Cooperar para aprender
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Cooperar para aprender

Transformar el aula en una red de aprendizaje cooperativo

Francisco Zariquiey Biondi

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Cooperar para aprender

Transformar el aula en una red de aprendizaje cooperativo

Francisco Zariquiey Biondi

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Estrategias para crear un contexto de cooperación y trabajar en equipo entre docentes, con los alumnos y la comunidad educativa en su conjunto.El aprendizaje cooperativo es una teoría que ha mejorado mucho la práctica de los sistemas educativos y las escuelas que lo tomaron como su principal referencia ya desde los años setenta.Entre otros, los trabajos de David Johnson y Roger Johnson, Robert Slavin y Robyn Gillies, contribuyeron decisivamente a la superación de la segregación, poniendo a todas las niñas y niños de un aula en grupos heterogéneos a colaborar conjuntamente en su aprendizaje. La mejora no fue solo en los valores sino también en todo tipo de aprendizajes, puesto que la ayuda entre iguales diversos fomenta el aprendizaje instrumental, los valores, las emociones y los sentimientos.El resultado no era de una igualdad por abajo retrasando al alumnado más avanzado para que ayudara al de ritmo más lento, sino de una igualdad por arriba acelerando el aprendizaje de todo el alumnado, ya que cuando mejor se aprende una cosa no es cuando te la explican sino cuando la tienes que explicar, especialmente si es a alguien con muchas dificultades.

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Capítulo uno
Agrupamos al alumnado
Diseñamos los agrupamientos
Si tuviésemos que definir el aprendizaje cooperativo de una forma muy general, afirmaríamos que se trata de una herramienta metodológica que intenta aprovechar las enormes posibilidades que ofrece la interacción social para potenciar el aprendizaje de todo el alumnado, independientemente de su nivel. En este sentido, la cooperación puede mejorar la experiencia escolar de los alumnos, siempre y cuando, claro está, puedan trabajar con sus compañeros. Y esto lleva implícita la necesidad de agruparlos.
Resulta evidente que para trabajar en equipo los estudiantes deben estar juntos y que, por tanto, el docente ha de ocuparse de agrupar al alumnado y disponerlo en el aula de forma que pueda compartir información, tareas, recursos, etc. Sin embargo, ocuparnos de esta tarea, que resulta fundamental para la eficacia de una red de aprendizaje cooperativo, exige de nosotros cierta meticulosidad y reflexión, de cara a facilitar que el equipo potencie las posibilidades de aprender de sus miembros y no las obstaculice. Y es que un agrupamiento mal estructurado –ya sea por su configuración, su tamaño o su duración– puede convertirse en un contexto de trabajo poco propicio para algunos alumnos, que pueden ver minimizadas sus oportunidades de aprendizaje y que, incluso, podrían haber aprendido más y mejor si hubiesen trabajado individualmente.
Así pues, aunque no debemos obsesionarnos y convertir la formación de grupos en un “sudoku” eterno que lleve a los docentes a invertir semanas enteras en busca del equipo perfecto, sí resulta importante que el profesorado preste atención a la formación de los grupos, para garantizar unas condiciones mínimas de eficacia.
La tarea de formar grupos ha de sustentarse sobre seis preguntas, que se relacionan con seis decisiones que debemos tomar si pretendemos articular grupos que se ajusten a las necesidades del alumnado. Estas cuestiones son:
Los grupos con los que trabajaremos, ¿serán homogéneos o heterogéneos?
¿Cuántos miembros tendrá cada grupo?
¿Durante cuánto tiempo trabajarán juntos los estudiantes?
¿Cómo distribuiremos a los alumnos entre los grupos?
¿Cómo dispondremos el aula?
¿Cómo colocaremos a los alumnos dentro de los grupos?
A continuación, vamos a tratar de ir dando respuesta a cada una de estas preguntas.
Los grupos con los que trabajaremos, ¿serán homogéneos o heterogéneos?
La estructura básica que sustentará nuestra red de aprendizaje ha de constituirse sobre grupos heterogéneos. No debemos olvidar que uno de los motivos por los que resulta tan interesante el aprendizaje cooperativo es justamente porque se trata de un modelo que entiende la diversidad como un elemento positivo, potenciando las oportunidades de mejora de todo el alumnado. Por eso, a la hora de configurar nuestros grupos, podemos tomar como referencia criterios de heterogeneidad muy diversos, que pueden articularse a través de tres categorías distintas:
Los factores personales: como el género, el perfil de inteligencia, los intereses, el nivel de destrezas cooperativas o la actitud hacia la cooperación.
Los factores sociales: como la etnia, el nivel socio-económico o el nivel de integración en el grupo-clase.
Los factores escolares: como el nivel de desempeño, el interés por la materia o área, las necesidades educativas o el historial académico.
Si tomamos como referencia estos criterios a la hora de buscar la heterogeneidad en nuestros grupos, podremos beneficiarnos de las ventajas de la interacción cooperativa. Por ejemplo, de los conflictos sociocognitivos que se derivan de la diversidad de puntos de vista, de las situaciones de andamiaje que se producen cuando un alumno que sabe hacer algo necesita que su compañero consiga hacerlo, de las situaciones de modelado que promueve la toma de contacto con otras formas de hacer las cosas, etc.
Ahora bien, aunque en teoría sería interesante conseguir el máximo grado de heterogeneidad atendiendo a todos estos criterios, en la práctica es muy difícil simultanearlos todos. Por ello resulta conveniente primar algunos criterios concretos que consideremos especialmente relevantes para nuestro grupo-clase y, a partir de ahí, ir tratando de congeniar la heterogeneidad respecto a otros, hasta donde se pueda llegar.
Esta priorización estará en función de las necesidades específicas del grupo-clase. Si lo que queremos es utilizar el aprendizaje cooperativo para potenciar la coconstrucción del conocimiento dentro de una red de aprendizaje, primaremos los criterios relacionados con el rendimiento escolar y la capacidad para prestar ayuda. Si, por ejemplo, tenemos muchos problemas a nivel de integración de alumnos de diversas procedencias, antepondremos la etnia como criterio básico para la constitución de los equipos.
Dicho lo anterior, hemos de precisar que para sacar el máximo partido de la interacción social en el aula y beneficiarnos de todas las posibilidades que nos ofrece de cara a atender a las necesidades del alumnado en cada momento, no debemos cerrar la puerta a la utilización puntual de agrupamientos más homogéneos. Esto supone la combinación de forma estratégica de agrupamientos distintos en función de los objetivos a los que apuntamos en cada momento, siempre teniendo en cuenta al menos dos premisas básicas:
En primer lugar, partiremos de unos equipos-base que serán heterogéneos. Estos grupos constituirán el referente del alumnado y, por tanto, la estructura sobre la que sostengamos las situaciones habituales de trabajo en el aula. Serán agrupamientos estables que deberán mantenerse un cierto tiempo, por ejemplo, entre un mes y medio y un trimestre.
Simultáneamente podremos combinar estos equipos-base con agrupamientos esporádicos para la realización de tareas y actividades concretas. Estos grupos podrán tener cierta intención de homogeneidad en función de criterios concretos como pueden ser el rendimiento académico, los intereses, el ritmo de aprendizaje o el perfil de inteligencia. Podrían utilizarse para enseñar determinadas habilidades sociales, reforzar objetivos no alcanzados, enseñar contenidos específicos, atender a ritmos, intereses y capacidades diferentes, etc.
De es...

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