PARTE 1
Conocer al miedo
No debemos sorprendernos: se preparaba para la incomprensión, el rechazo, la ingratitud, el desprecio de los deberes familiares, lo que no era otra cosa que formas de ocultar el miedo.
—Rubi Guerra, Un sueño comentado
Conozco el miedo desde los primeros días de los que tengo recuerdos. Crecí en una ciudad aturdida por los miedos, por los secuestros, por los toques de queda e innecesarios velorios; le tenía pavor a la oscuridad y mis hermanos se reían de mi temor, los niños se burlaban de mi trabajo en la televisión. Me educaron en escuelas del Gobierno donde los golpes y amenazas eran el pan de cada día. Había miedo a la violencia en casa, a la consecuencia de las drogas en mi entorno, crecí en un barrio que llegó a ser peligroso. Al mismo tiempo, tuve que enfrentar otros temores bajo los reflectores y las cámaras, situación que pocos niños de mi edad habían vivido.
La vida me llevó a tener al miedo a mi lado en todo momento. Lo tuve tras la separación de mis padres, por mis quiebras económicas, cuando me absorbió una enfermedad extravagante y con las traiciones malsanas que me esperaron más tarde. Tuve miedo luego de cada derrota, y fueron muchos los éxitos que nunca tuve precisamente porque él se propuso impedirlos. Se hizo parte de mis días, llegó a borrarme las ganas; me robó la alegría. Me sentí dominado, pero yo tenía a mi lado poderes con los que el miedo no contaba: el amor puro de mi esposa, los besos en la frente de mi madre y mi férrea confianza en Dios. Esos pilares repelieron las ideas de darme por vencido. Para que otros no cayeran a las mismas profundidades en las que yo estaba, comencé a pedirle al mundo que avanzara, aunque yo había perdido las fuerzas para hacerlo.
Dios y el amor orientaron mis pasos hacia el destino correcto, me pusieron en dirección al miedo que venía de frente. Yo había estado en estudios de grabación y en tarimas desde que era niño, pero un día el miedo intentó evitar que diera los pasos que necesitaba para subir a un auditorio frente a veinte personas que me escucharían hablar del poder del pensamiento, de la palabra y de la acción. Estuvo a punto de detenerme, pero no pudo, y esas veinte se fueron haciendo miles.
Mi miedo no es lineal, es un péndulo.
El miedo sigue allí, y cuando ya no esté, me sabré acabado. Sentarme con él no ha sido un proceso sencillo, ha costado esfuerzo, estudio y muchas equivocaciones. Este libro contiene solo una fracción de las cosas que pudiera referir sobre él, pero considero que son las necesarias.
Te vas a encontrar palabras extrañas, pero no serán muchas, y de ellas te diré lo que probablemente nos hace falta saber. Exploraremos estudios clínicos y teorías fabulosas sobre el comportamiento humano. También te presentaré a hombres y mujeres que han dedicado su vida a comprender cómo funciona el miedo en nuestro cerebro, en nuestras actitudes y en nuestro pensamiento, espero que sus nombres se queden contigo y que lo que leas aquí te entusiasme a conocer más de ellos y de sus descubrimientos.
Por encima de todo lo que te he mencionado antes, este libro tiene un protagonista, el miedo, que no es un villano, como muchos piensan; el miedo es el héroe de esta historia, y puede ser el de la tuya. El miedo es esencial para nuestra especie, como los sentidos o el hambre; sin él, hubiésemos sido unos seres indefensos, incapaces de reaccionar a los cientos de peligros que acechaban a nuestros antepasados. Es una de las más complejas y eficientes configuraciones biológicas que conectan nuestros cuerpos con el entorno.
Aunque se ha estudiado por décadas, los procesos neuroquímicos siguen siendo un acertijo envuelto en su aparición y en las reacciones que causan. Es una respuesta asentada en nuestro diseño cerebral que activa reacciones bioquímicas y, desde allí, los complejos constructos mentales por los que mantienes el interés en este texto.
El miedo es un fenómeno tan complejo que cuesta precisarlo. Siento que la mejor definición la encontraremos en nuestros antepasados. Para nuestra especie, desde el principio de los tiempos, el miedo ha sido un sistema de emergencia que nos prepara para responder ante eventos indeseables. Nos condiciona para reaccionar, bien sea huyendo o atacando. En estos casos, nuestro cuerpo desactiva las funciones no esenciales y prioriza aquellas que aumentan las posibilidades de superar la situación que nos haya alterado.
Me gusta verlo así porque uno de los mecanismos con el cual el miedo busca protegernos es el bloqueo del pensamiento racional, lo que tiene mucho sentido porque si una tarántula aparece frente a nosotros será mucho mejor tomar una acción rápida y huir que quedarnos a averiguar si esa especie es venenosa o domesticable. El problema es que desde aquellos tiempos hasta los nuestros las cosas han cambiado demasiado y, algunas veces, la realidad que hemos construido da la espalda a nuestra configuración original. Esta desactivación, junto a otras respuestas físicas, hace que podamos actuar de cierta forma que luego nos cause vergüenza, pero no te debes sentir mal por eso, tener miedo no es una señal de debilidad. Estas reacciones son naturales, y no deben avergonzarte. En principio, algo tan instintivo como gritar es evidencia de la naturaleza gregaria de nuestra especie, es decir, de nuestro interés en avisarles a los demás que hay un riesgo inminente: gritar alertaba al resto del grupo, lo prepara para enfrentar las amenazas. Así que, es posible que estés leyendo estas palabras porque, en algún momento, alguien dio un grito que alertó de un inmenso peligro a tus ancestros.
El miedo busca protegerte, algunas veces a expensas de tu felicidad.
Las reacciones neuroquímicas del miedo —que estudiaremos en breve— hacen que el cuerpo concentre en su supervivencia todos los recursos disponibles; de allí que actividades no esenciales, como la digestión, se paralicen. Todo lo demás se pone en guardia: el estímulo modifica el ritmo cardíaco, agudiza la capacidad visual, activa la sudoración para bajar la temperatura corporal, incrementa el flujo sanguíneo, dilata las pupilas y una infinidad de otras reacciones que veremos con mayor detalle en los próximos segmentos y que serán fundamentales para tu comprensión de este tema. Lo que quiero que te lleves por el momento es la idea de que el miedo puede proporcionarte las armas que, por instantes, harán una mejor versión de ti. Digo por instantes porque no todas las reacciones del miedo son deseables, y ya lo veremos.
A diferencia de los primeros humanos, nosotros no vivimos a la intemperie, y aunque en cualquier momento podemos toparnos con un peligro inesperado, llevamos una vida mucho más tranquila que la que tuvieron nuestros antepasados. El miedo fue una herramienta que permitió que nos adaptáramos hasta hacernos la especie dominante del planeta en los tiempos que vivimos. Aunque seamos capaces de establecer teorías de un universo de once dimensiones, encontremos la masa de los neutrinos y superemos los límites del espacio, el miedo sigue operando sobre nosotros como lo hizo hace millones de años, solo que ahora juega un nuevo papel, así como cuando invitas a la persona que te gusta, o cuando te levantas a decirle a tu jefe que renuncias porque abrirás tu propio negocio.
Estamos fisiológicamente diseñados para sentir miedo, y para que nuestro cuerpo actúe de manera adecuada ante las amenazas y los riesgos. El tema es que en el mundo que vivimos rara vez hallaremos una bestia salvaje cuando abrimos por primera vez la puerta de nuestro negocio, ni nos gruñirán depredadores si subimos a la tarima de un teatro, pero nuestro cuerpo aún reacciona a estas situaciones tal como fue configurado para hacerlo ante las amenazas de la naturaleza. Sin el miedo hace siglos que el último de nosotros hubiese sido devorado.
Además de miedo también sentimos hambre y, gracias al impulso que esta produjo, nuestros antepasados tuvieron que vencer el miedo y salir en búsqueda de alimento. Tuvieron que hacerlo, aunque fueran temblando.
A veces el espacio que necesitas está entre tú y tú.
La única forma de no sentir miedo es quedándonos en el lugar donde nos sentimos seguros, que muy probablemente es donde estás ahora, aunque me arriesgo a decir que no es el lugar en el que preferirías estar. Más adelante aprenderás que ese bienestar que sentimos en la seguridad reafirma la respuesta del miedo. Si no quieres tener miedo, cierra el libro y refúgiate en un espacio donde todo esté tranquilo, allí nunca te enfrentarás al terror de tus pesadillas, pero tampoco podrás hacer realidad lo que ocurre en tus sueños.
Hasta ahora, pareciera que todo lo que he escrito sobre el miedo es positivo, pero no es así. Debes recibir al miedo que te hace vivir, al que te lleva a amar, a emprender, a debatir, a soñar, pero debes decirles adiós a dos de ellos: al que te hace temer lo que no existe y al que te impide actuar.
Cuando lo que lo origina es algo inofensivo podemos estar frente a fobias o comportamientos obsesivos. Hay gente que padece temores extraños, como la coimetrofobia que es miedo a los cementerios, que no representan riesgo alguno y que todo lo que se teje sobre ellos está en nuestra mente. Este miedo es mucho más común de lo que pudiera pensarse. Así como hay gente que le tiene miedo a algo tan inofensivo como un cementerio, hay quien le teme al cambio o al éxito. Hay quien le teme a estar sano, verse libre, tomar decisiones o salir de ciclos de dolor. Y, terriblemente, hay millones de personas en el mundo que le tienen miedo a amar.
De todos los miedos no hay ninguno peor que el que no te deja actuar. Esa es su versión más nociva, con la que no se puede negociar, hay que arrancarlo por completo. Un miedo que te quita la acción es el mismo que hace que te que te quedes en una silla al borde de la pista mientras la persona que te gusta baila con alguien que no tuvo miedo de acercársele. Cuando se define desde la perspectiva biológica, se le atribuye la virtud de activar la acción porque lo que nos paraliza va contra la naturaleza misma de la emoción.
La lista de miedos que nos paralizan es extensa, casi interminable. Comparto contigo algunos de los que considero más importantes y que, de forma directa o tangencial, exploraremos a lo largo de este libro:
- a no ser digno de triunfar;
- a tomar decisiones;
- a la acción;
- a no satisfacer las expectativas;
- a la soledad;
- al dolor físico;
- al compromiso de emprend...