Los perales tienen la flor blanca
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Los perales tienen la flor blanca

Gerbrand Bakker, Llorenç Pons, Maria Rosich

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  1. 160 páginas
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Los perales tienen la flor blanca

Gerbrand Bakker, Llorenç Pons, Maria Rosich

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Información del libro

Los gemelos Klaas y Kees y su hermano menor Gerson juegan a menudo a "Negro", cuya principal regla es no abrir los ojos.Un día Gerson, en un accidente de coche, pierde la visión y se verá obligado a jugar a "Negro" el resto de su vida.¿Será Gerson capaz de adaptarse a su nueva vida con la ayuda de su perro? La vida también ha cambiado considerablemente para su padre y sus hermanos. Pero lo que nunca va a cambiar es la calidez de la familia. Esta conmovedora historia es contada a través de tres perspectivas diferentes, la de los gemelos, Gerson y el perro.Del ganador del Premio Llibreter 2012, Premio IMPAC 2010 y del Independent ForeignFiction Prize 2013

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Información

Año
2015
ISBN
9788494385483
Categoría
Literatura

Lamer

—Todo es culpa mía. El otro coche venía de la derecha, tenía prioridad. Debería haber frenado.
—Cállate, papá, imagínate que Gerson pueda oírte. ¿Crees que tiene ganas de saber estas cosas?
—Gerson está en coma, no oye nada de nada.
—Harald dice que algunas personas que están en coma pueden oír cosas.
—Vaya tontería. Qué sabrá el Harald ese, si no es más que un enfermero. Vosotros veis, igual que yo, que Gerson está muy lejos de aquí. Y fue culpa mía, no estaba prestando atención y por eso ahora está en esta cama y tal vez no volverá a despertarse.
—Más vale que te vayas, esto no es bueno para Gerson.
—¿Tú también ahora? ¿Es que os habéis puesto de acuerdo? ¿Tú también piensas que Gerson puede oírnos?
—Sí —dijo Kees—. Sí, sí que lo pienso.
Gerard nos miró y después centró la atención en Harald, que en aquel momento entraba en la habitación.
—Y bueno, ¿cómo está? —preguntó, como si ya hubiese mantenido una larga conversación con él.
—Bien, teniendo en cuenta las circunstancias —respondió Harald.
—Bien, teniendo en cuenta las circunstancias —repitió Gerard—. ¿Y se puede saber qué significa eso?
—No tenemos la sensación de que el coma sea más profundo que antes. Obtiene suficiente alimento a través de la sonda nasal, sus funciones vitales son buenas, y las heridas se están curando rápidamente. Sólo que no se despierta. Es el único problemilla.
—Problemilla —dijo Gerard—. Problemilla. Ahí está mi hijo, sin bazo y sin ojos. En coma. A los trece años. Más vale que te guardes los problemillas para ti.
—Lo siento —dijo Harald—. No pretendía ofenderle.
Esta vez había hablado de usted a Gerard. No nos sorprendió. Un par de días atrás, había tuteado a un niño; ahora tenía que tratar de usted a un hombre enfadado.

—¿Tienes algo contra Harald? —preguntó Klaas cuando estábamos de camino a casa en el coche grande de color azul oscuro que nos había dejado el taller.
—Harald, Harald —dijo Gerard—. ¿Qué me importa a mí ese Harald?
—Es quien cuida de Gerson —dijo Kees.
—Es un mal educado —dijo Gerard—. Mal educado y… algo más, ahora no me sale la palabra. Un engreído, o algo así. Se comporta como si Gerson fuese propiedad suya, como si pudiese hacer con él lo que le diese la gana.
—Pero es que es así, más o menos, ¿no? —dijo Klaas con cautela—. Harald sabe lo que hace.
—Nadie puede hacer lo que le dé la gana con Gerson. Nadie. Y yo soy su padre. Quiero que se me trate como a su padre cuando le visito. No quiero que nadie me mire mal porque no puedo estar con él todo el día. No puedo faltar al trabajo continuamente —Gerard agarraba el volante con tanta fuerza que sus nudillos se le pusieron blancos—. Y vosotros, ¿no deberíais volver a la escuela algún día de éstos?
—Es fin de semana —dijo Klaas.
—No me seas sabiondo —dijo Gerard.
—Yo tengo un brazo roto —dijo Kees.
—Pero puedes caminar y escuchar, ¿no? Y leer también.
—Soy diestro, no puedo escribir.
—A mí me duele mucho el cuello —dijo Klaas—. Todavía no estoy recuperado.
—Ya, ya.
El resto del viaje no volvió a abrir la boca. Llegamos a casa y Gerard aparcó el coche delante del cobertizo. Giró la llave de contacto y se quedó sentado un rato más, las dos manos en el volante, pero ya sin los nudillos blancos. Entonces dijo por tercera vez que era culpa suya.
Habían pasado seis días desde el final del coche y ya iba siendo hora de que Gerson saliese del coma.

—¿Tiene algo contra mí vuestro padre? —nos preguntó Harald a la mañana siguiente. Era la mañana del séptimo día después del accidente. Un domingo. Volvía a llevar en la oreja la crucecita plateada que ya conocíamos.
—No, qué va —dijo Kees.
—Sí —dijo Klaas—. Le pareces maleducado y engreído, y también que te crees que puedes hacer todo lo que te dé la gana.
Se puso colorado. Desde el cuello.
—Vaya —dijo—. No es mi intención. Quiero decir, no lo hago expresamente.
—No pasa nada —dijo Kees rápidamente—. Además, lo importante es Gerson.
—Y tú, ¿tienes algo contra Gerard? —preguntó Klaas.
—No —dijo Harald.
—Perfecto, pues todo aclarado —dijo Kees—. Menuda tontería, la verdad.
Se sentó en una silla al lado de la cama de Gerson. Había empezado el ritual de saludo. Le apretó suavemente la mano. La idea era que algún día Gerson le devolviese el gesto, pero ese momento todavía no había llegado. Después besó a Gerson en la boca; siempre lo hacíamos, al llegar y al irnos.
Dos días antes habíamos empezado a hacerle masajes en las piernas para estimular la circulación. Desde el día que Kees había extendido mejor la pomada, no nos habíamos ocupado más de los granitos: eran territorio de Harald. A veces atendíamos a Gerson los tres a la vez. Una pierna, un brazo y la barbilla. Y mientras tanto no dejábamos de hablar, charla que te charla sin parar. Sin embargo, Gerson seguía siendo el protagonista ausente de una obra de teatro.
—Gerard está enfadado —dijo Klaas, mientras hacía friegas a la pierna izquierda de Gerson—. Está enfadado consigo mismo, y creo que necesita a alguien en quien enfocar esa ira.
—Y ese alguien soy yo —dijo Harald, que estaba volviendo a enroscar el tapón del tubo de pomada—. Suele pasar. Cuando alguien sale del hospital cantando y bailando, todo el mundo está contento. Hasta recibo ramos de flores, a veces. Si las cosas van mal, o no van bien del todo, a veces también me las cargo yo. Así van las cosas.
Se levantó y se puso delante de la ventana. Igual que un par de días antes, miraba al exterior, hacia el bosque que había detrás del hospital. Volvería a decirnos algo dándonos la espalda.
—Ese perro vuestro… —empezó.
—Daan —dijo Klaas.
—Sí, Daan. Es de Gerson, ¿no?
—Daan es de todos —dijo Kees—, pero a Gerson es a quien más quiere.
—Tal vez sería buena idea traéroslo esta tarde. En realidad no se pueden traer perros al hospital, pero éste es un caso extraordinario, y como Gerson está solo en una habitación…
—¿Cree...

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