Los perales tienen la flor blanca
eBook - ePub

Los perales tienen la flor blanca

Gerbrand Bakker, Llorenç Pons, Maria Rosich

Partager le livre
  1. 160 pages
  2. Spanish
  3. ePUB (adapté aux mobiles)
  4. Disponible sur iOS et Android
eBook - ePub

Los perales tienen la flor blanca

Gerbrand Bakker, Llorenç Pons, Maria Rosich

DĂ©tails du livre
Aperçu du livre
Table des matiĂšres
Citations

À propos de ce livre

Los gemelos Klaas y Kees y su hermano menor Gerson juegan a menudo a "Negro", cuya principal regla es no abrir los ojos.Un día Gerson, en un accidente de coche, pierde la visión y se verå obligado a jugar a "Negro" el resto de su vida.¿Serå Gerson capaz de adaptarse a su nueva vida con la ayuda de su perro? La vida también ha cambiado considerablemente para su padre y sus hermanos. Pero lo que nunca va a cambiar es la calidez de la familia. Esta conmovedora historia es contada a través de tres perspectivas diferentes, la de los gemelos, Gerson y el perro.Del ganador del Premio Llibreter 2012, Premio IMPAC 2010 y del Independent ForeignFiction Prize 2013

Foire aux questions

Comment puis-je résilier mon abonnement ?
Il vous suffit de vous rendre dans la section compte dans paramĂštres et de cliquer sur « RĂ©silier l’abonnement ». C’est aussi simple que cela ! Une fois que vous aurez rĂ©siliĂ© votre abonnement, il restera actif pour le reste de la pĂ©riode pour laquelle vous avez payĂ©. DĂ©couvrez-en plus ici.
Puis-je / comment puis-je télécharger des livres ?
Pour le moment, tous nos livres en format ePub adaptĂ©s aux mobiles peuvent ĂȘtre tĂ©lĂ©chargĂ©s via l’application. La plupart de nos PDF sont Ă©galement disponibles en tĂ©lĂ©chargement et les autres seront tĂ©lĂ©chargeables trĂšs prochainement. DĂ©couvrez-en plus ici.
Quelle est la différence entre les formules tarifaires ?
Les deux abonnements vous donnent un accĂšs complet Ă  la bibliothĂšque et Ă  toutes les fonctionnalitĂ©s de Perlego. Les seules diffĂ©rences sont les tarifs ainsi que la pĂ©riode d’abonnement : avec l’abonnement annuel, vous Ă©conomiserez environ 30 % par rapport Ă  12 mois d’abonnement mensuel.
Qu’est-ce que Perlego ?
Nous sommes un service d’abonnement Ă  des ouvrages universitaires en ligne, oĂč vous pouvez accĂ©der Ă  toute une bibliothĂšque pour un prix infĂ©rieur Ă  celui d’un seul livre par mois. Avec plus d’un million de livres sur plus de 1 000 sujets, nous avons ce qu’il vous faut ! DĂ©couvrez-en plus ici.
Prenez-vous en charge la synthÚse vocale ?
Recherchez le symbole Écouter sur votre prochain livre pour voir si vous pouvez l’écouter. L’outil Écouter lit le texte Ă  haute voix pour vous, en surlignant le passage qui est en cours de lecture. Vous pouvez le mettre sur pause, l’accĂ©lĂ©rer ou le ralentir. DĂ©couvrez-en plus ici.
Est-ce que Los perales tienen la flor blanca est un PDF/ePUB en ligne ?
Oui, vous pouvez accĂ©der Ă  Los perales tienen la flor blanca par Gerbrand Bakker, Llorenç Pons, Maria Rosich en format PDF et/ou ePUB ainsi qu’à d’autres livres populaires dans LittĂ©rature et LittĂ©rature gĂ©nĂ©rale. Nous disposons de plus d’un million d’ouvrages Ă  dĂ©couvrir dans notre catalogue.

Informations

Année
2015
ISBN
9788494385483

Lamer

—Todo es culpa mía. El otro coche venía de la derecha, tenía prioridad. Debería haber frenado.
—Cállate, papá, imagínate que Gerson pueda oírte. ¿Crees que tiene ganas de saber estas cosas?
—Gerson está en coma, no oye nada de nada.
—Harald dice que algunas personas que están en coma pueden oír cosas.
—Vaya tonterĂ­a. QuĂ© sabrĂĄ el Harald ese, si no es mĂĄs que un enfermero. Vosotros veis, igual que yo, que Gerson estĂĄ muy lejos de aquĂ­. Y fue culpa mĂ­a, no estaba prestando atenciĂłn y por eso ahora estĂĄ en esta cama y tal vez no volverĂĄ a despertarse.
—Más vale que te vayas, esto no es bueno para Gerson.
—¿TĂș tambiĂ©n ahora? ÂżEs que os habĂ©is puesto de acuerdo? ÂżTĂș tambiĂ©n piensas que Gerson puede oĂ­rnos?
—Sí —dijo Kees—. Sí, sí que lo pienso.
Gerard nos miró y después centró la atención en Harald, que en aquel momento entraba en la habitación.
—Y bueno, ÂżcĂłmo estĂĄ? —preguntĂł, como si ya hubiese mantenido una larga conversaciĂłn con Ă©l.
—Bien, teniendo en cuenta las circunstancias —respondió Harald.
—Bien, teniendo en cuenta las circunstancias —repitiĂł Gerard—. ÂżY se puede saber quĂ© significa eso?
—No tenemos la sensaciĂłn de que el coma sea mĂĄs profundo que antes. Obtiene suficiente alimento a travĂ©s de la sonda nasal, sus funciones vitales son buenas, y las heridas se estĂĄn curando rĂĄpidamente. SĂłlo que no se despierta. Es el Ășnico problemilla.
—Problemilla —dijo Gerard—. Problemilla. AhĂ­ estĂĄ mi hijo, sin bazo y sin ojos. En coma. A los trece años. MĂĄs vale que te guardes los problemillas para ti.
—Lo siento —dijo Harald—. No pretendía ofenderle.
Esta vez había hablado de usted a Gerard. No nos sorprendió. Un par de días atrås, había tuteado a un niño; ahora tenía que tratar de usted a un hombre enfadado.

—¿Tienes algo contra Harald? —preguntó Klaas cuando estábamos de camino a casa en el coche grande de color azul oscuro que nos había dejado el taller.
—Harald, Harald —dijo Gerard—. ÂżQuĂ© me importa a mĂ­ ese Harald?
—Es quien cuida de Gerson —dijo Kees.
—Es un mal educado —dijo Gerard—. Mal educado y
 algo mĂĄs, ahora no me sale la palabra. Un engreĂ­do, o algo asĂ­. Se comporta como si Gerson fuese propiedad suya, como si pudiese hacer con Ă©l lo que le diese la gana.
—Pero es que es así, más o menos, ¿no? —dijo Klaas con cautela—. Harald sabe lo que hace.
—Nadie puede hacer lo que le dĂ© la gana con Gerson. Nadie. Y yo soy su padre. Quiero que se me trate como a su padre cuando le visito. No quiero que nadie me mire mal porque no puedo estar con Ă©l todo el dĂ­a. No puedo faltar al trabajo continuamente —Gerard agarraba el volante con tanta fuerza que sus nudillos se le pusieron blancos—. Y vosotros, Âżno deberĂ­ais volver a la escuela algĂșn dĂ­a de Ă©stos?
—Es fin de semana —dijo Klaas.
—No me seas sabiondo —dijo Gerard.
—Yo tengo un brazo roto —dijo Kees.
—Pero puedes caminar y escuchar, Âżno? Y leer tambiĂ©n.
—Soy diestro, no puedo escribir.
—A mí me duele mucho el cuello —dijo Klaas—. Todavía no estoy recuperado.
—Ya, ya.
El resto del viaje no volviĂł a abrir la boca. Llegamos a casa y Gerard aparcĂł el coche delante del cobertizo. GirĂł la llave de contacto y se quedĂł sentado un rato mĂĄs, las dos manos en el volante, pero ya sin los nudillos blancos. Entonces dijo por tercera vez que era culpa suya.
HabĂ­an pasado seis dĂ­as desde el final del coche y ya iba siendo hora de que Gerson saliese del coma.

—¿Tiene algo contra mĂ­ vuestro padre? —nos preguntĂł Harald a la mañana siguiente. Era la mañana del sĂ©ptimo dĂ­a despuĂ©s del accidente. Un domingo. VolvĂ­a a llevar en la oreja la crucecita plateada que ya conocĂ­amos.
—No, quĂ© va —dijo Kees.
—SĂ­ —dijo Klaas—. Le pareces maleducado y engreĂ­do, y tambiĂ©n que te crees que puedes hacer todo lo que te dĂ© la gana.
Se puso colorado. Desde el cuello.
—Vaya —dijo—. No es mi intención. Quiero decir, no lo hago expresamente.
—No pasa nada —dijo Kees rápidamente—. Además, lo importante es Gerson.
—Y tĂș, Âżtienes algo contra Gerard? —preguntĂł Klaas.
—No —dijo Harald.
—Perfecto, pues todo aclarado —dijo Kees—. Menuda tontería, la verdad.
Se sentĂł en una silla al lado de la cama de Gerson. HabĂ­a empezado el ritual de saludo. Le apretĂł suavemente la mano. La idea era que algĂșn dĂ­a Gerson le devolviese el gesto, pero ese momento todavĂ­a no habĂ­a llegado. DespuĂ©s besĂł a Gerson en la boca; siempre lo hacĂ­amos, al llegar y al irnos.
Dos dĂ­as antes habĂ­amos empezado a hacerle masajes en las piernas para estimular la circulaciĂłn. Desde el dĂ­a que Kees habĂ­a extendido mejor la pomada, no nos habĂ­amos ocupado mĂĄs de los granitos: eran territorio de Harald. A veces atendĂ­amos a Gerson los tres a la vez. Una pierna, un brazo y la barbilla. Y mientras tanto no dejĂĄbamos de hablar, charla que te charla sin parar. Sin embargo, Gerson seguĂ­a siendo el protagonista ausente de una obra de teatro.
—Gerard está enfadado —dijo Klaas, mientras hacía friegas a la pierna izquierda de Gerson—. Está enfadado consigo mismo, y creo que necesita a alguien en quien enfocar esa ira.
—Y ese alguien soy yo —dijo Harald, que estaba volviendo a enroscar el tapĂłn del tubo de pomada—. Suele pasar. Cuando alguien sale del hospital cantando y bailando, todo el mundo estĂĄ contento. Hasta recibo ramos de flores, a veces. Si las cosas van mal, o no van bien del todo, a veces tambiĂ©n me las cargo yo. AsĂ­ van las cosas.
Se levantĂł y se puso delante de la ventana. Igual que un par de dĂ­as antes, miraba al exterior, hacia el bosque que habĂ­a detrĂĄs del hospital. VolverĂ­a a decirnos algo dĂĄndonos la espalda.
—Ese perro vuestro
 —empezó.
—Daan —dijo Klaas.
—Sí, Daan. Es de Gerson, ¿no?
—Daan es de todos —dijo Kees—, pero a Gerson es a quien más quiere.
—Tal vez serĂ­a buena idea traĂ©roslo esta tarde. En realidad no se pueden traer perros al hospital, pero Ă©ste es un caso extraordinario, y como Gerson estĂĄ solo en una habitaciĂłn

—¿Cree...

Table des matiĂšres