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Amores homosexuales en el siglo XIX

Graham Robb

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Amores homosexuales en el siglo XIX

Graham Robb

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A partir de una revisión de las obras literarias del siglo XIX, en este ensayo histórico y social se hace una recapitulación sobre las ideas y prejuicios sobre la homosexualidad, los problemas que enfrentó no sólo en el ámbito público sino también en el privado, haciendo un análisis de la constante pregunta por la causa de estos amores que aun considerados extraños, fueron ampliamente tolerados en esa época.

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PRIMERA PARTE

I. EN LAS SOMBRAS

LORD DARLINGTON: ¿Sabes? En mi opinión, las buenas personas hacen mucho daño en este mundo. Sin duda, el mayor daño que hacen es el de dar una importancia capital a la maldad.
OSCAR WILDE, El abanico de lady Windermere, Acto I
UNA DE las fuentes de información más ricas sobre el pasado gay tiene que ver con la captura y castigo de los homosexuales: las leyes, los registros de los juzgados y las estadísticas criminales.1
Diversas razones hacen de esto algo infortunado. Al agrupar a los hombres y mujeres homosexuales con los dementes y violentos, la evidencia criminal nos pinta un cuadro desalentador y anticuado del siglo XIX. Al igual que los estudios psiquiátricos iniciales de la homosexualidad, coloca a la gente que se conocía popular y legalmente como “sodomitas” en el mismo zoológico sexual que los exhibicionistas, pedófilos y asesinos sexuales. Ya que la ley se ocupaba de los hechos, no de los deseos, convierte la historia homosexual en un largo relato de sodomía y prostitución.
El hecho de que la sodomía fuera penada con la muerte en Inglaterra y Gales hasta 1861 sugiere que mucha gente vivía su vida en la sombra del patíbulo, y que la homofobia oficial y social del siglo XX fuera una continuación de la tendencia victoriana y no algo peculiarmente moderno. Bañada en el rojo resplandor del crimen, la totalidad de la era victoriana aparece como un infierno homofóbico del que la gente gay fue liberándose con el tiempo. En este aspecto, una feliz herencia gay se remonta apenas a unas cuantas décadas o, si dejamos de lado la persecución, a un grupo de culturas remoto y mal comprendido con la etiqueta de “Antigua Grecia”. Aparte de la última generación y media de la cultura gay, todo se reduce a una simple reacción contra la opresión.
La vista desde las cortes también elimina casi por completo a las lesbianas, al tiempo que se confiere un tipo de prestigio perverso a los hombres homosexuales. Ha habido intentos de mostrar que las lesbianas también sufrían una persecución legal y social.2 Los actos sexuales entre mujeres estuvieron penados por la ley en algunos países europeos (Prusia hasta 1851; Austria hasta 1971; España, brevemente, hasta 1976), pero las leyes casi nunca se aplicaban. La mayoría de los casos desde el siglo XIII hasta el XVIII implicaban otro crimen: por lo común el engaño o, en un caso, el uso de dildos por dos monjas españolas del siglo XVI. Una mujer tal como Mary Hamilton, que fue azotada públicamente y encerrada en prisión por “casarse” con tres mujeres confiadas —como se describe en The Female Husband (1746) de Henry Fielding—, no lo fue por sodomita femenina, sino porque tenía “prácticas falsas y engañosas que trataba de imponer a algunos súbditos de Su Majestad”.3
Finalmente, en el amplio desorden de la historia sexual, las estadísticas parecen proporcionar ciertos puntos fijos de referencia, lo cual las ha dotado de una pesada e indebida influencia sobre las nociones de un pasado gay o no-tan-gay. Es del todo sorprendente que, hasta la tesis de Harry Cocks —Abominable Crimes: Sodomy Trials in English Law and Culture, 1830-1889 (University of Manchester, 1998)—, ningún libro ni artículo hubiera presentado más que algunos pocos años de pruebas estadísticas para Inglaterra y Gales. Las cifras que salpicaban diversos estudios, para demostrar ciertos puntos, formaban un rompecabezas amorfo que al tratar de armarlo se mostraba diferenciado y carecía de fuerza.
Por lo tanto, una de las metas de este capítulo es demostrar la relativa poca importancia del tema, y, al presentar las pruebas forenses, sugerir que el castigo rara vez era sistemático y nunca un elemento vital de la cultura gay. La proliferación de hechos legales que sigue debe verse como una limpia general, tras la que la realidad de las vidas individuales aparecerá con mayor facilidad.
Un estudio estadístico completo de la persecución legal en Europa y los Estados Unidos sería de una complejidad imposible y lleno de huecos. La mayoría de las cifras que siguen se refieren a Inglaterra y Gales, para los cuales disponemos de una información confiable y bastante congruente. Otros países, que tratamos más adelante en este capítulo, o carecían de leyes contra los actos homosexuales o no aplicaban las leyes con la misma diligencia mostrada por las cortes inglesas. Esto significa que, aunque las conclusiones son aplicables ampliamente, gran parte de este capítulo se dedica a una jurisdicción inusualmente punitiva. Desde un punto de vista puramente estadístico, un hombre homosexual tenía mejores posibilidades viviendo en la España de la Inquisición o en la Rusia de los zares que en la Inglaterra victoriana.
La gráfica A1.1 (apéndice 1, p. 347) muestra condenas por sodomía y ofensas relacionadas (asalto con intento de cometer sodomía, incitación y solicitación) por 100 000 habitantes, de 1810 a 1900.
Estas cifras lanzan de inmediato la duda sobre la presunción de castigo sistemático. En primer lugar, no hubo un incremento significativo en las condenas de los “sodomitas” en la Inglaterra y Gales del siglo XIX. Un aparente incremento leve desaparece cuando tomamos en cuenta el aumento de la población. Más bien hubo un descenso global desde mediados de los cuarenta hasta el fin del siglo, a pesar del hecho de que, después de 1892, las cifras incluyen la ofensa por indecencia. Las tasas de convictos siguieron siendo estables: 67% de los procesos desembocaron en una sentencia en la segunda década, 57% en la última década del siglo, con un promedio para todo el siglo de 49%. Estas tasas no eran inusuales y no sugieren que, dentro de los términos de la ley, los sodomitas fueran tratados con especial severidad.
La segunda sorpresa es que las variaciones no forman un patrón significativo. Ninguno de los factores de los que a veces supuestamente marcan tendencias tuvieron ningún efecto aparente: los cambios legislativos; la guerra y la agitación; la recesión económica; los escándalos públicos, excepto donde el propio escándalo inflaba las cifras.
Cuando una cantidad comparativamente pequeña de gente estaba implicada, un simple incidente como el escándalo de la calle Vere de 1810 podía afectar las cifras fuera de toda proporción. De los 27 hombres apresados en la “casa de afeminados” de la calle Vere, cerca del Strand de Londres, seis fueron encontrados culpables de intento de sodomía. Esta redada de la policía sola suma 11% más o menos de todas las condenas por sodomía y ofensas relacionadas de 1810, y posiblemente otras condenas más se relacionaron con la misma redada. Enfrentados a la horrible y posiblemente fatal humillación del cepo, algunos prefirieron sufrir de una mala conciencia y dieron informes de sus compañeros.
Una ausencia similar de tendencias a largo plazo se encuentra en los procesos por sodomía del Ámsterdam del siglo XVIII. Los procesos tienden a aparecer por grupos. Como en el caso de la calle Vere,4 una confesión detallada pudo llevar a varios arrestos, pero el efecto siempre fue temporal y no hay pruebas de una persecución metódica y persistente. La purga más dramática de sodomitas en la historia holandesa —24 hombres y muchachos estrangulados y quemados en la estaca en el pueblo de Faan5 en 1731— fue la obra de un solo magistrado, que parece haber utilizado la sodomía como excusa para eliminar a sus enemigos personales. Este horroroso incidente suma 4% de todas las condenas por sodomía de Holanda en el siglo XVIII.
En periodos anteriores, cuando la sodomía y el sexo oral eran considerados como una forma de herejía, hubo ocasionalmente una clara correlación entre el celo religioso y el castigo de los desvíos sexuales. Pero parece haber prevalecido un punto de vista más secular y pragmático6 por toda la Europa continental desde mediados del siglo XVII.
Otras fluctuaciones de las cifras del siglo XIX pueden atribuirse a causas pasajeras tales como campañas de “pureza social” y cruzadas morales contra la prostitución y el abuso infantil (Inglaterra en los sesenta y ochenta del siglo XIX; los Estados Unidos en los ochenta y posteriormente) o una reconfiguración de las leyes existentes: un aumento en los que parecerían ser procesos de homosexuales ocurridos en los Estados Unidos cuando las leyes de sodomía fueron modificadas para incluir el sexo oral (heterosexual u homosexual).
Los cambios legales que afectaban directamente a los hombres homosexuales fueron sorprendentemente de poca consecuencia. A este respecto, el mayor anticlímax que se muestra en la gráfica A1.1 es la famosa Enmienda Labouchere, bajo la cual se condenó a Oscar Wilde. Esta enmienda (Sección XI de la Criminal Law Amendment Act, 1885) entró en vigencia el 1° de enero de 1886 y, supuestamente por primera vez, volvió ilegales todos los actos homosexuales entre hombres “en público o en privado”. De hecho, los actos homosexuales ya eran ilegales, tuvieran lugar o no en privado. Si Oscar Wilde hubiera sido condenado en cualquier año de los 200 años anteriores,7 probablemente hubiera recibido la misma sentencia. Las tasas de convicción en los 10 años anteriores y posteriores a la enmienda fueron prácticamente idénticos (55 y 56%) y no hubo un aumento significativo de los procesos hasta el siglo XX.
No todos los rostros detrás de estas estadísticas pertenecieron a lo que más tarde se conocería como homosexuales. El término “sodomita” se usaba ampliamente de modo muy semejante a como se usa el de “pederasta”8 todavía en Francia, para referirse a hombres enamorados de otros hombres, pero en términos legales “sodomita” era una categoría más amplia que la más tardía de “homosexual”. La sodomía se volvió un crimen civil en Inglaterra en 1533, pero el “vicio detestable y abominable” definido por el estatuto de 1533 podía cometerse con “humanos [es decir, hombres o mujeres] o animales”. El compañero sexual de uno de los sodomitas condenado en Inglaterra en 1834 era una oveja,9 y también esta subcategoría era motivo de litigio. En 1877, al revisar el caso de un hombre de Warwickshire acusado de cometer una “ofensa contra natura con una gallina”,10 el procurador general decretó que una gallina “no es un animal” y se le otorgó al sujeto la libertad.
El término “contra natura” abarcaba igualmente un amplio espectro. La ofensa “contra natura” de la sodomía se asoció en diversas épocas con el sexo oral y con el uso de anticonceptivos (“contra natura” por evitar la procreación). En Ámsterdam, antes de la introducción del código penal francés de 1811, la mayoría de los 18 procesos de 1800 a 1810 implicaban a hombres que intentaron tener sexo con niños. En los Estados Unidos, de los 89 casos declarados de sodomía de 1880 a 1925, sólo 25 implicaban sodomía consentida entre dos hombres. En los otros 64 casos, el acto fue cometido entre un hombre y una mujer, un niño o un animal, o fue parte de un ataque ...

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