Retrato de una reina
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Retrato de una reina

Juan Pablo Bonilla

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Retrato de una reina

Juan Pablo Bonilla

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Esta novela narra la historia de una mujer bella, exreina departamental de belleza, comunicadora social y escritora, y dicha narración se da para el lector como una polifonía, no solo por la diversidad de voces narrativas, sino también por la fusión de géneros literarios que van desde el diario, pasando por las reseñas, las biografías, los poemas, los monólogos y las voces aisladas de conversaciones telefónicas, que componen una realidad múltiple.Retrato de una reina es una novela desestructurada, sin instrucciones de lectura, cuyos capítulos se presentan en un orden no lineal que obedece a intenciones estéticas determinadas por su autor para proponer un recorrido emocional, a la manera de una montaña rusa, con paisajes distintos e iluminaciones diversas. Así, el tiempo de la historia de la protagonista va y viene, y adentra al lector por diferentes localidades que fluyen entre Bogotá, Medellín, Nueva York, Madrid (municipio de Cundinamarca y capital de España), Mayorca, Barcelona, Boyacá, los acantilados de Étretat.La historia narrada parece sugerir que, en última instancia, es el trabajo del escritor el que sobrevive a los avatares de la vida, y que todo depende de la mirada de los lectores que, en su universo de recepción, pueden alcanzar a comprender, o no, la magnitud de una existencia.Elsa Efigenia Vásquez R.

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Información

Año
2021
ISBN
9789585010734
Edición
1
Categoría
Literatura
Retrato de una reina
Juan Pablo Bonilla
Literatura / Novela
Editorial Universidad de Antioquia®
Soy la que podrías llamar cuando la televisión te aburra.
Soy la que podrías invitar cuando alguien falte.
Soy la que no se invita a tu boda.
Soy la que no se pregunta por la foto del niño.
Soy la que no es mujer para toda la vida.
Ulla Hahn, Soy
28
Posiblemente mi mayor reto a futuro sea que mi muerte no afecte a nadie, le digo al tipo que tengo sentado frente a mí, al otro lado de una mesa de lino y copas brillantes. A pesar de esa acertada frase, compuesta con la rapidez de una aguda muestra de ingenio, él sigue sonriendo. No, esperen, no sonríe: su cabeza está congelada en una estúpida mueca aprendida de algún gurú de la autoayuda que vio en YouTube tras googlear “¿Cómo agradarles más a las personas?”.
¿Qué?, dice, como si mi respuesta a su estúpida pregunta —“¿Cuál crees que es el mayor reto que tienes por delante?”— hubiese sido un poema sufí. ¿Por qué estoy comiendo con este tipo? Obviamente es un idiota. De todos los millones de hombres en Nueva York tuve que conseguir una cita con un colombiano. Solo me di cuenta cuando abrió la boca para saludarme y sentí ese vacío que se forma en el estómago cuando uno deja las llaves dentro de la casa. Ahora acabo de pedir más de doscientos dólares de comida, más impuestos y propinas, y todo porque me criaron para decirle sí a todo, tener una disposición a aceptarlo todo, actitud positiva, afinidad con niños y ancianos, sonrisas para todos, acumular frases motivacionales y nunca dejar de sonreír, así la tragedia se esté alzando frente a mí dispuesta a aplastarme.
Sigue esperando una respuesta. No, ahora está bebiendo de su Perrier y parece estar buscando al mesero.
Fue su idea venir al Four Seasons. Cuando me escribió me dio una dirección equis y parecía muy orgulloso cuando trató de sorprenderme invitándome a cruzar la entrada. Ha intentado ser simpático con los meseros y conducirse como si hubiera terminado aquí la primaria: “Todo está cambiadísimo”, “Quién sabe dónde andará Prieto; de pronto le dieron la noche libre”, “¿Y ese tipo? Debe ser nuevo”.
Acepté una cita a ciegas porque llevo un mes sin hablar con nadie. Por ahí debería empezar; sí, ese es un buen comienzo: “Tras veintinueve días sin hablar con nadie, Violeta se sentó en mitad del comedor del Four Seasons con un hombre que acababa de conocer”. No, no me gustan esos inicios hemingwaianos, o garciamarquianos. Estoy buscando alejarme de toda esa prosa colombiana actual. Del revival del Boom y todo eso.
—¿Hola?
—Dime.
—Te hice una pregunta y no me has respondido.
—Qué pena contigo. Tuve un día como movido…
—Te pregunté cuál es el mayor reto de tu carrera y te quedaste como en blanco.
Sí le respondí; él ignoró mi respuesta. Este tipo de verdad espera que me acueste con él y ni siquiera trata de comportarse como un galán corriente, decirme algo bonito, poner atención a lo que digo, así en tres meses me ignore por completo. Porque esas preguntas de estudiante de Comunicación Social no me seducen ni cinco. Tal vez como estrategia eligió impresionarme con una sensibilidad neomasculina, para la cual soy más que un cuerpo y una cara bonita, y realmente tiene un interés en mi carrera, en mis sueños y proyectos.
—Oye, ¿te pasa algo?
Siempre está sonriendo. Pero esa última pregunta le salió con un aliento a empute que quiso hacer evidente.
—Ya te dije, estoy un poquito cansada.
—Ah, no, qué pena contigo. Ok, en ese caso perdóname, y cuéntame entonces un poquito de tu trabajo.
Si solo pudiera. Llevo mes y medio en Nueva York, no tengo un centavo, ni he hecho otra cosa que pasearme con las manos en los bolsillos del abrigo. He dejado de fumar porque aquí ya nadie lo hace y me da pena cuando los policías se me quedan mirando. Trato de encontrar bares, en Brooklyn, en Queens, donde no sea tan caro sentarme en una mesa con una pinta de cerveza y escribir un rato. Ahora este man está incómodo, mira el reloj y su sonrisa se desvaneció y todo porque sigo poniéndome a meditar aquí cada vez que él me hace una pregunta.
—Escribo. Estoy trabajando en una novela, por eso vine a Nueva York. Aquí es donde empieza mi novela. Así, en un restaurante caro.
Llegan las entradas; hay un poco de vino blanco en cada copa. Al tipo se le bajó el empute y volvió a su sonrisa de pendejo y ahora incluso asiente a cada una de mis palabras. Miren, el man no es feo; cara cuadrada, barba recta, ojos verdes y pelo muy negro, abundante. Se viste con camisa de marca, huele a Polo Ralph Lauren y en la muñeca lleva un Omega. Puede pagar la cuenta aquí, y según Laura estamos hechos el uno para el otro. Algo en él no me gusta, punto.
—Una escritora. Mira, no se me habría ocurrido. Cuando vi tu foto pensé: modelo, actriz, presentadora o hasta cantante —y se río aquí tan fuerte que me puse pálida de la vergüenza—. Ay, qué pena contigo, qué pena contigo. No sé nada de libros. Pero cuéntame, sobre qué estás escribiendo.
Ni puta idea. ¿Por qué no me lleva a su pinche apartamentico y me coge de una vez, gran pendejo, en vez de andar jugando al inteligente?
—La vida, el amor, la soledad. Bueno, sobre la soledad de los lugares donde hay mucha gente. Como Nueva York. Toda esa gente que uno ve en Times Square o a mediodía en Central Park, pero que no se conoce entre sí. Esa es la ironía de nuestro mundo moderno.
—Laura me dijo que estudiaron juntas en la Javeriana. ¿Estudiaste para ser escritora?
Debí hacerle caso a ese artículo que leí el otro día. Buscarme un man en Craigslist; así, a la medida. Nos vemos en un hotel, le doy su plata, me agarra del pelo, me sacude por las caderas hasta que me desmayo, él se va y yo sigo con mi vida.
—Estudié Comunicación. Pero no conozco a Laura de ahí sino de El Espectador.
—Ya veo… ¿Y qué piensas de los escritores de hoy día?
Ay, marica. Si se callara, si pidiera la cuenta y me sacara de aquí hasta el culo le doy.
—Hay muy buenos autores, pero sobre todo autoras. Ojalá en Colombia le pararan más bolas a las escritoras; hay de verdad muy buenas novelas, originales, inteligentes, escritas por mujeres.
—Uy, qué expresión tan fea esa de “parar bolas”. La detesto. Discúlpame pero me raya resto…
Malas experiencias con bolas, me imagino.
—Ahora déjame preguntarte a ti, ¿a qué te dedicas?
—¿Cómo, Laura no te contó? —la sonrisa se acaba de evaporar—. Soy vicegerente de operaciones de Bancolombia aquí en Nueva York.
Y ahí se soltó: me comí los langostinos, la langosta, tres copas de sauvignon blanc y un tiramisú escuchando sobre transacciones, cuentas, carteras, acciones, opciones, inflación, tasa de interés, régimen de cambio y este man debe ser de esos que se masturba viendo el canal Bloomberg.
Al menos no me preguntó nada del reinado.
32
Algún día las calles del mundo me pertenecerán.
Entonces encontraré a los míos,
y bailaremos juntos, alrededor de hogueras que iluminarán Campos Oscuros.
Nuestras cabezas, atadas, compartiendo pensamientos
que silenciosamente cantaremos
a los vestigios humeantes de los malos tiempos.
Al recuerdo de los momentos que perdimos,
mientras vivíamos por otros.
Algún día conoceré la tumba de Atenea,
las hendiduras del Gran Palacio que he visto en sueños.
Recorreré la tierra, como el espíritu de todas las cosas,
en los pensamientos de quienes durmieron conmigo.
Algún día veré (no en este orden):
Un París vacío,
el nacimiento del Amazonas,
mi reflejo en el Folies-Bergère,
el solitario café de Hopper,
y los acantilados de Étretat,
donde se habrá de disolver mi mundo.
Violeta Echeverry, Mundi
26
Una noche encantadora, alrededor de una larga mesa de banquetes, comiendo nada menos que pizza a la piedra: muzzarella y fugazza; alguien pidió lasaña, y otro ensalada César. “En honor a César”, dijo sin que su comentario fuera aplaudido.
César, como Jesús, ocupaba el centro de la mesa, pero quien la presidía era don Abelardo, su papá. Parecía un auténtico rey, pensó Violeta, y los demás presentes, sus fieles vasallos. Su esposa era una típica rubia teñida con cara de primera dama en su tercera o cuarta cirugía plástica. Tres hijos, robustos, sonrosados, de envidiable pelo castaño cla...

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