La libertad de perdonar
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La libertad de perdonar

Jairo E. Namnún

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  1. 120 Seiten
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La libertad de perdonar

Jairo E. Namnún

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«Lo siento» es muchas veces considerado una frase mágica. Pero no existen fórmulas máginas para perdonar. Sin embargo, la Biblia nos entrega principios de cómo perdonar a otros. Este libro ofrece principios básicos sobre cómo liberarnos de la amargura y el enojo. El perdón de acuerdo a la Biblia significa ser libres. Ya sea que luches con tu pasado o con el dolor que te ha causado alguien a quien amas, este libro te ayudará a encontrar tu camino a la libertad. "I am sorry" is often thought of as a magic phrase. But there are no magic formulas for forgiveness. However, the Bible provides principles on how to forgive others. This book offers practical insight on how to break free from bitterness and anger. Forgiveness, according to the Bible, means being free. Whether you struggle with your past or the pain caused by someone you love, this book will help you find your way to true freedom.

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CAPÍTULO 1
¿Qué es el perdón?
«Todo el mundo dice que el perdón es una idea hermosa, hasta que tienen algo que perdonar»—C. S. Lewis
Una caminata con buena compañía en la Plaza de la Paz en Guanajuato. Un atardecer con la familia en playa Macao en Punta Cana. Un viaje con hermanos de la iglesia al Gran Cañón de Colorado. Una buena papa huancaína con un amigo en Lima.
No sé qué piensas tú, pero a mí eso me suena como un pedacito del cielo en la tierra. Me hacen sentir que hay muchas cosas por las que vale la pena vivir. De seguro puedes pensar en muchas otras delicias que te animan y motivan. Y esas mismas experiencias se disfrutan dependiendo de quién nos acompaña.
El problema es que la compañía es lo mismo que tiende a dañar las actividades. No importa dónde estemos: cuán majestuosa sea la vista, cuán deliciosa sea la comida, cuántos deseos tengamos de visitar ese lugar… las personas que nos acompañan tienen la capacidad de potenciar para bien o dañar para siempre los mejores momentos. Sin embargo, queremos compañía, porque ¿quién disfruta vivir solo?
Creados para compañía
¿Por qué nos gusta tanto estar con otros? Creo con todo mi corazón que la respuesta está en la Biblia, y en este caso comienza donde todo comienza: en el libro de Génesis. En el primer capítulo de las Escrituras nos encontramos con Dios mientras crea todo lo que existe. Al terminar cada ciclo de creación, Dios repite una y otra vez el mismo estribillo: «era bueno». La luz, las estrellas, la tierra y el mar, las plantas y las aves. Todo era bueno. Dios entonces crea al ser humano, a Su imagen y semejanza, como corona de la creación, y dice entonces que todo era «bueno en gran manera» (Gén. 1:31).
Pero en el próximo capítulo nos encontramos por primera vez con que algo no era bueno. ¿Qué podría estar mal en esta creación hecha por Dios mismo? Dice la Palabra: «No es bueno que el hombre esté solo» (Gén. 2:18).
Dado que Dios creó al hombre a Su imagen, y Dios siempre ha existido en la comunidad de la Trinidad, que el hombre estuviera solo (sin compañía) era inaceptable. Adán no disfrutaría la tierra si no tenía con quién compartirla. No tendría a quién contarle de su día, preguntarle su opinión, buscar sus consejos. Con quién comer, jugar, reír, dormir. Seguro Adán podría disfrutar de los animales (imagínate estar con los animales más hermosos posibles, antes de que hubiera pecado en la tierra). Y sin duda, lo que mayor gozo le traía a Adán era la presencia misma de Dios: el poder ver al Señor cara a cara, escuchar Su voz, conocer Su mente, apreciar Su corazón. Pero no era bueno que el hombre estuviera solo.
La relación más importante para todo ser humano es su relación con Dios. Para que toda otra relación pueda estar en su lugar correcto, la pieza central, nuestra paz con Dios, debe estar colocada correctamente. Pero eso no es suficiente. Así como Adán vivía en un mundo perfecto, sin problemas ni pecado ni pesar, pero no era bueno que estuviera solo, aun el mejor de los cristianos necesita estar acompañado de otras personas. De hecho, el bienestar de nuestra relación con Dios se evidencia en el bienestar de nuestra relación con los demás (1 Jn. 4:20).
Allí está nuestra gran bendición, y nuestro gran problema. No nos gusta estar solos. No fuimos creados para estar solos. Queremos la compañía de personas como nosotros: que también quieran comer, jugar, reír, dormir. Pero el problema es que, como le pasó a Adán y Eva, el pecado ­siempre está a la puerta. La única opción de compañía que nos va a satisfacer es estar con personas como nosotros… y nosotros somos personas pecadoras. Por tanto, el asunto no es si esa persona que tanto amas y que tanto te ama va a pecar contra ti: el asunto es cuándo.
Los pajaritos cantan, las plantas dan oxígeno, los pecadores pecan. Es por eso que para poder vivir juntos, los pecadores deben aprender a perdonar.
Definamos perdón
Al prepararme para escribir este libro, he tratado el tema del perdón por lo menos una vez por día, en cada conversación que puedo. Al hacerlo, he notado algo que ya intuía: a todos nos gusta hablar del perdón, pero no siempre hablamos de lo mismo. Es por esa razón que aquí, al inicio de este libro, debemos dejar claro a qué nos referimos al hablar del perdón. Lo dejo aquí abajo, en negrita y en su propio párrafo, para que pueda servirnos de referencia. Esta es nuestra definición de perdón:
El perdón es una decisión por parte de la persona ofendida de ofrecer gracia al ofensor arrepentido, liberándolo de su responsabilidad moral, y buscar la reconciliación.
Veamos esta definición en detalle, aprendiendo lecciones en cada paso.
El perdón es una decisión
El perdón es una decisión.
Esta es la segunda parte de la definición que causa mayor sorpresa a las personas.
Por alguna razón, en nuestros tiempos hemos mezclado el perdón con ciertas emociones. «Yo no me siento listo para perdonar», decimos (¡o nos dicen! ¡Ay!). Y es cierto, hay sentimientos asociados al perdón: puede haber alivio y relajación, gozo y descanso. Pero también puede que justo antes, durante y aun después de perdonar haya cierta indignación, incomodidad y hasta ansiedad.
La clave es ver que el perdón no es una ­emoción ni un sentimiento: el perdón es una decisión.
Por tanto, no tenemos que quedarnos sentados esperando que nos llegue el momento de perdonar. De hecho, observa algunos de los mandatos de la Palabra sobre el perdón:
  • «¡Tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo». (Luc. 17:3)
  • «Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores». (Mat. 6:12)
  • «Soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros, si alguien tiene queja contra otro. Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes». (Col. 3:13)
  • ¿Cuántas emociones ves ahí?
En la Biblia, y en la vida, el perdón tiene que ver con accionar, no con sentir. Decidimos perdonar, lo sintamos o no. Como dijo Pablo: «Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros…» (Ef. 4:32).
El perdón es entre dos partes
El perdón es una decisión por parte de la persona ofendida de ofrecer gracia al ofensor arrepentido.
Cada vez que he enseñado sobre este tema, esta parte es la que trae más asombro, de la que recibo más preguntas y, sin excepción, la que las personas luego más aprecian como una enseñanza bíblica.
Si ya llegamos al momento de estar dispuestos a perdonar, hemos iniciado el recorrido, pero no hemos llegado. El perdón requiere dos partes: una persona ofendida, y una persona ofensora. Alguien que haya fallado, y alguien dispuesto a perdonar la falta. Lamentablemente, debido al pecado, comúnmente la persona ofendida también ofendió, y la persona ofensora también ha sido ­ofendida. ­Hablaremos más de eso en los ­capítulos 4 y 5. Pero en la mayoría de los conflictos es posible ver con cierta claridad quién tiene el mayor peso de culpa y quién recibió la mayor ofensa.
Debemos ¡siempre! perdonar a los ofensores… arrepentidos. Es decir, el perdón debe ofrecerse indiscriminadamente, pero no incondicionalmente. ¡Debemos ofrecer nuestro perdón a toda persona!… y otorgárselo a todo aquel que se arrepienta. Como veremos en el próximo capítulo, el perdón es de vital importancia porque es la muestra de que estamos en buena relación con Dios, y lo ofrecemos como una imitación de lo que Dios ha hecho y hace por nosotros en Cristo. Dios es el primero en abrir sus puertas y recibir a todo el que venga. De hecho, Él es el primero en buscar esta reconciliación. En las palabras de Cristo: «… al que viene a Mí, de ningún modo lo echaré fuera» (Juan 6:37). Pero la Biblia no enseña el perdón de manera incondicional. Aun en este pasaje vemos una condición evidente: «el que viene a mí». Es decir, es necesario ir donde Cristo. Vemos algo similar en Juan 3:16: Dios ama al mundo, da a Su Hijo, para que el que cree en Él no se pierda.1
El perdón que Dios nos ofrece es gratuito, pero no incondicional. Basado en esto mismo, y siguiendo el mandato de Efesios 4:32 de perdonar como Cristo nos perdonó, nosotros debemos mostrar gracia hacia toda persona que haya pecado contra nosotros y tener una disposición de perdón de corazón para aquellos que quieran nuestro perdón, aun yendo detrás en busca de ellos. En próximos capítulos seguiremos profundizando en esta importante verdad.
El perdón libera de la responsabilidad
El perdón es una decisión por parte de la persona ofendida de ofrecer gracia al ofensor arrepentido, liberándolo de su responsabilidad moral.
La ofrenda gratuita de parte del ofendido al ofensor es pasar por alto la ofensa. Olvidarla, dejarla atrás, no traerla nueva vez, y no permitir que esa falta interrumpa para siempre su relación. El perdón que debemos ofrecer es tan maravilloso que podemos decir: «Yo te perdono: yo no lo voy a recordar, yo no te lo vuelvo a mencionar». En ese sentido, el perdón cristiano libera a la persona de su responsabilidad moral, sin que tenga una nube de pesar alrededor y haciéndolo sentir culpable.
Ahora bien, no hay ninguna enseñanza bíblica que muestre que el perdón hace desaparecer las consecuencias. En una de las preguntas del capítulo 7 hablamos más de esto, pero basta decir que sería tanto una injusticia como una falta de amor el hecho de que cada perdón hiciera desaparecer las consecuencias. En muchas ocasiones, por el amor que podemos tener por el ofensor, y por honor a la justicia de Dios, las consecuencias pueden ser una muestra de la gracia. En el capítulo 7 hablaremos más de eso, particularmente al considerar aquellas ofensas que requieren intervención de terceros o incluso de oficiales de la ley.
El perdón busca la reconciliación
El perdón es una decisión por parte de la persona ofendida de ofrecer gracia al ofensor arrepentido, liberándolo de su responsabilidad moral, buscando la reconciliación.
Dicho todo esto (que decidimos perdonar, que el perdón es entre dos partes, que debemos liberar al ofensor de su responsabilidad moral), quisiera enfatizar por último que a la luz de la Palabra, el perdón siempre implica la búsqueda de la reconciliación. Y si antes estaba difícil, ahora se puso casi imposible. El asunto es este: el propósito del perdón e...

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