La Batalla Por el Paraíso
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La Batalla Por el Paraíso

Puerto Rico y el Capitalismo Del Desastre

Naomi Klein

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La Batalla Por el Paraíso

Puerto Rico y el Capitalismo Del Desastre

Naomi Klein

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Entre los escombros del huracán Maria, los puertorriqueños y los "Puertopians" ultra-ricos están atrapados en una batalla campal sobre cómo reconstruir la isla. En esta vital y asombrosa investigación, la autora de best-sellers y activista Naomi Klein, revela cómo las fuerzas de las políticas de "shock" y del capitalismo del desastre, buscan minar la visión radical y resiliente de una recuperación justa.

El cien por ciento de las regalías por la venta de este libro irán directamente a JunteGente, un espacio de encuentro entre organizaciones en resistencia al capitalismo del desastre y que luchan por una recuperación justa y sostenible de Puerto Rico. Para más información visite http://juntegente.org/

Naomi Klein es una periodista, columnista, documentalista internacionalmente reconocida por sus best-sellers No Logo: El poder de las marcas, La doctrina del shock: El auge del Capitalismo del desastre, Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima, y Decir no, no basta.

Klein es uno de los principales corresponsales del The Intercept y colaboradora de la revista The Nation. Es escritora asociada de la Puffin Foundation en The Nation Institute, y su trabajo se publica para diarios progresistas como The New York Times, Le Monde y The Guardian. Klein es miembro de la junta directiva del grupo activista medioambiental 350.org y colaboradora del Leap Manifesto de Canadá, una iniciativa para una rápida transición basada en la justicia de los combustibles fósiles. En noviembre de 2016 Klein fue galardonada con el prestigioso Premio de la Paz de Sidney, según el jurado del premio, por "inspirarnos a defendernos a nivel local, nacional e internacional exigiendo un nuevo proyecto para cohabitar el planeta respetando los derechos humanos y la igualdad".


Sobre The Intercept

Después de que el informante de la NSA Edward Snowden expuso las revelaciones de vigilancia masiva en 2013, los periodistas Glenn Greenwald, Laura Poitras y Jeremy Scahill decidieron lanzar una nueva organización dedicada al tipo de información requerida por esas revelaciones: el periodismo intrépido y audaz. Lo llamaron The Intercept.

Hoy en dia, The Intercept (https://theintercept.com) es una organización de noticias galardonada, que cubre la seguridad nacional, la política, los libertades civiles, el medio ambiente, los asuntos internacionales, la tecnología, el justicia penal, y los medios de comunicación. Liderados por la editora Betsy Reed, sus periodistas tienen la libertad editorial para responsabilizar a instituciones poderosas y el apoyo que necesitan para llevar a cabo investigaciones que expongan la corrupción y la injusticia.

Los colaboradores incluyen a Mehdi Hasan, Naomi Klein, Shaun King, Sharon Lerner, James Risen, Liliana Segura y los co-fundadores Glenn Greenwald y Jeremy Scahill. El fundador y filántropo del eBay, Pierre Omidyar, proporcionó los fondos para lanzar The Intercept y continúa apoyándolos a través de First Look Media Works, una ONG.

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UN OASIS SOLAR

Al igual que a todo Puerto Rico, el huracán María sumió al pequeño pueblo montañoso de Adjuntas en la total penumbra. Cuando los residentes salieron de sus hogares para evaluar la magnitud de los daños, se encontraron no solo sin energía eléctrica ni agua, sino también totalmente aislados del resto de la isla. Cada una de las calles estaba obstruida, ya fuera por montañas de lodo que se habían deslizado desde los picos adyacentes o por ramas y árboles caídos. Sin embargo, en medio de esta devastación existía un lugar luminoso.
Cerca de la plaza pública relumbraba una luz a través de cada ventana de una gran casa colonial pintada de rosa. Relucía como un faro en medio de la tenebrosa oscuridad.
Esa casa rosa era Casa Pueblo, un centro comunitario y ecológico con profundas raíces en esa parte de la Isla. Hace veinte años sus fundadores, una familia de científicos e ingenieros, instalaron paneles solares en el tejado del centro, una movida que en aquel momento parecía un tanto una excentricidad jipi. De alguna manera esos paneles (que se actualizaban con el transcurso de los años) sobrevivieron a los vientos huracanados de María, así como a los objetos que cayeron sobre ellos. Esto significó que, por kilómetros y kilómetros, dentro del mar de oscuridad que sucedió a la tormenta, Casa Pueblo era el único lugar que tenía energía estable.
Y, como polillas a una llama, la gente de todas las montañas adjunteñas se abrió camino hacia esa luz cálida y acogedora.
La casa rosa, que ya era un centro comunitario antes de la tormenta, se convirtió rápidamente en el centro de mando para los esfuerzos autogestionados de socorro. Pasarían semanas antes de que la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias o cualquier otra agencia llegara con ayuda significativa, por lo que las personas fueron masivamente a Casa Pueblo en busca de alimentos, agua, toldos y sierras eléctricas, así como para abastecerse de la preciada fuente de energía para recargar sus aparatos electrónicos. Incluso, más crucial aún, Casa Pueblo se convirtió en una especie de hospital de campaña improvisado. Sus cuartos ventilados se llenaron de personas envejecientes que necesitaban conectar sus máquinas de oxígeno.
Gracias también a esos paneles solares, la estación de radio de Casa Pueblo pudo continuar transmitiendo, convirtiéndose así en la única fuente de información de la comunidad cuando los cables de transmisión eléctrica y las torres de telecomunicaciones caídos habían cortado todo lo demás. Veinte años luego de que se instalaran esos paneles solares en el techo, ya estos no parecían un capricho. De hecho, parecían la mejor posibilidad de supervivencia en un futuro que seguramente traerá consigo más shocks climáticos del tamaño de María.
Visitar Casa Pueblo en un viaje reciente a Puerto Rico fue algo así como una experiencia vertiginosa; fue un poco como adentrarme por un portal a otra dimensión, a un Puerto Rico paralelo en donde todo funcionaba y el ánimo desbordaba de optimismo.
Esto fue particularmente chocante porque había pasado gran parte del día en la costa sureña, que está grandemente industrializada, conversando con algunas personas que habían sufrido de los impactos más crueles del huracán María. No solo se habían inundado sus barrios ubicados en zonas bajo el nivel del mar, sino que también temían que la tormenta hubiera dispersado los materiales tóxicos de las centrales eléctricas que queman combustibles fósiles, así como de los campos de experimentación agrícola, y no tenían esperanzas de poder evaluarlo. Como agravante —y a pesar de que viven en las cercanías de dos de las centrales eléctricas más grandes de la isla—, muchos todavía no tenían servicio eléctrico.
La situación se sentía persistentemente desoladora y aun más con el calor asfixiante. Pero luego de conducir montaña arriba y de llegar a Casa Pueblo, los ánimos cambiaron al instante. Nos recibieron unas puertas abiertas de par en par, así como el café orgánico recién colado proveniente de la propia hacienda del centro, que es manejada por la comunidad. Arriba, un aguacero purificador martillaba sobre los preciados paneles solares.
Arturo Massol Deyá, un biólogo barbudo que preside la junta de directores de Casa Pueblo, me llevó en un pequeño recorrido por las instalaciones: la estación de radio, un cine solar que instauraron después de la tormenta, un mariposario, una tienda de artesanías locales y su increíblemente popular marca de café. También me guió a lo largo de las fotografías enmarcadas en la pared: masas de personas que protestaban por las minas a cielo abierto (una batalla ardua que Casa Pueblo ayudó a ganar), imágenes de su bosque escuela, en el que brindan educación en los exteriores, y escenas de una protesta en Washington D.C. contra un gasoducto propuesto que atravesaría estas montañas (otra victoria). El centro comunitario era un híbrido extraño de albergue ecoturista y célula revolucionaria.
Mientras se acomodaba en un sillón de madera, Massol Deyá contaba cómo María había cambiado su percepción de lo que es posible en la isla. Explicó que por muchos años había abogado por que el archipiélago obtuviera mucha más cantidad de energía de fuentes renovables. Había advertido por mucho tiempo los riesgos asociados a la sobrecogedora dependencia de Puerto Rico en el combustible fósil importado y en la generación centralizada de energía. Una gran tormenta, había vaticinado, podía tumbar toda la red, especialmente después de décadas de despidos de trabajadores expertos y de falta de mantenimiento.
Ahora, todas las personas cuyos hogares estaban a oscuras entendieron esos riesgos, así como el pueblo completo de Adjuntas podía ver una Casa Pueblo bien iluminada y comprender las ventajas de la energía solar que se produce donde mismo se consume. Como planteó Massol Deyá: “Nuestra calidad de vida era buena antes porque funcionábamos con energía solar. Y, luego del huracán, nuestra calidad de vida es buena también. […] Este fue un oasis de energía para la comunidad”.
Es difícil imaginar un sistema eléctrico más vulnerable a los shocks amplificados por el cambio climático que el de Puerto Rico. Un impactante 98 por ciento de su electricidad proviene de combustibles fósiles. Sin embargo, como no tiene ninguna fuente de petróleo, gas o carbón, todos estos combustibles se importan por barco. Luego se transportan por camión y oleoductos a un puñado de descomunales centrales eléctricas. Después, la electricidad que generan esas centrales se transmite a lo largo de distancias inmensas mediante cables suspendidos y un cable submarino que conecta a la isla de Vieques con la isla grande. El coloso completo es monstruosamente caro, lo que provoca que el costo de la electricidad sea casi el doble del promedio estadounidense.
Así como lo alertaran los ambientalistas como Massol Deyá, María causó rupturas devastadoras en cada tentáculo del sistema eléctrico de Puerto Rico: el puerto de la bahía de San Juan, que recibe una cantidad significativa del combustible importado, entró en crisis y unos 10.000 contenedores de carga repletos de abastecimientos imprescindibles se apilaron en los muelles en espera de ser entregados. Muchos camioneros no podían llegar hasta el puerto, ya fuera por carreteras obstruidas o porque estaban luchando por salvar a sus propias familias del peligro. Con un suplido reducido de diésel por toda la Isla, algunos simplemente no pudieron conseguir el combustible para llegar. Las filas en las estaciones de gasolina se extendían por kilómetros. La mitad de las gasolineras de la Isla no estaba funcionando en absoluto. La montaña de abastecimientos estancados en el puerto crecía cada vez más.
Mientras tanto, el cable que conectaba a Vieques estaba tan afectado que todavía, seis meses después, no se ha arreglado. Y por todo el archipiélago, el tendido eléctrico que transmitía la electricidad desde las centrales estaba tirado en el suelo. El sistema completo estaba, literalmente, caído.
Este colapso general, explicó Massol Deyá, ahora le permitía hacer los planteamientos a favor de una transformación radical y veloz a la energía renovable. En un futuro en el que seguramente habrá más shocks climáticos, conseguir energía de fuentes que no precisan de extensas redes de transportación se trata simplemente de sentido común. A Puerto Rico, a pesar de ser pobre en combustibles fósiles, lo baña el sol, lo azota el viento y lo rodean las olas.
La energía renovable, no obstante, no es para nada inmune a los daños de las tormentas. En algunos parques eólicos puertorriqueños, las aspas de las turbinas se quebraron por los fuertes vientos de María (aparentemente porque no estaban instaladas correctamente) y algunos paneles solares que no estaban bien asegurados alzaron el vuelo. Esta vulnerabilidad es parte de la razón por la que Casa Pueblo y muchos más enfatizan en el modelo de microrredes para las fuentes renovables de energía. En vez de depender de algunos pocos campos solares y parques eólicos que luego distribuirían energía mediante líneas de transmisión extensas y vulnerables, unos sistemas más pequeños y basados en las comunidades podrían generar la energía allí donde se consume. Si la red más grande sufre daños, estas comunidades podrían simplemente desconectarse de ella y seguir supliéndose de las microrredes.
Este modelo descentralizado no elimina el riesgo, pero haría que el tipo de apagones totales que sufrieron los puertorriqueños por varios meses —y por el que cientos de personas todavía están pasando— sea cosa del pasado. Aquellos que tengan paneles solares que sobrevivan a la próxima tormenta podrán, como Casa Pueblo, estar viento en popa el próximo día. “Y los paneles solares se pueden reemplazar fácilmente”, destacó Massol Deyá, algo que no es cierto para el tendido eléctrico y los oleoductos.
En parte para proclamar el evangelio de la energía renovable, en las semanas después de la tormenta Casa Pueblo repartió 14.000 linternas solares: unas pequeñas cajas cuadradas que se recargan durante el día si se dejan en el exterior para que, por la noche, puedan servir como los tan necesitados focos de luz. Recientemente, el centro comunitario ha logrado distribuir un gran cargamento de refrigeradores de tamaño completo que funcionan con energía solar, lo que significa una gran mejoría para los hogares en el interior del país que todavía no tienen electricidad.
Casa Pueblo también ha lanzado #50ConSol, una campaña que reclama que el 50 por ciento de la electricidad en Puerto Rico provenga del sol. Ha estado instalando paneles solares en decenas de viviendas y negocios en Adjuntas, incluida, de manera más reciente, una barbería. “Ahora hay hogares que están pidiéndonos apoyo”, dijo Massol Deyá, en lo que es un cambio marcado de aquellos días en los que, no hace mucho, los paneles solares de Casa Pueblo se percibían como objetos ecológicos de lujo. “Vamos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para cambiar ese panorama y decirle al pueblo de Puerto Rico que un futuro distinto es posible”.
Varios puertorriqueños con los que conversé se refirieron casualmente a María como “nuestra maestra”. Esto debido a que, en medio de las convulsiones causadas por la tormenta, la gente no solo descubrió l...

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