La consejería
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John F. MacArthur

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La consejería

John F. MacArthur

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Si está tratando de condensar el ministerio de consejería en un volumen, ¡aquí lo tiene!
Se presentan sólidos fundamentos teológicos de la consejería bíblica a diferencia de las teorías humanistas y seculares de la consejería psicológica. Un libro práctico, proactivo y relevante para estudiantes, líderes de iglesia y laicos. Esta colección de escritores representa a algunos de los maestros y consejeros bíblicos más destacados de Estados Unidos. Otros colaboradores incluyen a: Ken L. Sarles, David Powlinson, Douglas Bookman, David Maddox, Robert Smith, William W. Goode y Dennis Swanson.

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Information

Jahr
2009
ISBN
9781418581565
PARTE III
EL PROCESO DE LA
CONSEJERÍA BÍBLICA
10
Cómo desarrollar una
relación adecuada
con los aconsejados
Wayne A. Mack
La consejería bíblica existe para resolver los problemas de la gente. Tiene por fin descubrir las causas de sus problemas y aplicar principios bíblicos a las mismas. Algunas veces, sin embargo, aun consejeros bien intencionados se equivocan por aconsejar sin haber cultivado el elemento clave en el proceso: involucramiento1.
Considere la técnica del consejero que se describe en [El manual del consejero cristiano], de Jay Adams:
Clara viene a usted diciéndole que ha iniciado los trámites de divorcio en base a la crueldad mental y corporal.
Viene a la tercera sesión y comienza diciendo: «Traté de traerlo, pero tenía otras cosas que hacer. Por supuesto, usted ya sabe cuáles son esas otras cosas, porque se las he mencionado todas».
«No deseo oír tales acusaciones a espaldas de Marty», contesta usted, «esta continua hostilidad hacia él, aunque dice que lo perdonó, parece indicar que usted ha hecho poco o nada por enterrar el asunto y comenzar de nuevo. Creo que usted no entiende lo que es perdonar. Usted…»
«¿Perdonarlo? Usted sabe que hay un límite. Después que me golpeó, e inclusive después de haberse bebido nuestro dinero quizás; pero cuando llegué a casa y lo encontré en mi cama con esa mujer… ¡es imposible que entierre eso! Él es sólo un cerdo inmaduro, inmoral y brutal», afirma Clara.
Usted le dice que tendrá que cambiar su lenguaje acerca de su esposo; que usted está allí para ayudar pero no para socorrer su actitud de autojusticia ni para oír sus siempre crecientes acusaciones en contra de su esposo.
«¿Por qué se pone de parte de él? Yo soy la que pertenece a esta iglesia», dice Clara y rompe a llorar2.
¿Por qué esta entrevista cayó en una situación casi sin esperanza cuando apenas había comenzado? Aunque tal vez la mayor parte de lo que dijo el consejero era verdad, la sesión se agrió porque usó lo que yo llamo el método del mecánico de autos.
Cuando alguien deja un auto para un arreglo, el mecánico toma el manual, somete el auto a varias pruebas para determinar su problema y lo repara de acuerdo con el manual. Me temo que algunos consejeros actúan de esa manera. Sólo están interesados en averiguar cuál es el problema y lo que el libro dice acerca de él. Luego, inmediatamente tratan de solucionar el problema sin mayor interés por su relación con el aconsejado3.
Este método de consejería no sirve porque trata al aconsejado como si fuera un mecanismo; en cambio, el consejero bíblico procura ayudar a la persona en su totalidad. Esto no quiere decir, por supuesto, que debe ponerse el énfasis en la persona hasta el extremo de que sus problemas no sean considerados. Un cuidado e interés genuinos por el individuo deben movernos a tratar con él y con sus problemas. Lo que queremos decir es que los consejeros no deben permitir que su actuación sea orientada exclusivamente hacia los problemas. Más bien deberían orientarse hacia la persona total. De esta manera, el tratamiento de los problemas que fluyan de este énfasis, será establecido en su contexto adecuado.
El consejero de Clara fracasó porque su método estaba excesivamente orientado hacia el problema. Aparentemente hizo muy poco por establecer una integración con su aconsejada. No intentó desarrollar una relación fluida que asegurara el interés de ella. Debió haber tomado tiempo para escucharla y simpatizar con el dolor que estaba experimentando; en cambio, de un salto la puso ante su pecado4. Casi inmediatamente ella lo vio como un enemigo u oponente más que como un aliado. Y tan pronto vio a su consejero de esta manera, ya todos sus consejos tenían poca significación para ella. No importa cuán verdaderas y apropiadas a su situación pudieran ser sus palabras, ella las hubiera rechazado.
Proverbios 27.6, dice: «Fieles son las heridas del que ama» y «el ungüento y el perfume alegran el corazón, y el cordial consejo del amigo, al hombre» (v. 9, énfasis agregado). Somos más receptivos al consejo de alguien que sabemos está con y por nosotros. Ellos pueden hablamos con franqueza acerca de nuestros defectos y, aunque nos molestemos temporalmente, pronto entenderemos que sólo han estado tratando de ayudamos porque tienen interés en nosotros. En cambio, si alguien a quien sentimos como un extraño o enemigo viene a criticarnos, nuestra tendencia es ponemos a la defensiva y sospechar de sus motivaciones.
En consejería, como en cualquier otra relación, debemos recordar que el grado de nuestro impacto o influencia sobre la vida de las personas está generalmente en relación con cómo nos perciben. Es por esto que el involucramiento es tan importante en el proceso de consejería. Usualmente resulta efectivo sólo cuando se ha establecido un nivel aceptable de identificación5.
Con esto en mente, permítasenos considerar tres modos en que podemos desarrollar involucramiento o identificación con los aconsejados. La relación que facilite la consejería debe ser edificada sobre la base de la compasión, el respeto y la sinceridad.
INVOLUCRAMIENTO A TRAVÉS DE LA COMPASIÓN
La identificación se establece cuando la persona sabe que sinceramente nos interesamos por ella.
Dos ejemplos notables de identificación
Jesús. Sin lugar a dudas, el más grande consejero de todos los tiempos ha sido nuestro Señor Jesucristo. Isaías 9.6 nos dice: «Y se llamará su nombre Admirable, Consejero» y que sobre Él reposaría «espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder» (11.2). Una de las claves del éxito de Jesús como consejero fue su intensa compasión por hombres y mujeres, la que salta a la vista a través de los relatos de su vida y su ministerio. El libro de Mateo 9.36 nos dice que «Al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor». Jesús sufría al ver las multitudes necesitadas. Sentía y tenía cuidado por ellas. Todos sus intentos de ayudar a resolver sus necesidades estaban impregnados de su compasión (Mt 9.35, 37-38). Lejos de ser un consejero tipo mecánico de autos, de corazón frío, que encara los problemas y trata a la gente como números estadísticos, Jesús era motivado por la compasión por los demás.
Marcos 3.1-5 dice que cuando Jesús vio en la sinagoga a un hombre con la mano seca, miró a los fariseos con enojo y tristeza por la dureza de sus corazones. Mostró compasión por el hombre sanándole de su mal.
Un joven rico vino un día a Jesús buscando vida eterna, pero se volvió sin ella porque estaba muy apegado a sus riquezas. Marcos 10.21 dice que Jesús, «mirándole, le amó». Aun cuando tuvo que decir a alguien algo que no le gustaba, Jesús lo hizo con compasión.
Un día caminaba con sus discípulos cuando, de pronto, se encontró con un cortejo fúnebre (Lc 7.11-15). Había muerto el único hijo de una viuda y Jesús se detuvo para consolarla: «y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: No llores». Luego resucitó a su hijo.
La compasión arrancó a Jesús ágrimas de dolor y tristeza. Lucas 19.41 registra que lloró sobre Jerusalén cuando predijo el próximo juicio que Dios traería sobre ella. En Jn 11.33-35, cuando vio el intenso dolor de Marta por la muerte de Lázaro, «se estremeció en espíritu y se conmovió […] y lloró». Marta, y cuantos otros con quienes Jesús tuvo contacto durante su ministerio, supieron cuánto interés tenía Él por ellos. Esta fue una de las cualidades que hizo de Él un Consejero Admirable. No se dedicó a observar los problemas y dispensar trivialidades, ejemplificó la compasión que todo consejero necesita.
Pablo. Otro consejero compasivo fue el apóstol Pablo. Muchos creen que sólo fue un decidido defensor de la fe y un teólogo brillante pero no entienden que fue un hombre compasivo que se preocupaba profundamente por la gente. En Hechos 20.31 recuerda a los ancianos de Éfeso: «Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con ágrimas a cada uno». El vocablo griego «amonestar» puede también ser traducido como «aconsejar» y con más frecuencia significa «corregir o advertir». Aun cuando tenía que reprenderles por su pecado, sus ágrimas mostraban su corazó cuidadoso y amante.
El amor de Pablo por sus compatriotas judíos se muestra asimismo en Romanos 9.1-3. Allí dice: «Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne». ¡Pablo estaba dispuesto a ser quemado en el infierno si con ello salvara a otros judíos! Seguramente usted y yo tenemos un largo camino que recorrer antes que podamos mostrar semejante clase de compasión.
En 2 Corintios 2.4, Pablo hace referencia a una carta de fuerte amonestación que había tenido que enviar antes a la iglesia: «Porque por la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí con muchas lágrimas, no para que fueseis contristados, sino para que supieseis cuán grande es el amor que os tengo». Más adelante, luego de hablar de «la diaria preocupación » que se agolpaba sobre él por las iglesias, dice: «¿Quién enferma y yo no enfermo? ¿A quién se hace tropezar y yo no me indigno?» (2 Co 11.28-29). Pablo se identificaba a tal punto con los problemas y debilidades de sus «aconsejados» que parecía que él mismo los sufría.
La iglesia en Tesalónica recibió una especialmente conmovedora expresión del amor de Pablo por ella: «Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos» (1 Ts 2.7-8).
Pablo se preocupaba por la gente y ésta lo sabía. Su corazón fue «ensanchado» por ella (2 Co 6.11). Esta es la razón por la que pudo ser tan estricto en señalarles sus defectos sin alienarlos. Si hemos de ser consejeros eficientes, debemos tener esta misma clase de compasión.
Cómo desarrollar una genuina compasión
Tal vez usted se está preguntando si tiene la clase de compasión que tuvieron Jesús y Pablo o cómo hacer para desarrollarla. Gracias al Señor, la Biblia no se reduce simplemente a darnos esos ejemplos, sino que nos dice cómo emularlos. Las siguientes sugerencias acerca de cómo desarrollar compasión por otros son tomadas de las Escrituras:
Piense cómo se sentiría si estuviera usted en el lugar del aconsejado. Muchos pasajes referidos a la compasión de Jesús, dicen primero que Él «vio» a la gente o que «miró sobre ella». Por ejemplo, Mateo 9.36, dice: «y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas» (énfasis agregado). Y el relato del dolor de la viuda declara: «y cuando el Señor la vio, tuvo compasión de ella» (Lc 7.13)6. Estos versículos indican que Jesús miro atentamente a otros que experimentaban dificultades; se colocaba en su lugar y procuraba sentir lo que ellos sentían. Su compasión surgía de su simpatía. Hebreos 4.15 nos dice que actualmente «tenemos en los cielos a alguien que puede compadecerse de nuestras debilidades».
Volvamos al caso de Clara. Ella concluyó rápidamente que su consejero no simpatizaba con ella. Todo lo que sintió de parte de él fue condenación. Él debió escuchar sus quejas y preocupaciones antes de tratar de entender sus sentimientos. Antes de responder, debió preguntarse a sí mismo: «¿Cómo me caería a mí si viniera a casa para encontrarme con una esposa que se ha gastado todo nuestro dinero en alcohol? ¿Cómo me sentiría con una esposa que me insulta, me araña y me arroja cosas? ¿Qué tal sería tener una esposa a la que no le importara lo que pienso ni lo que digo? ¿Cómo me caería llegar a casa y encontrar a mi esposa en mi cama con otro? ¿Cómo me sentiría? ¿Qué emociones expe.
Es aquí donde el proceso de consejería debe comenzar. Y aunque el problema del pecado debe ser considerado y resuelto, en muchos casos la consejería será estéril hasta que el consejero no demuestre al aconsejado la compasión de Cristo mediante una identificación con sus luchas.
Piense en el aconsejado como un miembro de su familia. Pablo, en 1 Timoteo 5.1-2, dice: «No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza». Cuando aconsejo, deliberadamente procuro pensar cómo trataría a uno de mis familiares más cercanos. Me pregunto, ¿cómo les hablaría? ¿Cómo actuaría si el que está sentado al otro lado del escritorio fuera mi padre, mi madre, mi hermano o hermana? En realidad, nuestros aconsejados son nuestros hermanos y hermanas espirituales y nuestro Padre celestial demanda que los tratemos como tales.
Piense en su propia pecaminosidad. Gálatas 6.1 instruye y recomienda a los consejeros: «Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándose a ti...

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