Inteligencia espiritual y deporte
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Ismael Santos

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Inteligencia espiritual y deporte

Ismael Santos

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La práctica deportiva es un camino de extraordinaria utilidad para activar la inteligencia espiritual El deporte no es solamente una actividad física, sino una actividad integral, holística, que altera, desarrolla y activa las distintas dimensiones del ser humano, las visibles y las invisibles, las materiales y las inmateriales, lo más nuclear y esencial que hay en él, pero también lo más exterior. Partiendo de esa premisa, esta obra muestra la práctica deportiva como un camino de extraordinaria utilidad para activar la inteligencia espiritual, trascendente o existencial, latente en todo ser humano, y que faculta a este para trascender, salir de sí mismo, liberarse del ego, sentirse integrado en un Todo y vivir experiencias cumbre que fortalecen su vida emocional y su bienestar interior. Francesc Torralba e Ismael Santos nos ayudan así a entender las implicaciones de la práctica deportiva, abordada desde múltiples puntos de vista, en nuestro desarrollo espiritual.

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Information

I El deporte: un fenómeno
que da que pensar

1. El rol que desempeña
en la sociedad

El deporte es un fenómeno que da que pensar, a pesar de que no suele estar en la agenda de los debates intelectuales ni de los temas prioritarios de los profesionales de la cultura. Da que pensar no solo porque afecta a algunos individuos del conjunto social, sino porque tiene una dimensión colectiva con implicaciones en múltiples niveles: políticos, económicos, jurídicos, industriales, educativos y sociales.
Es lo que puede denominarse un fenómeno global, que tiene muchas consecuencias y dependencias y que afecta a un conjunto de esferas de la vida social y colectiva que, a priori, son muy lejanas de la actividad deportiva.
Desde hace años, antropólogos, sociólogos y filósofos de la cultura abordan el estudio de este fenómeno cuyos efectos han crecido exponencialmente en las sociedades más modernas del mundo. Resulta imposible comprender, a fondo, la anatomía y la fisiología de nuestras sociedades sin la variable del deporte, pues este afecta al modo de producción, de consumo, de relación, y de organización del tiempo y del espacio de colectividades cada vez más notables.
El efecto que tienen algunas modalidades deportivas, como el fútbol en Europa o, por ejemplo, el baloncesto o el béisbol en Estados Unidos, tanto en la vida pública como en los medios de comunicación social, es ingente. Cuando tienen lugar determinados acontecimientos deportivos, se paralizan las ciudades, se movilizan las fuerzas de seguridad, se altera la agenda informativa, se suspenden todo tipo de actos y de rituales paralelos, toda la atención ciudadana se concentra en esa actividad deportiva, de tal modo que acaba convirtiéndose en la categoría fundamental de la actualidad y eclipsa otros eventos que, probablemente, tienen mucha más relevancia política, económica, científica o social para el conjunto de la ciudadanía.
Muchas personas, directa o indirectamente, viven del deporte, del mundo que envuelve a la actividad deportiva, forman parte de esa tupida red de proveedores, de vendedores, de comerciales y de administradores que acompañan la actividad deportiva. Con lo que se puede afirmar que no se trata de un fenómeno minoritario o reservado a ciertas élites sociales, económicas o culturales, como podía pasar en la primera mitad del siglo XIX en algunos países europeos. Estamos hablando de un fenómeno popular y global, que atañe a millones de seres humanos en el mundo y que genera un gran mercado y una gran audiencia, que desata todo tipo de emociones y de oscilaciones en el mercado global, que afecta la dinámica y los movimientos del cuerpo social.
Se puede, pues, definir como un fenómeno de masas, como un fenómeno mediático y, también, como un fenómeno de gran trascendencia económica, pero nuestro objetivo, en este libro, no radica en evaluar cuánta riqueza material se genera a través del deporte, cuántos puestos de trabajo se crean, directa o indirectamente, relacionados con esta actividad humana, cómo afecta al producto interior bruto de una nación, sino pensar por qué el deporte suscita tal atracción, por qué fascina a tantas masas humanas y de tantos lugares distintos, por qué despierta pasiones de tan gran calado y por qué se ha convertido en un fenómeno global.
En los estadios y en las canchas deportivas se llora, se gime, se grita, se jadea, se sufre, se goza; los espectadores se enfurecen, se indignan, se enfadan, se pelean, se insultan, se desesperan, se alegran, se entristecen; en definitiva, se pone en movimiento un mar de emociones y de pasiones. No es, pues, un tema baladí. También lo más cretino y mezquino de la condición humana se pone en funcionamiento en tales circunstancias: la violencia, el racismo, la xenofobia, el sexismo, el sectarismo y, evidentemente, el fanatismo en su versión deportiva y el fundamentalismo. El deporte de masas canaliza también lo más tóxico de la sociedad.
Cuando uno se acerca intelectualmente al fenómeno deportivo, observa dos tipos de roles fundamentales: el rol de actor y el del espectador. Algunos seres humanos desarrollan ambos roles: practican un deporte y, además, gozan contemplando a otros que lo practican, pero no siempre se da esta simultaneidad. El deporte atrae tanto al actor como al espectador.
¿Qué facetas de la persona se activan cuando uno desempeña el rol de espectador? ¿Por qué el deporte despierta la pasión de tantas personas en el mundo? ¿Qué sienten en un acontecimiento deportivo? ¿Qué experimentan cuando lo siguen a través de los medios de comunicación social? ¿Por qué modifican su agenda, sus hábitos cotidianos y sus costumbres para poder ver un partido o para poder asistir a un evento deportivo? ¿Por qué renuncian a otras actividades de ocio para poder asistir a un partido de su equipo preferido?
Desde el punto de vista del espectador, entra en juego la necesidad histórica de tener ídolos, héroes y mitos a los que admirar y, en algunos casos, venerar y endiosar. El gran vacío existencial entre la población provoca que muchos ciudadanos mitifiquen a alguien para identificarse con él y convertir a esa persona en su modelo.
El ser humano es un ser social que anhela pertenecer a un grupo. El hecho de ser seguidor de un equipo o fan de un deportista alimenta esta característica humana y redime a la persona de su soledad.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta como espectador es que el deporte es sentimiento y pasión, lo cual provoca que se despierten y afloren sensaciones diferentes a las que se viven en el día a día. Las personas nos olvidamos frecuentemente de lo que nos dicen o de lo que vemos, pero nunca de lo que sentimos. El deporte es, en ese sentido, como la música, una de las actividades que de mayor manera logran influir en el estado anímico de las personas, razón por la cual tiene esa increíble capacidad de transformar la vida de las personas que lo contemplan como espectadores.
Una urdimbre de preguntas puede uno formularse cuando presta atención a la figura del actor. ¿Por qué tantas personas sienten la necesidad de practicar deporte? ¿Qué experimentan cuando realizan esta práctica? ¿Qué intentan alcanzar a través de ella? ¿Por qué renuncian a aspectos importantes de su vida para desarrollar su actividad deportiva?
Desde el punto de vista del actor, las razones para practicar deporte son múltiples, pero quizá la que está en la base de todo es que es la única actividad en la cual se pone en funcionamiento al mismo tiempo la parte física, la mental, la emocional y la espiritual de la persona. Esta combinación provoca una reacción que se refleja en una especie de adicción a seguir practicando el deporte que a uno le gusta.
Sería un error tratar de responder a todo este abanico de preguntas de un modo unilateral. El deporte es un fenómeno multidimensional y poliédrico y, por lo tanto, existe una urdimbre de motivaciones tanto en el espectador como en el actor.
Hay quien lo practica para liberar las tensiones de la vida cotidiana, los hay que solo buscan mantener su estado de salud o mejorarlo, otros practican deporte para exhibir su fuerza, su destreza, para salir del anonimato y ser reconocidos en su pueblo, en su ciudad, en su grupo de iguales, o aspiran a ser significativos en su entorno. Los hay que buscan superarse a sí mismos, trascender sus propios límites.
Estas motivaciones, además, no son excluyentes ni merecen, todas ellas, la misma cualificación moral. En muchos casos, son incluyentes. A veces, se confiesan públicamente; otras veces, permanecen en el terreno de lo inconsciente.
Los hay que se ejercitan físicamente, contra su voluntad, por pura prescripción facultativa, ya sea para combatir el sobrepeso, ya sea para paliar los efectos de una vida sedentaria y de una alimentación desordenada o para mejorar su vida cardíaca y su masa muscular. Otros buscan en el deporte un modo de establecer vínculos, de conocer a personas, de ensanchar su red social y socializarse. También los hay, en cambio, que lo practican para aislarse del mundo social, para encontrarse consigo mismos, para paladear el sabor de la soledad y olvidarse de la muchedumbre.
No deja de ser significativo que la misma actividad pueda cumplir fines tan opuestos según el ejercitante, pero el deporte tiene esta naturaleza paradójica y ambigua. Lo que aparentemente es tan simple como un hombre corriendo, una mujer nadando o un veterano pedaleando, obedece a intenciones muy diferentes.
No se puede olvidar, en ningún caso, que el deporte también esconde motivaciones denigrantes, que no tienen nada que ver con la nobleza de esta actividad, con sus valores y su espíritu fundacional, expresado especialmente en la filosofía del barón De Coubertin, pero sucede lo mismo con otras actividades humanas: el ejercicio de la política, de la educación o de la comunicación.
También se ha escrito que el deporte, como dijeron los teóricos del marxismo canónico de la religión hace más de un siglo, se ha convertido en el nuevo opio del pueblo y en el sustituto funcional de la religión como fenómeno de masas.
Mientras la masa grita en los estadios, insulta al árbitro y pone su atención en lo que pasa en cancha; mientras habla de sus ídolos y se conmueve con sus movimientos, los graves problemas sociales, políticos, económicos que le acechan cotidianamente pasan a un segundo plano o son olvidados provisionalmente. Si esto es verdad, no cabe duda de que el deporte, como fenómeno de masas, vivido desde el rol de espectador, adormece, hipnotiza, mantiene en un estado de distracción a la masa que gime; en lugar de ser un factor de transformación, de liberación y de mejora de las sociedades.
En este sentido, se transforma en una forma de evasión que tiene como principal fin evitar pensar en los problemas reales. Simultáneamente, sin embargo, el deporte practicado, ya sea en comunidad, ya sea solitariamente, puede ser una fuente de paz y de liberación para quien lo ejercita, un modo de reconciliarse consigo mismo, de encontrar vías para sanar sus heridas emocionales, acallar las voces interiores, perdonarse a sí mismo y experimentar la belleza de vivir.
A nuestro juicio, el deporte de masas, no solo el de ámbito profesional, sino también en el plano amateur, tiende a ser totalmente instrumentalizado. A grandes rasgos y salvando algunas excepciones que confirman la regla, ha pasado de ser una actividad saludable, sana y de crecimiento personal a ser un negocio y una manera de enriquecerse económicamente. Los políticos se hacen fotos «solo» con los ganadores, y los medios de comunicación encumbran a los que ganan y entierran a los que pierden acusándolos de fracasados.
Esta manera de transmitir y de gestionar el deporte tiene como consecuencia que el pueblo mitifique al ganador y entierre al segundo, olvidando por completo su trabajo, su valía personal y deportiva. Este maniqueísmo funcional, que separa los buenos de los malos y marca una peligrosa línea divisoria, es una grave simplificación que oscurece la esencia del deporte, que encumbra al individuo solitario y aniquila la solidaridad orgánica que hace que un equipo pueda cumplir sus objetivos.
Esto es debido a que al haberse convertido el deporte en un negocio, este se reduce a economía, a una ideología que puede sintetizarse en un frase: tanto ganas, tanto vales. Esta reducción economicista del deporte vulnera su esencia libre y gratuita, el espíritu de superación y de fraternidad que lo define, su dimensión trascendente.
A nuestro juicio, es fundamental que el deporte, tanto en el ámbito profesional como en el amateur, sea, de nuevo, una fuente de valores nobles y de crecimiento interior. Es evidente que en el ámbito profesional existen presiones, tensiones e inversiones que chocan frontalmente con la esencia del deporte, pero se deben imaginar medidas para no destruir su esencia, pues cuando la ciudadanía percibe que es un puro mercado, un puro negocio, pierde su encanto, deja de suscitar pasiones, pierde su áurea y su poder totémico.
Con desolación observamos que el deporte fácilmente se convierte en una carrera salvaje y sin límites que tiene como objetivo ganar a toda costa, de tal modo que, en muchas ocasiones, el fin justifica los medios.
Hablando en términos generales, los espectadores que asisten a los eventos deportivos lo hacen para desahogar su ira y sus frustraciones diarias en lugar de contemplar y de admirar respetuosamente la belleza de los movimientos, la creatividad del juego, la plasticidad de una obra artesanal en que colaboran muchos.
Es fácil constatar, con frecuencia, que los grandes estadios se convierten en instrumentos de evasión, en cloacas para vaciar las emociones tóxicas que el ciudadano acumula durante la semana. Solo por eso el deporte desempeña un papel higiénico muy relevante en la sociedad. Tiene una función catártica, pero no solo en el presente, sino ya desde sus orígenes, en el mundo grecorromano.
Sin embargo, el deporte no puede reducirse a esta función liberadora. La belleza del juego y de las formas, la imaginación de la relación y la puesta en escena suscitan la admiración, incluso la fascinación, pero solo cuando uno tiene la capacidad de contemplarlo sosegadamente, cuando se ha vaciado de sus pulsiones destructivas o tanáticas y no proyecta en el objeto de contemplación su estado anímico. Se convierte en un recipiente para recibir el don de la realidad que tiene delante de sí.
El deporte desempeña una función social. Libera, en el marco de un espacio y de un tiempo y dentro de un marco normativo preestablecido, todo tipo de emociones tóxicas. Ello es absolutamente necesario para la paz y para la armonía social, pero sería un error simplificar y reducir la belleza y la nobleza de esta actividad humana a esta función depuradora.

2. Un fenómeno ambiguo. Luces y sombras

La ambigüedad es inherente al fenómeno deportivo, pues es algo intrínseco a la condición humana. Somos ambiguos y solo a través de la acción se aclara la ambigüedad, pues mediante ella uno revela cómo es, cómo tr...

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