Metro
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XIV Premio de Poesía Eladio Cabañero

  1. 120 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Metro

XIV Premio de Poesía Eladio Cabañero

Descripción del libro

De estación en estación, igual que si se tratase de un recorrido en metro, este libro invita a un viaje por la métrica clásica: desde la seguidilla al soneto, pasando por la copla, la lira o la octava real. Auténtico maestro del ritmo, Federico Abad propone un juego donde combina su virtuosismo técnico con el sentido del humor. Ello hace de Metro un poemario extremadamente original, a contracorriente de la moda, lo que le ha valido el XIV Premio de Poesía Eladio Cabañero.

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Información

Año
2011
ISBN de la versión impresa
9788493921224
ISBN del libro electrónico
9788493921248
Categoría
Literatura
Categoría
Poesía

Sonámbulo

CERCA de la madrugada,
con ojos llenos de espanto,
no acertaste ni a decir
qué era lo que había pasado
pero el temblor de tu boca
describía un trance amargo.
Horas antes me acusabas
de engendrar en ti el fracaso;
yo me amparé en el insomnio,
tú permaneciste, en cambio,
reclinada en el sofá
con la copa entre las manos.
Y al ver que daban las dos
y el silencio me hacía daño,
recorrí la casa entera
voceando tu nombre en vano.
El paraguas sacudido
por la ventisca, sorteando
cientos de charcos, crucé
de un extremo al otro el barrio.
Tras el periplo detuve
un taxi. Negros presagios
me arrastraron por los bares
que dan refugio a borrachos.
Pregunté en comisaría,
en urgencias, y de paso
deambulé por la estación
sin hallar de ti ni rastro.
Al atravesar el puente
me llamó la atención algo;
pagué al conductor, volví
y encontré un par de zapatos,
y aunque no fuesen los tuyos
se parecían demasiado.
Me asomé al pretil, las aguas
bramaban bajo los arcos.
Fantaseé con arrojarme
y unirme a ti río abajo,
mas me fallaron las fuerzas:
salí huyendo como el gato.
Al regresar, todo el piso
se contaminó de llanto,
y una botella de ron
colmó de amargura el vaso,
de reproches, de tormentos,
de dolor, cólera y asco.
Sumergido en pesadillas,
me despertó un sobresalto:
fijamente me observaban
tus ojos llenos de pánico,
no acertabas a decir
qué era lo que había pasado
pero el temblor de tu boca
describía un trance aciago.
“¿Dónde estabas?”, pregunté.
“No me he movido del cuarto”.
“Imposible”. “Te lo juro”.
“Me engañas”. “Yo no te engaño,
tan pronto acabé la copa
sentí un profundo letargo,
caí rendida en la cama
y sólo me despertaron
los gemidos de terror
que ahora mismo estabas dando”.
El plomizo amanecer
tiñó de gris el cansancio,
transcurrieron varias horas
en apacible descanso,
y al cabo pusimos rumbo
a un mar poblado de abrazos
donde, tras un cuerpo a cuerpo,
nuestro armisticio sellamos.
Después, mientras te vestías
y yo me hallaba en el baño,
formulaste una pregunta
que me dejó estupefacto:
“Cariño, he revuelto todo
pero no logro encontrarlos,
¿por casualidad no viste
dónde dejé mis zapatos?”

Fecha de caducidad

“EN EL CORAZÓN tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.”
Todo empezó —ya se sabe—
medio en serio, medio en broma.
Yo pensé —qué duda cabe—
que hablábamos un idioma
común, y que nada grave,
por tanto, sucedería.
Pero tras una quincena
de ausencia y melancolía
ya una dolorosa pena
en el corazón tenía.
No obstante, en nuestro reencuentro
con disimulo ocultaba
el fuerte nudo que dentro
del estómago llevaba.
Además, por ser tú el centro
—qué suplicio— de atención
entre mi grupo de amigos
sentí un punzante aguijón
—quizá el peor de los castigos—:
la espina de una pasión.
Iba a darme por vencido
cuando —para mi sorpresa—
me susurraste al oído:
“Deja de pensar y besa
mis labios; si andas perdido,
yo lo estoy más todavía
desde que te conocí”
Y sin otra cirugía
que el beso, la pena así
logré arrancármela un día
.
Por tu idilio cotidiano
casi alcancé la locura;
con esfuerzo sobrehumano
soporté la dictadura
de tu bikini en verano,
y a la primera ocasión
me dejaste en la estacada
sin mediar explicación.
Después de esta puñalada
ya no siento el corazón.

Sucede

SUCEDE QUE UNAS VECES no sé ni lo que digo
y que otras, sin embargo, me pesa cuanto escribo.
Me aterra el recordarte, porque no estás presente
pero aún así prefiero pensarte que perderte.
El aire a luna llena que dejas en mi casa
evoca la tragedia que marca esta distancia.
Es pronto para darle un nombre a tal deseo;
dibujaré tan sólo la idea que oculta el beso.
Pensarte o desearte es todo cuanto hago
(valiente forma tonta de estar junto a tu lado).
Me vuelvo a Rachmaninov, me lleva la ilusión
de que un piano se escuche ahora en tu interior.
La música me engaña, vivo lo que no existe.
Intenta perdonarme por todo lo que no hice.
Sucede ciertas veces que no sé lo que digo.
Otras, por el contrario, me pesa cuanto escribo.

Guerra y paz

NUNCA LA REDONDEZ se vistió tanto
de verticales formas siderales:
estos dos versos son las credenciales
por las que fui nombrado embajador
en una zona al borde del conflicto.
Y al cabo de la enésima batalla
logramos derribar esa muralla
que escondía el jardín de nuestro amor.
Aho...

Índice

  1. Seguidilla
  2. Octava real
  3. Décima
  4. Soneto
  5. Lira
  6. Las Musas