Ganar y perder
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Vicente Del Bosque

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Vicente Del Bosque

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Vicente del Bosque expresa por primera vez en este libro toda su filosofía en el fútbol y en la vida. En sus páginas, donde no faltan anécdotas de su larga trayectoria como jugador y entrenador, podemos apreciar, además de su pasión por el fútbol, la valía humana y profesional del único entrenador de dicho deporte que posee todos los grandes títulos posibles a que pueden aspirar clubes y selecciones. Ganar y perder es ante todo una lección de deporte y de vida de quien –después de Luis Aragonés– dirigió a la selección española de fútbol en la mejor época de su historia hasta conquistar un Mundial y una Eurocopa y convertirla así en la única que ha conseguido la Triple Corona, la obtención de tres grandes títulos consecutivos. Las reflexiones, tan serenas como emotivas, de una de las figuras más importantes de la historia del fútbol español nos permitirán conocer las claves de la fortaleza emocional de un hombre bueno que se ha distinguido por saber disfrutar los triunfos y aceptar las derrotas siempre con mesura, manteniendo los pies en tierra firme y sin ambición de protagonismo.

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Information

Jahr
2015
ISBN
9788416429882

1. El origen

He dedicado casi toda mi vida al fútbol, mi gran pasión profesional. Casi 55 años, desde que con 10 empecé a jugar en Salamanca. Para mí es un orgullo y un motivo de satisfacción haber podido vivir de este maravilloso deporte: tanto en mi trayectoria como jugador en el Salmantino o en las categorías inferiores del Real Madrid, y luego en el Castellón, el Córdoba y el propio Madrid, hasta mi retirada a los 33 años; como en la etapa que dediqué a la cantera madridista como coordinador durante 16 años, así como en la faceta de entrenador en el Castilla, el Real Madrid, el Beşiktaş, y ahora en la selección. Me considero un privilegiado por haber podido vivir lo que he vivido en el mundo del fútbol. Es un deporte al que amo, y suelo decir, sin que se me interprete como una impostura, que prefiero que gane el fútbol a que lo haga mi equipo. Así lo siento.
Son muchas las vivencias y anécdotas que he ido acumulando a lo largo de esta extensa trayectoria. En este libro se desgranan algunas de ellas, pero eso no quita para que lo que van a leer sea mi manera de ver el fútbol durante más de medio siglo. Me propusieron escribir un libro sobre mi filosofía, sobre mi manera de afrontar la victoria y la derrota, que de ambas experiencias he tenido como cualquiera. Sería muy atrevido por mi parte hablar de filosofía futbolística o deportiva. No creo que esté capacitado. Pero si por filosofía se entiende mi forma de pensar, de actuar y de ver el fútbol, acepto el concepto.
No quiero con ello sentar ningún dogma. Suelo respetar la opinión de todo el mundo. Creo firmemente que nadie está en posesión de la verdad absoluta, y mucho menos yo. Hay muchas maneras de hacer las cosas en el deporte, en el fútbol y en la vida, y en este libro se expresa la forma en que yo lo he vivido, la que he creído correcta. Pero puedo estar equivocado. Lo que van a leer no es ni mucho menos el guion de cómo debe comportarse o actuar un futbolista o un entrenador de fútbol. Es mi humilde punto de vista.
En los homenajes, actos y reconocimientos a los que hemos tenido la oportunidad de asistir por toda España después de esta magnífica racha de triunfos de la selección española de fútbol en los últimos años representando a la Real Federación Española de Fútbol y a la propia selección, solía preguntar de entrada a la concurrencia: «¿Sabéis por qué estoy hoy aquí con vosotros?». Y sin esperar respondía con rotundidad: «Por ganar. Si no hubiéramos ganado, incluso con los mismos gestos, con las mismas actitudes, con las mismas conductas sin la victoria, no habría sido igual. No estaríamos aquí», les aseguraba.
«No hay mayor motivación cuando se juega a algo que saber el resultado, estar pendiente de él. El resultado es el factor que mayor fuerza posee para motivarte.»
Hoy tengo que decir que, aunque no he cambiado totalmente de opinión, sí he descubierto que, incluso en la derrota, ha seguido habiendo mucha gente interesada en que le contásemos nuestras experiencias. Que a pesar de la dolorosa eliminación en el Mundial de Brasil sigo acudiendo, cuando se me requiere y mis obligaciones deportivas me lo permiten, a transmitir mis humildes conocimientos y vivencias, y la Federación sigue recibiendo numerosas peticiones para hablar a estudiantes, empresarios, directivos y trabajadores. Lo hice en la victoria y lo hago en la derrota. Me gusta defender el fútbol. Me alegra que el fútbol sea un ejemplo académico, social y empresarial. Para los que llevamos toda una vida en él es una gran satisfacción.
«Si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre / y tratar de la misma manera a los dos farsantes», decía en su poema «If» el gran escritor Rudyard Kipling, Premio Nobel de Literatura, «Tuya es la Tierra y todo lo que en ella habita, / y –lo que es más–, serás Hombre, hijo.», concluía. Una gran frase que a mi entender está muy de actualidad pese a haber sido escrita en 1896. Al éxito y al fracaso, esos dos impostores, como dice Kipling, hay que tratarlos siempre con la misma indiferencia. Podríamos llamar a esto fortaleza emocional. Porque ganar y perder es algo que puede ocurrir en cada partido. En mi humilde opinión, no sé si compartida, nosotros no nos volvimos locos en la victoria ni ahora en la derrota.
No quiero con esto tratar de defenderme, de disculparme, ni de buscar excusas porque seguro que algo hemos hecho mal. Es una reflexión que hago sobre la situación de nuestro fútbol. Naturalmente incluyendo nuestra participación en Brasil. Gracias a ella, a la derrota en ese Mundial –ojalá hubiera sido de otra forma–, tenemos la experiencia de ganar y también de perder. En solamente cuatro años.
Creo que este hecho abre perspectivas nuevas. Hay una generación de niños y jóvenes que prácticamente solo nos había visto ganar. Únicamente conocían el triunfo y eso no se corresponde con la realidad.
Si hacemos el ejercicio de pensar en aquellos deportistas que son el paradigma del triunfo y pensamos en sus trayectorias deportivas, nos daremos cuenta de que, probablemente, han perdido más veces que las que han ganado. Que a pesar de todas sus victorias, que son lo que más recordamos de ellos, es posible que hayan vivido días muy amargos hasta que llegaron los triunfos, las medallas, los campeonatos…
Días de sacrificio en los que el objetivo se escapaba, a veces por errores, a veces por mala suerte. Otras por imprevistos o por falta de trabajo, pero en definitiva llegaba la derrota, de la cual, si uno es inteligente, debe aprender para motivarse y debe crecer.
Hace poco recordaba un vídeo de Michael Jordan, probablemente un icono de lo que significa ser campeón entre campeones. Seis veces campeón de la NBA (1991, 1992, 1993, 1996, 1997 y 1998), y en las seis ocasiones el jugador más valioso de las finales; dos medallas olímpicas, mejor debutante, cinco veces mejor jugador del campeonato, dos veces ganador del concurso de mates, etcétera. En este vídeo Jordan declara: «He fallado más de 9.000 tiros en mi carrera. He perdido casi 300 partidos. 26 veces me han confiado el tiro ganador del juego y lo he fallado. He fallado vez tras vez tras vez en mi vida y es por eso que… tengo éxito». Si Michael Jordan dice esto, los demás tenemos que asentir.
«(…) la derrota forma parte de la formación de un chaval, del poder educativo que tienen el fútbol y el deporte en general.»
Pero es conveniente ir al origen, a la génesis de tu vida en el mundo del fútbol para entender lo que es para uno la victoria y la derrota. De chaval jugaba en la calle o en equipos de mi ciudad natal, Salamanca, pero sin que ganar o perder tuviera excesiva trascendencia. Nos acostumbrábamos a ganar y a perder. Jugábamos para ganar, pero también podías perder. Aunque nunca perdías el afán de querer ganar. Sin querer parecer vanidoso, en el barrio yo era el mejor con el balón en los pies. Y competía. Para mí la vida era competición. Competía hasta cuando jugaba solo a darle balonazos a una pared porque le daba más con la derecha que con la izquierda, competía cuando jugaba a que no cayera… Siempre estaba compitiendo por algo, por superar mi propio nivel. No hay mayor motivación cuando se juega a algo que saber el resultado, estar pendiente de él. El resultado es el factor que mayor fuerza posee para motivarte.
De mis primeros recuerdos de competición como futbolista, recuerdo que con el Instituto Fray Luis de León de Salamanca llegamos a jugar un Campeonato de España de Escolares. En el ámbito geográfico de Castilla, hicimos una fase en Soria y acudieron los Salesianos de Cáceres, de Toledo… Allí aprendí a competir. Veníamos de un instituto que no tenía ni campo de fútbol. Quedamos campeones de fase de ese sector y vinimos a la fase final en Madrid, concretamente al Parque Sindical. En ese campeonato fue donde nos dimos a conocer. Allí se daban cita observadores del Real Madrid y del Atlético de Madrid. Fue allí donde el Madrid lo hizo todo por traerme, donde me descubrieron. Luego, en una eliminatoria Real Madrid-Salamanca, vinimos a jugar al campo del Boetticher y acabé fichando ese año. Fue pasar de la calle, del barrio, a empezar a competir de verdad.
Después de los dos primeros años en el Real Madrid, que fueron de formación, como juvenil y de aficionado, me fui cedido al Castellón una temporada en Segunda División, otra al Córdoba en Primera y una tercera, de nuevo al Castellón en Primera. Ahí es donde empecé a conocer un vestuario de profesionales. Esos tres años de cesión me sirvieron mucho en mi formación. Conocí a gente muy veterana: Mendieta, el padre del internacional, Araquistáin, Luis Cela, Amengual y otros. Fue una experiencia inolvidable tanto en el vestuario como fuera de él. Allí no se ganaba siempre. Bueno, el tercer año, en Castellón, realizamos una buena campaña y llegamos a la final de la Copa de España.
Pero desde que llegué al Real Madrid, prácticamente nos acostumbramos a ganar. Era como tirar un penalti: normalmente siempre es gol, aunque algunas veces se pueda fallar. Nosotros también normalmente ganábamos, aunque de vez en cuando caía alguna derrota.
En mi caso, desde niño hasta el profesionalismo, hasta llegar al primer equipo, 36 años casi consecutivos de victorias, que dan para mucho. Pero 36 años no solo como futbolista. Los primeros cinco, en una etapa de formación, incluyendo cesiones. Luego, como profesional, fueron 14 años de un número mayor de victorias que de derrotas. Lo que nos pasaba era que no disfrutábamos de las victorias y, sin embargo, las derrotas eran siempre muy, muy dolorosas.
Pero luego tuve la oportunidad de intentar transmitir todo eso durante otra larga etapa, de 16 años, en las categorías inferiores del Real Madrid. Incluso ahí, en esas categorías, éramos los mejores. No es que tuviera mucho mérito, teníamos a los mejores jugadores, esto es, la mejor materia prima. Para mí ha sido una costumbre ganar. Tengo esos orígenes. Ganaba casi siempre. Y las derrotas, repito, eran muy dolorosas.
«Lo que he podido comprobar es que el hecho de perder un partido o un campeonato te da una fortaleza emocional grande.»
Pero cuando pasa el tiempo, te das cuenta que la competición –que cada día se está equilibrando más– te da la oportunidad de ganar y de perder. Nosotros, en seis años, desde que cogimos la selección en julio de 2008, hemos tenido esa oportunidad. Hay chavales que se han criado en esta generación que solo habían visto ganar a la selección española desde que se conquistó la Eurocopa de Austria y Suiza. Se habían acostumbrado a ganar. No conocían la derrota. Pero también la derrota es didáctica y educativa. Por mucho que nos empeñemos en decir que la derrota es un fracaso, un desastre o todos los adjetivos que le queramos poner, la derrota forma parte de la formación de un chaval, del poder educativo que tienen el fútbol y el deporte en general.
Me inculcaron unos valores, los cultivé durante mucho tiempo y pude transmitirlos. Es decir, que prácticamente, cumplí el ciclo de vida. 36 años en el Real Madrid, donde aprendí esos valores, donde los pude cultivar durante tantos años a través de la gente del club, de los entrenadores, de los compañeros, de los directivos, de toda la gente que estaba a mi alrededor, y donde los pude transferir durante 16 años a los jóvenes de la cantera. Pero no solo me quedé en la parte de la formación de los jugadores, sino que pude trasladar esos valores durante otros cuatro años al primer equipo, a la primera plantilla madridista. Y también con éxitos.
Lo que he podido comprobar es que el hecho de perder un partido o un campeonato te da una fortaleza emocional grande. Aprendí que no puedo desbocarme cuando hemos ganado y tampoco afligirme hasta el punto de no poder salir a la calle cuando hemos perdido. Ni una cosa ni la otra. Los extremismos son malos, aunque sé que vivimos en un mundo de extremos. Viví cuatro etapas fantásticas. Como jugador profesional, creo que fui un futbolista que respeté a todo el mundo.
En esa representación que hago de lo que ha sido mi vida en el fútbol, primero en el Real Madrid y luego en la Federación, sí me ha gustado representar a estas dos entidades. Aunque por encima de todo me ha gustado defender el fútbol y, luego, a mi empresa. Que la gente dijera: «Este es un buen deportista, un buen empleado». Y a veces no lo he sido. A veces hemos metido la pata porque la victoria y la derrota también pueden llevar a confundirnos. No es posible que cuando ganemos nos creamos que somos imbatibles y que cuando perdamos pensemos que ya no vamos a ganar a nadie y que las cosas son imposibles. Esos extremos nunca son aconsejables.

2. En la victoria

Soy poco dado a expresar emociones de forma estridente. Por eso hablo de la fortaleza emocional. Me sabe mal cuando me veo después de un partido o de un campeonato haciendo gestos feos, poco educativos. De verdad que no me gusta. Tengo ese pudor. Me gusta cultivar el equilibrio. Prefiero no ser expresivo ni en la victoria ni en la derrota.
Me empecé a formar como persona cuando llegué al Real Madrid. Mi familia me ayudó en los comienzos en todo a lo que se refiere ser una persona, pero no en el terreno deportivo. Al principio solo jugaba por jugar, por el placer de jugar, por el placer de regatear a un chaval, por el placer de disfrutar del juego. Y eso que militaba en equipos federados como el Salmantino. Allí normalmente ganábamos también. Era el filial del Salamanca y escogía a los mejores.
Recuerdo un Campeonato de España Juvenil, en la primera fase. Fuimos a Burgos. Entonces había más permisividad o menos transparencia de una provincia a otra. Ocurrían las cosas y casi nadie se enteraba. No había la comunicación inmediata que hay ahora. Tuvimos un arbitraje claramente parcial. Éramos mucho mejor equipo. Habíamos ganado 6-0 en casa y les metimos un gol en el primer minuto, pero llegamos al descanso perdiendo 5-1 por las decisiones del árbitro. El entrenador que nos dirigía, el señor Romero, un caballero, nos retiró por el arbitraje. Es una de esas cosas que se te quedan marcadas para toda la vida. Eso no se me olvidará jamás. Fue en el campo de La Milanera, en Burgos. El mejor futbolista de ellos era Rufino Requejo, que llegó a ser jugador del Málaga. Se me ha quedado esa imagen. Nos eliminaron y no pudimos jugar la fase final del Campeonato de España Juvenil. Con esta anécdota quiero expresar lo que significa para todos el hecho de perder.
En el Real Madrid nos educaron para no presumir mucho de la victoria. Nos lo transmitían las personas que eran responsables de las categorías inferiores, incluidos los entrenadores, los señores Campitos (juvenil A) y Bescós (aficionados). Los administrativos de la sección de fútbol se preocupaban de nuestros estudios y de informar a nuestros padres y, al mismo tiempo, nos aconsejaban y nos indicaban el camino que teníamos que seguir como personas educadas y respetuosas.
Luego llegaron los entrenadores profesionales. Tuve la suerte de que todos eran hombres cabales, personas que influyeron decisivamente en nosotros. Como profesional, tuve un número de entrenadores excelentes, desde Vicente Dauder y Lucien Müller en el Castellón; Vavá, el mítico delantero de la selección de Brasil, en el Córdoba; y en el Madrid, desde Miguel Muñoz, Luis Molowny, Miljan Miljanic y Vujadin Boskov hasta, cuando me retiré, Alfredo di Stéfano. Todos ellos modelaron mi forma de ser, mi forma de proceder en todo. Y guardo algo de todos, creo. De lo que he aprendido de ellos. Cada uno era fantástico a su manera. He intentado tomar de ellos lo que creo que es lo mejor.
«En el Real Madrid nos educaron para no presumir mucho de la victoria.»
En las categorías inferiores también intentábamos inculcar a los jugadores a ser muy comedidos en la victoria, a no hacer tonterías. Aconsejaba a los entrenadores que no se abrazaran con los chicos. No me gustaba. Entre otras cosas porque un entrenador no tiene por qué abrazarse con un niño. Cuando ganábamos, que era casi siempre, relativizábamos la victoria. Sin embargo, cuando perdíamos, intentábamos hacerles ver el valor del esfuerzo, del que tanto se habla como virtud del deporte. Y que lo t...

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