De la alquimia a la química
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Teresa de la Selva

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De la alquimia a la química

Teresa de la Selva

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Al hojear estas páginas el lector hará un viaje de ficción, aunque no absurdo, con personajes imaginarios pero no imposibles, al lado de las inteligencias y voluntades reales que lucharon para hallar respuestas a preguntas que nos guiarán, desde la complejidad y la oscuridad de la alquimia, hasta la sencillez y luminosidad de la teoría atómica de Dalton y de Avogadro.

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Information

IV. En donde arrecian los descubrimientos de substancias aeriformes y no se percibe lo que se tiene bajo la nariz. Y en donde se ve, que un siglo después de la publicación de los Principia se enuncia una ley fundamental y nace la química

EN UNA MAÑANA de noviembre de 1772, bien abrigado, con gorro, bufanda y dos abrigos desgastados, llegó el joven Carlos Guillermo Scheele ante la puerta de la botica adosada a la sacristía de la catedral de Upsala. Después de luchar con la congelada llave entre sus dedos ateridos para abrir la puerta, se apresuró a colgar el letrero de “abierto” y a volverla a cerrar. Encendió la estufa, colocó el tintero encima para que se descongelara la tinta, y sin quitarse los guantes mojó la pluma y continuó el relato suspendido desde la noche anterior. Llevaba fielmente la bitácora de sus descubrimientos desde que tenía 15 años, cuando era aprendiz con Herr Bauch, y ahora ya de 30, se ocupaba de escribir un relato coherente de todos ellos. Ciertamente que llegaría el día en que su escrito aparecería en las actas de la Real Academia de Ciencias sueca… “pero antes debo establecer mi punto de vista sobre el flogisto, no pienso que sea como afirma la mayoría, una substancia contenida en lo que arde. Pienso que está contenido en el fuego mismo y que las llamas son la mezcla de flogisto con el aire, pienso por lo tanto que el fuego no es un elemento. Concluyo esto porque he encontrado que no siempre es necesaria la presencia de carbón para reducir un calx a metal; en cambio, siempre es necesario calentar. Tal es el caso del nitro de plata,[1] si lo caliento hasta el rojo, obtengo la plata metálica y el flogisto necesario fue proporcionado por el fuego que calentó al crisol”. Al llegar a este punto, Scheele atizó la estufa y procedió a prepararse un té, le atormentaba el origen del flogisto, miró el reloj y vio que todavía contaba con una hora para escribir a sus anchas antes de que se presentara el primer cliente. Se frotó las manos y preocupado su puso a acomodar los frascos. Después de un rato, se sentó y continuó escribiendo… “Me di cuenta de la necesidad de aprender acerca del fuego. Pronto vi que no era posible formarse una opinión al respecto mientras uno no comprendiera el aire. Y después de que llevé a cabo cierto número de experimentos, vi que el aire penetraba en el material que arde (el combustible) y se convertía así en un componente de flamas y chispas.”
Sonó en ese momento la campanilla de la puerta.
—¡Buenos días, Herr Scheele, he venido para que me haga favor de preparar una mezcla para la tos de mi hijo!
—¡Adelante Frau Bergman! Tengo aquí una mezcla de gordolobo y de una bella flor, Bougainvillea spectabilis, ambos de la Nueva España, que es magnífica en infusión para desterrar la tos, yo mismo la he probado. Que la tome ya metido en la cama.
Después de pagar, Frau Bergman se alejó, confortada por la cortesía del querido boticario y reconfortada por la calidez que emanaba del solo nombre de esa lejana tierra.
Por su parte, Scheele, se frotó las manos y continuó con su relato… “y así se puede notar que el aire confinado en contacto con diferentes substancias se contrae. Por ejemplo, cuando puse hígado de azufre, aceite de linaza, y virutas de fierro húmedas, ‘materiales todos ricos en flogisto’ según la opinión corriente, en todos los casos observé disminución de la presión del aire. Después de unos cuantos días, el aire absorbido por estas substancias era una cuarta parte del inicial. En todos los casos advertí que el aire residual apaga un cerillo encendido. Por lo que afirmo que difiere del aire común. Si este aire fuera la unión de aire común con flogisto, habiéndose contraído, debería ser más denso que el aire común. Pero un matraz muy delgado que llené con este aire y que pesé de la manera más exacta posible, no sólo no contrapesó un volumen igual de aire ordinario, sino que resultó un poco más ligero. De donde concluyo que el aire no es un elemento, sino que está compuesto de dos fluidos, que difieren uno del otro. Uno de ellos no manifiesta en lo más mínimo la propiedad de atraer al flogisto (no arde), mientras que el otro que constituye una tercera o cuarta parte de la masa total del aire, está peculiarmente dispuesto a tal atracción. Al primero lo he llamado aire mefítico y al segundo aire empíreo.
”He verificado la contracción del aire también en el siguiente caso. Puse un poco de fósforo en un matraz delgado bien cerrado. Lo calenté un poco hasta que el fósforo se encendió, se produjo una nube blanca que se depositó formando flores sobre la pared del matraz. Cuando se hubo apagado el fósforo, abrí el matraz bajo el agua y ésta se precipitó a su interior para ocupar una tercera parte de su volumen. Pude comprobar otra vez que el aire restante, la parte mefítica, no sostiene la combustión. Otro caso en el que pude verificar la contracción del aire atmosférico fue cuando hice arder la substancia inflamable de Boyle; coloqué esquirlas de estaño en vitriólico diluido, en un frasquito bien cerrado pero comunicado con el exterior mediante un tubo largo; sumergí el frasquito en una cubeta de agua caliente (para ayudar a que el desprendimiento de la substancia fuese abundante), encendí la substancia en la punta del tubo y deslicé un matraz invertido por la longitud de él. Inmediatamente el agua subió por el cuello del matraz. En vista de que no comprobé formación de ninguna substancia nueva, concluyo que lo que ha ocurrido es que el aire-inflamable se combinó con el aire-empíreo[2] y tal combinación es el calor que escapa por el vidrio del matraz:
φ + aire-empíreo → calor.
Pienso que es inevitable identificar el aire inflamable de Boyle con el flogisto. Para estar completamente seguro de que el calor es esta combinación, ensayé diversos métodos para descomponerlo y liberar el aire-empíreo. La idea es sencilla, simplemente exponer al calor alguna substancia que tenga una atracción mayor por el flogisto de la que tiene el aire empíreo para que se lo robe y quede liberado el aire empíreo. Una de tantas formas de realizar la descomposición del calor, que llevé a cabo varias veces, consistió en lo siguiente. Calentar en la retorta el mercurius calcinatus per se (calx de mercurio):[3]
“Es seguro que los productos de la reacción son mercurio y el gas aire-empíreo porque este último colectado en una vejiga se absorbió completamente al confinarlo con hígado de azufre; la vejiga se plegó completamente sobre el hígado al no quedar aire-empíreo libre en su interior que resistiera la presión del aire exterior a ella. Pero no sólo esto, también comprobé que después de arder fósforo en un matraz delgado, cerrado, lleno de aire empíreo, al enfriarse estallaba, lo que demuestra que casi todo el aire empíreo fue consumido, dejando un vacío tal que las paredes del matraz no pudieron resistir ellas solas la presión del aire exterior. Repetí la combustión del fósforo en aire empíreo en un matraz grueso y cerrado y no pude extraer el tapón bajo el agua; lo que ocurrió fue que se sumió el tapón y se precipitó el agua al interior llenándolo por completo.” En ese momento, entró con gran estrépito de la campanilla, de su vozarrón y de palmadas, un campesino en busca de un remedio para su vaca enferma. Ahí dejamos a Scheele con su lugar en la gloria bien asegurado.[4]
El sonido alegre de una campanilla avisando que ya es...

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