Winston Churchill su liderazgo
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Winston Churchill su liderazgo

Mario Escobar

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Winston Churchill su liderazgo

Mario Escobar

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Churchill nos enseña con su liderazgo que nunca debemostirar la toalla, que el triunfo siempre llega para el que persevera, que la sinceridad y la honradez puede llevarnos más lejos que la mentira y la hipocresía. Su vida asumió esta constante de firmeza, desde su papel de aventurero y corresponsal en el The Daily Graphic, cubriendo las guerras de Cuba, los Bóers y Sudán, hasta su primer cargo como Primer Lord del Almirantazgo, como soldado en el Cuarto de Húsares o parlamentario conservador en el Parlamento, como primer ministro o escritor. En definitiva un hombre capaz de triunfar en todo lo que se proponía.

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Information

Jahr
2012
ISBN
9781602556508
9781602556492_INT_0157_001
Capítulo VIII

ENFRENTARSE
A LOS PROBLEMAS
¿Quién dijo que ser un líder fuera fácil?
Winston Churchill llegó al cargo de primer ministro en uno de los momentos más difíciles de la historia de Gran Bretaña. Podemos afirmar que las Islas Británicas no habían sufrido una amenaza tan real desde el intento de invasión en el siglo XVI por Felipe II. Ni las guerras napoleónicas, ni las diferentes guerras coloniales, ni siquiera la Gran Guerra, habían supuesto un peligro letal para los británicos.
Cuando Churchill asumió el mando, muchos creían en la victoria, otros se conformaban con una guerra corta, aunque eso supusiera una paz negociada, pero muy pocos pensaban que la guerra se alargaría casi cinco años y pondría al mundo al borde del desastre.
Aquella primavera de 1940 fue extraña. Los británicos vivían en estado de excepción, pero después de casi un año de guerra, parecía que todo seguía igual. La economía no había terminado de recuperarse, pero el problema del paro y del nulo crecimiento llevaba enquistado en Gran Bretaña más de una década. La gente podía viajar sin problemas por el país, muy pocos productos estaban racionados y, a excepción de unos pocos miles de hombres, el ejército británico había permanecido a la expectativa.
Churchill se encontraba a un pueblo inquieto, aunque confiado, que había sido capaz en otras ocasiones de enfrentarse a sus enemigos, pero que llevaba veinte años siendo anestesiado para una paz imposible. Nadie había recibido con entusiasmo la guerra, a diferencia de las grandes celebraciones que recorrieron la Europa de 1914. Los únicos que parecían entusiasmados con luchar eran los alemanes, el resto de los pueblos lo hacían de mala gana y ante el inevitable empuje germano.
El primer ministro tendría que bregar con un ejército pequeño, mal organizado, que apenas se había modernizado en los últimos diez años. Los aliados de Gran Bretaña estaban en una situación similar. Poblaciones desmotivadas, ejércitos obsoletos y líderes mediocres que no querían afrontar sus responsabilidades.
Winston era consciente de que su primer deber era sacar a la población de esa apatía complaciente, de esa indiferencia que podía llevar al imperio al caos. Él era la primera vez que asumía un cargo de tanta responsabilidad, pero había servido con media docena de primeros ministros de diferentes ideologías y sabía lo que el puesto implicaba. Además había sido ministro de guerra, de armamento, comercio, hacienda, Primer Lord del Almirantazgo en tres ocasiones y había ocupado diferentes cargos organizativos bajo varios gobiernos.
El ascenso al poder había sido tan rápido que el propio primer ministro tenía que asimilarlo. No se habían producido unas elecciones, tampoco se había convertido en el líder de su partido, ni siquiera la monarquía ni la oligarquía del país deseaban que asumiera ese cargo, pero eso no iba a amedrentar a un hombre como Churchill.
Tras su nombramiento, recibió numerosas felicitaciones, aunque no tardaron también en lloverle las críticas. Después de dos días de impasse, muchos pensaban que la guerra no podía esperar y que el nuevo primer ministro debía formar gobierno lo antes posible.
EL PRIMER GOBIERNO
Tras su nombramiento, Churchill de dirigió al Parlamento. La sesión era a las 2:30 del lunes 13 de mayo, día de Pentecostés. Cuando Chamberlain y él entraron en la cámara, los conservadores aplaudieron al primero, pero apenas hicieron caso al segundo.
Churchill tomó la palabra y dio uno de los discursos más memorables de la historia:
Solicito que se proponga lo siguiente:
Que esta cámara está de acuerdo con la formación de un gobierno que manifieste la decisión unánime e inflexible de la nación de emprender la guerra contra Alemania, hasta llegar a una conclusión victoriosa.
El viernes pasado, por la noche, recibí el encargo de Su Majestad de formar una nueva administración. Era el deseo y la voluntad evidente del Parlamento y la nación que se concibiera sobre la base más amplia posible y que incluyera a todos los partidos, tanto a los que apoyaba el último gobierno como también los partidos de la oposición. He concluido la parte más importante de esta tarea. Se ha constituido un gabinete de guerra, compuesto por cinco miembros que representan, junto con los liberales de la oposición, la unidad nacional. Los líderes de los tres partidos han aceptado participar, ya sea en el gabinete de guerra o en un alto cargo en el ejecutivo. Ya se han cubierto las tres armas. Era necesario hacerlo en un solo día, debido a la extrema urgencia y gravedad de los acontecimientos [...]
En esta crisis, espero que me disculpen si hoy no prolongo demasiado mi discurso en la cámara. Espero que cualquiera de mis amigos y colegas, que se vean afectados por la reconstrucción política, sean indulgentes, muy indulgentes, con cualquier falta de ceremonia con la que haya sido necesario actuar. Diría a la cámara, como dije a los que se han incorporado a este gobierno: no tengo nada que ofrecer, excepto sangre, sudor, lágrimas y fatiga.
Tenemos ante nosotros una dura prueba, de las más dolorosas. Nos esperan muchos, muchísimos meses de combates y sufrimientos. Me preguntan: ¿Cuál es nuestra política? Y yo les digo: Combatir por mar, por tierra y por aire, con toda nuestra voluntad y con toda la fuerza que nos dé Dios; combatir contra una tiranía monstruosa, jamás superada en el catálogo oscuro y lamentable de crímenes humanos. Esa es nuestra política. Me preguntan: ¿Cuál es nuestro objetivo? Puedo responder con una sola palabra: La victoria, la victoria a toda costa, la victoria a pesar del terror; la victoria, por largo y difícil que sea el camino, porque sin la victoria no hay supervivencia. Fíjense bien: no sobreviviría el Imperio Británico; no sobreviviría todo lo que el Imperio Británico representa, no sobrevivirían los impulsos de los siglos, que hacen que la humanidad avance hacia su objetivo. Pero asumo mi misión con optimismo y esperanza. Estoy seguro de que nuestra causa no puede fallar entre los hombres. En este momento, siento que tengo derecho a reclamar la ayuda de todos y digo: Vengan pues, avancemos juntos, aunando nuestra fuerza.1

La fuerza del discurso, más de setenta años más tarde, sigue poniendo la piel de gallina. El inquebrantable arrojo de un hombre que es capaz de mover la voluntad de todo un pueblo.
Sus contemporáneos reconocieron el ímpetu y habilidad del primer ministro para unir a todos en el esfuerzo común frente a sus enemigos. Pero también su discurso es un mensaje claro de que no aceptará un acuerdo ni la rendición, de que luchará hasta el final y hasta las últimas consecuencias.
Cuando Churchill salió de la sala había conseguido el respeto de la Cámara de los Comunes, muchos tenían sus dudas, pero al menos le darían una oportunidad.
Churchill consideraba que estaba preparado para su misión. En su libro sobre la Segunda Guerra Mundial nos relata:
Cuando me acosté, hacia las tres de la mañana, era consciente de que experimentaba una profunda sensación de alivio. Al fin tenía autoridad para dar instrucciones en toda la escena. Me sentía como si hubiera andado con el destino y que toda mi vida pasada no había sido sino una preparación para esta hora y para esta prueba... Estaba seguro de que no fracasaría. Por lo tanto, aunque esperaba impaciente que llegara la mañana, dormí profundamente y no tuve necesidad de sueños alentadores.2
Después de su presentación en sociedad, Churchill tuvo que afrontar la cruda realidad. Los ejércitos alemanes vencían en todo el frente, mientras sus tropas y las francesas no hacían más que retroceder.
La euforia del primer momento fue moderándose. El día 27 de mayo Colville declaraba que el primer ministro estaba con semblante triste y preocupado. Churchill siempre remediaba sus momentos de depresión con la acción, era incapaz de quedarse parado. Dictaba notas, daba instrucciones y esperaba que se llevaran a cabo. Eso le estimulaba y le hacía sentirse fuerte.
Una de las cosas que no podía evitar eran sus cambios de humor. Un carácter tan fuerte, bajo tanta presión, era fácil que estallara. Su mujer, que conocía su tendencia a la ira le escribió:
Amado mío:
Espero que me perdones si te digo algo que creo deberías saber. Uno de los hombres de tu entorno (un amigo devoto) ha acudido a mí y me ha dicho que existe el peligro de que en general no gustes a tus colegas y subordinados, debido a tu áspera actitud sarcástica y autoritaria. Al parecer, tus secretarios particulares han acordado comportarse como escolares y aceptar lo que les cae y luego esperar en tu presencia encogiéndose de hombros. Muchas veces, si se sugiere una idea (por ejemplo, en una conferencia), se supone que eres tan desdeñoso que no aceptas ninguna otra, ni buena ni mala. Eso me asombró y preocupó, porque en todos estos años he estado acostumbrada a que todos los que han trabajado contigo y a tus órdenes te quisieran. Lo dije y él me dijo: sin duda es la tensión.
Mi querido Winston, debo confesar que he observado un deterioro en tu actitud; no eres tan amable como solías ser...
No soporto que los que sirven al país y a ti mismo no te amen o no te admiren y respeten. Además, no obtendrás los mejores resultados con la irascibilidad y la rudeza...3

El cambio de personalidad en Churchill debió de ser muy fuerte, para que su esposa se decidiera a escribirle. La presión es uno de los problemas del liderazgo. La responsabilidad, por muy hábil que sea el líder, puede llegar a lastrar un buen liderazgo. Por ello es normal que muchos líderes pierdan la confianza de sus ayudantes, cuando estos comprueban que son meras herramientas en manos de sus jefes.
No sabemos el impacto de la carta de Clementine, pero debió de causar efecto, ya que la mayoría de los que colaboraron directamente con Churchill durante la guerra acabaron apreciándole.
LA BATALLA DE FRANCIA
Las noticias que llegaban del frente occidental no podían ser peores. El jefe del gobierno francés no ocultaba su inquietud en una conversación dirigida a Churchill y transcrita en una nota:
El señor Reynaud al parecer se hallaba muy excitado. Dijo que el contraataque de anoche contra los alemanes, que habían irrumpido por el sur de Sedán, había fracasado y que la carretera de París estaba abierta y la batalla, perdida. Incluso habló de abandonar la lucha.4
¿Qué había sucedido para que uno de los ejércitos mejores del mundo estuviera retrocediendo sin apenas oponer resistencia?
Hitler una vez más había hecho trampas. Para evitar la parte más reforzada de defensa de la Línea Maginot, había invadido sin previo aviso a tres países neutrales: Holanda, Bélgica y Luxemburgo.
No era descabellado que Hitler intentara invadir Francia por su flanco más débil y desprotegido, pero eso no era el único problema. El ejército británico y el francés tenían una actitud defensiva y pensaban, que al igual que en la Primera Guerra Mundial, las batallas serían tácticas y estáticas, pero Hitler se apoyaba en sus divisiones de tanques para avanzar rápidamente. El apoyo de la aviación alemana, muy superior a la aliada, terminaba de machacar a las debilitadas y aturdidas fuerzas francesas y británicas.
A pesar de la igualdad de fuerzas entre los alemanes y los aliados, las armas y la estrategia de los primeros eran claramente superiores. Churchill había advertido eso durante casi una década; por el lado francés, un desconocido general llamado De Gaulle también había avisado en su libro sobre la guerra moderna de la importancia de los carros de co...

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