Ramon Fernandez
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Ramon Fernandez

Dominique Fernandez, Mario A. Zamudio Vega

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Ramon Fernandez

Dominique Fernandez, Mario A. Zamudio Vega

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Ramon es una novela escrita por Dominique Fernandez, doctor en letras y miembro de la Academia Francesa. La obra, ganadora del premio"France Télévisions", es una búsqueda biográfica que entrelaza historia literaria, política e íntima de Ramon Fernandez, uno de los intelectuales más importantes de su época, de origen francés y mexicano.

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Información

LIBRO III

XXVI. 1937

MI PADRE se afilia al Partido Popular Francés (PPF) a finales de mayo de 1937. Después de la ruptura del matrimonio, tiene lugar la ruptura ideológica: rompe con los medios a los que pertenecen su mujer, el señor Desjardins, Pontigny, la Unión por la Verdad y la mayoría de sus amigos. Reniega del socialismo, abjura de la izquierda. ¿Ha terminado todo entonces entre mi madre y él?; ¿es ya infranqueable el foso que las disensiones han cavado entre ellos? Eso creí durante mucho tiempo, hasta la lectura de la agenda de Liliane. En mis recuerdos, mis padres no se habían vuelto a ver nunca, al menos nunca en presencia de sus hijos, antes de la velada de 1942 de Goethe en la Comedia Francesa que he narrado. Cuál no ha sido mi sorpresa al descubrir que, antes bien, su separación los acercó. Continuaron viéndose re­gularmente; en ocasiones, varias veces por semana: ya sea que él la lleve al restaurante, ya sea que suba al cuarto piso de la calle César-Franck, como impulsado por la necesidad de volver a encontrarse en familia. Su relación llega a ser mucho mejor que cuando vivían juntos. El 23 de diciembre de 1936: “Ramon a almorzar, hasta las 4 de la tarde. Jugamos a las canicas sobre la alfombra”. El 4 de enero de 1937: “Ramon de 6 a 7. Jugamos una vez más a las familias”. ¡Una vez más! ¿Era entonces un hábito? El 14 de enero: “Almuerzo con R en La Côtelette milanaise […] Amistad mantenida hasta el final”. El 23 de enero, paseo por los Campos Elíseos; después, té y bollo en la calle César Franck: “Gentileza todo el tiempo”. El 30 de enero: “En el museo de Cluny, con los niños y Ramon. Enseguida, té en Saint Julien le Pauvre. Regreso lento y alegre”. El 24 de abril, mi madre asiste a una sesión en la calle Visconti (donde mi padre, evidentemente, no era bienvenido) en torno a Daniel Halévy y Guéhenno: “Dejé a los niños con Ramon, que los traerá a las 7 de la tarde […] Me encuentro con R frente a Les Deux Magots. Algunas palabras gentiles (Adoro a los niños… No lo merecía…)”. El 26 de abril: “A las 7 y media, R (después de tres llamadas por teléfono). Se queda a cenar con nosotros; después se va”.
En esa época yo tenía casi ocho años. En el otoño nos enviaron a una pensión familiar, en Le Chambon-sur-Lignon, cuyo aire tenía la reputación de ser más sano para nuestros bronquios, siempre enfermos. Encontré en la agenda de mi madre varios nombres de los que me acuerdo perfectamente: señora Barbier-Comte, directora de la pensión; señorita Soubeyrand, la severa y admirada institutriz del pueblo, que nos tiraba de la oreja y nos pellizcaba la mejilla, el hotel Lombard-Menut, al que llegaba mi madre. Esos nombres, con su ortografía exacta, están grabados en mi memoria, mientras que he olvidado todo sobre las visitas de mi padre a la calle César-Franck, los momentos que iba a pasar con nosotros, los juegos de familias en torno a la mesa y las canicas sobre la alfombra.
Para las vacaciones de verano, Yvonne de Lestrange había prestado a mi madre una villa que dependía de su castillo de Chitré. Mi padre fue dos veces a visitarnos, del 6 al 8 de agosto y del 20 de agosto al 2 de septiembre. La primera vez llegó con un pediatra conocido, el doctor Weill-Hallé, para que nos examinara, sobre todo a mi hermana, que sufría de complicaciones de la tos ferina. Mi hermana se acuerda de la alegría que sintió al volver a ver a su padre, y también del comentario del doctor al ver su alegría: “una buena señal”, dijo. Yo no tengo ningún recuerdo, ni de esas dos visitas ni del examen médico. En cambio, en mi memoria ha permanecido anclado un episodio del que mi hermana no guarda ni el menor recuerdo. La noche del 2 de septiembre, un niño de nuestra edad, el hijo del administrador de la propiedad, se ahogó en el embalse del río Vienne. El 3 de septiembre, Yvonne y mi madre, sin sospechar el daño que podía causar en unas conciencias jóvenes, sin temer los efectos de un espectáculo tan mórbido, nos llevaron a ver el cadáver del pequeño Claude, expuesto en su habitación. El día anterior habíamos jugado con él; ahora yacía ante nosotros, inmóvil, fijo, descolorido. El muchacho que remaba sobre la barca hasta el islote del Vienne y la playa del baño, el nadador que remontaba la corriente a fuerza de brazadas, el camarada vivo y alegre estaba tendido rígido, tan blanco como la sábana que lo cubría hasta las axilas. Que ya no lo veríamos nunca más, yo no lo comprendía sin duda; pero que había pasado “al otro lado”, que se había hundido en un lugar desconocido tan misterioso como aterrador, lo adivinaba por su palidez, por su rigidez, por su pecho que ya no se alzaba, por sus manos posadas inmóviles sobre la cama.
Era la primera vez que contemplaba un muerto: visión que me marcó para siempre jamás, el recuerdo más fuerte que me haya quedado de mi infancia. De las jornadas anteriores pasadas con mi padre, en el inmenso y magnífico parque de Chitré, de los paseos hechos en su compañía, de los juegos a los que le complacía jugar con nosotros, no me queda nada.
Seguramente no le perdonaba habernos abandonado: quería borrarlo de mi memoria y logré hacerlo. Rechazaba ser “adorado” por un hombre que me había ignorado tan descaradamente. Negaba que hubiese ido con un médico, para no acreditarle una atención que demostraba que se había interesado por nosotros. Prefería ser un huérfano total, instalarme en el vacío paterno que consolarme por unas imágenes fugitivas, por unos intentos de seducción mentirosos. A menos que hubiese sorprendido algunas conversaciones con mi madre y concebido una especie de menosprecio por aquel que buscaba aferrarse a lo que había perdido por su culpa.
El 1º de marzo había ido a quejarse de que le habían robado su bicicleta (sin esposa, sin hogar, sin coche). El 7 de marzo: “De las 6 a las 7, R en casa. Sus palabras: que estropeé nuestros destinos, que nunca ha amado a nadie más que a mí (y yo a él), que no somos claros en nuestra relación […]”. El 18 de marzo: “Almuerzo con él en Les Mariniers. Pregunta: reanudar la vida juntos o divorciarnos. Yo: sofocada por las lágrimas”. Mi padre no solamente se aferra, sino que se vale del chantaje. El 22 de abril: “Almuerzo con R en el restaurante griego. R otra vez a las 5 y media. Hasta las 7. Conversación sincera y penosa. Dice que solamente ha sido feliz conmigo, que soy necesaria para su equilibrio (si no, el pernod), que no sabe si podrá aguantar el golpe. Volver a juntarse o separarse”. El hogar o el bar, la casa o el pernod: lucidez inútil, impotencia trágica de la razón. Y quizá, tras la puerta, los hijos al acecho. Los tabiques son tan delgados en la calle César-Franck que, incluso sin quererlo, pueden desde sus habitaciones sorprender ese patetismo y sentirse descorazonados.
Por insistencia de mi padre o debilidad de mi madre, mis padres ya no vuelven a dejarse. Recorren las avenidas, van sin cesar al cine: hasta tres películas seguidas. Durante el verano y también el otoño, mi padre redobla las delicadezas; más amable y atento no se podría ser. El 8 de agosto, cuando se va de Chitré: “Separación confiada y tierna”. El 2 de septiembre, último día de su segunda estancia en Chitré: “Gentileza, confianza, intimidad. Me confía las cartas que quiere ocultar a B.”; porque hablan juntos de Betty, con un tono que parece indiferente, como si ella solamente fuese una rueda de repuesto para el neumático pinchado. El 6 de octubre, en París, se muestra apremiante: “Quiere volver aquí. Ternura un poco molesta”. Mi madre siente que ha “perdido la cabeza”. Otro día (20 de agosto) le dice que la considere “como su hermana o su abuela”.
No es que hayan cesado de reñir; pero ahora las peleas ya solamente están relacionadas con la política. El 7 de enero: “Almuerzo con R en L’Alsa­cienne. Seguimos la pelea sobre la política a propósito de Aron [Raymond]”. El 28 de enero él le explica que es necesario “extirpar el comunismo como un microbio”. El 18 de febrero, en el Café des Pyramides, “hablamos mucho de política, que la revolución no es un valor en sí (Doriot, Marty…)”.1 El 8 de abril pasan la tarde en los grandes almacenes; después, en la avenida de La Madeleine, deambulan entre los curiosos: “Vimos pasar a las personas y sus sombreros”. ¿De qué charlan?: “Hablamos de política solamente: Doriot y sus virtudes, la falta de seriedad de los franceses, Chiaromonte [un antifascista en el exilio] […]”. El 15 de abril: “discusión política que termina mal”. El 10 de junio (dos semanas después del compromiso político de mi padre): “Ramon, a las doce y media en el restaurante Médicis. Comenzamos por el PPF [Partido Popular Francés] y vamos hasta el final. Dice que fui yo quien lo lanzó de nuevo hacia la violencia. Todo recomienza a la vez, el pernod, las peleas y las lágrimas”. El 14 de junio, después del asesinato en Normandía de los hermanos Rosselli [antifascistas ejecutados por unos esbirros de Mussolini], mi madre recibe en la calle César-Franck: primero, a las 6 de la tarde, a Angelo (“lo que dice de la policía italiana y cómo engañó a la policía francesa”); después, una media hora más tarde, a mi padre: “sus insinuaciones sobre el mismo tema (los anarquistas españoles…). Doriot ‘delicioso’. Invitación a ir a Saint-Denis [el feudo de Doriot, lugar de reuniones y congresos del Partido Popular Francés]”. ¿Es esa invitación una prueba de la inconciencia de mi padre? En parte, únicamente, porque la violencia del conflicto ideológico entre mis padres no ha extinguido la antigua ternura de mi madre, la cual se confiesa, después de media jornada pasada con su marido en el restaurante y el cine, “sedienta de ternura y de vida conyugal”. Necesidad tan intensa que un día se decide a actuar de una manera absolutamente desati­nada, de tan contrario que es ese paso a sus convicciones. El 8 de julio: “R a almorzar. Llevé por él su artículo a L’Émancipation nationale, en la calle Laffitte (con Dominique, en taxi)”. L’Émancipation nationale es una revista de Doriot y, en ese artículo, que sería publicado el 10 de julio, mi padre ataca “la cul­pabilidad moral de Léon Blum”. El hecho de que mi madre le eche una mano en esa ocasión y, además, haga el gasto de un taxi para una misión que ella desaprueba muestra claramente la complejidad de los lazos que continúan uniéndolos.
En esa especie de juego político que llevan, veo dos aspectos. Mi madre trata de frenarlo en su derrape hacia la extrema derecha y piensa que es la única que todavía puede impedirlo; demasiado abrupta, sin duda, torpe, solamente logra enfurecerlo contra sus argumentos, contra el buen sentido, contra la razón, y sus discusiones terminan en las peleas y las lágrimas. Él, por su parte, hace un chantaje a Doriot, como hace un chantaje al pernod: es su culpa si avanzo en esa dirección. Al abandonarme, me ha lanzado hacia la violencia. Dado que he fracasado en todo al fracasar en mi matrimonio, ¿por qué me impide caer en lo más bajo? Las notas sucintas de mi madre no me permiten un desarrollo más extenso, pero no creo equivocarme al subrayar, una vez más, la relación entre el fiasco conyugal y la voltereta política. Doriot es solamente un pretexto para zaherirla, para provocarla. Busca echarle su culpa, explotar su remordimiento, para hacerse readmitir en el hogar perdido.
Con todo, atribuir únicamente a los deberes de su vida privada y a la intransigencia de mi madre la enorme falta intelectual que está a punto de cometer sería disculpar muy fácilmente a mi padre. Si se afilia al Partido Popular Francés es también por razones positivas, reflexionadas, pensadas maduramente. En un artículo de L’Émancipation nationale del 31 de julio de 1937 dice que lo empujó a tomar esa decisión un libro de su amigo Drieu La Rochelle, Avec Doriot, publicado a finales de junio de 1937 por la editorial Gallimard, pero compuesto por artículos escritos en L’Émancipation nationale de junio de 1936 (fecha en la que Drieu ingresó al Partido Popular Francés) a junio de 1937 (artículos que, por lo tanto, mi padre pudo leer a medida que aparecían): “Hace más de quince años que me disputo con Drieu; pero es necesario que escriba ahora: durante más de quince años, me disputé con Drieu; porque ya no nos disputamos, y es un milagro, es el milagro del PPF”. Hasta entonces, Drieu, sintiendo “el suave suelo de Francia hundirse bajo sus pies”, era de un pesimismo desesperado: “Ahora bien, siempre he sido más optimista por naturaleza que Drieu (demasiado optimista a veces, y francamente idiota); y, ¡hete aquí que Drieu me parecía más optimista que yo!” Incluso su estilo había llegado a ser mejor, al expresar, “alegre y libremente, su liberación moral e intelectual”.
¿Cuáles son los temas principales de Drieu La Rochelle?
1. El Partido Popular Francés es un partido nacional que se mantiene a igual distancia de Berlín y de Moscú. El leitmotiv de Drieu es: ni Moscú ni Berlín. Dirige su saña principalmente contra los comunistas, porque van a recibir sus órdenes al Kremlin, pero rechaza igualmente los regímenes fascistas: “Stalin nos engaña con el antifascismo; Hitler y Mussolini quisieran claramente engañarnos con el anticomunismo” (junio de 1937). Nosotros debemos saber cuál es nuestra bandera, “la bandera tricolor o la bandera roja que (con una cruz gamada) es la bandera alemana, al igual que la bandera rusa (con la hoz y el martillo)” (25 de julio de 1936). En el Partido Popular Francés, “decimos: ‘Ni Moscú ni Berlín’, de la misma manera que un hombre que conoce su camino dice: ‘Ni a la derecha ni a la izquierda, de frente adelante de mí […]’. Nosotros, en el PPF, vamos a fondo contra Moscú y, si hubiese aquí un partido de Berlín o de Roma, también iríamos a fondo contra él. Nosotros estamos con la Francia única” (19 de diciembre de 1936). Drieu no cesa de martillear con esa consigna; y vuelve a utilizarla a propósito de la guerra civil española: “La humillación para los españoles del Frente Popular son sus aliados rusos, la humillación...

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