
- 208 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Cómo leer un poema
Descripción del libro
En la actualidad, no se enseña a los estudiantes a ser sensibles al lenguaje: cómo leer un poema prestando la debida atención a su tono, aire, ritmo, textura?, no limitándose tan sólo a "lo que dice". Para demostrar cómo llevar esto a la práctica, Terry Eagleton, uno de los grandes teóricos de la literatura, escoge un amplio abanico de poemas desde el Renacimiento hasta nuestros días y los somete a un detallado análisis, brillante y revelador, planteando una serie de preguntas clave: ¿qué es la poesía y en qué se diferencia de la prosa?
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Poesía1
Las funciones de la crítica
¿El fin de la crítica?
Pensé por primera vez en escribir este libro cuando me di cuenta de que casi ninguno de los estudiantes que encuentro hoy día practica lo que, en mi formación, se había considerado crítica literaria. Al igual que el arte de hacer techumbres de paja o el del baile de los zuecos, la crítica literaria parece un arte abocado a desaparecer. Y dado que muchos de esos estudiantes son bastante competentes y brillantes, la culpa podría imputarse en gran medida a sus profesores. La verdad es que una proporción nada desdeñable de estos profesores no practican la crítica literaria ya que a ellos tampoco se les enseñó.
Este ataque puede parecer paradójico, viniendo como viene de un teórico de la literatura. ¿Y no es acaso la teoría literaria, con sus abstracciones impersonales y sus generalidades vacuas, la que ha acabado con el hábito de la lectura atenta? En otro lugar ya he indicado que éste es uno de los grandes mitos o lugares comunes injustificados del actual debate crítico[1]. Se trata de uno de esos prejuicios que «todo el mundo sabe», como la creencia de que los asesinos en serie no se diferencian en nada de usted o de mí, son gente muy reservada, pero que siempre tiene una palabra amable para sus vecinos. Es una noción tan manida como la afirmación de que las Navidades se han vuelto enormemente comerciales. Como todos los mitos bien asentados que no desaparecen sea cual sea la evidencia con que se les confronte, existe para servir a unos intereses concretos. La idea de que los teóricos de la literatura acabaron con la poesía porque, con sus marchitos corazones y sus hipertrofiados cerebros, en realidad son incapaces de detectar una metáfora, por no hablar de una emoción sincera, es uno de los más obtusos tópicos de la crítica de nuestra época. En realidad, la mayoría de los teóricos de relevancia llevan a cabo escrupulosos actos de lectura atenta. Los formalistas rusos al ocuparse de Gogol o Pushkin, Bajtín al tratar a Rabelais, Adorno a Brecht, Walter Bejamin a Baudelaire, Derrida a Rousseau, Genette o De Man a Proust, Hartman a Wordsworth, Kristeva a Mallarmé, Jameson a Conrad, Barthes a Balzac, Iser a Henry Fielding, Cixous a Joyce, Hillis Miller a Henry James son sólo algunos ejemplos.
Algunos de los mencionados no son sólo eminentes críticos, sino también artistas literarios por derecho propio. Producen literatura en el mismo acto con que la comentan. Michel Foucault es otro de esos destacados estilistas. Es cierto que los discípulos de estos pensadores les han hecho a veces un flaco favor, pero lo mismo puede decirse de otros críticos no teóricos. En cualquier caso, esto es irrelevante. No se trata de que los estudiantes de literatura de hoy día no lean poemas y novelas con la suficiente atención. La lectura atenta no está aquí en cuestión. No está en cuestión con qué tenacidad uno se aferra al texto, sino lo que se persigue cuando se hace eso. Los teóricos mencionados no sólo son maestros de la lectura atenta sino que también están atentos a la forma literaria. Y en esto es en lo que difieren de la mayoría de los estudiantes actuales.
Es significativo, de hecho, que si se menciona la cuestión de la forma a estudiantes de literatura, algunos de ellos piensan que nos estamos refiriendo simplemente a la métrica. «Prestar atención a la forma», a sus ojos, significa decir si un poema está escrito en pentámetros yámbicos o si rima o no. La forma literaria, por supuesto, incluye esos elementos, pero decir lo que un poema significa, y luego añadir a eso un par de oraciones sobre la métrica o la rima no es precisamente estar atentos a las cuestiones formales. La mayoría de los estudiantes, cuando se enfrentan a un poema o una novela, de forma espontánea, derivan hacia lo que se conoce como «análisis del contenido». Informan sobre obras de literatura describiendo lo que ocurre en ellas, agregando quizás algún que otro comentario evaluativo. Por decirlo con un tecnicismo tomado de la lingüística, tratan el poema como lenguaje, pero no como discurso.
El término «discurso», como veremos, implica la consideración del lenguaje en toda su densidad material, mientras que la mayoría de las aproximaciones al lenguaje poético tienden a negar su corporeidad. No es posible oír lenguaje simple y puro. En su lugar, oímos enunciados que son agudos o sardónicos, afligidos o despreocupados, empalagosos o agresivos, iracundos o histriónicos. Y, como veremos, todo esto forma parte de lo que queremos decir con el término forma. A veces se habla de mostrar las ideas que hay detrás del lenguaje del poema, pero tal metáfora espacial es engañosa. Porque en absoluto el lenguaje es como un envoltorio de celofán en el que las ideas vienen empaquetadas. Todo lo contrario: el lenguaje de un poema es constitutivo de sus ideas.
Por la mera lectura de la mayoría de esos análisis de contenido, sería difícil advertir que están refiriéndose a novelas y a poemas, y no a hechos acaecidos en la vida real. Lo que en ellos queda excluido es la literariedad de la obra. La mayoría de los estudiantes es capaz de decir algo como «la imagen de la luna vuelve a hacerse patente en el tercer verso, aumentando así la sensación de soledad», pero no muchos son capaces de decir algo como «el tono estridente del poema no concuerda con su sintaxis desmañada». Muchos de ellos pensarían simplemente que es extraña. No hablan el mismo idioma que el crítico que dijo de unos versos de T. S. Eliot: «Hay cierta tristeza en el uso de la puntuación». En vez de eso, tratan el poema como si el autor eligiese, por alguna excéntrica razón, escribir sus opiniones sobre la guerra o la sexualidad en líneas que no llegan al final de la página. Quizá se le estropeara el ordenador.
Veamos la primera estrofa del poema de W. H. Auden «Musée des Beaux Arts»:
About suffering they were never wrong,
The Old Masters: how well they understood
Its human position; how it takes place
While someone else is eating or opening a window or just walking dully along;
How, when the aged are reverently, passionately waiting
For the miraculous birth, there always must be
Children who did not specially want it to happen, skating
On a pond at the edge of the wood:
They never forgot
That even the dreadful martyrdom must run its course
Anyhow in a corner, some untidy spot
Where the dogs go on with their doggy life ant the torturer’s horse
Scratches its innocent behind on a tree.
[Acerca del sufrimiento ellos nunca se equivocaban,
los maestros antiguos: qué bien comprendían
su lugar humano; cómo ocurre
mientras alguien come o abre una ventana o camina sin más;
cómo, cuando los mayores esperan reverencial, apasionadamente
el nacimiento milagroso, siempre tiene que haber
niños que no tienen particular interés en que ocurra, patinando
en una charca al borde del bosque:
nunca olvidan
que incluso el atroz martirio debe llevarse a cabo
de cualquier manera en una esquina, un lugar desordenado
donde los perros viven su vida de perros y el caballo del torturador
se rasca su inocente trasero contra un árbol.]
Un resumen de esto sería bastante simple. Los maestros antiguos o grandes pintores, afirma el poema, comprendieron la naturaleza incongruente del sufrimiento humano, el contraste entre su pura intensidad, que parece apuntar hacia un momentáneo significado, y la manera en que los hechos cotidianos que lo rodean se muestran tan despreocupadamente indiferentes a él. Todo esto, podemos sospechar, es una alegoría de la naturaleza contingente de la existencia moderna. Los hechos ya no forman una figura que tiene en su centro al héroe o al mártir, sino que chocan aleatoriamente, disponiendo de forma fortuita lo trivial y lo momentáneo, los culpables y los inocentes, unos junto a los otros.
Lo importante, sin embargo, es cómo todo esto toma forma verbal. El poema empieza con un estilo informal, como si inesperadamente participásemos de una conversación de sobremesa ajena; pero hay un cierto atenuado drama en este comienzo también. Se acerca oblicuamente a su tema en vez de empezar con fanfarria: el primer verso y medio invierten el sustantivo, el verbo y el predicado, de forma que «los maestros antiguos nunca se equivocaban sobre el sufrimiento», que sería una proposición excesivamente directa, pasa a ser la más esquinada, más sintácticamente compleja «About suffering they were never wrong» [«Acerca del sufrimiento ellos nunca se equivocaban, / los maestros antiguos]».
Puede encontrarse una versión más elaborada de esta sintaxis oblicua, en la que el orden habitual de la gramática se invierte, en la oración inicial, altivamente despreocupada, de la novela de E. M. Foster Pasaje a la India: «Con la excepción de las cuevas de Marabar –y éstas se encontraban a veinte millas de distancia– la ciudad de Chandrapore no presentaba nada de extraordinario». Estas palabras son, en realidad, una perla de ironía, ya que las cuevas resultarán ser de importancia capital para la acción. La novela se inicia con lo que parece una parodia de una guía de viaje bastante presuntuosa. Un tenue aire de languidez patricia envuelve toda la oración, tan exquisitamente equilibrada.
El poema de Auden no es en absoluto remilgado ni presuntuoso, pero posee cierto aire de refinamiento sofisticado. Los versos iniciales crean una vaga expectativa dramática, dado que hay que realizar el salto de verso para averiguar quiénes son exactamente los que nunca se equivocan sobre el sufrimiento. «Los maestros antiguos» está en aposición con «ellos», lo que proporciona a los versos el sabor de una relajada conversación, como en una oración que dijese «Son muy ruidosos, los trenes de mercancías éstos». Ese mismo estilo coloquial se hace patente al avanzar en palabras como doggy [vida de perros] y behind [trasero], si bien esta forma de expresarse se trata más bien del atrevimiento del caballero que de la vulgaridad del plebeyo.
Una palabra de cierto peso, suffering [sufrimiento], resuena al comienzo, en vez de posponerla hasta el final de la oración, como dicta el sentido. El tono del poema es cortés, no insensible. Es educado, no amanerado ni recargado, como sí parece alguna de la poesía tardía de Auden. Dreadful [atroz] es un adjetivo típico de la clase alta inglesa, como en «Darling, he was perfectly dreadful!» [«¡Querida, fue completamente atroz!»], pero no lo sentimos aquí como una afectación, si bien tampoco resulta ser una descripción eficaz de un martirio. El poema irradia una autoridad que parece surgir de la experiencia vital, a la cual sentimos la inclinación de escuchar. Si el poeta puede vislumbrar lo correctamente que los maestros antiguos comprendieron la verdad de la aflicción humana, entonces él se debe de hallar al mismo nivel que ellos, al menos en ese aspecto. El poema parece defender una idea muy inglesa del sentido común y la normalidad; sin embargo, implícitamente también pregunta cómo ciertas situaciones extremas pueden encajar en este marco de referencia ya conocido. ¿Se debe cuestionar tal normalidad por ser demasiado limitada, o forma parte de la naturaleza de las cosas que lo ordinario y lo exótico se hallen uno junto al otro, sin ninguna especial relación entre ellos?
La estrofa va, literalmente, desde la agonía humana al trasero de un caballo, y por lo tanto conlleva cierto bathos. Bajamos un tono o dos al ir de la solemnidad de «How, when the aged are reverently, passionately waiting / For the miraculous birth» [«cómo, cuando los mayores esperan reverencial, apasionadamente / el nacimiento milagroso»], al intencionado tono deslucido de «siempre tiene que haber / niños que no tienen particular interés en que ocurra» («there always must be / Children who did not specially want it to happen»), un verso que contiene demasiadas palabras de diferentes formas y tamaños para fluir con naturalidad. La sintaxis conspira en apoyo de este efecto deflacionario: la coma que sigue a «How» [«cómo»] mantiene la oración en suspenso, concediéndonos después un momento elevado («cuando los mayores esperan reverencial, apasionadamente…») para hacernos caer prosaicamente de nuevo.
Con todo, incluso aquí la estrofa mantiene la cortesía: «no tienen particular interés en que ocurra» puede significar exactamente lo que dice; los niños no se oponen al nacimiento, pero tampoco se muestran entusiastas ante su posibilidad. Pero podría también ser un modo educado de decir que les importa un bledo el nacimiento milagroso, al igual que «no poco aburrido» es un eufemismo de «increíblemente aburrido». El poema mantiene sus buenas maneras por medio de la oblicuidad verbal. No queda claro, sin embargo, cómo el poema se mueve desde la idea del sufrimiento a la de los ancianos que esperan reverencialmente el milagroso nacimiento. ¿De qué modo exactamente es la esperanza reverencial un motivo de sufrimiento? ¿Porque el suspense resulta doloroso? ¿O es el sufrimiento en cuestión el nacimiento mismo?
Uno de los problemas que el poema afronta es el de cómo ser adecuadamente cáustico sobre el sufrimiento sin llegar a cínico. Debe pisar por la delgada línea que divide una suave sabiduría irónica de parecer simplemente muy harto. Necesita desmitificar el dolor humano, pero sin dar la impresión de devaluarlo. Por esto el tono –afectado, pero ni cruel ni desdeñoso– debe ser manejado con cuidado. No es éste el tipo de voz de cuyo poseedor uno se espere que crea en nacimientos milagrosos, incurra en una reverencia exagerada o se ofrezca él mismo al martirio. Es demasiado laico, demasiado lleno de sentido común para eso, y también es demasiado escéptico de los grandes propósitos. Desea eliminar del sufrimiento el lenguaje grandilocuente por medio del descentramiento de aquél, insistiendo en lo marginal y azaroso que es por lo general. Pero no deja de existir cierta humanidad en la voz del hablante que sugiere una compasión no expresa...
Índice
- Portada
- Portadilla
- Legal
- Dedicatoria
- Prefacio
- 1. Las funciones de la crítica
- 2. Qué es la poesía
- 3. Formalistas
- 4. En busca de la forma
- 5. Cómo leer un poema
- 6. Cuatro poemas de la naturaleza
- Glosario