Mapeo de conflictos
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Mapeo de conflictos

Técnica para la explotación e los conflictos

Raúl Calvo Soler

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Mapeo de conflictos

Técnica para la explotación e los conflictos

Raúl Calvo Soler

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En los últimos años hemos asistido a una ampliación de los conflictos; las aulas, los hospitales, la familia, el trabajo, la comunidad, entre otros, se han convertido en espacios donde, con asiduidad, aparecen este tipo de relaciones. Además esta diversificación ha venido acompañada de un aumento de la complejidad de los conflictos; cada vez resulta más difícil entender cómo se constituyen y desarrollan estos. Este libro presenta una propuesta de análisis; el Mapeo de conflictos. Se trata de mostrar al profesional una técnica que le permita, por un lado, diagnosticar cómo está construido el conflicto y, por el otro lado, establecer los posibles escenarios futuros en los que puede derivar la relación conflictual. La necesidad de procesos de exploración como un paso previo al diseño de estrategias de intervención queda puesta de manifiesto a lo largo de las páginas de este libro. El autor presenta, junto con una gran diversidad de ejemplos, un proceso de aplicación de la técnica a través del desarrollo de un único caso que es usado de manera transversal a lo largo de los diferentes capítulos.

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V
Los intereses y objetivos de los sujetos en un conflicto
En los dos últimos capítulos me he referido a la cuestión de la distinción entre objetivos e intereses. Precisamente, éste es el tema con el que comenzaré el análisis del mapeo de objetivos. Las ideas que defenderé en este capítulo son tres; en primer lugar, asumido que para ser actor o un tercero que participa es necesario tener un interés específico en el conflicto, sostendré que no todos aquellos que tienen tal interés tienen a su vez un objetivo. En este sentido, el mapeo de sujetos no alcanza como para entender el mapeo de objetivos, ya que el primero sólo versa sobre los intereses mientras que el segundo requiere de la identificación de algunos elementos más. En segundo lugar, mostraré que la correlación entre tener un interés y tener un objetivo puede estar desvirtuada, esto es, el objetivo que el sujeto se marca en el conflicto puede no ser acorde al interés que se sostiene y viceversa. Y, finalmente, defenderé que esta distinción no debe ser confundida con aquélla, propia de los modelos harvarianos de negociación y mediación, que diferencia entre intereses y posiciones: el objetivo no es una posición.
Estas consideraciones son, por un lado, un intento de refinar la teoría del conflicto en la que baso mi propuesta de mapeo ya que en ésta sólo se hace referencia a la noción de objetivos incompatibles. Y, por el otro lado, intento superar, también de una manera más detallada, la propuesta de los modelos harvarianos, tan asumida por muchos autores, conforme a la cual hay que distinguir los intereses de las posiciones y no negociar en base a estas últimas. Frente a esta afirmación diversos autores han insistido en la idea de que, en ciertas circunstancias, resulta realmente complejo no trabajar desde las posiciones (negociaciones posicionales).21 En mi opinión, una vez planteada la distinción entre intereses, objetivos y posiciones será más fácil entender las implicaciones de estas dos propuestas.
Ahora bien, es importante destacar que las distinciones que pretendo plantear aquí no obstan a la defensa de la noción de conflicto presentada en los capítulos anteriores. Cabe recordar que he considerado una definición de conflicto basada en dos elementos: interdependencia e incompatibilidad de objetivos (percibida y/o real). En este sentido, creo que la constitución de un conflicto reclama que el sujeto dé el paso desde los intereses a los objetivos; dos sujetos pueden tener intereses incompatibles pero no un conflicto si es el caso que ellos no han conformado objetivos a partir de dichos intereses. En este sentido, creo que en nuestras relaciones cotidianas hay muchas situaciones de incompatibilidad de intereses pero no siempre estas incompatibilidades se cristalizan como conflictos.
1. Intereses y objetivos
El problema más importante que surge a la hora de encarar el tema de la definición de los intereses es que el uso del término es realmente amplio, variado y, por momentos, muy difuso. Por ejemplo, el término interés se utiliza para referirse tanto a una actitud positiva como a una negativa, se dice «tiene interés en hacerlo bien» pero también se afirma «lo hizo sólo por interés». Además, este término puede ser predicado de objetos («Está interesado en tu casa») de personas («Juan está interesado en María») e, incluso, de elementos no físicos («María está interesada en aprehender más»). En cualquier caso pareciera que si hay un mínimo común a todos los usos de este término, éste es el referido a su relación con la voluntad de los sujetos. Dicho en otros términos, los intereses operan en las personas como un motor para alcanzar ciertos fines. Por lo tanto, afirmar que un sujeto tiene un interés en conseguir o realizar X parece referir algo en torno al sentido de su posible actuar; se trata de un impulso en referencia a sus acciones.
Sin embargo, creo que de alguna manera aunque el interés esté relacionado con el actuar de las personas, su mera presencia aún no dice nada respecto del comportamiento o conducta de un sujeto. No parece extraño o un sinsentido afirmar que «hay gente que actúa, aunque no tiene un interés» y que «hay personas que, aún cuando tienen un interés, no actúan». Por ejemplo, se puede aseverar que «Juan lo hizo sin interés» o que «aunque Juan tenía un interés en ser médico, finalmente, estudió derecho». Esto parece poner de manifiesto que la relación entre interés y acción requiere de algún elemento más, esto es, la concurrencia de un interés no es condición ni necesaria ni suficiente del actuar de las personas. En resumen, lo que sostengo es, por un lado, que aunque la presencia del interés dice algo acerca del posible actuar de un sujeto, su concurrencia no asegura, por sí sola, la realización de una acción concreta. Y, por el otro lado, la ausencia de un interés no implica la omisión del actuar de un sujeto.
Quizás una manera de entender mejor esta propiedad de la noción de interés es usar, en su lugar, el término deseo. Creo que en la mayoría de oraciones donde se utiliza el término interés éste puede ser intercambiado, sin pérdida de significado, por el término deseo. Por ejemplo, se puede decir, en referencia a los ejemplos anteriormente mencionados, «desea hacerlo bien», «desea comprarte la casa», «desea conocer a María» o «desea aprehender más». Pero, el caso más problemático de este posible intercambio de términos es cuando la noción de interés está vinculada fundamentalmente a los casos de actores colectivos: «el interés de la comunidad» o «el interés del país», etcétera. En estos supuestos, la sustitución del término interés por el de deseo creo que resulta algo forzada: «el deseo de la comunidad» o el «deseo del país». Pareciera entonces que mientras la noción de interés refiere a cualquier tipo de actor, la noción de deseo está ineludiblemente vinculada con los actores individuales. En cualquier caso, quiero insistir en que no estoy afirmando aquí que ambos términos sean sinónimos sino que, en lo referente a la distinción entre las nociones de interés y objetivo, la sustitución del primer término por el de deseo permite mostrar analógicamente dónde está la diferencia.
Decir que alguien tiene un deseo es aseverar la concurrencia de un estado mental que lo vincula a la consecución de ciertos fines: desear no mojarse, ganar más dinero o pasar más tiempo con los hijos, parece vincular la voluntad del sujeto que desea con la consecución de los citados fines. Ahora bien, como han señalado múltiples autores,22 el deseo por sí solo no parece conducir al sujeto a una acción, ni genérica ni específica, las personas pueden tener deseos no realizados y pueden comportarse de forma contraria a sus propios deseos. En este sentido, el paso que media entre el desear y el actuar parece requerir, al menos, de la concurrencia de otro tipo de estados mentales. Por ejemplo, si una persona desea pasar más tiempo con sus hijos pero cree que al hacerlo podría perder su puesto de trabajo, entonces, aunque su deseo sea ése, sus creencias están condicionando la acción que cabría esperar del deseo manifestado. O, en un ejemplo, menos complejo, desear no mojarse puede conducir a la acción de salir de casa con paraguas, sólo si, además, concurre la creencia de que lloverá. En este sentido, aunque los deseos son importantes en referencia a nuestras acciones creo que cabría sostener que existe algo «anormal» en alguien que actúe sólo guiado por ellos. Un ejemplo servirá para mostrar este punto. Si alguien ve a un amigo paseando por la calle con un paraguas en un día de verano a 30 grados de temperatura, probablemente le preguntará si cree que va a llover. Si el amigo contesta que no lo cree, casi con seguridad el interlocutor inquirirá sobre por qué su amigo transporta tamaño objeto. Si la respuesta fuese «porque no deseo mojarme», me imagino que la cara de sorpresa sería mayúscula. Por lo tanto, para que un deseo se conforme como una razón para actuar se necesita un conjunto de elementos que deben acompañar al mencionado deseo. Veamos el siguiente argumento:
1. Deseo no mojarme.
2. Creo que lloverá.
Conclusión: saldré con paraguas.
La primera premisa es ...

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