Medicina con plantas sagradas
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Medicina con plantas sagradas

La sabiduría del herbalismo de los aborígenes norteamericanos

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Medicina con plantas sagradas

La sabiduría del herbalismo de los aborígenes norteamericanos

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El primer examen en profundidad de los fundamentos sagrados del mundo del herbalismo medicinal de los aborígenes norteamericanos • Revela cómo los chamanes y sanadores "hablan" con las plantas para descubrir sus propiedades medicinales • Incluye las oraciones y canciones medicinales vinculadas con el uso de cada una de las plantas examinadas A medida que los seres humanos evolucionaron en la Tierra, utilizaron plantas para todo lo imaginable--alimentos, armas, canastas, vestimentas, refugio y remedios de salud. Los pueblos aborígenes de distintas partes del mundo han podido acopiar conocimientos sobre los usos de las plantas mediante la comunicación directa con éstas y el respeto a la relación sagrada que tenemos con el mundo vegetal. Para estos aborígenes, la conciencia radica en el corazón; por eso pueden utilizar la inteligencia del corazón para fusionar su conciencia con la de cualquier organismo vivo. En su libro Medicina con plantas sagradas, Stephen Harrod Buhner analiza la relación de larga data entre los pueblos aborígenes y las plantas y examina las técnicas que utilizan estas culturas para comunicarse con el mundo botánico. El autor explora la dimensión sagrada de las interacciones entre seres humanos y plantas--un territorio en el que los humanos experimentamos la comunicación con las plantas como expresiones del Espíritu. Con respecto a cada planta curativa descrita en el libro, el autor presenta sus usos medicinales, normas para su preparación, y elementos ceremoniales como las oraciones y canciones medicinales vinculadas con el uso de la planta.

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LO SAGRADO Y LA TIERRA
Todos los místicos hablan el mismo idioma, pues vienen del mismo país.
SAINT-MARTIN
En los años cincuenta, que fue la época de mi niñez, el concepto de familia extendida todavía estaba vivo en los Estados Unidos. La mayoría de los norteamericanos eran agricultores y mucha gente vivía cerca de la tierra en este continente, que muchos de sus pueblos aborígenes conocen como “Isla Tortuga”.
Me crié en Louisville, Kentucky, que en aquella época todavía era una ciudad más bien pequeña. Conocí a cuatro de mis bisabuelos y estaba muy apegado a dos de ellos. Los dos, Cecil y Mary Harrod, habían nacido y se habían criado en la última parte del siglo XIX. Los llenaba un espíritu y una forma de ver la vida que es muy poco común encontrar en la actualidad.
Mi bisabuelo se formó como médico antes de que los alópatas monopolizaran la medicina, antes del descubrimiento de la penicilina y de otros antibióticos cuando, entre otras cosas, los doctores aún usaban hierbas en su práctica. Era un médico de pueblo pequeño, de esos que iban en coche a caballo, y atendía partos a domicilio. Conocía a la gente y la gente lo conocía a él; tenía su consultorio en su casa. Ayudaba a los bebés a venir al mundo y estaba presente cuando los mayores abandonaban el mundo; estaba involucrado además en gran parte de la vida de sus pacientes entre el nacimiento y el fallecimiento.
Cuando vine al mundo, mis bisabuelos se encontraban viviendo en Columbus, Indiana. En general estaban disfrutando de su jubilación, aunque seguían teniendo un consultorio al fondo de la casa. También eran dueños de una pequeña finca cerca de Columbus, donde la familia se reunía casi todos los veranos. Ir a esa finca significaba entrar en un mundo distinto al mundo en que había vivido la mayor parte de mi vida. La casa de la hacienda era un granero convertido, hecho de troncos tallados a mano, construido unos cien años antes. Fue desmontado, trasladado a la finca y vuelto a construir. Había dos estanques de buen tamaño, el más pequeño de los cuales estaba adentrado en el bosque.
Mis bisabuelos venían de una época distinta. Esa época, conectada con las raíces de lo que considero el corazón de lo que hubiera podido ser Norteamérica, me caló los huesos desde el día en que nací. Era una época de caballos y de crear con tus propias manos lo que necesitaras. Una época de ritmo lento y vida rural, de cercanía a la tierra y de sencillez humana, sin tanto equipo especial de alta tecnología. Una época en que el grano de la madera descendía por las líneas de un tronco de cien años tallado a mano. Una época de venas profundas en el dorso de la mano del hombre. Una época de andar por los densos bosques y oír su llamado, de sentir el sabor de las moras recién recogidas, de escuchar el sonido de succión producido por una caña de pescar cuando uno la saca de repente del lodo al sentir el tirón de un pez hambriento. Una época de encontrar escondites secretos y de ponerse en marcha al oír el llamado de la voz de una mujer que te apremia para que la comida no se enfríe. De sentir el sabor excesivamente azucarado del té con hielo que viene en grandes y sudorosas jarras de vidrio. De risa en torno a la mesa y relatos de épocas pasadas en las que estos propios ancianos no eran más que niños. Y, sobre todo, de tener la sensación de ser profundamente amado con el alma, sin importarnos un ápice la forma del cuerpo de ser querido ni las irregularidades de su personalidad.
La forma de vivir de mis bisabuelos me caló el alma y cada fibra de mi ser. Mis huesos se alimentaron de ella y lo mismo sucedió con mis gestos, expresiones, esperanzas y sueños. Pero lo más fundamental y perdurable fue la profunda conexión que me habían enseñado a mantener con la tierra. Esa conexión me llegó al espíritu y me reveló en su propio lenguaje especial que había un mundo más profundo, mucho más antiguo, que el mundo humano en el que vivía.
Sin embargo, ese sentido de conexión con la Tierra se mantuvo reprimido en los años subsiguientes a medida que fueron muriendo algunos familiares, que se fueron vendiendo sus casas y que la televisión reemplazó los sonidos de las voces de mis ancianos. Mientras más años transcurrían, más grandes eran mis sensaciones de alienación de mí mismo, de cualquier tipo de valor perdurable y de la Tierra. Pero aquellas épocas iniciales, aquella conexión con la tierra, eran como semillas plantadas en mi alma que a la postre, sin previo aviso, rompieron a crecer y me cambiaron el curso de la vida.
Eran parte del ímpetu que me impulsaba hacia experiencias profundas de lo sagrado cuando tenía diecisiete años, parte de lo que me condujo a tratar de entender analíticamente lo que me había sucedido, parte del mapa que entonces creé. A la postre, al comenzar este viaje hacia el mundo de la medicina con plantas sagradas, sus hilos me instaron a buscar una comprensión más profunda de mi relación con la Tierra.
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Hay una dimensión de la experiencia humana, una forma de experimentar el mundo, en la que las plantas pueden hablar con los seres humanos y éstos a su vez pueden hablar con las plantas. Es una dimensión que ha sido utilizada por los seres humanos durante la mayor parte de nuestra historia en este planeta. Sin embargo, en esta época que nos toca vivir, ese modo de vida ha quedado relegado a un callejón desconocido en una pobre barriada de la ciudad humana. Quienes viven allí suelen ser considerados ignorantes y poco educados, supersticiosos y primitivos.
El conocimiento que encontraron los seres humanos al explorar esa dimensión de la vida, al hablar con las plantas y oírlas hablar con ellos, viene de una época anterior a la difusión de lo que hoy llamamos ciencia. En esa dimensión de la experiencia humana, la gente buscaba comúnmente establecer un contacto estrecho con lo sagrado, conocer los deseos del Creador y traer al mundo las visiones espirituales que Él les proporcionaba. Los conocimientos adquiridos de esta manera daban buen resultado (como lo han demostrado los estudios científicos) y, al mirarlos desde la perspectiva de este mundo de ciencia en que actualmente vivimos, muchos se sorprenden de que se pudiera obtener algún resultado real con los conocimientos que había en aquel otro mundo. Ya no entendemos esa forma de acopiar información; en los países industrializados hemos renunciado a ella. En muchos sentidos, esto nos hace más pobres. Pero de todos modos en los lugares recónditos del mundo la gente sigue viviendo como lo ha hecho durante miles de años, manteniendo su vínculo con toda la vida y todos los seres vivientes. Como dijo suavemente la Madre Teresa al recibir su premio Nobel: “Los pobres no somos nosotros, sino ustedes”.
La pobreza a la que se refería la Madre Teresa puede sentirse intensamente al comparar los relatos siguientes:
En Corea se dice que en el año 850 d.C. el árbol del ginkgo estaba en peligro de extinción. Se trata de un árbol cuya existencia está entrelazada con la de los seres humanos de Asia y que se ha introducido en Occidente en tiempos relativamente recientes (alrededor de 1800). El ginkgo se utiliza como alimento y medicina y se piensa además que posee muchos atributos espirituales. En aquella época de peligro, muchos monasterios budistas de Corea empezaron a recoger retoños para proteger al árbol de la extinción. Se dice que los budistas salvaron al árbol del ginkgo al llevarlo a los jardines de sus templos1. Uno de los árboles de ginkgo más grandes que hay en Asia crece en el patio del templo Yongmun-san en Corea. Tiene una altura de 180 pies (55 m) y un diámetro de 15 pies (4,5 m), y se dice que fue plantado en el siglo IX. Este árbol, plantado para proteger a su especie de la extinción, ha recibido reverencias y oraciones durante más de un milenio. Todavía hoy la gente hace peregrinajes para visitarlo.
Unos 1100 años más tarde (alrededor de los años cincuenta) un estudiante de doctorado estaba terminando su tesis sobre el pino erizo. Había terminado sus estudios y estaba trabajando en su disertación, realizando investigaciones sobre el terreno en un bosque de pinos erizo. Estaba tratando de establecer que el pino erizo es uno de los árboles más antiguos en el continente de América del Norte.
Anduvo por el bosque durante muchos días, con su equipo a cuestas, hasta que acampó. Finalmente encontró el árbol que deseaba estudiar, el árbol que creía que era el más antiguo del bosque. Su intención era utilizar una perforadora sacatestigos para extraer una muestra del árbol a fin de contar sus anillos y establecer su edad. Tenía muchas anotaciones y había hecho sus preparativos con mucho cuidado. Su doctorado dependía de la investigación que estaba realizando sobre este árbol. Pero, cuando se aprestaba a extraer un núcleo del árbol con la perforadora, ésta no le funcionó. Pasó varios días tratando de arreglarlo, pero sin resultado. No tenía más perforadoras, pero sí tenía una sierra. Cortó el árbol y, al contar sus anillos, pudo determinar que tenía 4000 años. Un árbol que ya tenía 2000 años cuando Cristo vivió, terminó siendo talado para una tesis de doctorado2.
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Árbol del ginkgo en el templo
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Nunca es posible hacer este relato sin sentir una gran pena. Esta anécdota pone de relieve la brecha que hay entre los seres humanos y el mundo, el nivel de pobreza y enfermedad que nos aqueja como especie. Los sentimientos que embargan el corazón suele ser demasiado hondos para expresarlos con palabras. Aun así, son sentimientos que todos tratamos de reprimir, y muchas veces lo logramos. No hay un solo ser humano que no sepa que algo anda mal en nuestro mundo. No hay un solo ser humano que no lleve dentro de sí la pena concomitante al daño infligido a nuestro hogar. Como observa Aldo Leopold:
Uno de los precios que hay que pagar por recibir enseñanzas ecológicas es el de percatarnos que vivimos solos en un mundo de heridas. Gran parte del daño infligido a la tierra es invisible para el hombre común. El ecologista tiene que fortalecer su coraza y fingir que las consecuencias de la ciencia no son asunto suyo, o tiene que ser el médico que ve las marcas de la muerte en una comunidad que se cree sana y no quiere que le digan lo contrario3.
Una solución ante la pobreza y la enfermedad de nuestro mundo se encuentra en la antigua capacidad de los seres humanos de viajar por territorio sagrado, de reconectarse con el carácter sagrado de la Tierra y de cultivar su propia capacidad, y derecho propio como ser humano, de evocar lo sagrado y volver a ocupar su lugar en el consejo de todas las formas vivientes.
Lo sagrado
Nuestra capacidad de reconocer y buscar lo sagrado es uno de los impulsos básicos que integran el tejido del ser humano y que dan forma a nuestro linaje humano común. El término “lo sagrado”, en la forma en que lo uso, es más afín con la definición que da el diccionario de sagrado, o sea, “digno de veneración por su carácter divino”. Es preciso reconocer que, en vista de que lo sagrado está compuesto por elementos no racionales y no lineales, ninguna reducción a definiciones sencillas llega a captar su esencia. Uno tiene que entrar en el reino de lo sagrado y experimentar su carácter trascendente para poder entenderlo plenamente. Hay una realidad específica que sirve de base a todas las expresiones religiosas. Esta realidad es la que, al experimentarla, sentimos que es verdaderamente real, más profunda y llena de significado que lo que experimentamos en nuestras vidas cotidianas.
Los mapas que crean los viajeros a partir de sus viajes por los dominios sagrados, y la burocracia que surge en torno al control del mapa, constituyen la forma y la sustancia de los movimientos religiosos. Los mapas se corresponden con linajes específicos de devoción religiosa o espiritual. Todos los seres humanos somos propensos a identificarnos con la manera en que experimentamos lo sagrado. Por ejemplo, podemos experimentarlo como un territorio (aborígenes norteamericanos), como una personificación (cristianos) o como un estado mental (budistas). Esta propensión puede dar lugar a discusiones (y a veces a guerras) sobre la manera correcta de experimentar lo sagrado, es decir, sobre “La Manera”. Pero, como ha dicho el eminente historiador religioso Mircea Eliade: “No hay límites de definición en cuanto a las formas que puede adoptar lo sagrado”4. La manifestación de lo sagrado (la hierofanía) puede ocurrir en cualquier persona, lugar u objeto. Por definición, lo sagrado puede asumir cualquier forma.
Cada expresión religiosa tiene su lugar en el marco humano. Afirmar que una es superior a otras sería lo mismo que decir que el dedo pulgar es superior a los otros dedos, o que el pie es superior a la pierna. Cada uno tiene su lugar y función necesarios. Uno debe buscar el verdadero centro de la religión e ir más allá de las representaciones lingüísticas contenidas en los mapas religiosos. Si no lo hace, se encuentra con lo humano, no con lo sagrado.
Lo sagrado posee un aspecto dinámico en el sentido de que tiene la tendencia a manifestarse espontáneamente, a venir al mundo y darse a conocer. Además, cada forma encarnada, cada objeto, tiene la tendencia a hacer realidad su significado arquetípico, universal, sagrado. Estas dos tendencias—la de lo sagrado a manifestarse y la de cada forma encarnada a hacer realidad su arquetipo profundo— se fusionan de tal manera que cualquier objeto puede en cualquier momento incorporar dentro de sí todo el poder de lo sagrado. Cuando lo sagrado se manifiesta en el mundo, hay algo en el ser humano que le permite ser reconocido de inmediato. Una parte del ser humano, generalmente una parte subconsciente, experimenta lo sagrado y le dice a la mente consciente: “Eso es lo REAL”. Entonces la mente consciente se entera de lo que hay más allá de ella, es decir, de lo sagrado, que es de donde proviene.
La intrusión de lo sagrado en la experiencia humana representa una transmisión directa de lo REAL, una transmisión de Dios, el Creador, Alá, el Gran Espíritu. El ser humano que experimenta esto, cobra conciencia de una realidad que trasciende lo humano y que, por lo tanto, data de una época anterior a las construcciones lingüísticas y culturales de los humanos. Esto presenta dificultades. ¿Cómo es posible tener un recuerdo o experiencia de un fenómeno que data de una época anterior a todo lo humano? Para explicar la experiencia y retener su recuerdo, los seres humanos estructuran automáticamente la experiencia directa de lo sagrado en construcciones simbólicas internalizadas. Por eso es que lo sagrado se expresa en visiones, sentimientos y pensamientos extraordinarios y, a veces, en olores y sabores maravillosos. Esto se debe a la naturaleza de los patrones de memoria.
Los patrones de la memoria humana se construyen a partir de aspectos de los cinco sentidos, es decir, los recuerdos son fragmentos codificados de imágenes, sonidos, olores, sabores y sensaciones. De este modo, la experiencia de lo sagrado se traduce en visiones, sonidos, colores, sabores y sensaciones a pesar de que lo sagrado es, al mismo tiempo, todas estas cosas y ninguna de ellas. El análisis de los registros escritos y orales de las personas que se han encontrado con lo sagrado pone de manifiesto que sus experiencias eran muy ricas y generalmente incluían los cinco sentidos5.
Las experiencias intensas como visionario suelen verse acompañadas de imperativos relacionados con la conducta humana. Estos imperativos, transmitidos durante el contacto con lo sagrado, a menudo requieren que la persona a quien se le otorgan actúe de cierta manera, haga cierta obra en su vida o efectúe cambios en cuanto a estilo de vida o comportamiento. Dado que estos imperativos suelen interpretarse en forma lingüística al ser experimentados, generalmente adoptan el patrón del lenguaje que ya está codificado en la persona que los recibe. Para impartir sensatez a estos imperativos, la gente también los interpreta a través de las experiencias y valores culturales previamente adquiridos. De este modo, si uno es criado en un entorno esencialmente cristiano, cualquier experiencia directa de lo divino tendrá a menudo la tendencia a asumir formas y símbolos cristianos.
Todas estas cosas —fragmentos de recuerdos sensoriales, estructuras lingüísticas y culturales que dan forma de recuerdo a la experiencia de lo sagrado— se convierten en símbolos que contienen en sí mismos la capacidad de volver a invocar la experiencia sagrada original. Aunque se usen estos elementos, lo sagrado no se convierte solamente en ellos. Algo inherente a la experiencia de lo sagrado es el recuerdo de su carácter trascendente. Según su capacidad, los humanos se ven forzados a generar conceptos más poderosos a partir de sus propias estructuras existentes para poder abarcar en ellos la inmensa morfología de lo sagrado. En este proceso no es posible que el humano retenga la plena experiencia de lo sagrado, pues se trata de un territorio demasiado extenso. Sin embargo, el ser humano ha sufrido un cambio, ya no es solamente secular, y los símbolos que ha retenido le indican en el camino hacia algo distinto y más REAL que lo humano.
En muchas culturas, la búsqueda de contacto personal con lo sagrado es parte integral de nuestra maduración y desarrollo. Cuando tiene lugar el contacto con lo sagrado, su naturaleza y contenido dan forma a la dirección o configuración de la vida de la persona de que se trate. Proporcionan un significado mediante el cual esa persona determina su conducta ética y honorable y la labor de su vida. Además, el contacto frecuente con lo sagrado a través de la experiencia visionaria personal o los rituales comunitarios dan rumbo a la profundización con el tiempo de nuestra propia espiritualidad.
Aunque las experiencias de lo sagrado abarcan un amplio espectro de estilos, la más antigua y común es la espiritualidad centrada en la Tierra, o lo que a veces se ha dado en denominar religión pagana o misticismo de la naturaleza.
Espiritualidad centrada en la Tierra
Para las perso...

Table of contents

  1. Cubierta
  2. Título de la página
  3. Dedicación
  4. Reconocimientos
  5. Contenido
  6. Prólogo por Brooke Medicine Eagle
  7. Prefacio a la 2006 edición
  8. Prefacio a la primera edición
  9. 1. Lo sagrado y la Tierra
  10. 2. Recibir la sanación de la Tierra
  11. 3. Visiones sobre la medicina con plantas sagradas
  12. 4. El canto sagrado de las plantas
  13. 5. Cómo establecer una relación sagrada con las plantas
  14. 6. Practicar la sanación de forma sagrada
  15. 7. Hurgar la tierra en busca de medicinas: La recolección de plantas medicinales en su medio silvestre
  16. 8. La conversión de plantas en medicinas: La tecnología del herbalismo
  17. 9. Ceremonias: Establecimiento de relaciones más profundas con las plantas
  18. 10. Cuatro plantas sagradas de la región de las montañas rocosas: Sus cualidades sagradas y usos medicinales
  19. 11. Un breve compendio de plantas y sus usos sagrados
  20. 12. El nacimiento de Gaia
  21. Apéndice: Ética y directrices relativas a la recolección de plantas en su medio silvestre
  22. Notas al pies
  23. Notas
  24. Sugerencias de lectura y programas de aprendizaje sobre herbalismo
  25. Acerca del autor
  26. Otras obras de Stephen Harrod Buhner
  27. Derecho de Autor