SEGUNDA PARTE
Danzas y técnicas de movimiento en perspectiva intercultural
1. Danzando identidades, ideologías y políticas
“Las danzas aborígenes siempre fueron en ronda”
Música y danza como signo identitario en
el Chaco argentino
Silvia Citro y Adriana Cerletti
Durante largo tiempo en la Argentina, las músicas y las danzas de los pueblos aborígenes fueron poco conocidas y estudiadas. Seguramente, el reconocimiento tardío y esquivo hacia los grupos aborígenes del país incidió en que fueran muy pocos los investigadores interesados en sus músicas y danzas. Como es conocido, hacia fines del siglo xix y principios del xx, durante el proceso de construcción de la Argentina como Estado-nación, las culturas europeas fueron el modelo privilegiado. Así, los gobiernos nacionales promovieron la persecución militar de los pueblos aborígenes y su asimilación forzada a la “civilización occidental y cristiana”, al tiempo que comenzaron a patrocinar la inmigración europea. Una de las consecuencias de esta historia fue la construcción de un imaginario identitario nacional que, según se expresaba en un dicho popular de las clases medias urbanas, sostenía que “los argentinos descendemos de los barcos”, refiriéndose así a los barcos que trajeron a nuestros abuelos desde Europa, principalmente desde España e Italia.
A mediados del siglo xx, con las políticas del gobierno de Juan Domingo Perón, la atención se centró en los sectores populares, lo cual también implicó algunas políticas de protección a pueblos indígenas. En este contexto, el musicólogo Carlos Vega (1998, 1986) comenzó a documentar las “músicas y danzas folclóricas de la Argentina”, pero en sus estudios no incluyó a los grupos indígenas y consideró que solamente un par de esos géneros folclóricos contenían raíces “indígenas”. Hubo que esperar a la década del 70 para que se iniciara la documentación y el estudio sistemático de las expresiones musicales indígenas, a partir del trabajo pionero de los etnomusicólogos Jorge Novati e Irma Ruiz (Ruiz, 1985a). Finalmente, cabe recordar que recién en 1989, después de varias décadas de dictaduras militares y proscripciones políticas, se reconoció la preexistencia étnica y cultural así como los derechos de los pueblos originarios, con la Ley de Políticas Indígenas (ley nacional 23.302).
Nuestra investigación actual en la Universidad de Buenos Aires pretende continuar la labor aún inconclusa de documentar y analizar las expresiones musicales y dancísticas aborígenes, tanto del pasado como del presente. En este artículo proponemos analizar los cantos-danzas circulares en “ronda”, uno de los géneros dominantes en los rituales de diferentes pueblos aborígenes del Chaco argentino, incluyendo también el rol que ha jugado nuestra investigación en el desarrollo de esas expresiones.
Nos centraremos aquí en los cantos-danzas de los tobas del este de la provincia de Formosa y de los mocovíes de Santa Fe, ambos pertenecientes a la familia lingüístico-cultural guaycurú. Estos grupos resistieron la colonización española y compartieron importantes rasgos socioculturales como las prácticas de caza y recolección, la adopción del caballo a partir del siglo xvii y una cosmología basada en seres no humanos poderosos, principalmente “padres” o “madres” de las diferentes especies animales. Estos seres juegan un rol central en diferentes mitos sobre el origen y la renovación del mundo e intervienen en las prácticas de caza y recolección así como en las iniciaciones y rituales chamánicos (Miller, 1979; Wright, 1997; Citro, 2003).
La organización social de estos grupos, previamente a las transformaciones producidas por el avance de la colonización, podría sintetizarse como la de sociedades seminómadas, conformadas por bandas exógamas que se desplazaban por territorios establecidos como propios y que se asentaban temporariamente en lugares con abundancia de caza (Braunstein, 1983), probablemente por períodos de unos catorce días (Paucke, 1943: 180). Cuando comenzaba el tiempo cálido y la época de maduración de los frutos del monte, las bandas aliadas solían celebrar encuentros festivos que habrían durado entre ocho y quince días (Canelas citado en Furlong, 1938: 109), en los cuales los caciques y adultos compartían la bebida preparada con los frutos de la algarroba, o también del chañar, la miel y el trigo (Paucke, 1943: 198-199). Estas ceremonias de bebida involucraban una performance ritual que permitía legitimar los liderazgos y crear alianzas entre las bandas, ocupando así un rol central en la conformación de las unidades sociales mayores o tribus (Citro, 2008). Además, en el contexto de estos encuentros, se celebraban triunfos bélicos, rituales de iniciación femenina y, posiblemente también, rituales de iniciación masculina a la bebida (Citro, 2003, 2009). Asimismo, en tanto las bandas eran exógamas, estas festividades fueron el marco propicio para efectuar acuerdos matrimoniales, y los jóvenes solteros solían practicar allí los cantos-danzas circulares que aquí analizaremos, los cuales promovían sus encuentros sexuales.
Si bien son muchas las similitudes socioculturales entre estos grupos guauycurúes, sus historias también se fueron desenvolviendo de manera disímil, especialmente como resultado de sus relaciones con los agentes coloniales y poscoloniales. Dentro del Chaco argentino, estos grupos tobas y mocovíes representan, respectivamente, la más tardía y la más temprana adopción del cristianismo y de otras prácticas de la sociedad hegemónica, como el capitalismo rural, la incorporación del español, del uso de los documentos de identidad, de la escolarización y medicalización occidentales y, también, de la música folclórica y popular. Este contraste, por tanto, ofrece un interesante material para analizar las similitudes y las transformaciones en un género musical y dancístico cuyas performances han sido realizadas por grupos diferentes.
Presentamos aquí las transcripciones y los análisis de dos cantos-danza circulares: el nmi, de los tobas, y el manik, uno de los bailes paisanos de los mocovíes. Ambos grupos consideran estas expresiones como sus propias “danzas antiguas” porque su performance se realizó hasta mediados del siglo xx, cuando comenzaron a ser gradualmente abandonadas. Sin embargo, a principios del siglo xxi, los mocovíes retomaron sus bailes paisanos y, en los últimos años del siglo xx, los tobas hicieron lo propio con algunos rasgos estéticos del nmi. Una de las características distintivas de estas expresiones es la simultaneidad del canto y la danza, lo que nos ha llevado a estudiarlos como “géneros performáticos” cuya eficacia reside en la combinación de ambos lenguajes estéticos. Nuestra hipótesis es que estos cantos-danzas están organizados por un principio estructural similar que reside en la articulación entre el carácter circular y repetitivo de la coreografía colectiva y la iteración a través de variaciones mínimas del discurso musical; asimismo, especialmente en el pasado, compartieron similares significados culturales y usos sociales, pues fueron el medio por el cual los hombres jóvenes buscaban atraer a las mujeres, siendo ellas quienes tenían la iniciativa de escoger a sus compañeros de baile y eventuales parejas sexuales. Algunos de estos rasgos diferencian estas danzas circulares de aquellas danzas folclóricas o populares de los criollos o blancos de la región, las cuales usualmente separan la ejecución musical de la danza y se bailan en parejas, además de basarse en otras estructuras musicales y coreográficas. Como intentaremos demostrar, estas diferencias contribuyeron a que los cantos-danzas circulares se constituyeran en poderosos signos de “identidad aborigen”, lo cual se expresa en aquella frase que oímos frecuentemente entre los ancianos mocovíes y tobas, y que hemos elegido como título: “las danzas aborígenes siempre fueron en ronda.”
Proceso, estructura y significados corporizados en
la performance
A partir del trabajo de Merriam (1964), seguido por los de Blacking (1973), Béhague (1984) y Feld (1994), entre muchos otros, se produjo un cambio decisivo en el campo de la etnomusicología, que llevó a un creciente interés en los comportamientos y las performances musicales en relación con sus contextos sociales y significados culturales. En 1987, Qureshi (1987) sostenía que una de las cuestiones problemáticas inherentes al estudio de los contextos musicales basados en la teoría antropológica o sociológica era su “incapacidad de tratar satisfactoriamente el sonido musical”, pues “dichos estudios inicialmente se centraban en los usos y funciones de la música, pero no incorporaban la música en sí misma dentro de sus esquemas analíticos” (61). Más recientemente, en una revisión crítica del desarrollo de la etnomusicología, McLean (2007: 138) también subrayó que aquel énfasis en el contexto ha llevado a la “convicción de que el «mero sonido» es el elemento menos importante de los sistemas musicales”, y a la “injustificable erosión de la confianza en la trascripción, el análisis y la comparación.” Cabe destacar que en la Argentina, Reynoso (2006a, 2006b) ha elaborado críticas similares.
En contraste, autores como Rice han respondido críticamente a las afirmaciones de McLean, señalando, por ejemplo, su incapacidad “para encontrar valor alguno en la mayor parte de lo ocurrido desde 1980” (Rice, 2007: 168), tal sería el caso del “giro interpretativo” que llevó a cuestionar “la naturaleza esencial de la música como arte o sonido, para problematizar otros aspectos de su naturaleza como símbolo y comportamiento, y para argumentar en favor de su «realidad construida» antes que de su «realidad empírica»” (169). En una línea similar, otros autores como Finnegan (2002) o Ingold (2000) desarrollaron enfoques holísticos que criticaban las usuales distinciones entre “música y lenguaje” o “música y comunicación hablada”, como producto de una descomposición analítica de lo que alguna vez se constituyó en una totalidad expresiva indivisible. Asimismo, como vimos en el primer capítulo de este libro, algunos de los estudios más recientes sobre danzas también contribuyeron a des...