Economía para todos
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Como hacer fácil lo difícil

Robert Marcuse

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  1. 152 Seiten
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Economía para todos

Como hacer fácil lo difícil

Robert Marcuse

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Über dieses Buch

En vista de la crisis económica mundial que estamos atravesando, no hubiese podido elegirse mejor momento para publicar este libro que, como todos los de Marcuse, por su sencillez, está al alcance de todos. Si bien él no es economista, hubiese sido difícil que siendo un banquero experimentado, no tuviese amplios conocimientos de economía. Podemos argumentar que, en este caso, el hecho de no ser economista puede incluso representar una ventaja, ya que ve los problemas económicos como los vivimos todos nosotros, en la vida diaria. Por eso, este libro es más empírico que teórico. Los ejemplos elegidos son sencillos y hasta divertidos. Marcuse quiere hacernos entender que, nos guste o no, somos parte integral de la economía y nos conviene por consiguiente comprender de qué trata. De paso, nos demuestra que el tema no es tan complicado como acostumbran pintarlo y que todos podemos entenderlo. Robert Marcuse es ciudadano uruguayo. Estudió en la Universidad de Columbia, y posteriormente completó el curso de "Advanced Management Program" en Harvard. Fue Gerente General y Director de varios bancos del grupo "Sudameris", en Uruguay, Argentina, Venezuela, Estados Unidos, Perú y Colombia. Además, fue presidente de la Asociación de Bancos Internacionales de la Florida y asesor del comité directivo de la Federación Latinoamericana de Bancos. Publicó libros sobre finanzas y economía que tuvieron gran difusión en las tres Américas, gracias a su contenido empírico, su enfoque pedagógico y, la sencillez con la que están escritos, que los ponen al alcance de todos. Entre estos se encuentra "El banco nuestro de cada día" cuya sexta edición fue publicada por Granica en Noviembre del 2010..

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Information

Verlag
Granica
Jahr
2019
ISBN
9789506416881
CAPÍTULO XI
Temas económicos de actualidad
El neoliberalismo
La economía es como el mar, está sujeta a mareas. A períodos de auge e inflación les siguen períodos de recesión y, a veces, de deflación. A tiempos de empleo pleno les suceden tiempos de desempleo. A tendencias dirigistas les siguen tendencias liberales. Se habla mucho de neoliberalismo en América Latina. En realidad el liberalismo no ha cambiado tanto, sigue siendo liberal. Cuando se habla de neoliberalismo en América Latina, no es tanto para distinguir esta escuela específica de otras formas de liberalismo, sino porque la adopción de esta tendencia en nuestros países responde también a un fenómeno cíclico, ya que le sigue de cerca a una época que se caracterizó por economías sujetas a un dirigismo riguroso y centralizado. Los partidarios del liberalismo económico creen en la sabiduría de los mercados y piensan que si se les da la máxima libertad a las personas de negocios, y a las operaciones comerciales y financieras que ellas realizan, los mercados, gracias a la ley de la oferta y la demanda, se encargarán por sí solos de mantener economías equilibradas y en constante crecimiento. Lo que más distingue al neoliberalismo de tendencias liberales anteriores es su expansión internacional, como consecuencia de la globalización de todos los fenómenos en nuestro planeta, a raíz de los progresos tecnológicos en el área de las comunicaciones. Muchos países en vías de desarrollo han sido azotados por vientos y anegados por olas liberales, provenientes de países industrializados, que no siempre practican lo que predican. El libre comercio internacional es un fin digno de ser perseguido con entusiasmo pero, para que este intercambio pueda tener el éxito deseado y beneficie a todos los países involucrados, las naciones deben poder competir en igualdad de condiciones. Cuando esto no es así, se produce, al igual que en determinadas sociedades, una polarización de la riqueza: o sea, tenemos países cada vez más ricos frente a países cada vez más pobres.
La inversión extranjera
El liberalismo hacia el exterior implica la libre entrada de capitales e inversiones extranjeras al país que lo practica. Esto es bueno, porque aporta al país recipiente una inyección de capital y, por consiguiente, una mayor liquidez, más negocios, más ocupación (empleos) y tecnología de punta. La participación extranjera de importantes empresas nacionales en el capital de países en vías de desarrollo es, por lo tanto, deseable. Sin embargo, toda exageración es mala, incluso la exageración de lo bueno. El problema es que la mayoría de las empresas del exterior que invierten en un país en desarrollo no se contentan con tomar una simple participación en una compañía local, sino que toman una participación mayoritaria, lo que les da el control de dicha empresa. En otras palabras, se vuelven propietarias de la sociedad local. Para peor, cuando una determinada actividad comercial, industrial o financiera les parece particularmente atractiva, no se contentan con comprar una de las empresas que participan en esa actividad, sino que, muchas veces, compran varias o la mayoría de ellas. Es así que, en algunos países latinoamericanos, la casi totalidad del sistema bancario local quedó en manos de bancos del exterior. Si bien se puede considerar que esto le da mayor solidez al sistema, provoca el resurgimiento de sentimientos nacionalistas (que también suelen ser cíclicos) que, aprovechados por gobiernos demagógicos populistas, pueden llegar hasta provocar la nacionalización (o renacionalización) de la banca. El nacionalismo siempre ha sido una tendencia negativa.
La globalización
La globalización es una expresión relativamente nueva, y por ende todavía mal definida. Se utiliza sobre todo con relación a la creciente interdependencia de los países y de sus economías.
Cuando vemos fotos de la Tierra tomadas desde un satélite, la vemos como un globo en el espacio. ¿Por qué pretendemos estar globalizando lo que siempre fue un globo? Es que desde el punto de vista de la humanidad el aspecto de la Tierra era una ilusión óptica. En ella vivían simultáneamente seres humanos separados por la distancia y el tiempo. Mientras algunos vivían en rascacielos en medio de ciudades modernas y bulliciosas, otros seguían refugiándose en cuevas primitivas. Mientras los primeros gozaban de comida abundante y refinada, así como de todas las comodidades de la vida moderna, otros sobrevivían apenas a la miseria y el hambre. Pero la ignorancia y el desconocimiento recíproco de sus respectivas existencias impedía que estas diferencias fueran percibidas o chocantes. La Tierra no era un mundo sino muchos mundos yuxtapuestos.
El desarrollo de medios de transporte veloces, masivos y económicos, y, sobre todo, la explosión de la era informática, revolucionaron esta cómoda y ciega convivencia.
Si bien el llamado neoliberalismo favoreció la globalización comercial y financiera, esta no nació esencialmente de tendencias políticas, económicas o filosóficas, sino de los vertiginosos progresos en el área de las comunicaciones. Por consiguiente, para bien o para mal, o en ambos sentidos, la globalización está aquí para quedarse.
La globalización tiene algunos aspectos benéficos para los países en desarrollo, al darles un más fácil acceso a la inversión extranjera, a la tecnología, así como a mercados foráneos para sus exportaciones. Pero tiene también efectos secundarios peligrosos. Porque si se globaliza todo, se globaliza también lo malo. Es así como se agudiza el efecto “dominó”, o sea, por ejemplo, la repercusión de la crisis económica de un país sobre los demás, ya que las economías de diferentes naciones son cada vez más interdependientes. Si un país rico entra en recesión, disminuyen sus importaciones, lo que afecta desfavorablemente a los países que acostumbran venderle sus productos, y sobre todo a los que dependen exageradamente de sus exportaciones para crecer, por no tener un importante mercado interno. Este suele ser el caso de los países que tienen un alto nivel de pobreza, ya que las personas de bajos recursos consumen poco. La globalización también exacerba el crecimiento de las empresas, por expansión o por fusión. Todas buscan producir más gastando menos. La fusión de dos empresas, en teoría, permite esto. Se supone que logran por lo menos mantener conjuntamente el nivel de producción que tenían antes de la fusión, pero con menos personal y menos gastos. Por consiguiente, se deshacen de trabajadores considerados superfluos, aumentando así el número de personas sin empleo. En un mercado en recesión esto es grave, ya que la gente despedida por causa de fusiones se suma a la que fue despedida por los progresos tecnológicos, al ser reemplazada por máquinas robóticas y computadoras en sus puestos de trabajo.
Finalmente se constata que, si bien en el campo de la salud se han hecho algunos progresos espectaculares, las epidemias, a su vez, ya no tienen fronteras y viajan en los mismos medios de transporte que utilizan sus víctimas. La plaga del terrorismo, por su parte, también se está globalizando, a pasos agigantados.
Las fusiones
Antes que nada debe decirse que la palabra fusión suele ser un eufemismo, porque en realidad no existen fusiones reales, sino que una empresa compra y la otra se vende. Porque una fusión, en principio, implicaría la integración de dos compañías en una sola, en condiciones iguales para ambas. Eso no existe porque, aunque los accionistas de cada una tuvieran el 50% de las acciones de la nueva compañía (lo que casi nunca ocurre), siempre existe un grupo que predomina, sea por capacidad profesional, por habilidad política o por cualquier otra razón, evidente o disimulada. En la mayoría de los casos el grupo que tiene más del 50% de las acciones, o sea, la mayoría, es el que domina y maneja la nueva empresa.
En tiempos de auge económico, dos sociedades pueden llegar a la conclusión de que ganarían más dinero si, en vez de competir, se juntaran. Esto les permite despedir parte de su personal y reducir sus gastos generales. A veces, también les permite incrementar sus precios de venta, lo que perjudica a los consumidores. Por eso, suele ocurrir que un gobierno no autorice alguna fusión, temiendo que la nueva empresa se convierta en un monopolio y, al no tener competencia, pueda adoptar prácticas comerciales poco ortodoxas y perjudiciales para el público en general.
En tiempos de recesión, la tendencia hacia las fusiones adquiere más fuerza, pero ya no necesariamente entre empresas que quieren ganar más dinero, sino entre empresas que quieren perder menos.
La globalización, que aumenta la competencia a nivel internacional, también provoca un incremento de las fusiones.
Todas estas fusiones inciden negativamente no solo en el índice de empleo, sino también sobre la atención al cliente. Por más de diez años la mayoría de las empresas adoptaron tácticas y estrategias dirigidas, por lo menos en teoría, a mejorar el servicio al cliente. Esto era absolutamente prioritario, el cliente era rey. Sin embargo, el gigantismo, que emana de un exceso de fusiones, tiene consecuencias absolutamente opuestas a esta filosofía, y es probable que los clientes nunca hayan sido tan mal atendidos como en los últimos tiempos. Las fusiones también son fuente de incertidumbre y de falta de apego de los empleados hacia la empresa en donde trabajan. No conocen a los nuevos dueños de la compañía, ni cuál es su estrategia, ni quiénes sobrevivirán a la fusión y quiénes no, ni si esta es la última fusión o solo el principio de un largo proceso de cambios. El crecimiento exagerado de las empresas las obliga a compartimentarse. Los empleados trabajan en cubículos, cumplen con una función específica o única, dentro de una programación que no deja espacio para la flexibilidad, la iniciativa o la imaginación.
El progreso de la tecnología
Los progresos de la tecnología han tenido, y seguirán teniendo, efectos benéficos y también maléficos sobre la economía. La Revolución Industrial, por un lado, y la gran depresión de los años treinta, por el otro, ya lo habían demostrado. En ese entonces, la introducción en las fábricas de nuevas maquinarias aceleró los procesos de producción y disminuyó su costo. Eso era bueno. Pero, al mismo tiempo, redujo las necesidades de mano de obra en las empresas industriales, provocando un aumento del desempleo. También creó una gran euforia en el mundo de los negocios y una suba exagerada del precio de las acciones en las bolsas de valores, lo que terminó en una caída vertiginosa, en pánico y en una larga depresión (sobre todo en la economía estadounidense). Recientemente, la “revolución informática” tuvo repercusiones similares (aunque no idénticas, ya que las crisis se repiten, pero siempre con algunas diferencias). No hay duda de que el fax, el teléfono celular, los contestadores automáticos y sobre todo Internet transformaron la sociedad moderna. Como la mayoría de los progresos tecnológicos, estos nuevos instrumentos, cuando son utilizados con sensatez, tienden a mejorar la calidad de vida de las comunidades que los adoptan. Desgraciadamente, la sensatez no es la cualidad humana más difundida. Muchas veces, las nuevas tecnologías, más que por sus cualidades intrínsecas, son utilizadas porque son novedosas y se ponen de moda. En esos casos, empiezan siendo empleadas exageradamente y sin discernimiento, y recién cuando maduran y se vuelven corrientes se convierten en esencialmente utilitarias y son aprovechadas de manera más razonable y constructiva.
Los progresos en el campo de las comunicaciones han sido un factor preponderante en la globalización económica y comercial de nuestra era y, por consiguiente, son responsables, aunque sea indirectamente, de las consecuencias de dicha globalización, o sea, la multiplicación de fusiones entre empresas a nivel nacional (para poder competir con las compañías multinacionales) e internacional, las consiguientes economías de escala (despido de personal) y el incremento del desempleo.
El acceso rápido y universal a todo tipo de información a través de Internet debería elevar sensiblemente el nivel de educación y cultura general de la población. Sin embargo, a veces, el exceso de información equivale a una falta de información. Porque para aprovechar positivamente el fácil acceso a la información, hay que ser selectivo, ya que nadie puede pretender conocerlo todo. Cuando vagar por la red (Internet) se vuelve adictivo, particularmente entre los jóvenes, las informaciones son asimiladas indiscriminadamente. Noticias de actualidad, programas educativos e informaciones históricas o científicas compiten con juegos violentos, programas pornográficos e intercambio de historias supuestamente chistosas pero, generalmente, solo groseras. Si agregamos a las horas pasadas frente al televisor las horas pasadas ante la computadora, vemos que existen buenas razones para preocuparnos por la educación de nuestros hijos.
El desarrollo del correo electrónico a través de Internet permite un contacto rápido y barato con amigos o corresponsales en todo el mundo. Cartas que uno no escribía por falta de tiempo, o llamadas telefónicas que uno no hacía por su alto costo, hoy son reemplazadas por mensajes veloces enviados por la red. Como no hay peor gestión que la que no se hace, hemos dado un salto hacia adelante. Hoy es mucho más raro que dejemos de hacer un contacto, de realizar una consulta o de contestar un mensaje por falta de tiempo, por ser perezosos o por ahorrativos. Por otra parte, dado la prisa con la cual se redactan, los mensajes electrónicos suelen ser mucho más informales –por no decir descuidados– que las cartas. Se admiten errores de tipeo, pero también faltas de ortografía y hasta de gramática. Nuestros idiomas, que ya sufren el maltrato de la prensa y la televisión, y múltiples mutilaciones que les son impuestas voluntariamente o por ignorancia e indiferencia, evidentemente no se beneficiarán con este nuevo medio de comunicación.
Los teléfonos celulares s...

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