El mestizo evanescente
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El mestizo evanescente

Configuración de la diferencia en el Nuevo Reino de Granada

Joanne Rappaport, Santiago Paredes Cisneros

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  1. 350 Seiten
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El mestizo evanescente

Configuración de la diferencia en el Nuevo Reino de Granada

Joanne Rappaport, Santiago Paredes Cisneros

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Una gran parte de la investigación académica sobre las diferencias en la América colonial hispánica se ha centrado en la categorización "racial" de la indigeneidad, la africanidad y el sistema de castas mexicano del siglo xviii. Mediante un enfoque alternativo al tema de la diferencia, Joanne Rappaport examina lo que significaba ser mestizo durante el comienzo de la Colonia. Para ello se vale de vivas viñetas seleccionadas de los archivos de los siglos XVI y XVII del Nuevo Reino de Granada (la actual Colombia) para mostrar que los individuos clasificados como "mezclados" no eran miembros de grupos sociológicos coherentes. Más bien, se deslizaban adentro y afuera de la categoría mestizo. A veces se les identificaba como mestizos, a veces como indios o españoles. En otras ocasiones se identificaban a sí mismos mediante atributos como su estatus, su lenguaje o su lugar de residencia. El mestizo evanescente sugiere que los procesos de identificación durante la Colonia temprana en América eran fluidos y se anclaban en una epistemología completamente distinta a la de los discursos raciales modernos.

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Information

Jahr
2018
ISBN
9789587841305

Capítulo 1
Amantes traviesos, moros clandestinos y travestis. Caracterización de la raza en el período colonial

Es difícil determinar si los mestizos constituyeron grupos en Santafé durante la Colonia temprana: desafiaban la clasificación “desvaneciéndose” constantemente en medio de otras categorías, tampoco encarnaban un conjunto nítido de atributos que los distinguiera de otros individuos de la sociedad colonial, no gozaban de derechos especiales u obligaciones que los definieran como mestizos y que facilitaran su integración como un grupo sociológico. Además, el concepto “mestizo” operaba tanto como una metáfora como una categoría social que representaba una amplia gama de tipos de mezcla, no solamente entre personas de diferentes categorías sociales, sino también entre aquellas de diferente estatus social. “Mestizo” denotaba también la mezcla de “sangre” diferente, pura e impura, como ocurría cuando una nodriza africana o indígena amamantaba a un niño español. “Mestizo” era el término usado para hablar de animales producto de un cruce entre razas, como las mulas. Entonces, es insuficiente decir que los mestizos constituían una categoría socio-racial fluida en el período colonial. Si nos concentramos exclusivamente en cómo las personas se definían a sí mismas o cómo eran clasificadas por los demás, apenas tenemos una parte de la historia, un asomo de sus identidades individuales, que eran en sí mismas altamente contextuales y transitorias, sin que nos adentremos en la comprensión de cómo y por qué operaba el proceso de identificación.
El mejor lugar para comenzar a indagar sobre el significado de “mestizo” es mirar a las personas del período colonial que fingían ser lo que no eran: personas que “se hacían pasar” conscientemente por alguien más. Este ejercicio puede ayudarnos a discernir la naturaleza de los límites que las personas del período colonial percibían entre sí mismas y los demás, en lugar de imponer sobre la situación colonial una consciencia específicamente moderna de lo que deberían ser esos límites. Ese enfoque resulta de la observación, por sorprendente que pueda parecer para el espectador del siglo XXI, de que la “raza”, como fue entendida en el siglo XVI, no era lo que concebimos hoy en día. Además, muchos de los límites sociales que inmediatamente etiquetaríamos como “raciales”, en el período colonial estaban basados en otros tipos de distinciones. En el período colonial, la “raza” era heredada a través de la sangre, no a través de los genes, y no siempre podía discernirse a partir de fenotipos individuales. La raza caracterizaba a miembros de linajes y no a grupos sociales amplios. Se basaba, además, en asuntos como la nobleza y la religión.
Abriré mi análisis con una historia que a primera vista parece ser una narración clásica de passing racial (hacerse pasar por un miembro de un grupo racial diferente al propio): la huída frustrada de la española noble de dieciséis años doña Catalina Acero de Vargas con un “indio zambo”, un mulato de ascendencia india y africana.1 En 1675, doña Catalina se escapó de la casa de su hermano y se fugó con Francisco Suárez, un joven que le propuso matrimonio diciéndole que era un noble de Lima y, por lo tanto, un buen partido para una joven aristocrática. Cuando se conocieron en persona, sin embargo, ella descubrió que Suárez no era el limeño noble que fingía ser. La acciones de doña Catalina produjeron deshonor a su acomodada familia.2 Su hermano, Juan de Vargas, acusó a Suárez ante las autoridades de Santafé alegando que el hombre “fue a las casas de mi morada y con engaños saco de ellas a doña Cathalina de Açero hermana mia donzella de hedad de diez y seis años y la lleuo donde le pareçio con pretexto a lo que despues se a dado a entender de querer casarse con ella por hauerla engañado como a niña finxiendose vn gran cauallero de arma y muy asentrado siendo como comunmente se dize yndio guauqui o zambo” (902r).3 Alertó a las autoridades para que se apresuraran a resolver el caso, “porque no se ausente dicho agresor como por que no subçeda el encontrarlo alguno de mis parientes ofendidos y trate de vengar su ofenza” (902r-v).
Como una huérfana que vivía bajo la tutela de su hermano, doña Catalina se quejó del maltrato que decía recibir de su cuñada, por lo que no sorprende que fuera seducida por el forastero que prometió librarla del cautiverio. Suárez, un pintor de profesión, cortejó a doña Catalina en una serie de cartas en las que él dio fe de su origen noble diciendo que sus padres en el Perú eran “heran caualleros y jente muy principal” (905v); en el testimonio no se revela quién escribía en realidad las misivas. Al escapar del hogar de su hermano al amparo de la noche, doña Catalina se encontró por primera vez cara a cara con su pretendiente. Fue entonces cuando pudo darse cuenta del aprieto sin solución en el que se había metido. Al mirar de cerca, doña Catalina reconoció “por el color del dicho honbre y sus palabras no ser de la calidad que se le auia dicho” (906r). Los testigos corroboraron sus observaciones al identificar a Suárez como de color “moreno” (903v).
Esta historia sobre un pretendiente deshonesto es un ejemplo excelente de lo que hoy sería llamado passing racial, pero con una reveladora cadencia colonial. Una Catalina del siglo XXI habría reconocido a Francisco Suárez antes de huir con él, pues lo habría conocido en persona, y sabría cómo se veía y hablaba. Sin embargo, como correspondía a una mujer soltera y acomodada, vivía “recogida” en la casa de su hermano (lo que probablemente también sugiere que estaba cansada de su cuñada, quien se esforzaba por preservar el honor de la familia aislando a Catalina). Así, su experiencia de cortejo se dio a través de cartas. En un mundo en el que la palabra escrita se privilegia sobre el habla —de hecho, era fetichizada— hacerse pasar por otro podía ser fácilmente camuflado a través de la comunicación letrada.4 Infortunadamente para doña Catalina, la sobreprotección con la que fue criada, su aburrimiento e inmadurez interfirieron las facultades críticas que debió haber puesto en práctica para analizar las misivas de Suárez.

Un esbozo del comportamiento de Francisco Suárez

En mi investigación en los archivos de Bogotá y Sevilla encontré solamente un puñado de casos de personas que se hacían pasar por alguien más, tal como entenderíamos esa práctica en la actualidad, es decir, individuos que pertenecen a un grupo racial y se disfrazan como miembros de otro. Sin duda, encontré ejemplos de ese fenómeno en un sentido más amplio: conversos (personas convertidas recientemente al cristianismo o sus descendientes) que posaban de cristianos viejos, idólatras que alegaban ser católicos píos, mestizos o indios comuneros que servían como líderes hereditarios, mestizas que deambulaban por las calles de Santafé en atuendo de india, esclavos que fingían ser hombres libres.5 Suárez resulta ser una anomalía en el registro documental. Su engaño era inusual y fue fácilmente descubierto cuando emergió de entre sus cartas, debido a la enorme brecha de estatus que existía entre un huauqui (indio de Quito) y un notable de Lima.6
Los casos de passing que encontré no remiten al fenotipo y, por el contrario, se centran en la identidad religiosa o en la posición social, por lo cual se fundamentan en lo que se conoció como “calidad” en el período colonial. La calidad constituía un sistema de clasificación social que articulaba lo que hoy llamaríamos marcadores “raciales”, tales como “indio” o “mestizo”, con otras maneras de distinguir a los individuos: su lugar de residencia, su vestimenta, la lengua que hablaban, su condición como esclavo o libre, su estatus económico o moral, y sus derechos y deberes en la sociedad, junto con (a veces, en lugar de) su color. La calidad puede ser entendida como la intersección de múltiples ejes que conformaban el estatus individual de acuerdo con la etnia o la raza, el tipo de agrupación, la moral, los privilegios y el aspecto.7 Las categorías socio-raciales eran así un componente de un conjunto de prácticas clasificatorias más amplio que estaban constituidos más por el “hacer” que por el “ser”. En otras palabras, la clasificación individual surgía de las formas en las que uno se involucraba activamente co...

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