El amor que nos devuelve la identidad
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El amor que nos devuelve la identidad

Sebastián Escudero

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El amor que nos devuelve la identidad

Sebastián Escudero

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La apasionante historia de amor que narró Jesús, y que encontramos en el evangelio de Lucas, conocida como la parábola del hijo pródigo, tiene como protagonista central la persona del padre; un padre que sale al encuentro de los dos hijos que se le perdieron en el camino de la vida. Uno se perdió marchándose a un país lejano, el otro quedándose en su hogar; pero ambos fueron encontrados en el mismo sitio… en los brazos de su padre. ¿No tendremos nosotros algo de cada uno de estos hermanos? El rencor, los celos, la falta de autoestima, los sentimientos de culpa permanentes son algunos de los indicadores de que necesitamos volver urgente al Único que nos puede decir exactamente quiénes somos y cuánto valemos; a los brazos en los cuales podemos sentirnos eternamente felices y llenos de paz como niños; al hogar donde podemos recuperar la dignidad que el diablo nos robó; al Amor que sana cada una de nuestras heridas… el mismo que da la identidad que hemos perdido.

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Information

SEGUNDA PARTE

RECUPERANDO LA IDENTIDAD

Entonces recapacitó y dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus servidores: Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado. Y comenzó la fiesta.
Lc 15, 17-24
El árbitro está contando los segundos finales de la pelea: “Uno… dos… tres… cuatro…” Todo parece estar acabado. El jovencito ni siquiera ha intentado defenderse en esta lucha tan despareja. En la esquina del ring el diablo sonríe en complicidad con sus demonios que no dejan de ovacionarlo dándolo por ganador ya de antemano. Desde todas las gradas se levanta un clamor infernal de victoria. El fin de la pelea es inminente; el triunfo de Satanás parece inevitable.
“… Ocho… nueve… y…” De repente sucede el milagro imprevisto, algo que no imaginaban de ningún modo el diablo y sus demonios. El hijo pródigo se levanta poderosamente del suelo; parece ser el despertar de un gigante. De pronto, el joven que no había hecho más que defenderse de su adversario, se para firme sobre las tablas del ring y lo mira al diablo con mirada de fuego.
Mientras el diablo nervioso se rasca la barba, se alista para continuar le pelea. Pero al mirar a los ojos a aquel joven vagabundo con olor a cerdo descubre algo en su mirada que lo hace temblar de miedo: “Ya recuerdo quién soy: el príncipe, el hijo de Dios”.
Entonces el diablo comienza a retroceder, y el joven lo arrincona contra la esquina tirándole trompadas poderosas… en el pecho… en la sien… en el tabique… en el mentón. Y sucede lo increíble, el diablo, el gran tentador, cae derrotado al ring. “Uno… dos… tres… cuatro… cinco… seis… siete… ocho…. nueve… y… DIEZ… ¡KNOCK OUT!
Desde el cielo se escucha un ruido de fiesta, hay un gozo indescriptible en las alturas, los ángeles no cesan de bailar.
Los demonios no entienden nada. ¿Qué sucedió? ¿Cómo es posible? La respuesta está escrita en el premio que recibirá el joven pródigo.
Entonces el jurado saca el título del ganador. Le levanta el puño de campeón al muchacho y le entrega el tan soñado premio. Es una placa de honor con la siguiente inscripción en oro: “EL AMOR que nos devuelve la identidad”. De repente los demonios huyen despavoridos; acaban de entender que la pelea no la ganó ese muchachito; no pueden soportar la idea de que su jefe haya sido derrotado una vez más… por el amor de Dios.

CIERTO QUE SOY PRÍNCIPE

Entonces recapacitó y dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros. Entonces partió y volvió a la casa de su padre.
De pronto, el último golpe que había recibido el hijo pródigo le produce el efecto contrario, le hace tomar conciencia de que no puede seguir en ese sitio, que ya es suficiente, que ya está bien de humillaciones y sufrimiento. Puedo imaginarme como en una película al muchacho llorando en un rincón del chiquero mientras los cerdos almuerzan dichosos. Es entonces cuando le asalta un poderoso recuerdo… le vienen a la memoria aquellas mañanas radiantes en que se sentaba a la mesa a comer como un príncipe en la casa de su padre, el rey tierno que tiene pan y afectos en abundancia.
Yo he estado en numerosas ocasiones sentado llorando así como ese joven de la parábola. En una de esas ocasiones tomé mi guitarra y compuse la canción que más marcó mi ministerio en todos estos años. Es la canción principal que utilizo para predicar; en mi sitio web (18) la puedes escuchar completa; la encontrarás traducida al inglés, y mientras escribo este libro la estoy traduciendo al portugués y al italiano con ayuda de expertos; es la canción con la cual hice el primer video clip de mi vida. Después de leer este libro entenderás por qué es tan importante para mí esta canción. Te la presento:
CIERTO QUE SOY PRÍNCIPE
A veces siento, cuando estoy en el chiquero
alimentando a los cerdos
siento mucha hambre y frío
soledad y un gran vacío
siento que ya no tengo ganas de seguir viviendo.
Pero de pronto, me sorprende un pensamiento
que me da fuerzas y aliento.
Pienso, qué es lo que hago aquí sufriendo
si a ti te sobran los afectos
y entonces me levanto y digo…
Cierto, cómo pude olvidar eso
que soy el hijo de un rey tierno.
Cierto que yo soy tu predilecto
y que a tus ojos yo soy el mejor
Cierto que soy príncipe.
Cierto, que en tu casa hay alimento,
que soy el hijo de la bendición.
Cierto, que yo soy tu predilecto
y que a tus ojos yo soy el mejor.
Cierto que soy príncipe. (19)

EN EL FONDO ESTÁ EL RESORTE

La expresión finalmente que coloca Lucas es muy significativa. Existen ocasiones en que reaccionamos luego de golpearnos la cabeza contra la pared. Los hombres somos a veces tan necios que no nos damos cuenta de las cosas hasta no golpearnos duramente con la realidad. Cuántos casos conocemos de gente que descubre lo mal que está recién cuando se dio cuenta que perdió su familia y su trabajo por ese vicio, por esa infidelidad, por esa actitud. Cuánta gente que se deja maltratar toda la vida por el otro hasta que un día, finalmente, reacciona a causa de un violento sacudón que le da la vida.
Pero lo maravilloso de este finalmente de la parábola es la enseñanza esperanzadora que nos deja. En el fondo hay un resorte que nos puede hacer llegar más lejos aún de lo que estábamos antes. Detrás de ello está Dios, que pudiendo impedir que lleguemos hasta el fondo deja a nuestra libertad la elección de llegar hasta las últimas consecuencias; quizás lo permite por ser el inventor de este principio, en el fondo está el resorte. Él sabe de lo duros que somos de corazón, por eso ha ideado este plan de dejarnos golpear para que reaccionemos y lleguemos a lugares que jamás hemos imaginado.
Esto es lo que vivió el joven de la parábola. Quizás muchos se preguntan por qué razón el Padre no salió a buscarlo a ese país lejano, o por qué si lo amaba tanto no le mandó con sus servidores una canasta de alimentos. Quizás sea porque sabía bien que su hijo debía darse cuenta solo de lo mal que estaba. Y no se daría cuenta hasta no llegar hasta las últimas consecuencias, envidiar a los cerdos. Llevarle comida o ir a buscarlo lo podría haber perpetuado en ese chiquero. Debía esperar su regreso, aún con el corazón destrozado cada día hasta que eso sucediera. Tiene que ver, en definitiva, con el respeto a la libertad de su hijo de volver libremente; debía elegir por sí mismo volver; al fin ya al cabo, esta libertad era el único retazo de dignidad que le quedaba al hijo pródigo en su estadía en aquel país lejano. Esa libertad lo llevaría hasta el resorte.
El final de la historia nos demuestra la verdad de este principio, el resorte impulsó al joven no solo a volver a su hogar, sino a encontrarse con un padre al que jamás había conocido bien; alcanzó una gloria mayor que la que tenía antes de partir; descubrió el amor que nunca antes había experimentado, y que, después de venir de un chiquero se valora aún más.
Quizás tú que estás leyendo este libro estás viviendo la tragedia de ver cómo se está golpeando un ser querido al ir por ese mal camino. Entrégale la causa a Dios, Él es especialista en resortes al final de las situaciones. Confía en Él; si el diablo es poderoso, Dios es TODOPODEROSO para cambiar esa situación de lamento en fiesta.

EL DISCURSO PARA UN DESCONOCIDO

Luego de recordar quién era, el hijo pródigo toma papel y tinta y comienza a elaborar un discurso para que su padre lo acepte. Tantos años en el país lejano de la escasez y la necesidad habían provocado en él una mentalidad de esclavo, de mendigo. Se había acostumbrado a pedir por favor una oportunidad, a tener que hacer cosas para que lo quieran. Y lo mismo quiere hacer con su padre, el plan consiste en decirle palabras lo suficientemente convincentes como para que lo vuelva a aceptar en su palacio, ya nunca más como hijo, pero “al menos” como empleado suyo. Al fin y al cabo, ya se había acostumbrado a mendigar las migajas más absurdas que se puedan mendigar como lo eran las algarrobas de los cerdos. ¿Qué más da mendigarle una migaja a quien tantas veces me llevó en sus brazos jugando con mi pelo mientras me paseaba por aquel magnífico palacio? Ya no había nada más que perder, pues de hecho no tenía más salida… el próximo paso se llamaba “muerte”.
Entonces empieza a escribir cómo sería el discurso: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.
Jesús da a entender algo en este discurso: el muchacho no tiene idea de quién es su padre. Este discurso que preparó revela la ignorancia que había en él acerca de su progenitor. Pensaba que su padre ya se habría olvidado de él; que el paso de los años habría endurecido el corazón de aquel rey; que seguramente le habrían llegado las noticias de su mal comportamiento entre prostitutas; que jamás le perdonaría el haberlo tratado como si estuviese muerto.
Todos los años que había pasado al lado de su padre no fueron suficientes para llegar a conocerlo personalmente, conocer su corazón, su AMOR. De la misma manera nos pasa a veces a los cristianos que creemos conocer bien a Dios, pero ciertos comportamientos nuestros nos revelan que no es así.
Somos ignorantes como el hijo pródigo cada vez que cumplimos con ciertos ritos (procesiones, misas, novenas, rosarios, etc.) por miedo a que Dios nos castigue; por miedo a que deje de querernos. No conocemos el Amor de Dios, y por eso queremos satisfacerle con sacrificios. Cuántos cristianos tenemos una larga trayectoria en la Iglesia y le servimos con devoción y sinceridad, pero estamos vaciados de conocimiento de Dios. El Señor nos grita en su Palabra: Me gusta más el amor que los sacrificios, y el conocimiento de Dios más que víctimas consumidas por el fuego (Os 6, 6).
¡Cuántas prácticas nuestras revelan esa falta de conocimiento de Dios! Si no toco esa imagen me va a ir mal”. “Si no rezo esa oración me va a ir mal”. “Si no hago la oración a esa hora exacta que prometí me va a odiar Dios”. “Si no le prendo la velita a todas y cada una de las imágenes, me puede suceder una desgracia”…
El conocimiento de Dios es lo que está a punto de experimentar el joven pródigo. El Dios que tú y yo necesitamos conocer tiene un abrazo que solo se puede experimentar, no se lo puede aprender leyendo libros, ni viendo películas, ni escuchando testimonios de otros, ni realizando grandes sacrificios. El papa Benedicto XVI lo expresó con claridad en su primera encíclica: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva.” (20)
Esta es la gran cuestión; no es suficiente querer volver al hogar, es necesario pasar del campo de las palabras y de las ideas al campo de la acción. Es necesario levantarse y volver realmente.

EL RETORNO AL HOGAR

Entonces partió y volvió a la casa de su padre.
No es suficiente tener un buen pensamiento, una buena idea, es necesario llevarla a cabo, pasar de la idea a la acción, de la teoría a la práctica. Esto mismo es lo que hizo el joven de la parábola; un día, finalmente, después de tanto tiempo de vagar en ese país lejano, decide regresar. Y todo comienza con una pequeña acción: LEVANTARSE.
Se traduce también como Se levantó… tiene una profunda significancia en esta preciosa novela de amor. Tiene que ver con dejar de estar arrodillado en ese chiquero; tiene que ver con ponerse de pie y saberse superior que esas criaturas sin raciocinio; tiene que ver con recuperar la autoestima tan dañada que tenía. Existen tantas ocasiones en nuestras vidas en las que necesitamos levantarnos de ese sitio en el que por tanto tiempo hemos permanecido arrodillados, tirados, abatidos, derrotados.
¿Cuáles serán las situaciones que en este preciso instante, mientras lees esta página del libro, necesitas dejar de lado para volver a ponerte de pie? Quizás necesites acabar con un hábito oculto que te está abofeteando en la intimidad, un maldito monstruo crónico que te tiene esclavizado hace años y no te deja vivir en paz.
Algunos de estos hábitos tienen nombres propios y suelen generar una obsesiva dependencia compulsiva, se les llama masturbación, pornografía, drogadicción, alcoholismo, fornicación, adulterio, etc. LEVÁNTATE… vuelve a tu hogar… tu Papá te está esperando.
Quizás tengas que renunciar a una relación que te está haciendo daño, que te menoscaba la dignidad. Quizás a lo que debas renunciar es a esa postura que tienes frente a tu pareja, o a tus amigos, o compañeros; postura de sumisión absoluta, de dejar que te griten, que te denigren, que te humillen públicamente, que te agredan física y verbalmente, etc. LEVÁNTATE… vuelve a tu hogar… tu Papá te está esperando.

HOY ES EL DÍA

Quizás tengas que dejar de lado esa vida sin Dios que estás llevando desde hace ya un tiempo. De seguro hoy es el día más propicio para que empaques tus male...

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