Semillas de conflicto
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Semillas de conflicto

Bryant Wright

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Semillas de conflicto

Bryant Wright

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Un claro y profundo análisis bíblico del origen, la historia y la importancia del conflicto de Medio Oriente.

El actual conflicto en el Medio Oriente comenzó mucho tiempo antes de la creación del Estado de Israel en 1948: se originó cuando Abraham pecó y torció la promesa de Dios de que él y sus herederos construirían una gran nación y heredarían el territorio hoy llamado la «tierra prometida».

Semillas de conflicto, un relato histórico y político, ofrece una explicación clara de la historia bíblica de Abraham, Sara y Agar y de la consiguiente rivalidad fraternal entre Jacob y Esaú, cuyas decisiones dieron origen a las tres religiones más influyentes del mundo: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo.

Este fascinante análisis sobre los inicios del conflicto también explica la razón por la que este territorio es tan importante en nuestros días. Además, Wright echa luz sobre las incompatibles perspectivas cristiana, judía e islámica sobre el conflicto y responde a la pregunta ¿Dios tiene favoritismos?

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Information

Jahr
2011
ISBN
9781602554733
PRIMERA PARTE

LOS CREADORES
DEL CONFLICTO
1

LA DECISIÓN DE UN HOMBRE
Abraham
Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar.
—GÉNESIS 16.1
¿Puede una sola decisión, tomada por una sola persona, alterar el curso de la historia del mundo para siempre? Esto parece improbable si nos basamos en la cantidad de decisiones que tomamos cada día, pero considera cuán diferente sería tu vida si hubieras tomado otras decisiones. El escritor y orador Zig Ziglar cuenta que una vez viajó en avión sentado junto a un hombre que tenía el anillo de bodas colocado en la mano incorrecta. Ziglar recuerda que le dijo: «Amigo, no pude evitar darme cuenta de que tienes la alianza en el dedo incorrecto». [El hombre] sonrió y respondió: «Sí, es que me casé con la mujer equivocada ».1 ¿Qué habría sucedido si te hubieras casado con otra persona o si no te hubieras casado?, ¿y si hubieras aceptado otro trabajo o estudiado en otra universidad? ¿En qué aspectos sería diferente tu vida?
Los aficionados a la historia suelen divertirse con un juego llamado «historia alternativa». Se han escrito libros enteros para analizar cuestiones como qué habría sucedido si los británicos hubieran ganado la Guerra de la Revolución, si los confederados hubieran salido victoriosos en la Batalla de Gettysburg o, una de mis preferidas, qué habría pasado si los musulmanes hubieran vencido en Tours en el año 732 A.D.
El 10 de octubre de 732, en Tours, Francia, después de que los musulmanes hubieran conquistado España, 80,000 soldados de caballería musulmanes atacaron a 30,000 soldados de infantería francos. Si hubieran ganado, habría una gran posibilidad de que Europa se hubiera vuelto abrumadoramente musulmana —lo que significa que lo mismo habría sucedido con Estados Unidos y América del Norte—. Nos habríamos criado rezando en mezquitas y no en iglesias. Sin duda, esto te dará en qué pensar a la luz de las luchas contemporáneas con el islamismo.2 Cuando jugamos a la «historia alternativa», podemos ver cómo un suceso aparentemente menor puede desencadenar cientos de acontecimientos subsiguientes y llegar a cambiar la historia de la humanidad de manera drástica.
Los teólogos también hacen este tipo de especulaciones cuando se sumergen en lo que se denomina «ciencia media».3 Como Dios lo sabe todo, también sabe cómo se habrían desarrollado los acontecimientos si el hombre hubiera tomado decisiones diferentes. Esto pone todo en el contexto de la soberanía de Dios. Pese a las malas decisiones del hombre, Dios sigue estando a cargo. Me siento tentado a jugar con las historias alternativas y la ciencia media cuando observo el actual conflicto en Medio Oriente —desencadenado porque un hombre tomó una decisión equivocada— y veo que la historia de esa región viene cosechando las semillas del conflicto desde entonces.
El hombre en cuestión es Abraham. Se lo reconoce como el padre de las tres fes más influyentes del mundo: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Hace unos años, la revista Time presentó una nota de portada titulada «El legado de Abraham: musulmanes, cristianos y judíos lo reclaman como su padre». El periodista menciona un viaje en taxi en la ciudad de Nueva York en el que el conductor iba escuchando un grupo de música marroquí en la radio. El conductor le preguntó al periodista si quería saber qué decía la letra de la canción. Ante la respuesta afirmativa de su pasajero, el conductor tradujo: «Tenemos el mismo padre; ¿por qué nos tratas así?» Era una canción sobre Abraham llamada Ismael e Isaac.4
Tenemos el mismo padre; ¿por qué nos tratas así? Esta pregunta capta la esencia del conflicto que se remonta a unos cuatro mil años atrás, a una historia que puede encontrarse en el libro del Génesis.
LA PROMESA DE DIOS
Ya habían pasado once años desde que Dios le había pedido a Abraham5 que abandonara su tierra natal de Ur (actual Irak) y que se dirigiera a una tierra desconocida entonces llamada Canaán, una pequeña parte de la cual se conoce en nuestros días como el estado de Israel. Dios había prometido que crearía una gran nación a partir de Abraham y Sara:
Pero Jehová había dicho a Abram:
«Vete de tu tierra
y de tu parentela,
y de la casa de tu padre,
a la tierra que te mostraré.
Y haré de ti una nación grande,
y te bendeciré,
y engrandeceré tu nombre,
y serás bendición.
Bendeciré a los que te bendijeren,
y a los que te maldijeren maldeciré;
y serán benditas en ti todas las familias de la tierra».
(Génesis 12.1-3)
Pero la promesa se volvió aun mejor: Dios dijo que los herederos de Abraham heredarían su magnífica tierra: «Y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, hasta el encino de More; y el cananeo estaba entonces en la tierra. Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: “A tu descendencia daré esta tierra”. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido» (Génesis 12.6-7).
Más de una década después de haber recibido esta promesa de Dios, Abraham comenzaba a desanimarse porque, para entonces, ya tenía ochenta y seis años. Para complicar aun más las cosas, su esposa Sara tenía setenta y seis años. Para el cumplimiento de la promesa de Dios en cuanto a una «nación grande» había una condición: un hijo. Sin hijo, no surgiría ninguna gran nación de la semilla de Abraham. De modo que tal vez es comprensible que Abraham tuviera algunas dudas sobre la promesa de Dios.
Nunca es sencillo esperar a Dios y a su perfecto sentido de la oportunidad. Tal vez conozcas a alguna mujer cristiana que quiere casarse y tener hijos y que está a punto de cumplir treinta años. El tictac de su reloj biológico es cada vez más fuerte. Sale con un buen muchacho; le agrada, pero, ¿es amor? No está muy segura. Está preocupada por la vida espiritual de él. Le gustaría casarse con un cristiano comprometido, pero él simplemente responde: «Mi fe en Dios es una cuestión personal y privada». Ella siente que no le queda mucho tiempo y se pregunta si, al casarse con él, lo ayudará a convertirse en un cristiano consagrado. Está cansada de esperar, y este parece ser el único hombre a mano. ¿Se quedará con su peor es nada o esperará lo mejor que tiene Dios para ella?
Esperar lo mejor que tiene Dios para nosotros nunca es fácil. Ese era el mismo dilema que tenían Abraham y Sara.
LA DECISIÓN DE ABRAHAM
¿Cómo podía cumplir Dios su promesa de crear una gran nación por medio de Abraham y Sara cuando ambos ya estaban bastante lejos de sus años fértiles? Humanamente hablando, era imposible. Dios vio el desaliento de Abraham y se sintió movido a darle ánimos. Mira las maravillosas palabras que usó Dios para sosegar sus dudas: «Y [Dios] lo llevó fuera, y le dijo: “Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar”. Y le dijo: “Así será tu descendencia”» (Génesis 15.5).
Sin lugar a dudas, semejantes palabras de la boca de Dios deberían de haber sido suficiente para asegurar la confianza de Abraham y hacer que se relajara un poco. Es posible que hayan tenido ese efecto por un momento. Pero la duda regresó y, como suele suceder cuando luchamos con alguna duda, la tentación se cruzó en el camino de Abraham. Génesis 16.1-2 describe lo que sucedió entonces: «Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar. Dijo entonces Sarai a Abram: “Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella”. Y atendió Abram al ruego de Sarai».
A Sara, la esposa de Abraham, se le había ocurrido una idea para ayudar a Dios mediante un proceso socialmente aceptado en esa cultura antigua para tener hijos: haría que Abraham se acostara con su sierva egipcia, Agar, y el hijo que así naciera sería el heredero legal mediante el cual Dios construiría una «gran nación». Era perfectamente lógico. Sarai ayudaría a Dios, ignorando que eso significaba no confiar en Él.
Detengámonos por un momento para comprender las costumbres culturales de la época. Sin lugar a dudas, si una mujer hiciera semejante propuesta a su esposo en nuestros días, no sería bien visto por la sociedad —y, probablemente, tampoco por la criada—. Pero en aquellos días, eso se consideraba admisible.6 De hecho, en el antiguo Medio Oriente las parejas sin hijos tenían cuatro alternativas legales para tener descendencia: podían adoptar, el esposo podía tener un hijo con una segunda esposa, el esposo podía tener un hijo con una concubina, o la esposa podía ofrecer su sierva a su esposo como una especie de madre de alquiler. Tal vez creas que el alquiler de vientres es una idea moderna de la época contemporánea, junto con la inseminación artificial y la fertilización in vitro. No te engañes. Es posible que nuestros métodos científicos sean nuevos, pero la maternidad sustituta es tan antigua como Abraham.
Todo esto era legal y estaba culturalmente aceptado en esa época. Sin embargo, el solo hecho de que esta antigua costumbre fuera legal no significa que lo que hicieron Sara y Abraham estuviera bien. Dios no aprobaba esa solución. Nunca fue idea suya que el matrimonio fuera poligámico, su intención era que fuera entre un hombre y una mujer, y para siempre (Génesis 2.24). Pero hay algo más: Dios le había prometido a Abraham que construiría una gran nación a través de él y de Sara. Prometió que le daría a ambos el hijo del pacto. La idea de Sara de que Abraham se acostara con Agar era, simple y llanamente, contraria a la voluntad de Dios. Con ese acto en que instó a Abraham a que tomara cartas en el asunto, Sara demostró su desconfianza en Dios.
Imagino que Abraham quería complacer a su esposa. También quería ayudar a Dios y, sin lugar a dudas, le agradaba la idea de acostarse con esa jovencita con el beneplácito de su esposa.
De manera que cuando Sara le propuso ese plan de acción, Abraham probablemente le contestó algo como: «De acuerdo. Si te hace feliz... Quizá esto ayude a Dios a llevar a cabo su plan. Tienes una buena idea. Cuenta conmigo».
Abraham se acostó con Agar, y ella concibió.
De inmediato, comenzaron los problemas —problemas que siguen hasta nuestros días—. ¡Ah, qué interesante sería saber lo que la «ciencia media» de Dios nos revelaría sobre la situación actual de Medio Oriente si Abraham no hubiera cedido a la tentación!
LA HISTORIA CAMBIA
Hasta ese momento, Agar había sido la leal sierva de Sara, pero ahora se estaba volviendo orgullosa. En seguida, Agar cambió su actitud hacia su ama. «Cuando [Agar] vio que había concebido, miraba con desprecio a su señora» (Génesis 16.4). Quizá esto se refiera a que sonreía con suficiencia cuando miraba a Sara. Tal vez se llevaba las manos a la barriga para señalar sutilmente que ella llevaba en su vientre al hijo de Abraham, cosa que Sara no podía hacer. Quizá le dijo cosas crueles o duras a Sara. Sea como fuere, comenzó a envanecerse, y surgió una gran tensión entre ambas mujeres. ¿Cómo respondió Sara a esa situación? «Entonces Sarai dijo a Abram: “Mi afrenta sea sobre ti; yo te di mi sierva por mujer, y viéndose encinta, me mira con desprecio; juzgue Jehová entre tú y yo”» (Génesis 16.5).
Sara se sentía infeliz cada vez que veía a Agar. El bebé que crecía en el vientre de su sierva representaba todo lo que le causaba tristeza en la vida. Sara había culpado a Dios por su infertilidad cuando tentó a Abraham con las palabras «Ya ves que Jehová me ha hecho estéril» (Génesis 16.2). En esa época, no había nada más deshonroso para una esposa que ser infértil, y Sara estaba resentida, por lo que se sentía fracasada. Esto dice mucho sobre su infelicidad y su ira. También estaba comprensiblemente indignada porque su sierva se le había puesto en contra. Entonces, ¿con quién se enojó? ¡Con Abraham, por supuesto! Culpó a Abraham por una idea que se le había ocurrido a ella. Abraham estaba en problemas, graves problemas.
Al igual que muchos esposos de nuestros días, al parecer Abraham no entendía a las mujeres. No había aprendido que, a veces, las esposas dicen cosas que en realidad no sienten y que cuando los esposos hacen las cosas que creen que harán felices a sus mujeres, ellas no están contentas. Quizá sea por eso que el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, escribió: «La gran cuestión... que no he sido capaz de responder a pesar de mis treinta años estudiando el alma femenina es qué quieren las mujeres».7
Este es un campo en el que los esposos solemos estar perdidos. De manera que es posible que Abraham, como hombre que era, estuviera confundido ...

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