Lectura y contralectura en la Historia de la Lectura
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Alejandro Parada

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Los escritos reunidos en este libro consideran uno de los temas más relevantes de la Historia de la Cultura Escrita: el notable desarrollo que ha tenido la Historia de la Lectura en los últimos años. Abordar esta área no solo implica el análisis de una de las manifestaciones de la Nueva Historia Cultural sino, ante todo, el estudio de las representaciones, las prácticas, las apropiaciones y usos que hicieron las y los lectores de los textos a lo largo del tiempo. Con el presente libro, Lectura y contralectura en la Historia de la Lectura, Alejandro E. Parada pretende realizar una introducción a la temática y, al mismo tiempo, presentar una guía de dicha disciplina en lengua española tanto para el mundo académico como para el ámbito pedagógico y, además, diseñar una obra dirigida a quienes investigan o se interesan por esta materia en la diversidad interdisciplinar de las Ciencias Sociales. Tal como se señala en la Introducción, titulada "Con toda la Historia de la Lectura, más allá de la Historia de la Lectura", los escritos que integran el volumen van mutando dialécticamente a partir de la definición e identidad de este campo, para luego pasar revista a sus aspectos ambivalentes y a los distintos "avatares y paisajes en la Historia de la Lectura". Finalmente, se concluye con una serie de interrogantes –teóricas, filosóficas, existenciales, biológicas, naturales, metafísicas y epistemológicas– que invitan al debate y a la discusión sobre esta apasionante cartografía lectora en constante y vital construcción.

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1. Historia de la Lectura
Una aproximación a su identidad y definición
Definir una disciplina siempre resulta, en líneas generales, una tarea compleja, limitada y, por extensión, insuficiente. Una labor, en gran medida, destinada al fracaso. Como todo campo dentro de las Humanidades y las Ciencias Sociales, la Historia de la Lectura, por supuesto, no constituye una excepción en cuanto a su clara enunciación. No obstante, actualmente hay un interés creciente por comprender las modalidades y los entrecruzamientos disciplinares que hacen a la historia de los lectores: la Historia del Libro (Rubin, 2003), la edición, la bibliografía material y la “sociología del texto”, sus materialidades, prácticas y representaciones, las mediaciones entre los libros, los lectores y los circuitos de comunicación y, en particular, la lectura como historia y sus peculiaridades teóricas (Finkelstein y McCleery, 2014).
Dentro de este marco, la primera delimitación de índole general que es posible abordar se centra en la pregunta siguiente: ¿cuál es el segmento de las Humanidades y las Ciencias Sociales que incluye a la Historia de la Lectura? Sin embargo, es factible sostener que la Historia de la Lectura tiene su origen en la Historia Cultural y, aún con más certidumbre, en la Nueva Historia Cultural (Hunt, 1989).
Podríamos especificar, en un segundo momento, que este campo se distingue de la Historia Cultural tradicional porque incorpora el ámbito de lo cualitativo y la ambivalencia de la interpretación multidisciplinar. Más que preocuparse por un programa teórico al cual ceñirse, la Nueva Historia Cultural y, en particular, la Historia de la Lectura, intenta dilucidar, entre otras vertientes, las representaciones y las prácticas culturales de los hombres en la sociedad (Hunt, 1989; Chartier, 1993a, 1999).
En un tercer momento, inequívocamente, se manifiesta otra interrogante: ¿qué se entiende o se pretende decir con los vocablos representaciones y prácticas en un contexto cualitativo y signado por la ambivalencia? Uno de sus principales referentes en la denominación de estos conceptos es Roger Chartier, quien sostiene: “… la historia de la lectura se ha esforzado por restituir las formas contrastadas con que los lectores diferentes aprehendían, manejaban y se apropiaban de los textos puestos en libro” (1993b: 33).
De modo que las diferentes formas de capturar el universo textual por los lectores motivan un conjunto de experiencias no menos reales que la realidad misma (imágenes, usos, modos diversos de apropiación según la época, etc.), que también forman parte de aquello que denominamos cultura. La lectura se instituye así como “un volver a presentar” (re-presentar) desde otro ángulo el discurso que ha establecido el autor, desde la mirada personal y social del lector. Estamos hablando de las representaciones y de las prácticas de los lectores como “hacedores o constructores” del texto. Y para ello Chartier (1993b) plantea que, además, para comprender estos fenómenos es necesario estudiar a los lectores y textos dentro de un “pasaje” bien delimitado por este autor: dicho pasaje no solo debe darse a partir de “una historia del libro a la historia de la lectura”, sino también debe involucrar a la Historia de la Edición.
Estos conceptos todavía resultan incompletos. La Historia la Lectura, siguiendo con cierta libertad lo que señalaba Marc Bloch (1952 [1949]) para abordar aquello que él entendía por Historia, es un estudio de los actos de leer de las personas en el tiempo histórico y, por consiguiente, dichos actos están diversificados por la duración y los fenómenos sociales, políticos y económicos de cada época. La Historia de la Lectura no es, en consecuencia, una unicidad expositiva; por el contrario, hay tantas historias de la lectura como modos de leer se plasmaron en el tiempo histórico. Otra de sus características, pues, es la multiplicidad y la pluralidad de las voces en el tiempo de los “lectores epocales”.
Pero la situación aún se torna más difícil. Surge un nuevo problema: la ambivalencia de la lectura. No existe, en realidad, una sola Historia de la Lectura, sino tantas historias como lectores han leído. Si el ámbito del lector está pautado por sus usos, prácticas y apropiaciones, tanto de índole personal como grupal, dentro de un puro contexto de representaciones, entonces la Historia de la Lectura tiende a ser un puro ejercicio, como hemos visto, de facultades que se afincan en “lo interpretativo”.
Recapitulemos lo expresado hasta el momento. La Historia de la Lectura es un área de la Nueva Historia Cultural que tiene por objeto de estudio a las diferentes representaciones y prácticas de los lectores para apoderarse de los contenidos de los textos.
Para otros autores, como el caso de Robert Darnton, los conceptos de representación y de práctica no son suficientemente claros y precisos. Su principal aporte en esta temática se centra en analizar lo que él denomina “las respuestas de los lectores” ante el hecho trascendente de leer. Para ello no solo diseña la reconstrucción de los distintos circuitos del libro (autores, editores, lectores, libreros, distribuidores, etc.) dentro del marco de la Historia del Libro (Darnton, 2008, 2010a) sino que, además, formula varias preguntas sobre el fenómeno social de la lectura; principalmente, entre otras, dos interrogantes de características fundamentales: los cómos y los porqués se lee (Darnton, 1993, 2010b). La Historia de la Lectura debe dar respuesta a estas dos cuestiones imprescindibles. Aunque es necesario advertir la influencia del antropólogo Clifford Geertz (1990) en el giro de Darnton hacia una antropología histórica, tal como lo han subrayado numerosos autores (Hourcade, Godoy y Botalla, 1995).
Empero, Darnton es cauteloso cuando se trata de historiar a los lectores, ya que no duda en sostener que: “a pesar de la existencia de una voluminosa literatura sobre su psicología, fenomenología, textología y sociología, la lectura sigue siendo misteriosa” (Darnton, 2008: 151). Esta inquietante reflexión se encuentra presente en este libro (ensayo 3), acaso desde otro ángulo, cuando se apela a la aureola de “lo maravilloso” que impregna a las representaciones de los lectores.
Por lo tanto, la Historia de la Lectura no solo se circunscribe a una geografía de representaciones y prácticas. Si hiciéramos esta reducción, la empobreceríamos, ya que de hecho también busca las respuestas de los lectores en el momento de ejercer el acto de leer.
Otro ejemplo de cómo la Historia de la Lectura se interrelaciona no sólo con distintas disciplinas sino, además, con diferentes enfoques y procedimientos que incursionan más allá de las representaciones, prácticas y respuestas de los lectores, son las contribuciones de Armando Petrucci (1999, 2003, 2013). Este investigador realizó una reconfiguración desde la Paleografía y demostró, al centrarse en pautas sociológicas, que tanto la escritura como la capacidad de leer se han dirimido en instancias de poder, de dominio de ciertos sectores privilegiados sobre otros desclasados y en la esfera de las luchas políticas e ideológicas.
Resulta, entonces, que la Historia de la Lectura tiene mucho que decir sobre las realidades políticas y coyunturales del pasado; por ende, no se encuentra circunscripta, en forma unilateral, tal como ya hemos comentado, al campo de la conceptuación cognitiva y a las imágenes producidas por la representación.
Hace no muchos años un importante bibliógrafo, Donald F. McKenzie (2005), presentó una nueva línea de investigación aún no tenida en cuenta dentro de la Bibliografía Material. Su novedoso aporte señalaba, en líneas generales, que los editores –no solo los autores– construían y gestaban a los lectores. Es decir, que las decisiones del editor (composición de la página, elección e imposición de los caracteres tipográficos, supresión y alteraciones en los textos, etc.) implicaban una intervención y, especialmente, una nueva articulación discursiva que influía en las formas y usos de los lectores.
De modo tal que nuestro primer intento de definir la Historia de la Lectura resulta insuficiente. Recapitulemos aquello que nos habíamos planteado en un primer momento: la Historia de la Lectura es un área de la Nueva Historia Cultural que tiene por objeto de estudio a las diferentes representaciones y prácticas de los lectores para apoderarse de los contenidos de los textos. A este intento, genérico y limitado de circunscribir nuestro tema de análisis, deberíamos agregar que dicho campo estudia, además, las distintas modalidades del ejercicio de la lectura de los hombres en el transcurrir del tiempo, con el objetivo de observar e interpretar las repuestas de los lectores ante ese fenómeno inefable y ambiguo que rodea al acto de leer, en un marco caracterizado por la presencia de interpretaciones antropológicas, sociológicas, políticas y de decisión editorial.
Nuestro asunto no es un tema menor ni ocioso. Detrás de las huellas que estamos siguiendo aparecen nuevas figuras en este vasto y feraz paisaje. Una de ellas ha tomado en los últimos tiempos gran notoriedad: los cambios en las materialidades de los textos. Este tópico resulta de índole central para la Historia de la Lectura. Cuando la escritura muda sus soportes necesariamente cambian los procederes y usos de leer. El soporte, a lo largo de la historia, moldea a los lectores.
Por otra parte, la lectura se encuentra relacionada con la capacidad y el dominio de poder escribir. Por lo tanto, no puede llevarse a cabo una Historia de la Lectura sin su interrelación con la Historia de la Escritura (Lyons, 2012). Nuevamente, tal como acontece con la Historia de la Edición, la Historia de la Escritura está imbricada con lectura.
Al haber tantas direcciones temáticas y, ante la ...

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