Los últimos tercios. El Ejército de Carlos II
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Davide Maffi

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Los últimos tercios. El Ejército de Carlos II

Davide Maffi

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La tradición nos presenta el reinado de Carlos II como una época marcada por los desastres, con la España del último Austria en plena crisis, sumida en la decadencia e incapaz de defender sus posesiones contra las agresiones de sus enemigos. Sin medios, con unas fuerzas armadas ridículas, mandadas por generales incompetentes, coléricos y vanidosos, el poderoso imperio se había reducido a poco más que un pobre cuerpo carcomido, enfermo, que esperaba su sombrío final. Ante este cuadro nos surge una pregunta: ¿fue en realidad el reinado de Carlos II tan nefasto como la historiografía tradicional nos ha dado a entender hasta ahora? Los últimos tercios. El Ejército de Carlos IIde Davide Maffi, uno de los mayores expertos en los ejércitos de la España imperial, nos sitúa en una época de grave crisis en la que las capacidades de la Monarquía Hispánica se hallaban muy lejos del clímax del reinado de los Austrias mayores, pero en la que, a pesar de las dificultades, las fuerzas de la Corona demostraron mantener una capacidad notable que le hicieron merecer el respecto de los adversarios y el de los aliados. La aportación militar hispana, desgranada punto por punto en este trabajo, resultó fundamental para frenar las ambiciones de la Francia de Luis XIV y el ejército de Carlos II se reveló, en última instancia, como una fuerza en constante evolución en consonancia con la época. Además de trazar un minucioso recorrido por las grandes contiendas de la época y las vastas fronteras de la Monarquía, de Flandes a Berbería y de Nápoles a América, en Los últimos tercios. El Ejército de Carlos II Maffi profundiza en los entresijos del ejército del último Austria, desde el reclutamiento en los distintos reinos de la Monarquía y la oficialidad profesional hasta la organización, las tácticas y el armamento de las tropas, sin olvidar los aspectos fundamentales sobre el arte de la guerra en una época de cambios.

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Information

Jahr
2020
ISBN
9788412207989
Auflage
1
Thema
History

1

LA MONARQUÍA EN GUARDIA:LAS GUERRAS EUROPEAS

UNA CUESTIÓN ABIERTA:
EL FIN DE LA GUERRA DE PORTUGAL (1665-1668)

Heredero de un imperio donde el sol nunca se ponía, Carlos II tuvo que defender con uñas y dientes su legado paterno de la política agresiva de sus vecinos. Entre 1665 y 1700, España se vio involucrada en cinco conflictos de envergadura: la guerra contra Portugal (recibida de Felipe IV y destinada a concluir de manera catastrófica en 1668), la de Devolución (1667-1668), la de Holanda (1673-1678), la de Luxemburgo (1683-1684) y la de los Nueve Años (1688-1697). Una serie de enfrentamientos en los cuales la monarquía tuvo que implicarse para poder hacer frente a la implacable política de Luis XIV y a sus aspiraciones hegemónicas en Europa. Todo ello sin contar las operaciones de ultramar en defensa del imperio americano (contra corsarios e indígenas, en particular contra los belicosos araucanos de Chile),1 así como la encarnizada lucha para la conservación de los presidios africanos, que obligó a la monarquía, como veremos más adelante, al envío continuo de hombres y medios para encarar la amenaza constante de argelinos y marroquíes. Un conjunto de factores que constriñó a la Corona a esfuerzos hercúleos para mantener contingentes en los diversos frentes de guerra, alejados entre sí y con escasas conexiones, lo que hacía muy problemático su abastecimiento y la planificación de una defensa coordinada contra las ofensivas francesas.
Un problema, este último, que no afectaba en absoluto a los franceses. Estos pudieron aprovecharse de su posición central para golpear los órganos vitales del adversario y en todo momento supieron concentrar sus fuerzas para lanzar asaltos contra cualquiera de los puntos sensibles de la estructura defensiva española. Flandes, Milán y Cataluña se hallaban al alcance de las ofensivas de Luis XIV y ofrecían un blanco propicio. Un ataque contra Cataluña hubiera puesto bajo presión las fronteras castellanas, mientras que, por el contrario, los españoles no podían alcanzar desde los Pirineos ningún núcleo importante de Francia. También un golpe afortunado lanzado contra Milán hubiera podido cortar de manera definitiva las comunicaciones entre España y Alemania y puesto en serio peligro a Nápoles.2
Las posibilidades que tenían los franceses de poder embestir a su placer cualquier punto neurálgico de la monarquía dejaba la cúpula militar española ante un verdadero incubo estratégico que ya se había manifestado en toda su gravedad en el transcurso del largo conflicto contra Francia en los años 1635-1659, cuando España había tenido que hacer frente a varios ataques simultáneos en Flandes, Milán y Cataluña destinados a repetirse en toda su magnificencia durante estos decenios convulsos.3
Sin embargo, el primer problema que tuvo que afrontar el nuevo monarca no fue la agresividad del vecino galo, sino poder acabar de manera positiva, o por lo menos de manera no tan humillante, el largo conflicto que mantenía la monarquía contra Portugal.
Portugal, parte integrante de la compleja estructura de la monarquía de los Austrias desde su anexión en 1580, había aprovechado las dificultades que se cernían sobre España, empeñada en múltiples frentes de guerra, para sublevarse y proclamar su independencia y restaurar un reino luso autónomo.4 Para poder recuperar dicho reino rebelde se enviaron unos cuantos cuerpos de ejército a la frontera lusa, de los cuales, sin duda alguna, el Ejército de Extremadura constituyó la punta de lanza de las fuerzas españolas en la lucha contra el vecino, al que hay que sumar las unidades movilizadas en Castilla la Vieja y León (Puebla de Sanabria y Ciudad Rodrigo), en Galicia (Tuy y Peñaranda y después en Monterrey) y en Andalucía (Ayamonte), donde se establecieron pequeños contingentes de tropas para defender estos territorios de los asaltos de la caballería enemiga.5
La decisión tomada en 1641 por parte de la cúpula militar española de concentrar todos los recursos de la Península en la empresa de la recuperación de Cataluña, así como la necesidad de encarar tantos frentes de guerra, hicieron que hasta 1656 el combate contra Portugal se considerara a todos los efectos como secundario. Esta estrategia la consideran hoy muchos historiadores como catastrófica, porque en 1641 los portugueses no tenían ninguna posibilidad de poder resistir a un ataque organizado. Sin ejército, sin fortificaciones modernas en la frontera, sin una organización militar digna de este nombre, con sus mejores oficiales empeñados fuera del país (y muchos de ellos sirviendo en el Ejército español), los lusos no hubieran podido defenderse de ninguna manera.6 Pero esta tregua de facto les permitió durante esos años reconstruir sus fuerzas militares, establecer relaciones diplomáticas con las otras potencias europeas (vitales para obtener las ayudas que permitieron a Portugal sobrevivir durante las décadas siguientes)7 y prepararse para hacer frente a la contraofensiva española.8
Por tanto, reducido al rango de frente secundario, se intentó llevar a cabo una conflagración a bajo coste, para lo que se recurrió, sobre todo, a milicias locales y a gentes reclutadas por la nobleza, a quienes se unieron unos pocos profesionales, en su mayoría italianos e irlandeses. Estas tropas se revelaron en varias ocasiones como de mala calidad, indisciplinadas, mal armadas y poco dispuestas a luchar.9 La orografía del territorio contribuyó de forma notable a empeorar una situación ya de por sí terriblemente compleja a causa de la falta de recursos. Estéril, pobre, sin agua, la guerra a lo largo de la frontera extremeña y andaluza se hizo en condiciones horrorosas para los hombres y los animales. Las tropas, como los caballos, enfermaban y morían por miles; sin pagas y medios de subsistencia, los soldados desertaban en masa.10 La lucha de frontera se redujo a algunas correrías durante las cuales los portugueses en varias ocasiones demostraron poseer una mejor organización defensiva para parar los intentos de penetración de los jinetes españoles.11
Solo a partir de 1657 la monarquía empezó a considerar seriamente la opción de reconquistar el reino rebelde, cuando se concentraron en todos estos cuerpos unos 46 100 soldados con ocasión de la primera gran ofensiva lanzada a lo largo de la frontera extremeña.12 Un empeño militar que creció en los años siguientes, cuando, después de la Paz de los Pirineos, se pudieron reunir miles de veteranos de los ejércitos de Flandes y Lombardía, además de unas cuantas nuevas unidades, en la frontera portuguesa para poder acabar con la rebelión.13 Un esfuerzo titánico que no dio los resultados esperados.
En realidad, la guerra en la frontera portuguesa se podía ya considerar acabada cuando el desafortunado Carlos II sucedió a su padre. Las derrotas padecidas por parte del Ejército español en Ameixial (8 de junio de 1663) y en Montes Claros (también conocida como batalla de Villaviciosa, 17 de junio de 1665) habían destruido por completo las posibilidades españolas de poder recuperar el reino luso.14 Sin un verdadero contingente en campaña, que después de la batalla de Montes Claros había dejado de existir, con el mando militar en pleno caos y con la corte de Madrid paralizada después de la muerte de Felipe IV, a partir del otoño de 1665 la iniciativa se dejó totalmente en mano de los portugueses y de sus aliados, que empezaron a lanzar ofensivas en contra del territorio castellano.
En el mes de octubre, el mariscal Schönberg,15 al mando de unos 13 500 efectivos, penetró en Galicia y arrasó la frontera, con el virrey, el napolitano Luigi Poderico, que solo disponía de unos 6000 infantes y 1500 caballos para poder defender la región, que no pudo, y no supo, contener el ímpetu de las fuerzas adversarias abandonando en manos enemigas La Guardia y otras plazas menores. En esas semanas convulsas, los intentos españoles de reaccionar con asaltos en territorio enemigo no dieron resultados notables. El ma...

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