Los orígenes de la Nueva Era
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César Vidal

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César Vidal

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César Vidal desenmascara las doctrinas ocultas del movimiento de laNueva Era en esta obra bien documentada.
La Nueva Era no es un movimiento aparecido de la nada en elsiglo veinte. Su ideología y práctica se originan en la Gnosis. Durante el sigloprimero A.D. se asistió a unvigoroso crecimiento de esta filosofía que manifestaba la pretensiónde guardar en su seno el mensaje auténtico de Jesús. Frente a él se alzó unconjunto de personajes que veían a la Gnosis como una perversión del mensajecristiano y a su "Cristo" como "otro Cristo", radicalmentedistinto del histórico. Para ellos, la Gnosis era un enemigo peligroso quedebía ser abatido.

Partiendo de los documentos históricos, Los orígenes de la Nueva Era relata lapugna colosal en la que se enfrentaron dos cosmovisiones diametralmente opuestas, la neotestamentaria y la gnóstica.Las consecuencias de esta pugna resultan visibles, incluso en nuestros días, enel desarrollo e ideología de la Nueva Era.

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Information

Jahr
2009
ISBN
9781418562748
SEGUNDA PARTE

EL ENFRENTAMIENTO
CON LA GNOSIS
CAPÍTULO 4

SIMÓN EL MAGO Y LA GNOSIS SAMARITANA
(c. 33 d.C.)
El encuentro con Simón el mago
Si durante sus primeros años de existencia el cristianismo no se vio confrontado con la gnosis, bastó que trascendiera de los límites geográficos de Israel para verse frente a la misma. Como ya indicamos en el capítulo anterior, el linchamiento de Esteban (Hechos 7) provocó una dispersión de los judeocristianos de Jerusalén que, al menos en algunos casos, juzgaron incluso más prudente abandonar el territorio de Israel y encaminarse a la diáspora (Hechos 11.19ss). Entre los exiliados se hallaba un tal Felipe que se dirigió a la zona conocida como Samaria (Hechos 8.4s). Dado que los samaritanos mantenían unas muy tensas relaciones con los judíos desde hacía varios siglos, este gesto hace pensar en lo poco segura que debió juzgar Felipe su permanencia en Judea. Puesto a escoger entre los enemigos seculares de los judíos o sus autoridades religiosas, al menos de momento, optó por los primeros.
Los samaritanos esperaban por aquella época la llegada de un personaje de características mesiánicas al que denominaban Taheb y la predicación de Felipe en relación con un Mesías llamado Jesús despertó un eco comprensible.1 Un aspecto que, según las fuentes, influyó en la recepción del mensaje fue el que, al igual que los demás judeocristianos, Felipe ligaba a la expansión de su mensaje la práctica de las curaciones taumatúrgicas y de la expulsión de demonios. Este tipo de fenómenos ha solido despertar el escepticismo de los autores posteriores a la Ilustración del siglo XVIII. Pero hoy día es muy discutible que, desde una perspectiva meramente histórica, pueda negarse la veracidad sustancial de los mismos, tanto en el seno del cristianismo como en el de ciertos cultos paganos de orientación terapéutica.2 Precisamente en este contexto se produjo el primer contacto del cristianismo con la gnosis en la persona de un predicador samaritano llamado Simón. Según la fuente lucana:
Pero había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por algún grande. A éste oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Este es el gran poder de Dios. Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo.
(Hechos 8.9-11)
Lucas no da muchos datos acerca de Simón, pero sí nos indica que su predicación en Samaria era anterior cronológicamente al cristianismo, que disfrutaba de un buena posición entre la población y que esta (y sin duda Simón no lo desmentía) lo consideraba el gran poder de Dios. La llegada de Felipe iba a provocar, sin embargo, un cambio en la situación:
Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito.
(Hechos 8.12-13)
Ante una predicación que con mucha probabilidad resultaba más sólida y cercana que la de Simón y a la vista de un conjunto de actos que superaban también los de este, la población optó por escuchar a Felipe y unirse al grupo que representaba y dejar a un lado la gnosis como algo de mucho menos valor ideológico y práctico. El impacto producido por Felipe tuvo que ser muy considerable, porque el mismo Simón decidió apegarse a él y aprender lo más posible de sus actos. Sus propósitos, como tendremos ocasión de ver, no eran otros que los de hacerse con el poder espiritual que veía en Felipe.
Al poco de iniciado el ministerio de Felipe en Samaria, las autoridades judeocristianas de Jerusalén decidieron enviar a alguien para comprobar lo que se derivaba de aquella evangelización (Hechos 8.14). La elección recayó sobre Pedro y Juan, dos de los doce, que se desplazaron a Samaria y procedieron a imponer las manos a los recién convertidos para que recibieran el Espíritu Santo, algo que aún no había tenido lugar.
La expresión «recibían el Espíritu Santo» hace referencia en todo el libro de Hechos a una experiencia pneumática específica relacionada, ocasionalmente, con el hecho conocido como hablar en lenguas o glosolalia. La imposición de manos aparece conectada con la aparición en el creyente de un estado de plenitud espiritual que tenía como característica el hecho de que este comenzara a hablar en lenguas diferentes en ese momento, a la vez que experimentaba un claro estímulo.3 Con el tiempo, este fenómeno (que cuenta con paralelos en otros movimientos religiosos) ocasionaría problemas a los misioneros cristianos que realizaban sus tareas evangelizadoras en territorio pagano. Es más, los mismos gnósticos iban a utilizarlo en el futuro. En aquellos momentos, sin embargo, resultaba novedoso y provocó en Simón el deseo de adquirir ese poder:
Los cuales [Pedro y Juan], habiendo venido, oraron por ellos [los samaritanos conversos] para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había venido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás. Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho venga sobre mí.
(Hechos 8.15-24)
El relato recogido por la fuente lucana cuenta con todos los visos de ser un trasunto fidedigno de lo acontecido con Simón. Este, que era un aprendiz de brujo, quedó sorprendido por el éxito y las manifestaciones pneumáticas que acompañaron a la predicación de Felipe. Tal reacción no es anormal, ya que incluso en fuentes hostiles al cristianismo, como es el caso del Talmud,4 se hace referencia a ese tipo de fenómenos en ciertos grupos judeocristianos y se prohíbe, por ejemplo, recurrir a los mismos para curar de una enfermedad.
Lógicamente, Simón aceptó lo que podía contemplar y decidió entrar en el grupo de cristianos sometiéndose al bautismo, algo que con mucha probabilidad interpretó como una ceremonia de iniciación. Como cualquier practicante de las ciencias ocultas, Simón deseaba aumentar su poder y creyó que podría hacerlo incorporándose al grupo reunido en torno a Felipe. Fue entonces cuando se produjo la llegada de Pedro y de Juan, enviados por los judeocristianos de Jerusalén para inspeccionar a la nueva comunidad. Asistir a un fenómeno de glosolalia, «recibir el Espíritu Santo» en el lenguaje lucano, provocó la emoción de Simón hasta un extremo aún mayor. Él deseaba contar con ese poder y estaba dispuesto a hacerse con el mismo, por mucho que tuviera que pagar.
Su razonamiento era lógico dentro de la dinámica de los movimientos dedicados a la práctica de la magia durante el siglo I d.C. e incluso lo sigue siendo en la actualidad. La persona entraba en el colectivo con la finalidad de obtener un poder y obviamente, ese poder (real o imaginario) solía ser objeto de un pago en favor de los más iniciados. La comercialización de los supuestos poderes mágicos entonces, como ahora, era común, y Simón sólo se ceñía a las convenciones sobreentendidas en este tipo de casos. Pero aquí fue donde chocó con la visión propia de Pedro y de los judeocristianos. Recibir el Espíritu Santo era, desde el punto de vista de estos, algo que derivaba de la voluntad gratuita de Dios y que no podía comunicarse mediante precio. La idea de que podía sembrarse en dinero para recoger una cosecha espiritual podía encajar en la mente ocultista de Simón, pero repugnaba al apóstol Pedro.
Tal orientación proviene, sin duda, de la propia enseñanza de Jesús que prohibía aceptar dinero por este tipo de prácticas curativas (Mateo 10.8). Sin embargo, chocaba frontalmente con lo habitual en los grupos o personas dedicados a la magia, entre los que se puede encuadrar a los seguidores de la gnosis. Eso explica la áspera reacción de Pedro que además parece haber diseccionado psicológicamente la personalidad de Simón al que describió como alguien llevado por el rencor, la ceguera y la maldad. Según Pedro, la única salida de Simón era arrepentirse de sus propósitos y pedir perdón a Dios por ellos. Con todo, no parece que Simón captara a cabalidad la advertencia de Pedro. Su petición del versículo 24, en el sentido de que fueran otros los que oraran en su favor, permite sospechar que deseaba evitar el mal mediante el concurso de los que poseían más poderes que él, algo una vez más comprensible desde la óptica del mago, pero incompatible con el cristianismo.
La fuente lucana no vuelve a mencionar a Simón, pero lo que pudo ser su trayectoria posterior es algo de lo que nos informan otros autores cristianos primitivos como Justino e Ireneo.
Simón el mago y Helena
Justino5 confirma la existencia de un samaritano llamado Simón que procedía de una población conocida como Guitton. La información que nos proporciona Justino se refiere ya a una actuación de este maestro gnóstico que se produjo, hechos sobrenaturales incluidos, durante el reinado de Claudio (41–54 d.C.), es decir, después del choque entre aquel y Pedro. De acuerdo con los datos proporcionados por Justino, Simón continuaba practicando la magia y presentándose como el mismo Dios. Justino no niega que Simón realizara milagros, por el contrario, lo afirma, pero atribuye tal hecho a que en el gnóstico operaban demonios. Pero lo más interesante es que nos habla de una acompañante del gnóstico y de cómo este contó con algún discípulo que siguió sus huellas.
Durante el reinado de Claudio, Simón se hacía acompañar por una tal Helena a la que presentaba como el primer pensamiento nacido de él mismo. La mencionada mujer había sido antes prostituta, pero contrariamente a lo que pudiera pensarse, aquella circunstancia había dado un relieve mayor al pensamiento simonista. Helena era presentada como la dimensión femenina de la divinidad que había caído al mundo de la materia. En tan terrible entorno, se había visto obligada a la prostitución antes de ser rescatada por Simón de su estado perdido, algo que cuenta con paralelos con algunos de los textos de Nag Hammadi.6 La prostituta Helena se había visto así convertida en Ennoia o el primer pensamiento del padre, así como en la parte femenina del andrógino Principio Primero. En cuanto a Simón, ya había desarrollado un sistema de gnosis que contaría con seguidores en las décadas posteriores.
Ireneo7 recoge un relato más detallado de la gnosis simonista. Del mismo parece desprenderse que lo que había sido posiblemente un culto gnóstico de origen probablemente samaritano se había articulado en un sistema más desarrollado tras su encuentro con el cristianismo. De acuerdo con la enseñanza de Simón, el Dios preexistente había emitido un pensamiento, la Primera Ennoia, la Madre de Todo, a través de la cual había planeado, desde el principio, la creación de ángeles y arcángeles. Este Pensamiento había descendido para generar los poderes creativos del mundo. Pero tras crear a los ángeles y arcángeles, estos habían sentido envidia y habían apresado a Ennoia, encerrándola en un cuerpo humano. Viajando a lo largo de los siglos de un cuerpo femenino a otro, incluyendo el de Helena de Troya, Ennoia no había dejado de experimentar sufrimientos, hasta ir a parar a un prostíbulo situado en Tiro, Fenicia. Cuando se hallaba en ese estado, el Dios preexistente, Simón el gnóstico, había descendido para salvar a Ennoia. Simón era así el Salvador y Redentor universal que previamente había aparecido como Jesús (un Jesús que no había sufrido realmente) y ahora se revelaba como Simón. Cualquiera que creyera en él podía salvarse de un mundo que iba camino de la destrucción. A partir de entonces, el iniciado en la gnosis era libre para actuar como deseara ya que no estaba sujeto a ningún tipo de norma moral.
Nunca sabremos qué pudo pasar por la mente de Helena, convertida de ramera en primer pensamiento divino. Quizá era sólo una pobre mujer que, a la vista de las dotes mágicas de Simón, creyó lo que este le decía y se prestó a seguirlo en sus viajes. Quizá fue una prostituta avispada que decidió aprovechar la capacidad de seducción de masas de su nuevo acompañante. Fuera como fuese, lo cierto es que su persona pasó a formar parte de un sistema gnóstico llamado a perpetuarse durante siglos.
En cuanto a Simón, resultó un precedente de la actitud que los gnósticos mostrarían hacia los primeros cristianos. Por un lado, les resultaban atrayentes los fenómenos pneumáticos que se producían en las comunidades cristianas. Por otro, la teología cristiana les parecía inaceptable (especialmente la referencia a un Jesús que hubiera sufrido y muerto). Finalmente, optaban por crear a cambio un Jesús en nada parecido al histórico e incorporarlo a su sistema de pensamiento, aunque siempre en una posición subordinada a la del fundador de cada grupo gnóstico. Dios se había manifestado en Jesús, que no había sufrido y muerto, pero ahora se manifestaba de manera más evidente en Simón.
Simón el mago y sus seguidores
El final de la vida de Simón el gnóstico es algo que se pierde claramente en la leyenda. ...

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