Celia en la revolución
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Elena Fortún

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Celia en la revolución

Elena Fortún

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Acerca de la primera y única edición, hasta este momento, de 'Celia en la revolución' dice Andrés Trapiello en su prólogo: "lo que sucedió con (este) libro fue misteriosísimo, un caso único. Apenas publicado, desapareció de las librerías y únicamente en el mercado de viejo ha ido apareciendo desde entonces, con cuentagotas, algún que otro ejemplar, siempre a precios fabulosos, de todo punto infrecuentes en un libro reciente, lo que habla de su carácter excepcional".Libro por tanto, buscado, rebuscado y perseguido por lectores y coleccionistas de la serie de 'Celia' pero que también, por su calidad, su calidez, su emoción y su justeza histórica y humana, libro que puede cautivar, que cautivará a cualquier lector exigente de literatura y no precisamente infantil. Novela sobre la guerra civil, escrita poco después del fin de la guerra, en 1943, no hay en ella lugar para la distorsión ni la idealización de lo vivido. Estas páginas no solo nos cuentan la vida difícil y llena de peripecias de una adolescente Celia en un Madrid sitiado, entre la supervivencia y la revolución, son también una suerte de crónica autobiográfica de la propia Elena Fortún.

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Information

Jahr
2016
ISBN
9788416685455




Celia en la revolución


I

SEGOVIA, 1936
El abuelito deja el periódico violentamente y suelta una palabrota.
Teresina le mira con los ojos redondos de asombro y María Fuencisla, que come su sopita, hace un puchero con su boquita fruncida.
—¡Abuelito, que has asustado a las nenas!
—¡Más asustado estoy yo! ¿No sabes lo que pasa? ¿No?
—No, abuelito, no, no lo sé.
—Se ha sublevado la guarnición de África.
—¡Ah, bueno! –digo tranquilizándome–. Eso ha ocurrido siempre. Sublevaciones, motines, revoluciones… La historia de España está llena de…
Me callo al ver la indignación del abuelito, que se ha quitado las gafas para mirarme.
—Pero… ¿pero qué chanfainas de Historia os enseñan en esos Institutos de cuerno? ¿Es que te figuras que el pueblo da armas a sus soldados para que opine, y quite gobiernos, y ponga reyes, y ametralle al mismo pueblo? ¿Es que puede haber en las naciones un elemento armado con todas las armas de la nación para utilizarlas contra quien quiera? ¿Es que tú crees eso? ¿Lo crees?
—Abuelito, yo…
—Es que si lo crees eres una estúpida o yo no sé lo que me digo –y deja caer el puño sobre la mesa y vuelta a las puñetas–. ¿Dónde vamos a parar, digo yo?
El abuelo hacía temblar, con sus puñetazos, los platos y las copas. Teresina, muy colorada, lo miraba con los ojos llenos de lágrimas, y María Fuencisla, sentada a la mesa en su silla alta, y a la que yo tenía que llevar la cucharada a la boca, volvía la carita y se negaba a seguir comiendo, mirando al abuelo asustada.
—Pero abuelo, ¿no ves que asustas a las niñas?
El abuelito coge su periódico y se encierra en su cuarto sin comer.
Valeriana, que servía la mesa, puso en una bandeja el plato con la sopa, el pan y el vaso de agua y vino y, haciéndome gestos de disgusto, entró en el cuarto del abuelo.
—Ahora, nosotras, a comer –dije a las nenas–. Vamos, María Fuencisla, otro poquito de sopa…
—No quero –dijo rotundamente mi hermanita–. Abuelito pam, pam, pam –y daba sobre la mesa con el puñito cerrado.
En el cuarto del abuelo se oían el vozarrón del abuelo y la voz plañidera de Valeriana; luego, ajetreo de sillas y ruido de cristales rotos. ¡El abuelito había tirado la bandeja al suelo!
Por la noche no salió a la mesa, y al día siguiente, mientras yo bañaba a María Fuencisla, me dijo Valeriana:
—Ha dicho tu abuelo que os bajéis al sótano a jugar, que está fresco.
—¡Al sótano! Pero si está lleno de telarañas y trastajos…
—No, nada de trastajos. Farruco le está dando un repaso y se va a quedar como un sol. Sobre todo, que no hay más que obedecer… Yo te bajaré el «siento» de paja y tus libros, too, y las muñecas de las niñas… Sabes –me dijo al oído–. Hay revueltas por toas partes…
—¿Sí? ¿Qué pasa?
—¡Vete a saber! En la Academia están encerraos y no quien salir… y unos dicen que pa arriba y otros dicen que pa abajo y que si patatín y que si patatán, y se tiran tiros con bala y too, y han matao a uno en el Azoguejo.
Como no era fácil comprender nada con las explicaciones de Valeriana, decidí renunciar a saber lo que ocurría y bajé al sótano con mis hermanas. Teresina y María Fuencisla estaban encantadas con la novedad.
—Y haremos comiditas, ¿verdad, Celia? Y luego me cortarás el vestido para la muñeca y yo lo coseré…
—Y a mí tamén –decía María Fuencisla–. Y a mí tamén oto vetido para la muñeca…
El sótano está en penumbra y con frescura de cántaro. Huele a barro mojado deliciosamente. ¡Si al menos mis hermanitas me dejaran concluir el festón del cuello que empecé ayer…! ¡Ah, si, si…!
—Celia, que me enhebres la aguja…
—Y a mí, y a mí…
—Así no, que se me sale el hilo…
—Tamén a mí l’hilo…
¡Vaya por Dios! Enhebro las agujas veinte veces. María Fuencisla se pincha un dedito: le sale una gota de sangre y chilla aterrada.
—¡Que no es nada, querida mía, que no es nada, lucero!
Tengo que chuparle el dedito y decirle muchas veces: «Cura sana, culito de rana, si no curas hoy curarás mañana». Ella lo repite y acaba por quedarse dormida en mis brazos… «¡Ea, ea, qué gallina tan fea, cómo se sube al palo, cómo se balancea!».
A mediodía, Valeriana nos trae la comida.
—Pero ¿por qué no comemos en el comedor? ¿Está enfadado el abuelo?
—No, no es por eso…, aunque mu reconcomío sí está…, y no quiere comer… Le he traído toos los periódicos que he encontrao y se los está tragando.
Teresina, aterrada:
—¿Se los come?
Valeriana continúa, sin oírla:
—Es lo que yo digo. ¿Va a remediar algo de lo que está pasando?… Aunque se me figura que él cree que lo pué remediar… y pué ser que nos traiga más de un disgusto.
Quiero que Valeriana me cuente sus temores mientras hago comer a las nenas y como yo, pero es inútil. Ni quiere contar ni sabe explicarse.
Dos días más pasamos en el sótano, donde comienzo a habituarme. Me he traído libros para mí y para las nenas. Coso, cantamos y leo cuentos en voz alta, y una novela cuando ellas me dejan. La protagonista de la novela es una chica como yo, de catorce años. También tiene el pelo rubio… pero vive en un castillo de Inglaterra rodeado de bosques y sale de caza con su padre y sus hermanos… En el parque del castillo hay un lago con cisnes. ¡Dios mío, qué vida tan hermosa! En el castillo hay docenas de criados con calzón corto, y una gobernanta irlandesa que vio nacer al conde. ¡Ah, porque era conde el padre de Alice!
¡Qué bonito el nombre de Alice! Parece nombre de flor… En otro castillo cercano vive una duquesa que tiene un hijo ciego… que escribe versos. Es el heredero.
No puedo resistir el deseo de contar el asunto de la novela y comien...

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