Historias sicilianas
eBook - ePub

Historias sicilianas

Giovanni Verga, Paloma Alonso

Buch teilen
  1. 240 Seiten
  2. Spanish
  3. ePUB (handyfreundlich)
  4. Über iOS und Android verfĂŒgbar
eBook - ePub

Historias sicilianas

Giovanni Verga, Paloma Alonso

Angaben zum Buch
Buchvorschau
Inhaltsverzeichnis
Quellenangaben

Über dieses Buch

Considerado como uno de los grandes autores italianos, el siciliano Verga dibuja en estas pĂĄginas un fresco insuperable de la vida en la isla a finales del siglo XIX.Sus breves historias tienen la transparencia de los acontecimientos que brotan de su aislado universo rural y se muestran atentas al sonido de las cosas. Un lenguaje escueto, pero de gĂ©lida ironĂ­a, penetra en el corazĂłn del drama hasta toparse con la dureza del trĂĄgico destino de sus habitantes. A mitad del XIX, Sicilia era uno de los lugares mĂĄs mĂ­seros de Europa, pero Verga no esconde la fricciĂłn de la lucha de clases, la brutalidad de las relaciones entre hombres y mujeres, el molde arcaico de sus tradiciones y la servidumbre implacable a un medio hostil.Estos relatos, constituyen la obra maestra del gran autor siciliano en formato breve y, junto a sus novelas mĂĄs conocidas, ejercieron una influencia directa en el cine neorrealista, de Visconti a Rossellini hasta Pasolini. D.H. Lawrence los consideraba tan magistrales como los cuentos de ChĂ©jov y tradujo algunos para el pĂșblico anglosajĂłn. El hechizo vergiano alcanzĂł a escritores posteriores como Pirandello, D'Annunzio o Lampedusa y su eco aĂșn se harĂĄ notar en escritores sicilianos mĂĄs tardĂ­os, desde Bufalino, a Consolo o Camilleri. Con esplĂ©ndida traducciĂłn e introducciĂłn de Paloma Alonso recuperamos esta obra de referencia en la tradiciĂłn literaria italiana.

HĂ€ufig gestellte Fragen

Wie kann ich mein Abo kĂŒndigen?
Gehe einfach zum Kontobereich in den Einstellungen und klicke auf „Abo kĂŒndigen“ – ganz einfach. Nachdem du gekĂŒndigt hast, bleibt deine Mitgliedschaft fĂŒr den verbleibenden Abozeitraum, den du bereits bezahlt hast, aktiv. Mehr Informationen hier.
(Wie) Kann ich BĂŒcher herunterladen?
Derzeit stehen all unsere auf MobilgerĂ€te reagierenden ePub-BĂŒcher zum Download ĂŒber die App zur VerfĂŒgung. Die meisten unserer PDFs stehen ebenfalls zum Download bereit; wir arbeiten daran, auch die ĂŒbrigen PDFs zum Download anzubieten, bei denen dies aktuell noch nicht möglich ist. Weitere Informationen hier.
Welcher Unterschied besteht bei den Preisen zwischen den AboplÀnen?
Mit beiden AboplÀnen erhÀltst du vollen Zugang zur Bibliothek und allen Funktionen von Perlego. Die einzigen Unterschiede bestehen im Preis und dem Abozeitraum: Mit dem Jahresabo sparst du auf 12 Monate gerechnet im Vergleich zum Monatsabo rund 30 %.
Was ist Perlego?
Wir sind ein Online-Abodienst fĂŒr LehrbĂŒcher, bei dem du fĂŒr weniger als den Preis eines einzelnen Buches pro Monat Zugang zu einer ganzen Online-Bibliothek erhĂ€ltst. Mit ĂŒber 1 Million BĂŒchern zu ĂŒber 1.000 verschiedenen Themen haben wir bestimmt alles, was du brauchst! Weitere Informationen hier.
UnterstĂŒtzt Perlego Text-zu-Sprache?
Achte auf das Symbol zum Vorlesen in deinem nÀchsten Buch, um zu sehen, ob du es dir auch anhören kannst. Bei diesem Tool wird dir Text laut vorgelesen, wobei der Text beim Vorlesen auch grafisch hervorgehoben wird. Du kannst das Vorlesen jederzeit anhalten, beschleunigen und verlangsamen. Weitere Informationen hier.
Ist Historias sicilianas als Online-PDF/ePub verfĂŒgbar?
Ja, du hast Zugang zu Historias sicilianas von Giovanni Verga, Paloma Alonso im PDF- und/oder ePub-Format sowie zu anderen beliebten BĂŒchern aus Literature & Literature General. Aus unserem Katalog stehen dir ĂŒber 1 Million BĂŒcher zur VerfĂŒgung.

Information

VIDA EN
LOS CAMPOS

CAVALLERIA RUSTICANA1

Turiddu Macca, el hijo de la señå Nunzia, acababa de regresar del ejĂ©rcito y todos los domingos se pavoneaba en pĂșblico con el uniforme de infanterĂ­a2 y la gorra roja, que parecĂ­a de esas que llevan los adivinos cuando montan su puesto con la jaula de canarios. Las muchachas se lo comĂ­an con los ojos, cuando iban a misa cubriĂ©ndose la nariz con la mantilla, rodeadas de pilluelos que les rondaban como moscas. Llevaba tambiĂ©n una pipa con el rey a caballo, que parecĂ­a vivo, y encendĂ­a las cerillas en la parte trasera de los pantalones, levantando la pierna, como si fuese a dar un puntapiĂ©.
Pero a pesar de todo, Lola, la hija de don Angelo, el aparcero, no se habĂ­a dejado ver ni en misa, ni en el balcĂłn, porque se habĂ­a casado con uno de Licodia, que era carretero y tenĂ­a cuatro mulos de Sortino en el establo. Turiddu, en cuanto se enterĂł, ÂĄsanto diablo!, sintiĂł ganas de destriparlo y sacarle los intestinos a ese tipo de Licodia, sĂ­, ÂĄeso querĂ­a! Pero no hizo nada, y se desahogĂł yendo a cantar bajo la ventana de la hermosa muchacha todas las canciones de despecho que conocĂ­a.
—¿Es que Turiddu, el hijo de la señå Nunzia, no tiene otra cosa que hacer —decĂ­an los vecinos— que pasar la noche cantando como un pĂĄjaro solitario?
Por fin se topĂł con Lola que regresaba de su peregrinaje a la Virgen de los Peligros y al verlo, lejos de palidecer o ruborizarse, hizo como si no fuera con ella.
—¡Dichosos los ojos que la ven! —le dijo.
—¡Ah! Compadre Turiddu, me dijeron que había regresado a primeros de mes.
—¡A mĂ­ tambiĂ©n me han dicho ciertas cosas! —respondiĂł Ă©l—. ÂżEs verdad que se ha casado con compadre Alfio, el carretero?
—Esa fue la voluntad de Dios
 —respondiĂł Lola tirando de las dos puntas del pañuelo bajo el mentĂłn.
—¡La voluntad de Dios la moldea usted con el tira y afloja segĂșn le conviene! ÂĄY la voluntad de Dios ha sido que yo regresara, desde tan lejos, para encontrarme con esta bonita noticia, señå Lola!
El pobre hombre trataba de sobreponerse, pero tenĂ­a la voz quebrada. Caminaba detrĂĄs de la muchacha bamboleĂĄndose, con la borla de la gorra bailando sobre sus hombros de un lado a otro. En conciencia, ella sentĂ­a verlo asĂ­, con aquella cara larga, pero no tenĂ­a corazĂłn para halagarlo con palabras bonitas.
—Escuche, compadre Turiddu —le dijo al fin—, dĂ©jeme alcanzar a mis compañeras. ÂżQuĂ© dirĂ­an en el pueblo si me viesen con usted...?
—AsĂ­ debe ser —respondiĂł Turiddu—, ahora que estĂĄ casada con compadre Alfio, que tiene cuatro mulos en el establo, no conviene dar que hablar a la gente. Sin embargo, mi madre, mientras estuve en el ejĂ©rcito, tuvo que vender nuestra mula baya y el pedacito de viña del camino. ÂĄQuĂ© tiempos aquellos3! Y usted ya no se acuerda de cuando nos hablĂĄbamos por la ventana del patio y me regalĂł aquel pañuelo antes de partir, en el que solo Dios sabe cuĂĄntas lĂĄgrimas derramĂ© al marcharme, tan lejos que hasta el nombre de nuestro pueblo era desconocido. Ahora adiĂłs, señå Lola, facemu cuntu ca chioppi e scampau, e la nostra amicizia finiu4.
La señå Lola se había casado con el carretero y los domingos salía al balcón con las manos apoyadas en su regazo, para que todos viesen los gruesos anillos de oro que le regalaba su marido. Turiddu pasaba, y volvía a pasar por la callejuela, con la pipa en la boca y las manos en los bolsillos, con aire de indiferencia y echando miradas a las muchachas, pero por dentro le corroía que el marido de Lola tuviese todo aquel oro y que ella hiciera como si no lo viese cuando él pasaba.
—¡Se la voy a jugar en sus propios ojos a esa perra! —refunfuñaba.
Frente a compadre Alfio, vivía don Cola, un viticultor, rico como un cerdo, que tenía una hija todavía en casa. Turiddu, tanto se desvivió y tanto insistió que consiguió que Cola lo cogiera de guardés, y empezó a pulular por la casa y a decirle palabras dulces a la muchacha.
—¿Por quĂ© no va usted a decirle estas cosas bonitas a la señå Lola? —respondĂ­a Santa.
—¡La señå Lola es una señorona! ÂĄLa señå Lola ya se ha casado con un rey de corona!
—Yo no me merezco reyes coronados.
—Usted vale por cien Lolas, y yo me sĂ© de uno que no mirarĂ­a a la señå Lola, ni a su santo, teniĂ©ndole a usted delante, pues la señå Lola no le llega a usted ni a la suela de los zapatos, ÂĄquĂ© le va a llegar!
—La zorra cuando no puede alcanzar la uva...
—Dijo: ÂĄquĂ© guapa eres, uvita mĂ­a!
—¡Eh! ¡Esas manos, compadre Turiddu!
—¿Tiene usted miedo de que la coma?
—Miedo no le tengo ni a usted, ni a su Dios.
—¡Eh! ÂĄSu madre era de Licodia, ya sĂ©! ÂĄTiene usted la sangre caliente! ÂĄAy! ÂĄMe la comerĂ­a con los ojos!
—Cómame con los ojos si quiere, que migas no van a quedar, pero mientras tanto levánteme ese fajo.
—¡Por usted levantaría la casa entera! ¡Vaya que si la levantaría!
Ella, para no ruborizarse, le lanzĂł un palo que tenĂ­a a mano, y no le alcanzĂł de puro milagro.
—Vamos a darnos prisa, que a base de chácharas no se hacinan sarmientos.
—Si fuera rico, me gustarĂ­a encontrar una mujer como usted, señå Santa.
—Yo no me casarĂ© con un rey coronado como señå Lola, pero mi dote la tengo tambiĂ©n, para cuando el Señor me mande a alguien.
—¡Ya sĂ©! ÂĄYa sĂ© que es rica!
—Si lo sabe dese prisa, que mi padre está al llegar, y no quisiera que me encontrase en la era.
Su padre empezaba a torcer el morro, pero la muchacha hacĂ­a como si no se diera cuenta, porque la borla de la gorra del soldado le habĂ­a hecho cosquillas en el corazĂłn y le bailaba siempre ante sus ojos. En cuanto el padre cerraba la puerta al marcharse Turiddu, la hija le abrĂ­a la ventana y charlaba con Ă©l todas las noches, hasta el punto de que en el vecindario no se hablaba de otra cosa.
—Estoy loco por ti —decĂ­a Turiddu—, y he perdido el sueño y el apetito.
—Palabrerías.
—¡Me gustaría ser hijo de Vittorio Emanuele para casarme contigo!
—Palabrerías.
—¡Te juro por la Virgen que te comería como al pan!
—¡Palabrerías!
—¡No! ¡Por mi honor!
—¡Oh! ¡Dios mío!
Lola, que escuchaba cada noche escondida tras la maceta de albahaca, palidecĂ­a y se ruborizaba, hasta que un dĂ­a llamĂł a Turiddu.
—Compadre Turiddu, ¿es que los viejos amigos ya no se saludan?
—¡Vaya! —suspirĂł el jovenzuelo— ÂĄQuĂ© alegrĂ­a poderla saludar!
—¡Si tiene intención de saludarme, ya sabe dónde vivo!
—respondió Lola.
Turiddu iba a saludarla con tanta frecuencia, que Santa se dio cuenta y le dio con la ventana en las narices. Los vecinos se sonreĂ­an y hacĂ­an ademanes con la cabeza cuando pasaba el soldado. El marido de Lola andaba por las ferias con sus mulas.
—El domingo quiero ir a confesarme, pues esta noche he tenido un mal presagio, he soñado con uvas negras —dijo Lola.
—¡DĂ©jelo! ÂĄDĂ©jelo! —suplicaba Turiddu.
—No, ahora que se acerca la Pascua, mi marido se preguntarĂ­a por quĂ© no he ido a confesarme.
—¡Ah! —murmuraba Santa, la hija de don Cola, esperando de rodillas su turno ante el confesionario donde Lola estaba lavando sus pecados— ÂĄPor mis muertos que tĂș no vas a tener que ir a Roma para cumplir tu penitencia!
Compadre Alfio regresĂł con sus mulas cargado de dinero y le trajo de regalo a su mujer un bonito vestido nuevo para las fiestas.
—Hace bien en traerle regalos —le dijo la vecina Santa—, porque mientras usted está fuera, su mujer le adorna la casa

Compadre Alfio era de esos carreteros que llevan la gorra en la oreja5, y al oĂ­r hablar asĂ­ de su mujer le cambiĂł el color, como si lo hubiesen acuchillado. «¥Santo diablo! —exclamó— ÂĄComo no haya visto usted bien, no le van a quedar ojos para llorar, ni a usted ni a toda su parentela!».
—¡No suelo llorar! —respondiĂł Santa—. No llorĂ© ni siquiera cuando vi con estos ojos a Turiddu, el hijo de la señå Nunzia, entrar por la noche en casa de su mujer.
—Está bien —respondió compadre Alfio—, muchas gracias.
Turiddu, ahora que habĂ­a regresado el gato, ya no pululaba de dĂ­a por la callejuela y mataba el aburrimiento en la taberna con los amigos. Era la vigilia de Pascua y tenĂ­an en la mesa un plato de salchichas. SegĂșn entrĂł compadre Alfio, solo por la manera de clavarle los ojos encima, Turiddu comprendiĂł que habĂ­a venido por aquel asunto y posĂł el tenedor en el plato.
—¿Tiene algo que decirme, compadre Alfio? —le dijo.
—DĂ©jese de cumplidos, compadre Turiddu, hacĂ­a mucho que no le veĂ­a y querĂ­a hablarle de lo que usted ya sabe.
Turiddu lo primero que hizo fue ofrecerle el vaso, pero compadre Alfio lo apartĂł con la mano. Entonces Turiddu se levantĂł y le dijo:
—Aquí me tiene, compadre Alfio.
El carretero le echĂł los brazos al cuello.
—Si mañana por la mañana quiere venir a la chumbera de la Canziria, podemos hablar de ese asunto, compadre.
—EspĂ©reme en la carretera a la salida del sol y vamos juntos.
Con estas palabras intercambiaron el beso del desafĂ­o a duelo. Turiddu agarrĂł entre los dientes la oreja del carretero, sellando asĂ­ la promesa solemne de no faltar.
Los amigos habían dejado la salchicha callados como muertos y acompañaron a Turiddu hasta su casa. La pobre señå Nunzia lo esperaba todos los días hasta bien entrada la tarde.
—Madre —le dijo Turiddu—, Âżse acuerda de cuando partĂ­ a la guerra, que usted pensĂł que no iba a regresar nunca? Deme un buen beso como aquel dĂ­a, porque mañana al alba voy a partir lejos.
Antes del amanecer, cogiĂł la navaja que habĂ­a escondido bajo el heno cuando lo reclutaron y se encaminĂł hacia la chumbera de la Canziria.
—¡Ay! ÂĄJesĂșs, MarĂ­a, JosĂ©! ÂżAdĂłnde va con esa ira? —llori­queaba Lola espantada, mientras su marido se disponĂ­a a salir.
—Voy aquí cerca —respondió compadre Alfio—, pero para ti sería mejor que no regresara jamás.
Lola, en camisĂłn, rezaba a los pies de la cama, apretando entre los labios el rosario que le habĂ­a traĂ­do fray Bernardino de Tierra Santa, y recitaba todas las avemarĂ­as que cabĂ­an en las cuentas.
—Compadre Alfio —empezĂł Turiddu, despuĂ©s de hacer un trecho de camino junto a su compañero, que iba callado con la gorra sobre los ojos—, como hay Dios, sĂ© que me he equivocado y me dejarĂ­a matar, pero antes de salir he visto a mi anciana madre que se ha levantado para verme partir, con el pretexto de arreglar el gallinero, como si el corazĂłn le hablase, y le juro por Dios que le voy a matar como a un perro por no hacer llorar a mi pobre madre.
—Ya basta —respondió compadre Alfio despojándose del farseto—, pelearemos duro los dos.
Ambos eran buenos tiradores. Turiddu recibiĂł el primer golpe, pero llegĂł a tiempo de pararlo con el brazo. Lo devolviĂł inmediatamente y lo hizo con una buena clavada atacando la ingle.
—¡Ah! ¡...

Inhaltsverzeichnis