Jesús en el tiempo presente
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Warren W. Wiersbe

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Jesús en el tiempo presente

Warren W. Wiersbe

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Jesús en el tiempo presente es un recorrido a través de las afirmaciones del "Yo Soy" de nuestro Señor y cómo sus verdades se manifiestan en tu vida. Cuanto mejor entiendas lo que representan las afirmaciones del "Yo Soy", más disfrutarás tu vida en el presente. Dios vive en el presente. ¿Y tú?

Las siete Afirmaciones del "Yo Soy" del Señor:

  • YO SOY el pan de vida
  • YO SOY la luz del mundo
  • YO SOY la puerta
  • YO SOY el buen pastor
  • YO SOY la resurrección y la vida
  • YO SOY el camino, la verdad y la vida
  • YO SOY la vid verdadera

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Information

Jahr
2012
ISBN
9781602556454
1
MOISÉS PLANTEA UNA
PREGUNTA
Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?
—Éxodo 3.13
Cuando Helen Keller tenía diecinueve meses de edad contrajo una enfermedad que la dejó ciega y sorda de por vida. No fue sino hasta cuando cumplió los diez años que empezó a tener alguna comunicación significativa con los que la rodeaban. Eso sucedió cuando su talentosa maestra, Ana Sullivan, le enseñó a decir «agua» deletreando la palabra «agua» en la palma de la mano de Helen. A partir de esa experiencia decisiva, Helen Keller entró en el mundo maravilloso de las palabras y los nombres, lo cual transformó su vida.
Una vez que Helen se acostumbró a ese nuevo sistema de comunicación, sus padres hicieron arreglos para que recibiera instrucción religiosa por parte del eminente clérigo de Boston, Phillips Brooks. Un día durante su lección, Helen le dijo a Brooks estas palabras asombrosas: «Yo sabía en cuanto a Dios antes de que me lo dijeras, solo que no sabía su nombre».1
Los filósofos griegos batallaron con el problema de conocer y dar nombre a Dios. «Pero el padre y hacedor de todo este universo es inescrutable», escribió Platón en su diálogo Timeo, «y si le hallamos, hablar de él a todos los hombres sería imposible». Dijo que Dios era «un geómetra», y Aristóteles lo llamó «el Movedor principal». Con razón el apóstol Pablo halló un altar en Atenas dedicado «al Dios no conocido» (Hechos 17.22–23). Los filósofos griegos de su época estaban «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Efesios 2.12).
Pero a los pensadores de siglos más recientes no les ha ido mucho mejor. El filósofo alemán Jorge Wilhelm Hegel llamó a Dios «el Absoluto», y Herbert Spencer le llamñ «el Incognoscible». Sigmund Freud, fundador de la psiquiatría, escribió en el capítulo 4 de su libro Tótem y tabú (1913): «El dios personalizado no es psicológicamente otro que un padre magnificado». Dios es una figura paternal pero no es un Padre celestial personal. El biólogo británico Julián Huxley escribió en el capítulo 3 de su libro Religión sin revelación (1957): «Operacionalmente, Dios está empezando a parecerse no a un gobernante sino a la última sonrisa que se desvanece de un cósmico gato de Cheshire». Las fantasías descritas en Alicia en el país de las maravillas eran para Huxley ¡más reales que el Dios Todopoderoso!
Pero Dios quiere que le conozcamos, ¡porque conocer a Dios es lo más importante en la vida!
Salvación
Para empezar, conocer personalmente a Dios es la única manera en que nosotros, los pecadores, podemos ser salvados. Jesús dijo: «Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17.3). Poco después de sanar a un mendigo ciego, Jesús le buscó y le halló en el templo, donde ocurrió la siguiente conversación:
—¿Crees tú en el Hijo de Dios? —le preguntó Jesús.
El hombre dijo:
—¿Quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús respondió:
—Pues le has visto, y el que habla contigo, él es».
El hombre dijo:
—Creo, Señor —y cayó de rodillas ante Jesús (Juan 9.35–38).
No solo le fue dada vista física al mendigo, sino que también le fueron abiertos sus ojos espirituales (Efesios 1.18) y recibió vida eterna. Su primera respuesta fue adorar a Jesús públicamente en donde todos podían verlo.
Eso brinda una segunda razón por la que debemos conocer quién es Dios y cuál es su nombre: fuimos creados para adorarle y glorificarle. Después de todo, solo poco gozo o estímulo puede venir al adorar a un «Dios desconocido». Fuimos creados a imagen de Dios para que podamos tener comunión con Él ahora y «disfrutar con Él para siempre», como dice el catecismo. Millones de personas asisten fielmente a los cultos religiosos cada semana y participan en la liturgia prescrita, pero no todos disfrutan de comunión personal con Dios. A diferencia de aquel mendigo, jamás se han sometido a Jesús, ni dicho: «Señor, yo creo». Para ellos, Dios es un extraño distante, no un Padre amoroso. Sus vidas religiosas son una rutina, no una realidad viva.
Pero hay una tercera razón para conocer a Dios. Debido a que poseemos vida eterna y practicamos la adoración bíblica, podemos disfrutar de la bendita experiencia de una vida transformada. Después de describir lo insensato de adorar a los ídolos, el salmista añadió: «Semejantes a [los ídolos] son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos» (Salmo 115.1–8). ¡Llegamos a ser como los dioses que adoramos! La adoración a un dios que no conocemos equivale a adorar un ídolo, y podemos tener ídolos en nuestras mentes e imaginaciones tanto como en nuestras repisas.
El amoroso propósito de nuestro Padre celestial con sus hijos es que puedan ser «hechos conformes a la imagen de su Hijo» (Romanos 8.29). «Y así como hemos traído la imagen del terrenal [Adán], traeremos también la imagen del celestial [Jesús]» (1 Corintios 15.49). Sin embargo, no debemos esperar hasta que veamos a Jesús para que empiece esa transformación, porque el Espíritu Santo de Dios puede empezar a cambiarnos hoy. Conforme oramos, meditamos en la Palabra de Dios, atravesamos la experiencia del sufrimiento y la alegría, testificamos, adoramos, tenemos comunión con el pueblo de Dios y servimos al Señor con nuestros dones espirituales, el Espíritu calladamente obra en nosotros y nos transforma para que lleguemos a ser más semejantes a nuestro Señor Jesucristo.
La conclusión es obvia: Mientras más conozcamos al Señor, más le amaremos y, mientras más le amemos, más le adoraremos y le obedeceremos. Como resultado, seremos más semejantes a Él y tendremos la experiencia de lo que el apóstol Pedro llama crecer «en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2 Pedro 3.18). Pablo tomó un incidente de la vida de Moisés (Éxodo 34.29–35) y lo describió de esta manera: «Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Corintios 3.18). Moisés no se daba cuenta de que su cara brillaba, ¡pero los demás si! Él estaba siendo transformado.
Dios nos ordena que le conozcamos y le adoremos porque quiere darnos el privilegio gozoso de servirle y glorificarle. Con ello Dios no apuntala su ego celestial, porque nosotros no le podemos suplir nada. «Si yo tuviese hambre», dice el Señor, «no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su plenitud» (Salmo 50.12). Nos lo ordena porque ¡nosotros somos los que necesitamos adorarle! Humillarnos ante Él, mostrarle reverencia y gratitud, y alabarle en Espíritu es esencial para el crecimiento equilibrado en la vida cristiana normal. El cielo es un lugar de adoración (Apocalipsis 4—5), y debemos empezar a adorarle correctamente ahora mismo. Pero, a menos que estemos creciendo en nuestro conocimiento de Dios y en nuestra experiencia de su asombrosa gracia, nuestra adoración y servicio servirán de muy poco.
La salvación, la adoración, la transformación personal y el servicio amoroso son parte de vivir en el presente y depender de nuestro Señor y Salvador. «Y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo» (1 Juan 1.3).
Preparación
Moisés pasó cuarenta años en Egipto siendo «enseñado . . . en toda la sabiduría de los egipcios» (Hechos 7.22). Luego huyó a Madián para salvar su vida, en donde pasó los próximos cuarenta años sirviendo como pastor. ¡Imagínese a un brillante doctor en filosofía ganándose la vida pastoreando animales necios! Pero el Señor tenía que humillar a Moisés antes de que pudiera exaltarlo y hacerlo libertador de Israel. Como la iglesia de hoy, la nación de Israel era solo un rebaño de ovejas (Salmo 77.20; 78.52; Hechos 20.28), y lo que la nación necesitaba era un pastor amoroso que siguiera al Señor y cuidara a su pueblo. El Señor dedicó ochenta años para preparar a Moisés para cuarenta años de servicio fiel. Dios no está apurado.
El llamamiento de Moisés empezó con la curiosidad de este. Vio una zarza que ardía, pero que no se consumía, y se detuvo para investigar. «La curiosidad es una de las características permanentes y ciertas de un intelecto vigoroso», dice el ensayista británico Samuel Johnson, y Moisés por cierto calificaba. Vio algo que no podía explicar y descubrió que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob moraba en esa zarza que ardía (Deuteronomio 33.16). El Señor Dios había venido a visitarlo.
¿Qué significó para Moisés esa asombrosa zarza que ardía y que significa para nosotros? Por un lado, reveló la santidad de Dios; porque en todas las Escrituras se asocia al fuego con el carácter dinámico y santo del Señor. Isaías llamó a Dios «fuego consumidor» y «llamas eternas» (Isaías 33.14; véase también Hebreos 12.29). Nótese que Moisés vio esta zarza que ardía en el monte Horeb, que es el monte Sinaí (Éxodo 3.1; Hechos 7.30–34); y cuando Dios le dio a Moisés la ley en el Sinaí, la montaña ardía en fuego (Éxodo 24.15–18).
¿Cómo debemos responder al carácter santo de Dios? Humillándonos y obedeciendo lo que nos ordena (véase Isaías 6). Teodoro Epp escribió: «Moisés pronto descubriría que las calificaciones esenciales para servir a Dios son pies descalzos y una cara cubierta».2 Cuán diferente la descripción de las «celebridades» de hoy, que se ponen ropas costosas y se aseguran de que sus nombres y rostros estén ante el público que los adora. Dios no se impresionó con la educación egipcia de Moisés, «porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios» (1 Corintios 3.19). El mandato de Dios a nosotros es: «Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo» (1 Pedro 5.6). Cuando el hijo pródigo se arrepintió y vino a su padre, este le puso zapatos en los pies (Lucas 15.22); pero hablando espiritualmente, cuando los creyentes se humillan y se rinden al Señor, deben quitarse las sandalias y convertirse en esclavos de Jesucristo.
La zarza ardiente también revela la gracia de Dios, porque el Señor había descendido para anunciar las buenas noticias de la salvación de Israel. Él conocía el nombre de Moisés, por lo que le habló personalmente (Éxodo 3.4; Juan 10.3). Le aseguro a Moisés que había visto la desdicha del pueblo judío en Egipto y había oído sus clamores dolorosos y sus oraciones pidiendo auxilio. «He conocido sus angustias», le dijo, «y he descendido para librarlos» (Éxodo 3.7–8). El Señor recordó y honró sus promesas del pacto con Abraham, Isaac y Jacob, por lo que había llegado el tiempo para librar a su pueblo.
Fue por gracia que Dios escogió a Moisés para que fuera su siervo. Al Señor no le perturbaban los fracasos pasados de Moisés en Egipto, incluyendo el hecho de que incluso su propio pueblo había rechazado su liderazgo (Éxodo 2.11–15). Moisés ahora era un viejo que había estado lejos de Egipto por cuarenta años, pero eso no impidió que Dios lo usara eficazmente. El Señor sabe usar lo débil, necio y menospreciado del mundo para humillar a los sabios, lo fuerte y, en última instancia, derrotar a los poderosos (1 Corintios 1.26–31). Dios recibiría gloria conforme Moisés magnificaba en Egipto el nombre del Señor.
Identificación
Si Moisés iba a realizar algo en Egipto, necesitaba saber el nombre del Señor, porque los israelitas con certeza preguntarían: «¿Quién te dio autoridad para decirnos a nosotros y al faraón qué hacer?» La respuesta de Dios a la pregunta de Moisés fue: «YO SOY EL QUE SOY». Moisés les dijo a los israelitas: «YO SOY me envió a vosotros» (Éxodo 3.14).
El nombre YO SOY proviene de la palabra hebra YHWH. Para pronunciar este nombre santo, los judíos usaban las vocales del nombre Adonai (Señor), por lo que convirtieron YHWH en Jehová (Yavé, Yavéh o el Señor en las traducciones de la Biblia al español). El nombre lleva implícito el concepto del ser absoluto, el que es y cuya presencia dinámica obra a nuestro favor. Lleva el significado de «Yo soy quien y lo que soy, y no cambio. Estoy aquí contigo y por ti».
El nombre Yavéh (Jehová, Señor) ya se conocía en tiempos de Set (Génesis 4.26), Abraham (14.22; 15.1), Isaac (25.21–22), y Jacob (28.13; 49.18). Sin embargo, la plenitud de su significado no había sido todavía revelada. La ley mosaica advertía a los judíos: «No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano» (Éxodo 20.7; véase también Deuteronomio 28.58). Su temor al castigo divino hizo que los judíos evitaran usar el santo nombre Yavéh y lo sustituyeran por Adonai (Señor).
En nueve lugares del Antiguo Testamento el Señor «llenó» o «completó» el nombre YO SOY para revelar de manera más completa su naturaleza divina y su ministerio de gracia a su pueblo:
• Jehová-Jireh: El Señor proveerá (Génesis 22.14).
• Jehová-Rapha: El Señor que sana (Éxodo 15.26).
• Jehová-Nissi: El Señor es mi estandarte (Éxodo 17.15).
• Jehová-M’Cadesh: El Señor que santifica (Levítico 20.8).
• Jehová-Shalom: El Señor nuestra paz (Jueces 6.24).
• Jehová-Rohi: El Señor es mi pastor (Salmo 23.1).
• Jehová-Sabaot: El Señor de los ejércitos (Salmo 46.7).
• Jehová-Tsidkenú: El Señor nuestra justicia (Jeremías 23.6).
• Jehová-Shamá: El Señor está allí (Ezequiel 48.35).
Por supuesto, todos estos nombres se refieren a nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Debido a que es Jehová-Jireh, puede suplir todas nuestras necesidades y no necesitamos afanarnos (Mateo 6.25–34; Filipenses 4.19). Como Jehová-Rapha, puede sanarnos; y como Jehová-Nissi, nos ayuda a librar nuestras batallas y a derrotar a nuestros enemigos. Pertenecemos a Jehová-M’Cadesh porque nos ha apartado para sí (1 Corintios 6.11); y Jehová-Shalom nos da paz en medio de las tormentas de la vida (Isaías 26.3; Filipenses 4.9). Todas las promesas de Dios hallan su cumplimiento en Jesucristo (2 Corintios 1.20).
Jehová-Rohi nos lleva al Salmo 23 y a Juan 10, ...

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