Cartografía menor
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Cartografía menor

  1. 210 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Cartografía menor

Descripción del libro

Durante siglos la poesía ha cantado al cuerpo, por lo regular al exterior; cuando ha sido al interior, las palabras se pierden en los recovecos de la metafísica, pero en esta ocasión la autora nos ofrece una vuelta de tuerca al adoptar como motivo poético la anatomía humana en una morfología de la creación literaria con el fin último de escudriñar la naturaleza humana en el más directo de sus sentidos: a partir de su composición física.Mapa de órganos, guía de aparatos, censo de curiosidades a manera de bestiario interno; este libro se coloca entre la prosa poética con tintes cercanos a la divulgación científica de acceso ligero, en donde se reformula la vieja consigna de conócete a ti mismo. La autora observa, disecciona con el poder de su lápiz los rincones del engranaje de esa máquina llamada cuerpo humano. Y es que "Cartografía menor" resulta una radiografía hablada (verbalizada) de nuestro organismo, ese extraño que habitamos.

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Información

Editorial
Arlequín
Año
2017
ISBN del libro electrónico
9786079046491
Edición
1
Categoría
Literatura
Categoría
Poesía


Françoise Roy


Cartografía menor


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Introducción




El cuerpo humano que conocemos hoy en día, sí bien físicamente no ha cambiado desde entonces, no se parece a lo que —epistemológicamente— era para un médico del Medioevo. Las teorías imperantes sobre el mundo que nos rodea, por muy científicas que sean, siempre son difíciles de poner en tela de juicio. Más difícil aun es romperlas, ya que atrás del conocimiento anatómico se habían agazapado, a través de los siglos, un sinfín de prejuicios, tabúes, dogmas religiosos, supersticiones y equivocaciones orgánicas. Pensemos en algo ahora tan banal como los espermatozoides, que fueron descubiertos por Antoni van Leeuwenhoek en 1679. Su descubrimiento a partir de un estudio microscópico del semen es consignado en comunicados a la Royal Society de Londres, pero con la siguiente advertencia: «Si Su Señoría juzgara que esas observaciones son propensas a provocar repulsiones o escándalo entre los doctos, le rogaría muy atentamente las considere privadas, para publicarlas o destruirlas según Dios le dé a entender». Así, lo que ahora es parte del conocimiento básico de la reproducción de los seres vivos era por aquellos tiempos no sólo tópico bochornoso, sino que descansaba en supuestos erróneos. Como lo apunta Daniel Boorstin en The Discoverers: «Algunos años antes, William Harvey, en su De Generatione (1651), había descrito el huevo como la única fuente de toda nueva vida. Se creía comúnmente entonces que el esperma no producía más que vaporesfertilizantes. Leeuwenhoek —para quien la movilidad era sinónimo de vida— cayó en el otro extremo, atribuyéndole el papel preponderante en la creación de vida».1 Así, un letrado holandés que se dedicaba al llano comercio de telas descubre —por curiosidad— el mundo de las bacterias; pero al mismo tiempo, debe resguardarse de ofender la moral de la época, y abre —sin saberlo— una vía nueva en la gran carrera hacia el conocimiento.
Nada fue sencillo en el camino de las ciencias de la salud, y lo que sabemos ahora del cuerpo humano viene del derrumbe sucesivo de falacias que a menudo nos parecen, hoy en día, totalmente risibles. Nuevas ideas, nuevos métodos de experimentación y descubrimientos anatómicos dieron pie a rupturas de paradigmas que a veces supusieron el riesgo de ser excomulgado o cabalmente excluido de la comunidad médica. Los adelantos en medicina vieron la luz, a través de las edades, previo experimentos concebidos por mentes nada menos que revolucionarias. No es de sorprender, entonces, que un concepto falso haya podido tener la vida tan larga; después de todo, los conocimientos de Galeno —el padre de la medicina occidental—, cuyos supuestos dominaron la visión del cuerpo durante siglos y siglos, venían en parte de la disección de changos y puercos. Esta práctica —la de estudiar la morfología animal para compararla luego con la del ser humano—, por ejemplo, siempre fue prohibida bajo el Islam. Si bien el mundo cristiano era más tolerante hacia el saber obtenido a partir del estudio de los animales, la prohibición de abrir un cadáver humano imperó durante siglos. Esta interdicción, por razones teológicas, retrasó considerablemente la evolución de los conocimientos anatómicos. Cuando Andreas Vesalius, el célebre anatomista flamenco —autor del libro Sobre la estructura del cuerpo humano—, siguiendo las huellas de Leonardo da Vinci, revolucionó el conocimiento de la anatomía humana al basarse —al contrario de la costumbre medieval que privilegiaba los libros de texto y los escritos de Galeno— en la observación directa que le proporcionaban las disecciones de cadáveres de condenados a muerte, se abrió la puerta al interior del cuerpo, a lo que había sido vedado hasta entonces por prohibiciones de índole moral.
Es en honor a todos esos pioneros —Harvey, que desentrañó los misterios de la circulación sanguínea y de la respiración; Santorio, que descubrió los arcanos de la transpiración; Malpighi, que estudió por vez primera la estructura de la piel; Paracelso, que retó las teorías de Galeno; Crick y Watson, que descubrieron el ADN— que escribí este poemario. Espero, al reflexionar poéticamente sobre una de las máquinas más complejas y asombrosas de nuestro mundo —el cuerpo humano— rendir homenaje a esa retahíla de seres apasionados que dedicaron sus vidas al saber, a la salud y a la enfermedad.


FRANÇOISE ROY
1 Traducción libre.




El sistema circulatorio
1. La sangre




Da vueltas y vueltas, samsara de hierro y plasma, estelicio del color rojo, feria de glóbulos y agua arrebolada que transportan el planetoide del alma en su órbita —aunque lo nieguen los anatomistas, así la concebían los vejestorios del Antiguo Testamento.
El tallo principal de ese árbol invisible da al mismo corazón, arañuela que en vez de florecer en blanco, lo hace en carmín.
Dócilmente contenida en el cántaro ramificado de las venas, no desborda su lecho: cauce de vida mientras oculta, cauce de muerte mientras derramada.
¿Qué apellido prendido de vela en vela surca así el lecho interno, qué memoria de antiguas voces, qué dote de la cepa carnal devuelta por los siglos?
Sangre: lo primero en marchitarse en la flor caduca del cuerpo, lo último en quedarse quieto en la orografía de la carne.


ADÉNDUM


La sangre es el principal fluido biológico de los integrantes del reino animal superior. Tejido líquido cuya base, el plasma, es esencialmente proteico, transporta en disolución varias sustancias orgánicas, minerales y diversas células como los glóbulos y plaquetas. Su función es trasladar oxígeno y alimentar las células mediante el sistema vascular —arterias, venas y capilares—, que la distribuye en todo el cuerpo. Un cuerpo humano adulto contiene entre 4.5 y 6 litros de sangre, cuyo color rojo se debe a ...

Índice

  1. Cartografía menor