Las brujas de Zugarramurdi
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Las brujas de Zugarramurdi

La historia del aquelarre y la Inquisición

Mikel Azurmendi

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Las brujas de Zugarramurdi

La historia del aquelarre y la Inquisición

Mikel Azurmendi

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¿De qué hablamos cuando mencionamos a las brujas de Zugarramurdi? ¿Quién era considerado brujo o bruja por sus vecinos en tiempo de nuestros ancestros? ¿Por qué el Estado y la Iglesia creyeron al filo de 1600 que había que perseguirles con saña judicial? ¿Por qué la Inquisición española hizo seguidismo de la caza de brujas llevada a cabo por el Estado francés al otro lado de los Pirineos? ¿Qué acontecimientos sucedieron para que comenzara una cruel cacería en la línea pirenaica occidental a comienzos del siglo XVII? ¿Por qué dos inquisidores de Logroño llegaron a inventar el vocablo "aquelarre" para atribuírselo a la "brujería" de aquella gente? ¿Qué representó en todo ello la aldea navarra de Zugarramurdi? ¿Cómo se extendió por toda la cuenca del Bidasoa y Baztán un auténtico terror entre la población de habla vascuence hasta el punto de diseñarse una especie de solución final? ¿A quién aprovechó todo aquel terror? A estas y otras preguntas responde con rigor esta investigación histórica que, además de describir el complejo proceso, da cuenta de cómo uno de los inquisidores del caso, Alonso Salazar y Frías, llegó a revisar el caso y a la conclusión de que todo aquello había sido un delirio de los propios inquisidores, hasta lograr que la Inquisición promoviese en 1614 un contrito mea culpa con el que se acabaron para siempre en España las hogueras judiciales donde quemar brujas y brujos, mientras en toda Europa y América arderían aún durante un siglo más.

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Information

Jahr
2014
ISBN
9788416100071
Hechos que ocurrieron
2. La judicialización de la brujería como imposición violenta de un cambio cultural
En las tierras de cultura vascuence constituyó una novedad histórica el hecho de que el conflicto vecinal de acusación de brujería, habitualmente dilucidado en el recinto parroquial, pasase a manos de los tribunales de justicia. En efecto, al filo del siglo XVII fue una novedad histórica el que la iglesia parroquial dejase de ser el centro del trasiego público del conjunto de la actividad existencial de la feligresía, conflictos incluidos, y emergiese el recinto de la juridicidad y del secreto sumarial para la solución de cierto tipo de conflicto.
Poseemos dos indicios documentales ciertos desde los cuales inferir que la población de habla vascuence del siglo XVII acostumbraba hacer un lavado sacramental público de las acusaciones de brujería, disolviéndolas mediante el perdón de los vecinos. Eso es lo que consta precisamente en las dos circunstancias históricas en que comienza a gestarse el conflicto de 1609, tanto en el Labourd como en Zugarramurdi.
– Cuando en San Juan de Luz, en 1607, un conflicto de acusaciones de brujería estaba siendo ventilado en la parroquia «por todo el pueblo allí reunido» —dice el documento—, se asistió a una provocación inaudita, que clausuró la ceremonia impidiendo el perdón entre vecinos: una de las dos mujeres que habían acusado de brujería a otras cinco, fue traída en parihuelas, muy lesionada, en lo más álgido de la ceremonia. Al decir de la malherida, el marido de una de las acusadas por ellas, un tal Harribillaga, presente en el templo, las había maltratado a ambas en el bosquecillo próximo de Xaldai para que retirasen su acusación. Es más, no sólo las había golpeado sino que les había forzado a beber «cierto brebaje». Todo lo cual probaba la connivencia del agresor con las prácticas brujescas de las acusadas.10
– Cuando, en diciembre de 1608, cuatro mujeres de la aldea de Zugarramurdi son acusadas por una antigua vecina de ser brujas y luego lo son otros seis de sus parientes, todos ellos son llevados a la parroquia por el fraile que hacía de coadjutor, y en una ceremonia pública de la aldea entera, los acusados piden perdón por sus agravios y todo vuelve a su sitio. Así queda constatado en múltiples documentos inquisitoriales.11
Veamos, pues, la naturaleza de ambos conflictos y su conexión con lo que iba a ser el inicio de la gran persecución de brujería a la que se refiere este ensayo.
El conflicto de San Juan de Luz no era nuevo y se produjo en un momento álgido de la espiral de violencia entre dos facciones enfrentadas por intereses económicos y «de más valer». La fracción social en alza la constituían las clases comerciantes y menestrales con intensa actividad marítima, comercial y pesquera. Se calcula que, a inicios de ese siglo, el puerto exento de impuestos sobre el comercio, que compartían San Juan de Luz y Ziburu, enrolaba a unos cinco mil marinos de cabotaje y pesquerías de ultramar, o sea, algo como un 20% de la población total labortana. Es decir, que si se le suma a esto la intensa actividad del puerto de Bayona, que desde hacía veinte años crecía a un ritmo impresionante tras haber cegado la dispersión de las aguas del Adur en su desembocadura y construido la actual salida al mar, se constata que una mayoría de la fuerza de trabajo desertaba la tierra y estaba siendo bombeada desde tierra adentro hacia la franja costera, donde florecieron los astilleros. Éstos, a su vez, requerían abundante mano de obra pero también la muy profesional de los artesanos.
La fracción social en baja en este lugar del conflicto de San Juan de Luz la acaudillaba el gran señor de la tierra, un Urtubi-Alzate, con castillo en Urruñe, lugar próximo a Ziburu así como a la frontera con España, sucesivamente atacado y arrasado por tropas guipuzcoanas. Ese Urtubi-Alzate poseía también otro castillo en Bera de Bidasoa (aunque semiderruido por las huestes castellano-guipuzcoanas cuando la conquista de Navarra) así como varias herrerías, montes, seles y caseríos en esa comarca navarra del Bidasoa. A esta familia de los Urtubi-Alzate correspondía tradicionalmente la representación militar del rey francés en el Labourd, también llamado País de los vascos. Urtubi-Alzate estaba apoyado por la pequeña nobleza rural labortana en aquellas circunstancias de casi nula rentabilidad del campo en las que las cargas señoriales eran imposibles de pagar y todo empujaba a emigrar en masa del campo hacia los puertos de mar y sus astilleros.
En el momento de las acusaciones de brujería de 1607, era la fracción en alza la que detentaba el poder municipal, tras haber desplazado al anterior consistorio defensor de los intereses del jaun de Urtubi-Alzate. Las acusadoras de ahora eran dos mujeres relacionadas con la presente corporación municipal y las cinco a quienes ellas acusaban se relacionaban hasta por vínculos de familia con la corporación saliente. Incluso una de estas acusadas era hija del ex concejal Goietche, pariente de Urtubi-Alzate.
Tras el ritual parroquial de conciliación, abortado sin ningún resultado conciliador, las cinco mujeres acusadas de brujería fueron encarceladas en Bayona y, en respuesta, la facción de Urtubi protagonizó durante la procesión del día del Corpus una revuelta con armas contra la facción municipal. Ésta respondió humillando públicamente a la sobrina de Urtubi, casada con un importante mercader. Entonces Urtubi provocó un tumulto armado. Lo hizo el día de San Juan, festividad patronal de la villa, enviando ocho jinetes enmascarados a repartir mandobles y sembrar el pánico entre la gente, que se divertía por las calles de San Juan de Luz. Y, al día siguiente, su castellano Daguerre provocaba con un arcabuz de caza a la masa de vecinos, que se hallaba danzando en la plaza, cuando en ella hicieron acto de presencia con una tropilla el propio jaun de Urtubi y el mercader agraviado. Esta tropa hirió y mutiló a varios vecinos y amenazó directamente a los ediles en sus domicilios. La escalada de violencia fue subiendo enteros y se sucedieron unos toma y daca públicos hasta que, en agosto, la corporación de la villa dirigió un durísimo escrito al Parlamento de Burdeos contra la sedición política de Urtubi-Alzate reclamando justicia tutelar.12
Goietche y toda la facción de Urtubi fueron fulminados por lo civil y lo eclesiástico por el Parlamento de Burdeos, el cual envió tres jueces a Bayona. Sin embargo éstos no pudieron incoar un proceso a aquellas cinco mujeres acusadas de causar tempestades y daños en las cosechas debido a algún asunto obsceno que invalidó al tribunal entero (probablemente algo así como una seducción de una o dos de las acusadas por parte de dos miembros del tribunal) y los tres jueces debieron volver de vacío y avergonzados a Burdeos. No acabó ahí el enfrentamiento entre las dos facciones, porque Urtubi pasó a un decisivo contraataque. Primeramente, restableció una antiquísima alianza rota con el ex bailío del rey en el Labourd, el señor Sant-Per del castillo de Amu, señor de la tierra en la comarca interior de Senpere, un jauncho muy en decadencia pero con algunos apoyos entre la pequeña nobleza de las juntas del Labourd.13 Y una vez reconciliados los Urtubi-Alzate con los Sant Per, decidieron plantar cara juntos a la facción en alza dirigiendo una patética carta al rey Henri IV. En ella le urgían a que «limpiase el Labourd de brujas» pues campaban a sus anchas y el pueblo huía despavorido.14 A Henri IV se le presentaba con ello una excelente ocasión para sus propósitos de reforzar el estilo absoluto de régimen pasando por el rodillo al poder del Parlamento de Burdeos, el cual en ese momento se hallaba impulsando la causa de la facción contraria a los dos señoritos vascos.
A finales de 1608, el rey francés constituyó una comisión, a la que dio plenos poderes para procesar, atormentar y ajusticiar en el País de los Vascos, saltándose el ineludible visto bueno previo del Parlamento de Burdeos. Tras los tira y afloja burocráticos entre este Parlamento y el rey, los jueces dEspagnet y DeLancre lograron instalarse en el castillo de Amu, de los Sant-Per, en junio de 1609, y comenzaron la escabechina.
A 25 km de San Juan de Luz y 11 km escasos del castillo de Amu se halla Zugarramurdi, aldea navarro-española situada en la vertiente pirenaica francesa. En la época, tenía 46 casas y se había desanexionado recientemente del colindante monasterio de premostratenses de San Salvador, sito en Urdax. A este monasterio pertenecían todavía varias aldeas francesas y alguna otra española, pero Zugarramurdi se había independizado del monasterio constituyéndose en parroquia aparte con ayuntamiento propio. Sin embargo no llegó a ser todo lo independiente que desearían sus aldeanos pues algunos de sus vecinos guardaban también los rebaños del monasterio, otros trabajaban en las forjas y bosques del convento, y un fraile de éste, fray Felipe Zabaleta, atendía el servicio religioso de los parroquianos y se llevaba los diezmos al convento. Hasta 1580, pues, los habitantes de Zugarramurdi habían pertenecido en calidad de siervos de gleba al monasterio de Urdax. Este monasterio constituía un auténtico islote eclesiástico situado entre las diócesis de Bayona y Pamplona desde que, en 1566, el emperador español hubiese logrado del papa que sus territorios guipuzcoanos y navarros no los administrara ya más un obispo francés, supuestamente cernido por el protestantismo.
El abad de Urdax (en el período que aquí interesa) era León Aranibar, originario de una familia baztanesa de propietarios de tierras con palacio de cabo de armería, y había estudiado Arte y Teología en Salamanca, llevaba mitra y se sentaba en las Cortes navarras. Este abad mitrado había actuado en calidad de espía de Felipe II haciendo de enlace entre el virrey de Navarra y sus agentes secretos en el Labourd y la Navarre francesa. Este servicio a la corona española le había dado al abad derecho a una pensión vitalicia de 200 ducados anuales. Siempre preocupado por la posibilidad de int...

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