La bipolaridad como oportunidad
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La bipolaridad como oportunidad

¿Quién se ha subido a mi hamaca?

Eduardo H. Grecco

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La bipolaridad como oportunidad

¿Quién se ha subido a mi hamaca?

Eduardo H. Grecco

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La hamaca (o columpio) es una imagen que expresa la dinámica de la bipolaridad: el subir y bajar, una y otra vez, sin poder detener el vaivén emocional. Este libro presenta, en primer lugar, el desafío de plantear nuevos y provocadores interrogantes acerca de este sufrimiento. La idea esencial en la que se basa el autor es que la inestabilidad es una actividad natural del organismo; pero, bajo ciertas circunstancias y en determinadas personas, esa oscilación puede despenarse hacia el trastorno bipolar y la desdicha. En segundo lugar, no solo echa luz sobre las fuerzas que se apoderan del timón emocional de los bipolares y los hacen subir y bajar a su antojo desde la manía a la depresión, sino también propone considerar la bipolaridad como una oportunidad que se les presenta a estos pacientes de despertar sus talentos dormidos, abrirse a vínculos sanos y recuperar la alegría. De modo que la cuestión radica en hacerse nuevamente del control de la "hamaca" en la cual todos nos balanceamos por la vida. Línea tras línea, con un estilo fresco y poético, el autor va contagiándonos su fe en que esto es posible.

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Information

Jahr
2020
ISBN
9789507546945

QUINTA ESTACIÓN

CUESTIONES
TERAPÉUTICAS

Si se limpian las puertas de la percepción, todas las cosas aparecen como son, es decir, infinitas.
William Blake

El valor de la experiencia

Deja de lado el libro, la descripción,
la tradición, la autoridad y emprende
el camino del autodescubrimiento
por tu propia experiencia.
Krishnamurti
Muchas veces algún colega manifiesta, en diferentes foros y aun en lo cotidiano, que va a hablar de su experiencia con la bipolaridad. Esto siempre me genera esperanza, ya que, en general, estoy muy interesado en escuchar la experiencia de las personas en torno de esta cuestión. Pero, usualmente, lo que se expone no es “la experiencia personal” sobre la bipolaridad, sino una teoría, una ideología o una visión sobre una lectura previa. Es como si los terapeutas no pudiéramos atrevernos a fiarnos de nuestra propia experiencia personal y trasmitirla tal cual la vivimos; por el contrario, tendemos a escondernos en conocimientos preestablecidos sobre ella.
El caso se agrava cuando lo mismo ocurre con los pacientes que dan testimonio de su padecer en palabras que no son propias, sino la doctrina oficial médica sobre la bipolaridad. De esta manera, terapeutas y pacientes eludimos la responsabilidad que nos cabe sobre el tema y caemos en juicios, preconceptos, reiteración de dichos de otros y en discusiones sobre la bipolaridad que acaban, usualmente, en fórmulas sin contenido real y en la consolidación de una actitud de resignación bastante extendida.
Creo que es hora de que hablemos, no de teorías, estadísticas, clasificaciones y prescripciones sino de experiencia. La experiencia personal es lo único que tengo, de lo único de lo que me puedo hacer responsable, lo único que va a sostener mi compromiso y lo único que me permite aprender. Tengo que aprender a tomar las decisiones en mi vida a partir de esta experiencia, con total independencia de todo lo que pueda decirse al respecto.
Si pudiéramos compartir estas experiencias personales y ver si son extrañas o congruentes con la de otros, si pudiéramos dialogar no sobre modelos sino sobre vivencias, seguramente podríamos hacer crecer la comprensión sobre lo que la bipolaridad es en nuestra existencia, porque, para darnos cuenta de lo que al otro le sucede y poder comunicarnos profundamente con él, tenemos que hacer espacio dentro de nosotros a su experiencia, tenemos que abrirnos y conectarnos con ella. La bipolaridad no es un cuadro clínico ni una definición terapéutica, es una experiencia.
Para terminar, es interesante reflexionar sobre lo que afirma Laurence Johnston: “Sólo una cosa es más dolorosa que aprender de la experiencia, y es... no aprender de la experiencia”.

La báscula mental

Lo que eres es lo que has sido,
lo que serás es lo que haces ahora.
Buda
La bipolaridad es semejante a la dislexia. En ambas configuraciones, las personas carecen de un punto de orientación. No obstante, cuando pueden llegar a construir y manejar ese “punto de referencia” (giroscopio interior), lo que inicialmente aparecía como una dificultad comienza a desaparecer. En el disléxico se trata de la carencia de un punto espacio-mental, en el bipolar de una “coordenada vincular”.
Esta carencia es la que hay que remediar en todo tratamiento terapéutico de la bipolaridad, para que su lugar lo ocupe una “relación guía”, ya que la falta de eje provoca confusión, y ante la emergencia de tal estado psíquico, la inestabilidad aparece como una respuesta defensiva.
Al trabajar con esta mirada y aplicando una metodología destinada a que la persona bipolar cree un “vínculo interior referencial” (la báscula mental) que le sirva de timón para alejarla de los cambios extremos y de la confusión que le generan algunas situaciones cotidianas, los logros que se alcanzan son sorprendentes.
Hay cosas que la persona bipolar no puede representar, que le crean desorden, desorientación, caos y desconcierto, y entonces la oscilación es la respuesta para defenderse de esa circunstancia. Del mismo modo que su pensamiento es plástico (imágenes en movimiento), su ir y venir emocional refleja su discurrir mental. Cuando le dicen: “tienes que ser estable”, él escucha: “oscila”, y esta situación es decisiva, ya que desde la medicación y desde la palabra lo que se le está repitiendo al bipolar es algo que no puede comprender o que él traduce exactamente al revés.
La “estabilidad” que el bipolar tiene que lograr no debe provenir de afuera, sino surgir como una “referencia interior”, y no puede equivaler a la detención o quietud, sino a movimiento con sentido y proporción. No hay que pretender que deje de oscilar (su oscilación es su virtud), sino que sane la desproporción que lo “traga” en el remolino del eterno vaivén sin eje.
Los pacientes bipolares nos enseñan, con sus expresiones, aquello que los terapeutas tenemos que aprender para saber ayudarlos. Sólo hay que poner atención, escucharlos y valorar sus puntos de vista. Y acompañarlos a precisar sus emociones encontradas, tales como las expresadas, por ejemplo, en los siguientes versos de Mario Benedetti: “... o sea / resumiendo / estoy jodido / y radiante / quizás más lo primero / que lo segundo / y también / viceversa”.
Es común observar que las dificultades y las desdichas vinculares llenan sus biografías. Es notorio el deseo de ser aceptados y amados, que los empuja a establecer relaciones a cualquier precio, construidas desde la necesidad y la dependencia y no desde el amor y el crecimiento.
En el momento de nacer y luego del corte del cordón umbilical, el ser humano adviene al desvalimiento, es decir, no puede valerse por sí mismo para satisfacer sus necesidades básicas. Es el otro o son los otros, sus padres, quienes cumplen esta función, y si ese recién nacido no recibe protección, afecto, cobijo y nutrición, se hunde en el desamparo. Esta vivencia es muy radical, al punto que el bebé va desarrollando, con el paso del tiempo, un complejo mecanismo de defensa consistente en transformar ese desamparo en una creencia: “Si no me dan lo que quiero, es porque no lo merezco, y si no lo merezco, es que soy indigno”. Tal sentimiento de indignidad luego es encubierto, en el futuro bipolar, tras una máscara de prodigalidad exagerada mediante la cual pretende comprar afectos y reconocimiento que sanen su estima dañada; cuando no los recibe, surge una profunda indignación por sentir que lo tratan injustamente, y la represión de esta indignación vuelve como el polo de exceso (maníaco) de la bipolaridad.
A esto se une la incapacidad para dar por terminado un vínculo, para decir “basta” o “no te quiero más”, ya que tal condición forma parte de la vivencia bipolar según la cual una relación que acaba implica una muerte posible del Yo: en cada corte está en juego la aniquilación de su identidad, pero no como metáfora sino como una realidad feroz. En la biografía afectiva del bipolar pareciera encarnar este poema breve de Efraín Huerta titulado “Se sufre”: “En cuestiones / de amor / siempre / caminé / a paso / de / tortura”.
Estas circunstancias (la herida en la estima y el temor de aniquilación ante una pérdida de afecto) llevan, a los bipolares, a establecer vínculos enmarañados, complejos y destructivos, que son la expresión de un profundo “barullo” afectivo, y reiteradas y frustrantes relaciones de pareja en las que —según palabras de Benedetti— “cada dolor flamante / tiene la marca de un dolor antiguo”.
Ante esto, ¿qué hacen habitualmente los terapeutas? Recomiendan cautela, distancia, inacción, proporción y abstinencia, lo cual implica no haber asimilado lo que acontece en el mundo interior del paciente, porque estas palabras encierran conceptos irrepresentables en el universo de la conciencia bipolar.
Lo que sí, en cambio, deberían impulsar, es que estos pacientes realizaran experiencias vinculares, porque nada es peor, para un bipolar, que la ausencia de vínculos. Los encuentros interpersonales son como columnas que —aun por más disfuncionales que sean— los sostienen. Después de todo, las relaciones son espacios en donde se teje nuestro destino.

Cuando se escoge un tratamiento

Los problemas no están afuera,
es tu manera de abordarlos
lo que representa el obstáculo.
Jorge Carvajal
Cuando se escoge un tratamiento, aunque no se sepa, se está optando por algún tipo de enfoque médico. No hay una sola Medicina, sino que existe un cierto número de abordajes, no muy grande por cierto, que se fueron elaborando a lo largo de la historia como enfoques para comprender la salud y la enfermedad, como visiones globales del hombre a partir de las cuales se eligen ciertas prácticas terapéuticas para prevenir y sanar sus males. Es decir, diversas ideologías médicas.
La Medicina occidental oficial (alopatía) se ha adjudicado, de manera excluyente, el uso de este nombre y el conjunto de las “otras Medicinas” han incorporado el significativo concepto de arte de curar, como una manera de darle un apelativo (muy elocuente) a su campo de aplicación y trabajo.
Entre una y otras hay diferencias sustantivas, que no se reducen a aspectos técnicos, métodos de investigación o de aplicaciones terapéuticas, sino a puntos de partida y modos muy disímiles de pensar los problemas. Sin embargo, para la conciencia de los pacientes hay una única medicina: la que cura sus sufrimientos.
Elegir un tratamiento adecuado para un paciente puede parecer muy sencillo, pero resulta, la mayoría de las veces, un problema, ya que, si bien varios recursos pueden ser apropiados para una misma situación, cuando pensamos en las características propias de la persona que se va a someter a ellos, nos damos cuenta de que sólo alguno es acorde con su personalidad, sus reacciones, su idiosincrasia, su susceptibilidad y otros factores individuales.
Del mismo modo ocurre con las diferentes visiones médicas: desde la teoría, cualquier paciente es posible de ser atendido por cada una de ellas, pero en la práctica cada quien responde de un modo diferente y tiene mayores afinidades reales con alguna en particular.
Entonces: ¿qué Medicina elegir?
Aquí hay varias cuestiones que se superponen. Una de ellas es la mirada a largo plazo. Muchas veces podemos obtener respuestas inmediatas de una práctica médica y nos sentimos satisfechos y felices por ese evento. Nuestro mal se alivió pero, sin embargo, esto no significa que lo hayamos curado. Y es que la supresión no significa cura. Por otra parte, en ocasiones, ciertos remedios nos agravan o no parecen alcanzar mejorías rápidamente, pero, con el tiempo, vemos cómo los logros que se obtienen son permanentes. ¿Con qué nos quedamos, con el impacto seductor de lo inmediato o con lo lento y permanente?
Otra cuestión es la autocuración. Cada uno de nosotros poseemos un potencial autocurativo que radica, orgánicamente, en la actividad del sistema inmunológico capaz de generar no sólo las defensas que necesitamos sino los “remedios” que nos hacen falta en cada ocasión. Pero este potencial es una estructura más vasta que se vincula estrechamente con nuestro estado mental y emocional y que nos enseña que la auténtica curación no proviene de los medicamentos (cualesquiera ellos sean) sino del asistente interior, de esa fuerza autocurativa que los terapeutas tienen que despertar en los pacientes en cualquier tratamiento. Movilizar estas fuerzas internas implica la participación activa del paciente en su cura y que éste comprenda que ningún restablecimiento proviene del exterior.
De modo que pensar en corto plazo o largo plazo, ser un receptor pasivo o tomar un compromiso activo en la cura pueden ser referencias a la hora de elegir un tratamiento. Pero, sin duda, independientemente de estas indicaciones —un poco intelectuales para quien sufre—, pesan en estas decisiones los hábitos, lo aceptado y lo conocido. Por lo general, buscamos alternativas cuando todo lo habitual ha fracasado, pero, a veces, ya es demasiado tarde.
Un elemento más es el aspecto relacional. Es frecuente que no se escoja a un profesional en virtud de las características de una práctica, sino en función del carisma de un médico que nos despierta confianza y esperanza, o del cual se tienen referencias, y con quien establecemos una buena relación y en quien sentimos que podemos depositar nuestra fe.
De un modo consciente o inconsciente, todo esto está presente, aunque no es lo único, al momento de escoger un camino hacia la ansiada curación. Por eso, me parece importante conocer la visión médica que alienta un tratamiento y, desde ese lugar, acercarnos a los instrumentos que cada una de ellas brinda para ayudar a sanar la bipolaridad. Esto va a permitir que ampliemos nuestro panorama sobre el arte de curar y que indaguemos sobre desde qué lugar elegimos una cura.

Sobre qué sostener un tratamiento

La imaginación es una potencia mayor de la naturaleza humana. No la dejemos perder nunca si queremos hacer buena psicoterapia.
Hay que unir una función de lo irreal igualmente positiva.
Eduardo Pavlovsky
Hay tres principios fundamentales a tener en cuenta como base de la propuesta de un tratamiento de los pacientes bipolares.
El primero, que la bipolaridad no será superada mediante la lucha directa contra ella, sino sustituyéndola por un bien opuesto. El segundo, que no será derrotada por medios exteriores a la persona, sino convocando la fuerza interior autocurativa que yace dormida dentro de ella. Es decir, ampliando, por una parte, las virtudes contrarias a la inestabilidad (en este caso, la firmeza, la proporción y la determinación) y dejando, por otra, de poner toda la confianza en los resultados de la química estabilizadora exterior, para apelar a las energías del auto-asistente interno, ese centro personal que cuida por nosotros aun a pesar de nosotros mismos. Todo esto sobre el sustento de no poner la esperanza de salvación en los recursos artificiales, sino ajustando el trabajo terapéutico a las leyes naturales.
Ahora bien, a estos pilares conviene agregar algunas otras consideraciones. Una es que la bipolaridad siempre se instaura como un desgarrón en el tejido que conecta a la person...

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