El momento infinito

Sabela De Tezanos

• Editorial: civiles iletrados
• Año: 2021
• ISBN:
  9789915931371
• Categoría: Literatura
• Categoría: Poesía

Tal vez se hayan necesitado varios años de silencio frente a los lectores para llegar al libro que le permite verse así, sin tapujos pero delicadamente, con el corazón apretado pero libre porque en la "querida noche impura" la "amnesia lívida" entra en rebelión.Algo de la constante novedad de la creencia y del error, de la convicción contradictoria del "momento infinito" hace de este libro un texto fieramente joven, de tenaz principiante en la vida del deseo. El tiempo (en tanto temporalidad y cronología) es una mentira cuando el amor repentino se entromete y hace estallar los miedos y la cantidad de pasados que cada mujer contiene. (Alicia Migdal) Un libro de poemas no necesariamente se lee desde el principio hacia el final. La poeta está en el tiempo, porque estuvo desde siempre. Pero en ese estado larvado va y viene, se duplica, se objetiva y se limita. Cada momento que la alegoría recalca actúa para siempre en el texto aunque su origen resulte circunstancial, mínimo. Así la alegoría de recordar la patria de la infancia, o más precisamente, el destierro que implica todo crecimiento, es una infinitud, pero una infinitud momentánea. (Alvaro Ojeda)

XIX

Desde aquel día no supe

a dónde iba mi madre

(y transcurrió una tarde, toda entera).

No retuve su voz.

Sí el color amarillo

del tejido de lana

que insistió entre sus manos

mientras estuvo enferma.

Era un suéter pensado para mí

tramado

con el hilo de otros dos.

Quedó sin terminar.

En mi recuerdo, sí,

la geometría de flores

delicado dibujo que cubría

la cama de mi madre

y la mañana en que se levantó

para recuperarse en otro sitio.

Las dos cuadras apenas

que transitamos juntos

los cuatro hijos a pie

–ella en un taxi

con mi hermana menor–

causaron la fatiga

que ya reconocíamos.

Recostaba

su espalda en la bergére

en casa de mi tía

luego de haber subido la escalera.

Y la tarde esquivaba

el deambular continuo de mi padre

de una punta a la otra

del balcón hasta el living, observándola.

Detalles se imprimían

en la escena

adornos, platos, cuadros, ceniceros,

y su respiración

contra el respaldo:

todos esos fragmentos navegantes

hacia dónde, hasta cuándo, para qué.

Para dar tiempo a la pregunta, acaso,

por no tenerla cerca ya muy pronto

y hasta dentro de lejos

mejor dicho hasta el cielo

como afirmó mi padre días después.

Y llovió a cántaros.

Pero yo todavía

no había leído a Shakespeare

y no sabía nada de correspondencias.

No pasó tanto tiempo.

tal vez tres años, seis,

y me enteré

–así como se saben las verdades rodantes

de la infancia–

que el cuerpo de mi madre había sido reducido

es decir retirado del cajón

para depositar sus restos en una urna

debido al poco espacio en el panteón

de la antigua familia que hace tanto

no paga por el sitio.

Para esa operación hubo testigos

y fue así que a mis oídos llegó

que mi madre conservaba el cabello,

todo entero.

¿Deseos de acariciar su cabeza de niña

que yacía?

Era negro su pelo, finito como el mío.

Tampoco sé por qué escribo ahora.

¿La traición del olvido? Esa llanura blanca

donde apenas un soplo mueve la superficie

como arena de un silencio distinto, por eterno.

Y la ventisca llega, y una hendija revela

la erosión:

la cartera guardada en el ropero

que se nos permitió abrir años después

mi foto con el velo

de niña en comunión

dentro de un sobrecito,

dispuesta para ampliar, pendiente, nueva.

Los números, la letra, los recibos,

un pañuelo con perfume añejado,

perlas de la memoria que se estrujan...