Y advirtieron el cielo
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Y advirtieron el cielo

El nacimiento de la cultura

Carlo Sini, Telmo Pievani

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Y advirtieron el cielo

El nacimiento de la cultura

Carlo Sini, Telmo Pievani

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El presente libro reproduce un diálogo profundo entre dos científicos y filósofos en torno al modo en que la paleontología y la ciencia evolucionista de hoy analizan el nacimiento del hombre cultural. Poseedores de una cultura vastísima, los italianos Carlo Sini y Telmo Pievani introducen al lector en un camino apasionante. Esta senda tiene por objeto mostrar cómo el espíritu humano se ha constituido y desarrollado a lo largo de la historia. En tal sentido, Sini y Pievani señalan, remitiéndose al destacado pensador italiano Giambattista Vico, que el cambio se ha producido a partir del momento en que los ancestrales y robustos habitantes del bosque "Alzaron los ojos y advirtieron el cielo". La adquisición de la postura erecta hace que el homínido pueda elevar sus ojos al cielo, disponer de sus manos, articular el lenguaje para expresar su asombro y terror y comenzar a ver al cosmos en su verdadera dimensión de universo simbólico. En la conversación no se soslayan, desde luego, las problemáticas que aquejan a la ciencia actual. Un texto que enriquece nuestra perspectiva. Por esta razón, irrenunciable.

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Information

EXORDIO
… el cielo, finalmente, fulguró, truenos con relámpagos y
truenos terroríficos… Allí, unos pocos gigantes… asustados
y atónitos por el gran efecto del cual no sabían la razón,
levantaron la mirada y advirtieron el Cielo… y así
empezaron a celebrar la natural Curiosidad, que es hija de la
Ignorancia y madre de la Ciencia…
Giambattista Vico, La scienza nuova, a cura di M. Sanna e V.
Vitiello (Bompiani, Milano 2012, p. 918)
SINI: Comenzaría nuestro diálogo con las consideraciones extraídas del importante libro de Luigi Luca Cavalli-Sforza, Evoluzione culturale (1989), Istituto della Enciclopedia Italiana, Treccani, Roma 2019, y en particular, de tu valioso ensayo que acompaña el libro (Gli intrecci tra biologia e cultura, a partire da Luigi Luca Cavalli-Sforza); de este modo, nos situamos de manera rápida en el centro de nuestro tema.
Recordaré al lector, ante todo, la página inicial de tu escrito, un trabajo que es una presentación amplia y efectiva de la investigación muy innovadora de Cavalli-Sforza, pero deseo recordar antes una observación que dice: «Las olas migratorias dejan al mismo tiempo, en un lugar, trazas genéticas y lingüísticas» (p. 105). Pienso que esta frase suscita en muchos todavía (y también en mí) una suerte de estupor cartesiano. Durante siglos hemos estado muy habituados a la separación clara entre las producciones del cuerpo y las del espíritu, por lo tanto, a la separación de los dos reinos de la naturaleza y del pensamiento. Tanto es así que, en principio, la declarada y sensacional supresión de esta diferencia nos deja bastante asombrados. Esta constatación también me parece significativa por otro aspecto: la persistente distancia entre aquellas que han sido definidas las dos culturas. Mi estupor habla de mi culpable ignorancia de los progresos de la ciencia y, de este modo, quedo sorprendido frente a conocimientos que han sido, ciertamente, muy innovadores hace años, pero que ahora para los científicos pienso que son obvios. Quisiera agregar, sin embargo, que, dentro de mi sensación de estupor, se ha despertado el recuerdo de un evento de hace muchos años cuando leí un bellísimo libro de Giacomo Devoto (creo que fue I dialetti delle regioni d’Italia, Sansoni, Firenze, 1972). El autor, en virtud de sus extraordinarias competencias filológicas, reconstruía los recorridos del progresivo descenso de poblaciones indoeuropeas en Italia a través de las marcas que estos recorridos habían dejado en los dialectos de las poblaciones autóctonas; leí y me quedé estupefacto por la fuerza de la ciencia filológica. Hoy, tal vez, se podría comenzar una investigación paralela sobre la base del ADN (creo), pero, en el primer caso, permanecíamos dentro de las ciencias del espíritu (el lenguaje, etc.); en el caso de Cavalli-Sforza, esta fractura se ha cerrado, y a la admiración se agrega de inmediato el deseo de conocer el cómo y el porqué. Tu presencia es, al respecto, valiosa y, en ciertos aspectos, insustituible. Recuerdo, por ser conocida, tanto tu colaboración con Cavalli-Sforza como el libro de Cavalli-Sforza, Pievani, Homo sapiens. La grande storia della diversità umana, Codice Edizioni, Torino, 2016, catálogo de la muestra que tuve la fortuna de poder visitar en el Palacio de las Exposiciones de Roma.
Bueno, vayamos a tu cita prometida, mejor dicho, a tus dos páginas iniciales.
Hace treinta años, en Stanford, un genetista italiano se aprestaba a renovar su fama de pionero. En los años cuarenta del siglo XX, había participado de los primeros estudios italianos sobre la genética de la mosca de la fruta, y luego, de los primeros descubrimientos sobre el sexo en las bacterias, es decir, del intercambio horizontal de paquetes de información genética entre una bacteria y otra […]. Luego había sido de los primeros en enseñar genética humana en Italia, intuyendo que los genes no solo contienen informaciones cruciales de valor médico, sino también preciosas huellas de la historia humana profunda y de los antiguos desplazamientos de poblaciones. No contento, había delineado las bases técnicas de los análisis estadísticos que hoy se usan en todos los laboratorios del mundo para reconstruir las filogénesis moleculares y computacionales de los seres vivientes. Impaciente, tanto con las lógicas como con los obstáculos académicos, había inaugurado un método de trabajo interdisciplinar que unía el análisis de los grupos sanguíneos, la búsqueda de marcadores genéticos en poblaciones humanas, los registros parroquiales, la historia demográfica, los árboles genealógicos, incluso las distribuciones de apellidos y toponímicas. De la biología a la cultura, justamente […]. En 1971 había dejado Italia para enseñar genética de las poblaciones y de las migraciones en Stanford, donde había asumido la dirección de un programa de investigación mundial que se proponía reconstruir, por vía genética, el árbol genealógico de la humanidad. Hoy, cientos de estudiosos trabajan sobre la espalda de este gigante. Los análisis, cada vez más refinados, sobre la variabilidad humana (primero sobre el ADN mitocondrial y sobre el cromosoma Y, y luego sobre el genoma entero) lo habían llevado a descubrir que la especie Homo sapiens tuvo un origen único, africano y reciente, refutando el viejo modelo que preveía centros múltiples de origen gradual en diferentes regiones. Su idea, luego confirmada y precisada, fue que una gran diáspora fuera de África había producido, hace alrededor de 70 a 60.000 años, la maravillosa variedad de las poblaciones humanas actuales, pero también las culturas y las lenguas del mundo. Somos todos parientes, todos diferentes, y todos africanos (pp. 91-92).
Agrego, tan solo, dos observaciones antes de dejarte la palabra. Este asunto de la estadística, por cierto, reaviva en un filósofo el recuerdo del gran Kant, quien, en sus estudios de antropología pragmática, fue uno de los primeros en descubrir las virtudes de la estadística; por ejemplo, que los individuos, cómo decirlo, toman sus decisiones, afrontan experiencias que imaginan que son personales y singulares, pero la estadística, decía Kant, los corrige. Esta muestra que el número anual de los matrimonios y de los decesos, por ejemplo, sigue una cierta línea y proporción constante, por lo tanto, independiente de las decisiones individuales y de los casos personales contingentes. Detrás del individuo existe y se mueve una dimensión anónima, una dimensión colectiva, natural e histórica. He aquí, por lo tanto, la sorprendente conexión entre biología e historia humana. Y, en fin, esta es la segunda observación sobre la cual, con seguridad, volveremos: como tú dices, con justicia, la grandeza de Luigi Luca Cavalli-Sforza está, ante todo, en la comprensión de que el trabajo científico es un trabajo progresiva y decididamente interdisciplinar; que el conocimiento, digámoslo así, es un proyecto interconectado en su estructura, un proyecto que, por eso, se desarrolla en una confrontación de recorridos, de experiencias, de datos objetivos, de hipótesis, etc. Para el filósofo, desde luego, este hecho también suscita, como tú sabes bien, la cuestión del nexo común y del fundamento que da unidad a los saberes diferentes y colaborativos: ¿dónde y cómo, más allá de la interdisciplinariedad operante, se plantea y se afronta el problema de qué cosa es el saber, entendido no como la suma de las partes, sino como la unidad sistémica y global del conocimiento? Es un poco aquello que hacemos en «Mechrí», el laboratorio de filosofía y cultura, activo en Milano ya desde hace cinco años, y al cual también tú has ofrecido una preciosa contribución filosófica y científica. Nos preguntamos si resulta posible delinear un saber no solo interdisciplinar (obvio, que sea simple… por así decirlo), pero, de algún modo, transdisciplinar, capaz de movimientos integradores de los saberes, de sus prácticas y de los modelos de formación que podrían tal vez derivarse de aquellos.
PIEVANI: Has evocado temas que me son muy queridos. Entre otros, para un próximo libro mío, he recorrido el De Rerum Natura de Lucrecio, y he encontrado una idea que no recordaba desde mis estudios filosóficos: el bellísimo paralelismo entre los átomos y las letras, naturaleza y cultura ante litteram, podríamos decir. Existen diversos pasajes en el De Rerum Natura, en los cuales Lucrecio sostiene en un sentido estricto que, como la naturaleza está compuesta de un entrecruzamiento y un desentrecruzamiento de unidades elementales, de semina, de primordia —existen varios términos que él utiliza en latín como sinónimo de átomo—, así el lenguaje tiene en las letras sus átomos, e incluso él mismo es un juego combinatorio de agregaciones y de desagregaciones. Esta idea le gustaba mucho a Italo Calvino, quien la retoma en las Lecciones americanas. Pero Lucrecio agrega una nota ulterior importante: así como en los átomos existen choques y desviaciones, también en el lenguaje puede suceder que una mutación causal pueda cambiar por completo el área semántica de una palabra. Por ejemplo, lignum, leño, e ignis, fuego. Basta con una L de más o de menos en la raíz de una palabra para cambiar del todo el significado. Creo que él ha sacado esta analogía de Aristóteles, no era harina de su propia cosecha, aunque es muy interesante el hecho de que utilice esta metáfora y luego agregue —de un modo anacrónico, lo digo con un lenguaje actual— el concepto de mutación y de error generativo. Releer a Lucrecio me ha llevado a reflexionar sobre el hecho de que, en el fondo, la analogía del lenguaje como código y luego como mutación de entidades discretas es muy antigua en el pensamiento occidental. Si lo piensas bien, desde el principio del descubrimiento de su estructura de doble hélice en 1953, definimos el ADN como un lenguaje escrito con cuatro letras (las bases nucleótidas), cuyas correspondencias con el lenguaje paralelo de los aminoácidos generan un código, y de este modo hablamos del alfabeto de la vida o del libro de la vida, explicamos las mutaciones genéticas como sustituciones o agregados de letras en las palabras, que en el fondo es, en definitiva, el juego de lignum e ignis de Lucrecio. Hoy sabemos que la mutación genética es un proceso muy semejante al error de copiado que el amanuense introducía en la transcripción de un manuscrito. Tanto es así que el mismo método de reconstrucción de los árboles de descendencia a través de la individuación de los errores-mutaciones se aplica a los manuscritos medievales y al ADN. Tal vez por eso no es solo un paralelo metafórico entre dos disciplinas, sino, como tú sostienes, podría ser el indicio de una conexión más profunda, transdisciplinar.
S.: Pero todavía hay más. En la tradición de la escuela atomista de Demócrito, se utilizaban las letras griegas para representar las agregaciones de los átomos; así, por ejemplo, NA y AN como un caso de dos figuras representativas de átomos entre otras innumerables figuras. En cuanto a la cuestión del clinamen, reinterpretada en una acepción biológica actual, me parece muy estimulante y significativa. En Epicuro había, en realidad, un intento moral: nunca todo está del todo decidido. En la vida existe siempre una escapatoria posible por la variabilidad del destino y del movimiento mecánico de los elementos. Desde el punto de vista de los atomistas antiguos, la interpretación de Epicuro habría sido considerada más bien un error, creo. Por eso bajo un perfil cosmológico, la posición de Demócrito aparecía, por así decirlo, avanzada. Él, en realidad, no concebía, como entiende Epicuro, la caída de los átomos (y, por lo tanto, la posibilidad de insertar un clinamen), puesto que ¿hacia dónde caerían los átomos? Este es un pensamiento que parece, más bien, evocar los lugares naturales de Aristóteles. En el torbellino democríteo están presentes, por el contrario, todas las direcciones posibles. Pero sigue siendo importante que la intuición de Epicuro, retomada por Lucrecio, vuelva con otro sentido de actualidad por nuestros días. Por otra parte, el descubrimiento del poema de Lucrecio (1417) ha ejercido, en general, una gran influencia en el nacimiento de la ciencia moderna.
P.: Por cierto, Lucrecio inspiró a Lavoisier en 1789, admitido por el mismo Lavoisier, en la elaboración del principio de conservación de la materia. Incluso, los físicos lo han retomado. Heisenberg citaba a Lucrecio como ejemplo de la primera intuición acerca del indeterminismo cuántico. Como resulta obvio, aquí se corren muchos riesgos de anacronismo histórico y de acercamientos indebidos, como ya Einstein lo había advertido, pero es también verdad que la dinámica del descubrimiento científico no es solo lógica y racional. En el proceso de elaboración de una teoría, la creatividad del científico recurre, a menudo, a fuentes de inspiración externas a la ciencia, que lo ayudan a en...

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