UNO
Patrón y percepción
“¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano
y los cielos con su palmo,
con tres dedos juntó el polvo de la tierr,
y pesó los montes con balanza
y con pesas los collados?”
ISAÍAS 40:12
Vivimos en un mundo que es reconocible gracias a los patrones y formas; si éstos desaparecieran, desaparecería también para nosotros el mundo en que vivimos. Tanto el placer como el dolor lo encontramos en los patrones y formas y tenemos con ellos una relación de amor-odio. Aunque nos sentiríamos totalmente desnudos y vulnerables si careciéramos del sentido de los límites (hemisferio izquierdo del cerebro), al mismo tiempo ansiamos escapar de su prisión (hemisferio derecho del cerebro).
¿No hemos luchado todos por romper las formas? ¿Por librarnos de ellas por un momento al menos? ¿Por volver, en nuestra visión mental, a la nada existente antes del comienzo? Es una tarea prácticamente imposible, pues el hemisferio izquierdo del cerebro nos tiene firmemente amordazados.
Sin embargo, cada día de nuestras vidas somos testigos de momentos como ése, cada vez que la puesta de sol hace que las formas vuelvan a la oscuridad de donde vinieron. El ocaso es el momento sagrado que se nos concede para ser testigos de la desaparición de las formas, seguido por el alba, el maravilloso momento en que las formas reaparecen milagrosamente.
La manera en que experimentamos estos momentos privilegiados nos afecta en sentido físico y emocional. También puede revelarnos el secreto de cómo podemos aprender a cambiar por decisión propia entre los dos hemisferios del cerebro, entre la estabilidad (hemisferio izquierdo) y la libertad (hemisferio derecho), estos dos elementos tan importantes en nuestro crecimiento mental y personal.
Si no tenemos en cuenta el sueño, lo más que podemos acercarnos a experimentar conscientemente la ausencia de patrones o formas es mediante la contemplación del caos: una exuberancia salvaje y desordenada o una monotonía interminable que anula los determinantes únicos. Son ejemplo de ello la abundancia de la jungla amazónica vista desde un avión, o una muchedumbre tan grande que parezca un océano, o un desierto de arenas amarillas expuestas al sol abrasador, o la celda de una prisión cuyas paredes en blanco no dan ningún indicio del paso del tiempo.
Si alguna vez le ha parecido preocupante la abundancia escandalosa, o ha perdido momentáneamente su capacidad de reconocer alguna forma familiar a la que pueda aferrarse, sabrá cómo el cuerpo se pierde. Cómo ese miedo, el sobrecogimiento ante la “nada absoluta”, nos disuelve las barreras. Necesitamos formas para darnos forma. Pero también necesitamos un descanso de las formas para permitirnos, al volver, una gama más amplia de opciones dentro del tapiz repetitivo de este mundo.
Una vez, mientras observaba a mi hijo correr dando gritos de alborozo hacia una bandada de gaviotas, el mundo se difuminó: ¡no había forma, ni luz y tampoco existía yo! Fue una experiencia total. Cuando volví a ver, mi hijo estaba sobre un muelle, con las gaviotas sobrevolándolo en círculos. Me sentí completa.
Llevaba años intentando hacer que el mundo desapareciera al cerrar los ojos y por eso me pareció un alivio increíble poder desconectar los patrones aunque sólo fuera por ese único instante. Este hecho confirmó mi certidumbre de que la vida se sostiene gracias a nuestra búsqueda de patrones. El contrapunto ante esto, y el simple secreto para poder separarse de los patrones y las formas, consiste en encontrar un lugar en la vida para el espacio vacío. Por mucho que necesitemos la forma, también necesitamos hacer una pausa en nuestra vinculación con ella, y esto sólo podemos obtenerlo a través de la inconsciencia del sueño o el límpido vacío del hemisferio derecho del cerebro.
ATRACTORES EXTRAÑOS
Estamos tan motivados a buscar significado en el mundo que, cuando nos vemos frente a la caótica profusión de la naturaleza, buscamos instintivamente el colorido y encontramos patrones en un grupo de hojas o en los remolinos y torbellinos de un arroyo, o en las nubes que vemos en el cielo. Asignamos a un extraño que vemos en la calle un cierto parecido con un amigo. Encontramos extraños ecos del pasado en la luz difusa de una habitación a la hora del ocaso.
Aunque los sucesos fortuitos nos pueden empujar incontrolablemente por rumbos que no hemos elegido, buscamos y efectivamente encontramos un sutil orden en esos cambios. Este orden, cuando lo entendemos, devuelve significado a nuestras vidas. Somos capaces de soportar cierto grado de caos, pero los patrones nos proporcionan una conexión a tierra. Sin los patrones, la vida deja de tener sentido y por eso nos enfermamos, enloquecemos e incluso podemos morir.
¿Cómo explicar nuestras predilecciones? Pese a la ausencia de una elección consciente, nuestra búsqueda de patrones individuales parece responder a un patrón general. Sin pedirnos permiso, el cerebro parece gravitar hacia ciertos patrones y hacer caso omiso de otros.
En la teoría del caos el término que se utiliza para referirse a objetos que muestran esta dinámica de predilección es “atractores extraños”. ¿Cuál es el origen de estos atractores extraños a los que responde inexplicablemente la gran variedad de gustos y modelos de vida que se encuentra en las personas? Yo me siento atraída a tonos dorados y verdes rutilantes, a textos místicos y a hombres brillantes. A mi amiga le encanta la Bolsa de Valores, sólo viste de negro y le atraen los hombres musculosos.
Eso no impide que pongamos a un lado nuestras diferencias y seamos amigas, pues cada una de nosotras ve en la otra algo que la atrae. Esta resonancia en el afecto es quizás el atractor extraño más fuerte y más importante de todos. Lo que en última instancia guía las vidas de todos nosotros son los patrones, a veces pequeños y casi imperceptibles, y a veces tan grandes que llegan a abrumarnos la conciencia casi por completo. ¿Será que la similitud en los afectos se da a conocer a través de la predisposición de otra persona?
LA MENTE Y LA CREACIÓN
Podría decirse que nuestra mente se exterioriza. Se reconoce a sí misma externamente, en los patrones del mundo creado y devuelve a sí misma el reflejo de los patrones que mejor representan su esencia. Esta búsqueda de la similitud a uno mismo va avanzando hasta incorporar vueltas cada vez más anchas de una madeja de comprensión en forma de espiral.
La mente curiosa, al observar al mundo y observarse a sí misma, profundiza más en busca de su esencia mientras examina al mundo. La mente es insaciable en su búsqueda de patrones con significado, lo que en la cábala se denomina partzufim, o “rostros” de Dios. Paradójicamente, la dualidad se disuelve en unicidad cuando el Hombre llega más allá del mundo de la creación y llega frente a su alter ego esencial, queda cara a cara con lo incognoscible, el misterio, Dios, y ve que ambos son lo mismo. Los patrones desaparecen y, con ellos, desaparece la dualidad. Esto explica por qué, cuando leemos el relato de la creación según la Biblia, vemos que Dios en el séptimo día (por “afecto”, es decir, en busca de sí mismo) crea al Hombre “a Su imagen y semejanza”, y luego hay una pausa (pues todas las formas se han disuelto en la unicidad) antes de un nuevo comienzo.
Sólo en el espacio vacío de la pausa puede surgir una nueva creación y, con ella, el salto necesario para que descubramos nuevos atractores extraños.
SOÑAMOS NUESTRA REALIDAD
Una vez que comprenda que, al percibir su mundo también lo está creando, estará listo para comprender cómo las cosas a las que usted está atraído definen su forma de ver el mundo y de verse a sí mismo. Usted hace que el mundo encaje en los parámetros de sus atractores extraños. Como uno gravita solamente hacia ciertas configuraciones y hace caso omiso de otras, su visión del mundo es, en esencia, limitada y sus creencias sobre sus posibilidades también son restringidas.
Los patrones, por definición, tienen límites y formas. Podría decirse que uno sueña su realidad. Pero su sueño está limitado por los objetos o situaciones en los que uno decide concentrar su atención. Uno sólo puede imaginar una nueva realidad cuando ve más allá del sueño en el que está atrapado.
A la postre, es posible que su sueño se amplíe hasta incluir al mundo entero y, más allá, a entrar en contacto con la “nada”. ¡Pero entonces uno podría perderse! Ésa es la paradoja que encontrará si se convierte en un verdadero soñador: ¡ser capaz de experimentar la levedad y la libertad más allá de los patrones y aún así mantenerse afincado en su cuerpo terrenal! Pero no nos precipitemos, pues aún queda mucho camino por recorrer antes de que se vea enfrentado a ese dilema. Será su última tarea: la encontrará en el último capítulo de este libro.
Lo cierto es que la primera tarea de aprender a reconocer sus atractores extraños es ya suficientemente difícil. Empecemos por preguntar: ¿Hacia qué gravita usted naturalmente? Una forma más fácil de planteárselo: ¿cuáles son sus intereses? Comience por ahí.
Cómo identificar sus atractores extraños
Tome una hoja de papel y anote en ella una lista de todos sus intereses. Cuando lo haya hecho (tómese su tiempo, dése al menos tres días), repase la lista. Luego siéntese en un sillón o butaca sin cruzar brazos ni piernas. Cierre los ojos, respire lentamente tres veces y cuente regresivamente de tres a uno, visualizando en su mente los números. Luego pregúntese: ¿cuáles son las omisiones más evidentes? ¿Hacia qué no me estoy permitiendo sentir atracción? No trate de pensarlo. En lugar de ello, deje que los patrones e imágenes afloren por sí mismos en su mente. Dé nombres a las imágenes. Respire y abra los ojos. Anote en una columna aparte los nombres de esas imágenes.
Recuerde que solamente los objetos o situaciones hacia los que uno gravita se convierten en realidad. Lo demás se disuelve sin que uno lo note. ¿Significa esto que su realidad está determinada por los atractores extraños que haya en su cerebro, que su composición genética es responsable de las elecciones que usted hace? ¿Puede cambiar o modificar parcialmente sus atractores extraños y crear así opciones para poder definir su propia realidad? La respuesta a todas estas preguntas es afirmativa.
Mediante el simple hecho de ser consciente de sus atractores extraños, comenzará el proceso de ampliar su sueño y, por lo tanto, sus posibilidades. Al preguntarse de qué se está privando, estará abriéndose a la perspectiva de nuevas realidades.
El mito de la creación según la Biblia nos dice que somos la realidad manifiesta de Dios. Como somos el sueño de Dios, somos efectivamente Dios y, por lo tanto, cocreadores en la creación del mundo. Pero nos quedamos enzarzados en el desenvolvimiento del sueño y nos empantanamos en realidades que oscurecen la realidad mayor.
Somos libres de modificar nuestras realidades para reflejar más y más la realidad total que es Dios. (Uso el término “Dios” para seguir el vocabulario bíblico, pero siéntase libre de usar en su lugar la palabra que mejor represente sus creencias y su filosofía.)
Nuestra participación es esencial para permitirnos ampliar nuestra visión. ¿Dónde comenzar? Empecemos por comprender mejor el mecanismo que nos hace quedar atrapados en configuraciones fijas y estancadas.
LA FORMA NOS “IN-FORMA”
El lenguaje que usamos nos dice cómo son las cosas. Nos dice que estamos “in-formados”. Nuestras sensaciones nos in-forman. Nuestras papilas gustativas, tímpanos, cilios (que hacen posible el sentido del olfato), bastones y conos de la retina (que hacen posible el sentido de la vista), receptores subcutáneos y pelos táctiles (que hacen posible el sentido del tacto) vibran cada uno en su lugar, mandando sus mensajes al cerebro a través de senderos nerviosos. Esta información localizada se produce cuando ciertas formas moleculares entran en contacto con los cilios que se encuentran en nuestras cavidades nasales, o cuando ciertos patrones de ondas transportados por la atmósfera hacen mover nuestros tímpanos, o cuando las vibraciones luminosas impactan nuestras retinas.
Siempre estamos “informados” por la forma, sea ésta palpable o no. El viento nos informa de su presencia por la dirección y la amplitud de su voz; por los movimientos que impone a hojas, sombreros o banderas; por la sensación que produce (ligera o fuerte, húmeda o seca, fría o cálida) al hacer contacto con nuestros cuerpos. El viento es, sin embargo, invisible. Estamos diseñados para captar y reconocer patrones.
Algunos patrones nos comunican colores, mientras que otros nos comunican aromas, sonidos, texturas, temperaturas o formas. Cada receptor de los sentidos está especializado para recibir solamente un tipo de estímulo y es incapaz de responder a cualquier otra forma de estímulo.
Puede decirse que las sensaciones son discriminadoras. Por ejemplo, tenemos en la piel distintos receptores para captar presiones leves, estímulos profundos, calor, frío, dolor. Agrupamos todos esos receptores en la categoría general del “sentido” que denominamos tacto.
El gusto, por ejemplo no se encuentra solamente en las papilas gustativas que están en la lengua. El gusto desaparece si perdemos el sentido del olfato. Sin olfato, tacto, textura y temperatura, no hay gusto. En otras palabras, lo que denominamos “gusto” no es una experiencia sensorial sencilla (en la que cada elemento se capta por separado) sino una experiencia organizada que se manifiesta como una sinergia de todos los estímulos de los sentidos que se han activado el proceso de experimentarlos. Esta experiencia organizada se denomina percepción.
Imagínese que las sensaciones equivalen a los píxeles de la pantalla de su televisor, mientras que la percepción equivale a la imagen definida y total que uno interpreta como imagen de la televisión. En otras palabras, uno deconstruye y reconstruye un patrón en el proceso de percibirlo.
TRUCOS DE LA PERCEPCIÓN
Definamos por un momento la percepción como la forma que tiene el cerebro de reconstruir el mundo exterior. ¿Es precisa la percepción? ¿Alguna vez ha visto la película Rashomon, dirigida por el gran cineasta japonés Akira Kurosawa? Es la narración de una violación y asesinato, vistos a través de los ojos de cuatro testigos.
Como se ...