o para ocupar empleos sobre la base de su marginalidad y exclusión dentro de Estados Unidos. “Las reducciones de salarios fueron llevadas a cabo a través de los inmigrantes que se comportaban como rompehuelgas. Huelga tras huelga de los mecánicos de Pittsburgh en la década de 1840, fueron quebradas por inmigrantes importados. Los tejedores en Kensington fueron repetidamente derrotados por el reclutamiento de inmigrantes rompehuelgas recién llegados”7. Consecuentemente, los capitalistas tenían interés en mantener a los inmigrantes manipulados, intimidados y vulnerables.
Las prácticas de exclusión de los primeros sindicatos contribuyeron a la alienación de los empobrecidos inmigrantes o los emigrantes de otras regiones que se vieron inducidos a cambiar de bando. Aunque, históricamente, los inmigrantes se acomodaban a los bajos salarios (puesto que los bajos salarios en Estados Unidos resultaban altos comparados con los de sus países de origen), una vez integrados a la clase trabajadora –es decir, un vez que adquirían la ciudadanía y los derechos sindicales– se aclimataban a mejores estándares de vida convirtiéndose en excelente blanco para las organizaciones sindicales8.
Desafortunadamente, el liderazgo sindical no siempre apreció este hecho. El aislamiento de los inmigrant...

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