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De los inventores de la tradición

Carlos Monsiváis

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De los inventores de la tradición

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Carlos Monsiváis eligió la célebre línea de Pablo Neruda, Escribir, por ejemplo, como punto de partida y premisa para reunir diez textos dedicados a algunos de los creadores con quienes se siente en deuda como lector. De esto resultaron dos crónicas, referidas a Jaime Sabines y José Revueltas, y ocho ensayos, dedicados a Alfonso Reyes, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Augusto Monterroso, Ramón López Velarde, Rosario Castellanos, Agustín Yáñez y Julio Torri.

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Ramón López Velarde: “Dogma recíproco del corazón”

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I

La vida breve

RAMÓN MODESTO LÓPEZ VELARDE, UNO DE LOS NUEVE HIJOS de María Trinidad Berumen y el abogado José Guadalupe López Velarde, nace el 15 de junio de 1888 en Ciudad García (Jerez), Zacatecas. Algunas características: una infancia feliz, religiosidad omnipresente, ventanas con pájaros y flores, veladas literario-musicales donde el novio dice poemas y la novia canta, adolescencia que alumbra los romances vigilados y las vacaciones en pueblos cercanos. A los ocho años de edad, Ramón intenta ya redactar versos; a los diez años, a su padre se le nombra notario público en la ciudad de Aguascalientes. Primeras y segundas letras de Ramón en el Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe, en Aguascalientes (1901-1902), y en el Seminario Conciliar de la Purísima, en la ciudad de Zacatecas (1903-1905). Nada sorprendente: en los seminarios hay la educación humanista que, con método laico, sólo se imparte en algunas instituciones de la ciudad de México. Al respecto, un testimonio primerizo de López Velarde, el soneto “Del Seminario”:
Hoy que la indiferencia del siglo me desola
sé que ayer tuve dones celestes de contino
y con los ejercicios de Ignacio de Loyola
el corazón sangraba como al dardo divino.
Feliz era mi alma sin que estuviese sola:
había en torno de ella pan de hostias, el vino
de consagrar, los actos con que Jesús se inmola
y tesis de Boecius y de Tomás de Aquino.
¿Amor a las mujeres? Apenas rememoro
que tuve no sé cuáles sensaciones arcanas
en las misas solemnes, cuando brillaba oro
de casullas y mitras, en aquellas mañanas
en que vi muchas bellas colegialas: el coro
que a la iglesia traían las monjas Teresianas.
[El Regional,
Guadalajara, 20 de junio de 1909]
Antes de La sangre devota, aunque sin complejidad, esta poesía es ya en lo primordial autobiográfica y de sinceridad pasmosa. Hasta el final, si no aportan sentimientos tumultuosos, estos poemas jamás esconden lo sustancial: creencias, amores, caídas morales, procesos de seducción, entusiasmos devocionales, hallazgos de la hermosura entre vitrales y rumor de misas, descubrimientos de la virtud entre las hetairas, esas “consabidas náyades arteras”, que en otra dimensión del lenguaje son las prostitutas.
* * *
La vida antes de ser mitología, López Velarde antes de ser López Velarde. Desde sus primeros escritos idealiza a fondo la ciudad natal, su recinto de la transparencia. Otros, convencidos de la tesis opuesta (“pueblo chico, infierno grande”) insisten en lo represivo de los sitios “levíticos”. Así, un epigramista anónimo de 1915:
Esas gentes de Jerez,
miel y veneno a la vez,
todos son nobles sin título,
todos ricos sin haber,
todititos son parientes
y nadie se puede ver.
* * *
En 1903, durante unas vacaciones en Jerez, López Velarde se enamora de Josefa de los Ríos, algunos años mayor que él, aún no Fuensanta, el amor perfecto nunca consumado físicamente.
En 1904 inicia sus colaboraciones periodísticas; en 1905 ingresa al Instituto Científico y Literario en Aguascalientes; en 1906 publica por primera vez; en 1908 estudia en la Facultad de Derecho de San Luis Potosí; en 1908 muere su padre; en 1909 publica en la revista Nosotros el poema “Canonización”, sobre Fuensanta:
A tu virtud mi devoción es tanta
que te miro en altar, como la santa
Patrona que veneran tus zagales,
y así es como mis versos se han tornado
endecasílabos pontificales
En Aguascalientes se hace amigo del pintor Saturnino Herrán, el músico Manuel M. Ponce, el doctor Pedro de Alba (luego figura política) y el poeta y cronista Enrique Fernández Ledesma. Cultivan un arte sin aspavientos, del que da cuenta la revista Bohemia, dirigida por Fernández Ledesma y Pedro de Alba (dura un año), y en donde López Velarde es colaborador central.

“La deuda que nunca le pagaremos a Madero”

En 1910 el poeta conoce al candidato presidencial Francisco I. Madero en San Luis Potosí, se incorpora al movimiento antirreleccionista y se adhiere al grupo que ayuda a Madero en su fuga a los Estados Unidos. El 18 de noviembre de 1911 le escribe a su amigo Eduardo J. Correa, y es muy explícito al respecto de su lealtad política:
Para que se acabe de formar un concepto cabal de mis impresiones sobre este asunto [el gobierno de Madero], le diré que si la administración de Madero resultase el mayor de los fracasos, eso no obstante, sería yo lealmente adicto a Madero, como lo he sido desde la tiranía del general Díaz.
Me dice usted en su carta que le parece que la Revolución sólo ha servido para cambiar de amos. Medite tranquilamente en cómo vivimos hoy y cómo vivíamos antes, y se convencerá de que está preocupado, muy preocupado. No estaremos viviendo en una República de ángeles, pero estamos viviendo como hombres y ésta es la deuda que nunca le pagaremos a Madero.
En 1912 López Velarde acepta ser candidato suplente en Jerez, postulado por el Partido Católico. Pierde debido a las maniobras fraudulentas del licenciado Aquiles Elorduy. En 1911 se le nombra Juez de Letras en Venado, San Luis Potosí, puesto en el que permanece sólo un mes. Una vecina del pueblo, doña Teresa Tarango, lo evoca: “Su aspecto era imponente, diferente a todos, usaba bombín y vestía de negro. Siempre andaba solitario. Se le invitaba a todas las fiestas y las muchachas estaban enamoradas de él, pero era un hombre serio, parecía mayor” (Ramón López Velarde. Sus rostros desconocidos, FCE, 1971, un excelente reportaje de Guadalupe Appendini).

“Sobre tu capital cada hora vuela”

La Revolución es la revolución, y a un tío de Ramón, el sacerdote Inocencio López Velarde, lo asesinan los villistas al entrar a Zacatecas. En 1912 López Velarde inicia sus colaboraciones en La Nación, el órgano del Partido Católico, que por dos años dirige su amigo Eduardo J. Correa, y viaja por vez primera a la ciudad de México, en 1914. Instalado en la capital, insiste sin mayor fortuna en el periodismo político, publica prosas poéticas extraordinarias y algunas crónicas interesantes. La necesidad lo obliga a la ronda de puestos burocráticos y da clases de un lado a otro. En 1916 inicia su relación sentimental con Margarita Quijano, diez años mayor, pero el idilio se suspende muy pronto. Ese año, aparece su primer libro, La sangre devota.
* * *
Al inhumarse los restos de López Velarde, el 16 de junio de 1963 en la Rotonda de los Hombres Ilustres, el discurso le corresponde al poeta José Gorostiza:
Habría que haberlo visto recorrer en aquellos años, entre 1916 y 1921, la estrecha calle principal de la ciudad de México, andando en sentido inverso la ruta del Duque Job, desde la esquina de la Casa de los Azulejos, hasta, seguramente, la de Madero y Gante, y en ocasiones hasta “El Globo” en el cruce con la calle de Bolívar… Era un vigoroso ejemplar de virilidad y nada había en su figura que hubiera podido proporcionar el menor indicio de la angustia que lo desgarraba. La misma discretísima elegancia con que llevaba el chaqué gris o el traje negro (que la pobreza de sus últimos años iba ludiendo con la paciencia de un roedor inexorable), y el sombrero de hongo, los guantes amarillentos, ¿qué era sino el estudiado disfraz con que el poeta, en el martes de carnestolendas que fue su corta vida, se escondía tras la apariencia de un pulido caballero provinciano, orgulloso de su estirpe decente y de su minúscula casa solariega? [José Gorostiza. Prosa, recopilación, introducción y notas de Miguel Capistrán, Conaculta, 2001]
* * *
“En un clima de ala de mosca / la lujuria toca a rebato.” En la capital, según le informa a Eduardo J. Correa, el poeta “se desbarranca” entre “las flores del pecado”. También, el “oscurecimiento” de los versos cumple funciones de gozo del misterio y de requisitos de la vida burocrática:
¿En qué comulgatorio secreto hay que llorar?
¿Qué brújula se imanta de mi sino? ¿Qué par
de trenzas destronadas se me ofrecen por hijas?
¿Qué lecho esquimal pide tibieza en su tramonto?
Ánima adoratriz, a la hora que elijas
para ensalzar tus fieles granadas, estoy pronto.
[De “Ánima adoratriz”]
* * *
En 1915 López Velarde inicia su carrera literaria y colabora en Revista de Revistas, El Nacional Bisemanal, Vida Moderna, El Universal Ilustrado y México Moderno; en 1917 es codirector de la revista Pegaso junto a dos poetas importantes, Enrique González Martínez y Efrén Rebolledo.
En 1917 muere Josefa de los Ríos, Fuensanta, “la mujer que dictó casi todas las páginas” de La sangre devota. En 1919 publica Zozobra, en edición de México Moderno, abre un bufete y es secretario particular o auxiliar de Manuel Aguirre Berlanga, secretario de Gobernación del presidente Venustiano Carranza y ex condiscípulo de Leyes en San Luis Potosí.
Entre 1918 y 1920 el Partido Católico Nacional queda a la desbandada. Además de la formulación laica del Artículo Tercero constitucional, al gobierno de Carranza no le simpatizan los sacerdotes ni los obispos, y Correa también se aleja de su amigo: “López Velarde ha desistido de la militancia católica y se ha enfrascado en la privada discordia de una fe quebradiza… un alma más que se ha perdido en los espejismos de la modernidad” (Correspondencia de Ramón López Velarde con Eduardo J. Correa, FCE, México, 1989, edición de Guillermo Sheridan).
En 1920, a la derrota de Carranza, López Velarde se dispone a acompañar al gobierno en su fuga a Veracruz, pero interrumpe el viaje. A su sobrina Margarita González le informa: “El día 7 del pasado salí con los trenes del gobierno… pero no pasé de este lado de la Villa, pues el enemigo nos rodeó”. Luego del asesinato de Carranza, relata Gorostiza:
lastimado profundamente en sus sentimientos por el asesinato del bien querido Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, se negó desde entonces a colaborar en ningún puesto con el gobierno de la República. Sus amigos, que veían azorados crecer su silenciosa pobreza, lo obligaron materialmente a aceptar una clase de literatura en la Escuela Preparatoria y alguna magra remuneración que le daba la revista mensual El Maestro
Y, en su oración fúnebre en el Panteón Francés, Enrique Fernández Ledesma complementa esta información: “Vivió pobre y murió pobre, en una casa decimal y en una alcoba de diez metros cuadrados”.
* * *
En mayo de 1921 dialoga con su compadre Eduardo J. Correa en el atrio de la iglesia. Éste evoca la conversación:
Ramón no pudo dominar los impulsos de la carne y de ello se querellaba frecuentemente en el seno de la intimidad, diciendo que el Credo andaba muy bien en él pero los Mandamientos algo mal… Aunque lo que consta por reiterada confesión propia no necesita confirmación, quiero aportar un dato personalísimo consistente en algo que tiene valor especial por haber acontecido pocos días antes de la muerte de Ramón. Nos encontramos en la Avenida Madero y nos metimos al atrio de San Felipe a charlar. Se acercaba el santo de su madre, en cuya fecha, en otros años, Ramón acostumbraba acercarse al Banquete Eucarístico como el regalo de mayor estima para Doña Trinidad, y lo exhorté a que lo hiciera esa vez, proponiéndole que antes se preparara haciendo los ejercicios espirituales de San Ignacio. Se rió de mi propuesta y me dijo que estaba planeando un viaje al viejo mundo y que deseaba ganar intensamente de la belleza de las circasianas; pero que a su vuelta atendería mi sugestión, pues continuaba radicalmente cristiano, nada más que, como a San Pablo, no lo dejaba el aguijón de la carne. Le repliqué que si pensaba dar la carne al diablo y los huesos a Dios y nos despedimos sin que lo volviera a ver…
El 19 de junio, a la una y veinte minutos de la madrugada, cuatro días después de cumplir 33 años, muere Ramón López Velarde, de neumonía y pleuresía, en su departamento de Avenida Jalisco 71, hoy Álvaro Obregón. Según el testimonio...

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