Marxismo negro
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Marxismo negro

Pensamiento descolonizador del Caribe anglófono

Daniel Montáñez

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Marxismo negro

Pensamiento descolonizador del Caribe anglófono

Daniel Montáñez

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Desde principios del siglo XX, organizaciones y movimientos antirracistas de población negra se acercaron a los postulados del marxismo. Su razonamiento era sencillo: si esta era la teoría de los pueblos explotados, seguro que sería un aporte interesante para la población negra, una de las más explotadas del mundo. Este binomio de marxismo y antirracismo produjo algunas de las más potentes reflexiones del pensamiento crítico a nivel mundial, anticipando elementos fundamentales de teorías contemporáneas en boga como las perspectivas del sistema-mundo, el colonialismo interno, las teorías de la dependencia o los enfoques poscoloniales y decoloniales. Sin embargo, debido a un intenso racismo intelectual y académico, estas contribuciones son aún muy desconocidas y no forman parte de la oferta curricular de casi ninguna universidad.La población negra fue fundamental para erigir el sistema capitalista a nivel mundial. Es hora de que dejen de ser meros objetos de estudio de interés etnográfico y empecemos a tomarles en serio como sujetos productores de un conocimiento social crítico de alto valor para la comprensión de nuestros tiempos.

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II. Imperialismo
Éstos son los tiempos funestos, mi amor.
Por toda la tierra avanzan a rastras escarabajos morenos.
El brillo del sol está escondido en el cielo.
Las flores rojas inclinan su cabeza en terrible pesar.
Estos son los tiempos funestos, mi amor.
Es la temporada de opresión, metal oscuro y lágrimas.
Es el festival de pistolas, el carnaval de miseria.
Por todas partes las caras de los hombres se ven tensas y ansiosas.
¿Quién viene caminando en la oscuridad de la noche?
¿Las botas de quién marchan pesadamente sobre la hierba tierna?
Es el hombre de la muerte, mi amor, el invasor extranjero mirándote dormir y apuntando a tu sueño.[1]
El imperialismo británico comenzó a finales del siglo XV y alcanzó su cénit después de la Primera Guerra Mundial cuando mediante los tratados de paz de Versalles en 1919 le fueron otorgados la posesión de varios territorios coloniales pertenecientes al Segundo Reich alemán. En el periodo de entreguerras, sólo perdió posesiones de Irlanda y Egipto (1922) e Iraq (1932). Después de la Segunda Guerra Mundial, ante la emergencia de grandes movimientos de lucha anticolonial y del mandato impulsado por la ONU, el proceso de descolonización se aceleró. La primera independencia fue la de Jordania en 1946, seguida de Nueva Zelanda (1947), Birmania, Ceilán y Nepal (1948), India (1950), Sudán y Pakistán (1956), Malasia y Ghana (1957), Nigeria, Somalia y Chipre (1960), Sierra Leona, Tanganica, Sudáfrica y Kuwait (1961), Uganda, Jamaica y Trinidad y Tobago (1962), Kenia, Zanzíbar y Singapur (1963), Malta, Camerún, Malaui, Tanzania y Zambia (1964), Gambia (1965), Botsuana, Lesoto, Barbados y Guyana (1966), Granada (1967), Mauricio (1968), Suazilandia (1968), Tonga (1970), Bahréin, Catar, Omán y Emiratos Árabes Unidos (1971), Bahamas (1973), Seychelles (1976), Tuvalu, Islas Salomón y Dominica (1978), San Vicente y las Granadinas y Santa Lucía (1979), Zimbabue y Vanuatu (1980), Antigua y Barbuda y Belice (1981), Canadá (1982), San Cristóbal y Nieves (1983), Brunéi (1984), Australia (1986), Fiyi (1987) y Hong Kong (1997).
Ante la tesitura descolonizadora, Gran Bretaña construyó desde el siglo XIX un sistema más flexible de control de sus excolonias, lo que se conoce como neocolonialismo o postimperialismo. A principios del siglo XX, después de varias “conferencias imperiales” entre representantes de las diferentes colonias, se proclamó el “Estatuto de Westminster” de 1931 que igualaba legalmente a la metrópolis y los autogobiernos de las colonias. De forma paralela, en estas conferencias fue presentado desde 1917 la idea de una Commonwelth of Nations (Mancomunidad de naciones). El término ‘Commonwelth’ tiene un peso histórico importante en Inglaterra. Entre 1649 y 1660 fue abolida la monarquía y proclamada la Commonwelth of England, un gobierno republicano que también incluyó a Gales, Irlanda y Escocia. Pese a los pocos años que duró la experiencia, la idea quedó en la memoria de los británicos relacionada con la posibilidad de convivir entre diferentes naciones en un mismo espacio político en régimen de igualdad entre ellas. Retomando esta idea, en 1921 nació la Commonwelth of Nations, que sustituyó la definición jurídica de “Imperio británico” y, tratando de ofrecer una amplia autonomía a los gobiernos coloniales, propuso una convivencia política bajo un mismo jefe de Estado: el monarca de Gran Bretaña. La propuesta tuvo un éxito considerable pero no consiguió su objetivo originario y, finalmente, muchos territorios optaron por la independencia. Sin embargo, la organización se reconfiguró y dura hasta nuestros días como espacio político de libre asociación de 53 naciones que cooperan en diferentes materias, teniendo al monarca británico como su cabeza y basando su esencia en la existencia de lazos históricos y sociales con el antiguo Imperio británico. Desde esta organización Gran Bretaña sigue ejerciendo imperialismos de diverso tipo en sus excolonias.[2]
Además del control de la Commonwelth, Gran Bretaña todavía mantiene la posesión de 11 territorios del mundo sobre los que pesa un mandato de la ONU para su descolonización (Anguila, Bermudas, Gibraltar, Guam, Islas Caimán, Islas Malvinas, Islas Turcas y Caicos, Islas Vírgenes Británicas, Montserrat, Islas Pitcairn, Santa Elena, Ascensión y Tristán de Acuña) y de Acrotiri y Dhekelia (reclamado por Chipre), Islas Georgias del Sur, Sandwich del Sur y Malvinas (reclamadas por Argentina), Territorio Antártico Británico (reclamado por Chile y Argentina), Territorio Británico del Océano Índico (reclamado por Mauricio y Seychelles), además de las Dependencias de la Corona (Bailiazgos de Guernesey y Jersey e Isla de Man). En esta larga historia de imperialismo británico, las del Caribe fueron de sus primeras posesiones coloniales, estableciendo colonias estables en la región a partir del siglo XVII en el siguiente orden: Barbados (1627), San Cristóbal y Nieves (1628), Montserrat (1632), Anguila (1650), Islas Caimán y Jamaica (1655), Antigua y Barbuda (1667), Islas Vírgenes (1672), Granada (1762), Dominica (1763), San Vicente y las Granadinas (1763), Bahamas (1784), Guyana (1796), Islas Turcas y Caicos (1799), Trinidad y Tobago (1802), Santa Lucía (1814) y Belice (1862). A estas se puede añadir el caso de La Florida que fue tomada en 1763, pero perdida de nuevo en 1779 y finalmente anexada en 1821 a los Estados Unidos.
En el Caribe, la lucha contra el imperialismo la lideraron primero los pueblos indígenas que se opusieron a la invasión de sus territorios. A éstos, los conquistadores europeos, les distinguieron de dos grandes formas: los indios buenos y los indios malos. Entendieron que los buenos eran los taínos y los malos, los caribes. A los buenos, que se caracterizaban por su cooperación ante la colonización, los estereotiparon enormemente reforzando el legendario mito profundamente racista y paternalista del “buen salvaje”. Los malos, que eran los que oponían resistencia a la colonización y la evangelización, fueron tildados de bestias demoníacas capaces de las más feroces crueldades. Pese a ello, finalmente todos fueron tratados con gran brutalidad y puestos a trabajar de manera forzada en la construcción de ciudades y en la producción de materias primas o vendidos como esclavos y sirvientes en Europa. La brutalidad del trato llegó a oídos de algunos frailes, nobles, empresarios y reyes que temieron por el triunfo de la expansión de las empresas coloniales ante el exterminio de la población local y la consiguiente pérdida de mano de obra, además de constituir una afrenta a los principios de la moral y la ética cristianas, surgiendo los llamados movimientos de “defensa de los indios”. Estos comenzaron desde el siglo XVI en el Caribe hispano y el primero de sus representantes fue el fraile Antonio de Montesinos, quien en 1511 pronunció en Santo Domingo un famoso sermón sobre el tema. Pero el más importante sin ninguna duda fue el obispo de Chiapas, Bartolomé de las Casas, quien viajó a España para confrontar en la llamada Controversia de Valladolid (1550-1551) a los legitimadores del uso de la violencia hacia estos pueblos liderados por fray Ginés de Sepúlveda. Este debate le sirvió para escribir su obra más famosa, la Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552), donde narró el proceso de maltrato a los indígenas y argumentó su defensa desde postulados religiosos y filosóficos.
En términos generales, estos “defensores” postulaban que los indios no eran herejes sino algo así como “pueblos sin religión” y que existía un mandato divino para su evangelización. Las acciones que impidieran esta ley de Dios, como la explotación en las encomiendas, serían duramente criticadas por ellos. Sus intereses estaban así del lado del Vaticano y la idea de expansión universal de la única y verdadera fe cristiana por todo el mundo, chocando con los intereses de los encomenderos y empresarios europeos que se lucraban del trabajo forzado de los pueblos indios. Para solucionar el problema de la falta de mano de obra en las colonias estos “defensores” llegaron a proponer la importación de población africana esclavizada. Consideraban que los indios podían ser mejor evangelizados y que se iba a acabar el mundo si no les inoculaban al verdadero Dios; pero con los africanos, que eran vistos como bestias herejes, no habría problema. El propio Bartolomé de las Casas se arrepintió al final de su vida de haber hecho semejante propuesta que contradecía todos sus postulados religiosos y filosóficos acerca de la libertad humana.[3] De esta forma, comenzaron a llegar esclavos africanos para trabajar forzadamente en el Caribe, pero ni así se logró frenar el maltrato a los indígenas. El debate sobre el exterminio de esta población en la región es amplio. Hay desde quienes consideran que hubo un exterminio total, quedando sólo algunas herencias culturales, hasta quienes sostienen que eso es un mito y que hasta nuestros días estos pueblos están presentes. Pero nadie duda de la existencia de una catástrofe demográfica, variando las razones sobre sus causas y las definiciones de su naturaleza, desde quienes postulan que existió un genocidio en toda regla hasta quienes dicen que las enfermedades fueron la principal causa, además de toda una extensa gama de posiciones intermedias. En cualquier caso, sobre todo en el Caribe británico la población negra conformaría una clara mayoría que podía llegar a representar hasta el 90 por 100 según el territorio.
Por esta razón, en el Caribe británico a las primeras resistencias antiimperialistas de la población local le siguieron las luchas de los llamados cimarrones, esclavos que se escapaban de las plantaciones y formaban refugios y comunidades libres en las montañas. Las luchas fueron continuadas en los siglos XIX y XX por movimientos nacionalistas con base en la población negra y algo de apoyo titubeante de la población mulata, asiática y criolla. En el caso de la confluencia con la población asiática, el problema estribaba en que la población negra les veía como competidores extranjeros indeseables y en el caso de la población criolla y mulata que solían ponerse de lado de los blancos coloniales para proteger sus pequeños privilegios frente a las masas desposeídas de población negra.
El periodo de descolonización política del Caribe anglófono en la segunda mitad del siglo XX coincidió con el de la descolonización de otras colonias del Imperio británico, uniéndose especialmente a las de África a través del panafricanismo. La reflexión que acompañó estos procesos puso énfasis en mostrar la dependencia de todo tipo que se mantenía hacia las metrópolis incluso después de las independencias, expandiendo más allá de éstas la idea de la lucha antiimperialista. El despliegue de este pensamiento tuvo su auge en el periodo de entreguerras a raíz de la invasión italiana de Etiopía en 1935, único territorio autónomo que quedaba en África junto a Liberia. En ese momento, líderes y pensadores africanos y afrodescendientes de todo el mundo organizaron decididamente acciones y asociaciones para luchar contra el imperialismo que asolaba a la población negra en todo el mundo. En estos grupos destacaría la presencia numerosa de activistas caribeños y sus acciones tendrían su desarrollo mayoritariamente en el seno de las metrópolis imperiales, destacando las de Londres y París. En este sentido, Paget Henry hace una interesante apreciación crítica acerca de cierto “providencialismo” paternalista presente en el pensamiento afrocaribeño desde el siglo XIX mediante el cual se veían a sí mismos como los más capaces, debido a su cultura moderna y civilizada, a la hora de impulsar un proceso de autonomía política en el continente africano.[4]
De entre todas las corrientes de pensam...

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