Carlos de Aragón y de Navarra, príncipe de Viana
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Carlos de Aragón y de Navarra, príncipe de Viana

Vera-Cruz Miranda

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Carlos de Aragón y de Navarra, el príncipe de Viana por antonomasia, fue un personaje determinante en algunos episodios de la historia del reino de Navarra, de Castilla y de la Corona de Aragón. El contexto histórico en el que vivió fue tremendamente complejo y, a través de su vida, a través de biografías de la calidad historiográfica como esta de Vera-Cruz Miranda, se puede conocer más a fondo la historia peninsular de mediados del siglo XV.La infancia y juventud del príncipe fueron años tranquilos en tierras navarras; sin embargo, su destino cambió en el momento en el que murió su madre, la reina Blanca. A partir de entonces comenzaron las luchas con su padre, quien creía que no estaba lo suficientemente preparado para gobernar sus reinos. Estas desavenencias se plasmaron en una guerra civil en Navarra, de la que el príncipe prefirió huir para refugiarse en la exquisita corte de Nápoles al amparo de su tío el rey de Aragón. Cuando éste murió, salió corriendo para no verse envuelto en disputas en un reino que no era el suyo, pasando un año en Sicilia y otro en Mallorca. Los dos últimos años de vida transcurrieron en Cataluña, donde fue injustamente detenido por su padre; pero gracias a la implicación de las instituciones catalanas obtuvo una libertad muy corta debido a que la muerte llegó de manera inesperada. Con su muerte comenzaba el mito y la santidad del príncipe que ha perdurado hasta nuestros días.En la vida del príncipe no todo es guerra, intrigas y odios, también hay espacio para el amor, la poesía, la música y el placer por el lujo, pues muchos episodios sucedieron en ambientes culturales exquisitos y suntuosos. Acercarnos a su biografía es conocer y comprender momentos importantes del final de la Edad Media española.

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Information

Jahr
2016
ISBN
9788415930839
CAPÍTULO 1. LA INFANCIA DEL PRÍNCIPE DE VIANA
1.- Un enlace real
Nos situamos en el reino de Navarra, en el primer cuarto del siglo XV. En la catedral de Pamplona se estaba celebrando un enlace real. Corría el año 1420, concretamente el día 10 de julio, la infanta Blanca, hija del rey Carlos III de Navarra, y el infante Juan, hijo del difunto rey de Aragón, Fernando de Trastámara, se unían en sagrado matrimonio ante el altar y ante los ojos de toda la corte del reino de Navarra. Este enlace había sido fruto de intensas negociaciones políticas y diplomáticas, nada extraño en aquella época. Con esta unión se enlazaban dos dinastías importantes: los Evreux, de origen francés, que ocupaban el trono de Navarra desde hacía un siglo, y los Trastámara, castellanos, que reinaban en los reinos de la Corona de Castilla y, también en esos momentos, en los de la Corona de Aragón.
La novia, Blanca, era la segunda hija del rey de Navarra y de Leonor de Trastámara, hija del rey Enrique II de Castilla. Y en ese tiempo, heredera del trono de Navarra. En sus venas corría sangre navarra y castellana. El novio, Juan de Aragón, era hijo del difunto rey de Aragón y de su mujer, Leonor de Alburquerque, una de las mayores fortunas patrimoniales castellanas. Este infante procedía del linaje reinante en Castilla que había logrado subir al trono de la Corona de Aragón como consecuencia de la falta de descendencia por la muerte sin sucesores de Martín I el Humano, y como resultado de una serie de negociaciones que culminaron con el Compromiso de Caspe en 1412. El infante Juan era un verdadero castellano.
La pareja se había conocido unos cuantos años atrás en el reino de Sicilia, de donde la infanta Blanca había venido viuda. En el año 1402 Blanca se había casado con el rey de Sicilia, Martín de Aragón, un excelente candidato que la convertía en reina consorte de la isla de Sicilia. El reino de Navarra, a través de este enlace, había entrado a formar parte de la esfera de influencia de los reinos mediterráneos de la Corona de Aragón. Al cabo de unos años, la infanta navarra quedó viuda y sin descendencia porque el único hijo que había engendrado había muerto al poco de nacer. Era el año 1409. La reina Blanca permaneció en Sicilia hasta el año 1415, tal y como había dispuesto su marido en sus últimas voluntades, quien le había pedido que permaneciera en la isla como vicaria continuando con las labores de administración del reino. Así lo hizo. Durante estos seis años la reina Blanca conoció el gobierno en soledad y las preocupaciones que conllevaba hacerse cargo de un reino en dificultades a causa de las luchas nobiliarias que se extendían por toda la isla. Fueron unos años difíciles para ella, puesto que además se encontraba en una tierra extraña. Sin embargo, el destino de Blanca no estaba en Sicilia sino en el reino de Navarra. Allí la situación cambió repentinamente porque había muerto la heredera al trono, su hermana mayor Juana. Este suceso trasladaba la sucesión a la entonces reina de Sicilia. Y fue por ello que el rey de Navarra, Carlos III, reclamó la presencia de su hija en el reino. Blanca debía regresar a su tierra.
La partida de la reina Blanca de Sicilia implicaba la búsqueda de un sustituto desde la Corona de Aragón para que ejerciera las labores de la lugartenencia de la isla. El elegido fue el infante Juan de Aragón, hermano del rey de Aragón y el futuro marido de Blanca. El primer contacto entre ellos se produjo en ese traspaso de poderes en la isla, en 1416, donde convivieron durante unos meses. Según nos cuenta la tradición romántica, el infante Juan quedó cautivado por la belleza de Blanca desde el primer momento. Por lo visto, la reina Blanca era una mujer de gran belleza; de hecho esa fue una de las razones de su elección como candidata para el rey de Sicilia. Y así también la describió posteriormente su hijo, el príncipe de Viana, en su crónica.
En este primer encuentro, tanto Juan como Blanca desconocían que el futuro los iba a unir, pero posteriormente los intereses diplomáticos de ambos reinos vieron en esta unión una opción beneficiosa para todos. La infanta Blanca se había convertido en una buena candidata porque iba a ser la futura reina de Navarra; de manera que un infante aragonés tenía opciones a ceñirse la corona de Navarra. Mediante este matrimonio se reforzaban y ampliaban las alianzas peninsulares tanto del reino de Navarra como de los reinos de la Corona de Aragón. Las negociaciones de este matrimonio habían finalizado en el año 1419 con la firma de las capitulaciones matrimoniales, donde se establecieron acuerdos indispensables como podía ser el correspondiente a la dote o a las cuestiones relacionadas con los derechos de sucesión al trono de Navarra después de la muerte de la futura reina Blanca. Una vez ambas partes firmaron los capítulos, se debía decidir el lugar de la ceremonia religiosa. Este punto también fue largamente discutido, puesto que había partidarios de que se celebrase en Castilla, lugar de residencia del infante Juan, y otros de que fuera en Navarra, lugar de residencia de la novia, entre ellos el hermano del contrayente, el infante Enrique. El enlace entre Juan y Blanca, como ya hemos visto, se celebró en la catedral de Pamplona en el verano del año 1420.
Después de las fiestas en honor al nuevo matrimonio, pues se casaba la heredera del reino de Navarra, la pareja apenas permaneció unos días en la ciudad de Pamplona. El infante Juan debía partir rápidamente del reino para dirigirse a Castilla, donde había ocurrido un grave suceso protagonizado por su hermano, el infante Enrique. Éste, aprovechando que Juan se encontraba en Navarra celebrando sus bodas, había perpetrado un acto contra el rey Juan II de Castilla. El infante Enrique se había presentado por sorpresa en el palacio real de Tordesillas con sus hombres, allí había hecho prisionero al alcaide de la fortaleza y se había apoderado del rey y de su valido, Álvaro de Luna. Su objetivo era hacerse con el poder, influyendo en las decisiones del mismo monarca. Este hecho, conocido como “el atraco de Tordesillas”, provocó la partida inmediata del infante Juan y de su esposa en dirección a Castilla para intentar solucionar este grave conflicto.
El destino de la nueva pareja fue el castillo de Peñafiel, situado en la villa del mismo nombre y dentro del ducado de Peñafiel, perteneciente al infante Juan. Blanca de Navarra se mudó a la residencia de su marido, donde vivieron los primeros años de su matrimonio. Su estancia allí fue tranquila, mientras su marido pasaba los días preocupado por la situación que había provocado su hermano Enrique contra el rey de Castilla.
2.- Nacimiento de un heredero: el príncipe de Viana
La vida del nuevo matrimonio transcurrió en el castillo de Peñafiel, donde la infanta Blanca disfrutaba de los días junto a sus damas, que la habían acompañado desde el reino de Navarra. A los pocos meses de haberse instalado en Castilla, se produjo la noticia que todos estaban esperando: la infanta Blanca estaba encinta. El feliz acontecimiento estaba previsto para la primavera del año 1421 y se iba a producir en el reino de Castilla, donde vivían los futuros padres.
Cuando comenzó a acercarse el momento, la infanta Blanca quiso contar con la ayuda del personal de la corte del rey de Navarra, a pesar de que tenía a su disposición a los servidores castellanos de su marido. Así, mandó llamar a una partera, al médico del rey y a varias nodrizas para que se desplazaran hasta Castilla para atenderla a la hora del parto. Se debía sentir más segura con sus servidores navarros, sobre todo en un momento tan importante para ella. Después del proceso propio de un parto, la infanta Blanca dio a luz a un varón. El nacimiento tuvo lugar un mediodía de primavera dentro del monasterio de los frailes predicadores de la villa de Peñafiel. El día 29 de mayo, un jueves, a la hora de nona, vino al mundo el primogénito de la infanta Blanca y el infante Juan: Carlos de Trastámara y Évreux. Ese día fue un día de alegría pues había nacido el futuro heredero del reino de Navarra: Carlos de Aragón y de Navarra. Un infante que pasará a ser conocido en la Historia como Carlos de Viana, o más aún, como el príncipe de Viana por antonomasia.
La noticia corrió rápidamente por todas las cortes y llegó al rey Carlos III de Navarra, quien la recibió con especial alegría, puesto que representaba que la sucesión al trono de Navarra estaba asegurada y además por vía masculina. Este nacimiento fue celebrado en toda Navarra. Las festividades se sucedían en cada ciudad, villa y lugar del reino. Las iglesias celebraron solemnidades religiosas en agradecimiento al feliz alumbramiento de la infanta. Y, como era habitual en este tipo de acontecimientos, el monarca eximió de algunos impuestos a ciertas villas y lugares como muestra de satisfacción y alegría; y repartió limosna entre los pobres.
Los primeros meses de vida del infante Carlos transcurrieron en el castillo de Peñafiel, cuidado y acompañado por su madre. Cuando contaba el infante con unos cuatro meses, toda la familia se desplazó a la villa de Olmedo para celebrar su bautismo. Se trataba de una celebración familiar a la que acudieron los reyes de Castilla, puesto que los padrinos fueron Juan II de Castilla y su valido, Álvaro de Luna.
Sin embargo, la estancia en Castilla de Blanca y del infante Carlos debía llegar a su fin porque, según lo determinaban los usos y costumbres del reino de Navarra, el heredero del trono de Navarra debía ser educado en su reino. Igualmente, en los capítulos matrimoniales de Juan y Blanca había una cláusula en la que se determinaba que el primogénito de este matrimonio, al cabo de un año, debía establecerse en el reino de Navarra con el fin de ser criado y educado siguiendo las costumbres de la tierra. Por tanto, no había otra opción y la infanta Blanca debía volver al reino de Navarra con su primogénito. Al cabo de un año del nacimiento del infante Carlos, es decir en mayo de 1422, se preparó el viaje hacia tierras de Navarra. Mientras, el infante Juan no volvería con ellos, pues se quedaría en Castilla donde estaban sus principales intereses políticos.
La infanta Blanca, junto al infante Carlos de un año, viajó a su tierra acompañada por un gran séquito. Este viaje lo realizó estando embarazada de su segundo hijo. Al llegar al reino de Navarra, la primera parada fue en la villa de Corella, donde sus habitantes habían preparado un solemne recibimiento. El infante Carlos debía ser jurado como heredero del trono, porque de lo contrario su reconocimiento no hubiera sido válido; así que en esta villa, donde estaban reunidas las Cortes para ese fin, el infante fue jurado como sucesor al trono, después claro está de su abuelo, reinante, y de su madre. Tras el juramento, Blanca y el infante Carlos se dirigieron a Sangüesa, donde ella dio a luz a su segundo hijo. En esta ocasión se trataba de una niña a la que pusieron por nombre Juana. Esta parada en el camino estuvo condicionada, sin ninguna duda, por el nacimiento de la infanta Juana; pues el destino final era el palacio de Olite, residencia de Carlos III. Una vez recuperada Blanca de su segundo parto, se trasladó toda la familia a Olite, donde se habían tenido que acondicionar diversas estancias para mejorar la comodidad de Blanca y de sus dos hijos.
La llegada de la familia al palacio de Olite supuso una gran felicidad para Carlos III porque regresaba su hija y conocía por fin a su primer nieto. El rey se sentía dichoso con el nuevo heredero, pues suponía un alivio el tener la corona asegurada. Y una forma especial de manifestar su alegría, y a la vez de proteger el futuro de su nieto, era crear un título específico para él y para todos los demás herederos de la Corona de Navarra. Esto no era una novedad, sino que era una costumbre en las casas reales europeas que el heredero tuviera un título propio. La costumbre era la creación de un principado, puesto que el título de príncipe estaba siempre por encima de los demás títulos nobiliarios, así siempre estaría en un lugar preeminente frente a la nobleza. En Castilla existía el príncipe de Asturias; en la Corona de Aragón, el príncipe de Gerona; en Inglaterra, el príncipe de Gales; y en Francia, el delfín. A la vez, era una forma de asegurar económicamente al heredero de la corona por medio de las rentas de los territorios pertenecientes a su principado y que así mantuviera un estado digno de su condición. El título creado por Carlos III para el infante Carlos fue el principado de Viana. Éste comprendía una serie de territorios situados, esencialmente, en el límite del reino navarro, entre ellas la villa de Viana, Laguardia, San Vicente, Bernedo, Aguilar, Genevilla y Lapoblación. Una de las obligaciones del príncipe era mantener estos territorios unidos a la corona, que así no podían ser ni vendidos ni enajenados. El título de príncipe de Viana se hizo efectivo el día 20 de enero de 1423.
3.- La vida en Olite
La infancia del príncipe transcurrió en el palacio de Olite, donde estaba instalada la corte real durante la mayor parte del tiempo. Esto no impedía que la familia real se trasladara a otra de las muchas residencias regias ubicadas dentro del reino de Navarra; aunque Olite era el palacio real por excelencia en tiempos de Carlos III. El monarca había conseguido convertirlo en una lujosa residencia, siguiendo las modas estéticas de los palacios franceses, cuyas cortes tanto había frecuentado durante su juventud. El castillo de Olite se transformó en un bello palacio, donde la comodidad y el lujo eran sus principales características. Al lado del castillo viejo se construyó un hermosísimo palacio nuevo, ampliando su espacio con la compra de las casas colindantes. Las estancias se redistribuyeron, se mejoró su comodidad y la luz tuvo mayor protagonismo gracias a los ventanales más grandes. La decoración fue escogida con sumo cuidado. Las paredes estaban adornadas con pinturas murales, tapices y otros elementos decorativos procedentes de artistas franceses, que Carlos III había traído a su corte. Los exteriores del palacio también debían ser hermosos, con enormes jardines, muy bien cuidados, con flores y árboles diferentes traídos de diversos lugares que ofrecían una visión colorida y agradable a quien la disfrutaba desde los miradores. En los jardines había también un zoo, algo muy habitual en los palacios reales, con todo tipo de animales salvajes: papagayos, leones, ciervos, osos, camellos, búfalos, monos, gatos salvajes y muchos otros más. Los animales servían de entretenimiento a la corte y, sin lugar a dudas, a los más pequeños, quienes seguramente pasarían muchas horas contemplando los diversos ejemplares. El objetivo de Carlos III era crear un palacio que fuera el símbolo de una monarquía poderosa y lujosa, y lo consiguió. Un viajero alemán, que pasó por allí en esta época, afirmó que era uno de los palacios más bonitos que había visitado porque, entre otras cosas, tenía muchas cámaras doradas. Todavía hoy en día, a pesar de las numerosas restauraciones, contemplar el palacio de Olite supone una visión exquisita para los ojos del visitante.
En este ambiente lujoso, elegante y selecto creció y se educó el príncipe de Viana, quien enseguida compartió juegos y jornadas con sus nuevas hermanas debido al aumento de la familia. Anteriormente, en el año 1422, había nacido su hermana Juana. Al cabo de dos años, cuando el príncipe tenía tres años, nació en Olite la infanta Blanca, el 9 de junio de 1424, con quien mantuvo una especial y estrecha relación, además de vivir destinos parecidos. Y dos años más tarde, en 1426, vino al mundo la infanta Leonor, la pequeña de la familia. El príncipe y las infantas vivieron años felices y tranquilos al cuidado de su madre y disfrutando también de la compañía de su abuelo.
Durante unos años, el palacio de Olite estaba lleno de niños muy pequeños, lo que hacía necesaria la presencia de dos figuras indispensables en las cortes reales: las nodri...

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