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¡Vivan las emociones!
Introducción
Las siguientes páginas girarán en torno a las emociones y su influencia sobre las decisiones financieras.
Al comienzo analizaremos el peso de sensaciones tan frecuentes como el miedo y la euforia en nuestro vínculo con el dinero y reflexionaremos acerca de su rol en la crisis hipotecaria surgida en los Estados Unidos y propagada en distintas formas por todo el mundo.
Más adelante, dos relatos de ficción nos invitarán a adentrarnos en el mundo de los operadores y los administradores de cartera, siempre atentos a la presencia de las emociones en un ámbito que desde afuera se imagina frío y dominado por el cálculo, aunque la realidad indique muchas veces lo contrario.
Y para finalizar, un análisis sin desperdicio del “fenómeno Kiyosaki”, donde mencionamos tanto las enseñanzas que nos ha sabido dejar el autor más popular de la autoayuda financiera, como sus debilidades o falencias.
El capítulo cuenta con numerosos y variados ejercicios que, al confundirse entre los textos, enriquecen y agilizan la lectura. Para no perdérselo, el Test de compatibilidad financiera de parejas. ¡Si está listo para casarse, sépalo ahora! ¡Si le conviene separarse, también!
Juegan las emociones
Aceptar el peso de las emociones al momento de invertir implica asumir una postura crítica respecto de dos ideas muy difundidas en la comunidad financiera: la que sostiene que las personas actúan siempre con frialdad buscando obtener los máximos beneficios con el menor riesgo posible, y la vieja mirada dicotómica que opone razón a pasión y que censura todo sentimiento por considerarlo perjudicial para el inversionista.
Las emociones, en rigor, resultan tan inevitables como necesarias, y el quid de la cuestión no reside en negarlas sino en reconocerlas para controlarlas y ponerlas al servicio de las buenas inversiones. ¿Cómo no aceptar, por ejemplo, el rol protagónico del miedo en los mercados, si en Google aparecen más de 30 millones de entradas con esa palabra? ¿O de la euforia, que cuenta con más de 5 millones?
Quienes operamos a diario sabemos lo mucho que cuesta poner en práctica aquello de “comprar cuando todos venden y vender cuando todos compran”. Sabemos cuán difícil es evitar que en los derrumbes bursátiles el pánico nos domine y nos impulse a vender todo lo que poseemos a precios de remate. O eludir la euforia cuando en medio de una burbuja nos sentimos reyes de las finanzas que visten ropas tan bellas como irreales.
El terror que paraliza
En lo que refiere al miedo, recientes investigaciones científicas determinaron que el cerebro reacciona de la misma manera cuando se teme una pérdida monetaria que cuando se percibe la posibilidad concreta de sufrir un daño físico, y que despierta la necesidad primaria de defenderse. Y defenderse, al menos en estos términos, implica desentenderse en buena medida de la razón.
En su libro Piense y hágase rico, Napoleón Hill menciona distintas formas de manifestación de ese temor en la conducta del inversionista: se paraliza la facultad de razonamiento, no se encuentran incentivos para tomar la iniciativa y desaparece toda posibilidad de autocontrol.
Aquí añadimos otras consecuencias íntimamente relacionadas con las citadas.
- Indiferencia: se toma como natural la pérdida o escasez de dinero y la falta de ambición domina a la persona, que comienza a experimentar pereza mental y física, ausencia de iniciativa, entusiasmo e imaginación.
- Delegación: se convierte en hábito aquello de dejar que los demás piensen por uno, de mantenerse al margen de las decisiones, dado que uno nada puede hacer para cambiar el rumbo de los acontecimientos.
- Incertidumbre: se generalizan las dudas y aparecen excusas que le permiten al inversionista evadir la responsabilidad de tomar decisiones.
- Pesimismo: se presta atención sólo a las malas noticias y al evaluar cada operación se piensa únicamente en la posibilidad de fracasar. Esta conducta es irritante: quien la asume parece conocer todos los caminos que conducen a la ruina, pero nunca elabora planes para sortearlos. A la hora de invertir, la espera del “momento adecuado” se hace eterna y la inacción domina la escena.
Por supuesto que el círculo vicioso en que nos introduce este miedo asfixiante tiene escapatoria. Para encontrarla se recomienda convertirse en un detective de los propios sentimientos negativos, formulándose preguntas del tipo: “¿Existe realmente la posibilidad de que pierda todo mi dinero y caiga en la pobreza? ¿Poseo un fondo de reserva para vivir seis meses en caso de que esto ocurriese? Pasados esos seis meses, ¿contaría con gente dispuesta a ayudarme? ¿Cuánto tiempo tardaría en volver a valerme por mis propios medios?”.
También, llevar un “diario personal de inversiones” donde se anoten no sólo las operaciones evaluadas o realizadas, sino también las emociones que emergen con ellas. Y, por supuesto, mantener una postura analítica pero escéptica hacia esas teorías que cobran fuerza en épocas de mercados alterados, sea por subas pronunciadas o por caídas que no encuentran final.
Recordamos, entre otras, las teorías cíclicas que pretenden fijar un tiempo de duración a la tendencia alcista y otro a la bajista en base a promedios históricos de algún índice, las teorías de calendario que recomiendan comprar activos en octubre y venderlos en mayo porque de acuerdo con las estadísticas entre esos meses los rendimientos han resultado superiores a los del resto del año, las teorías conspirativas que persiguen generar derrumbes en base a pronósticos agoreros extrañamente difundidos por los mismos que poco tiempo antes celebrab...